por Bruno Stachel el Jue 16 Jun 2011 10:27
Bibliografía usada en este post y los siguientes:
Holmes, Richard. Tommy: The British Soldier on the Western Front, 2004
The Oxford history of the British Army, Oxford University Press, 1996
Winter, Denis. Death's Men: Solders of the Great War, Penguin Books, 1978.
(lo pongo en primer lugar y no en el último post porque así no se me olvida, por si alguien se pregunta el motivo de esta curiosa manía mía).
1. El estallido de la guerra.
Quizás la decisión más importante de toda la guerra fue crear el mayor ejército voluntario que Gran Bretaña jamás puso en pie de guerra. E, irónicamente, casi tuvo lugar por casualidad. Lord Kitchener, ministro de la guerra, asombró a los miembros del gobierno británico cuando afirmó que la Primera Guerra Mundial duraría un mínimo de tres años y que Gran Bretaña necesitaría formar un ejército de al menos un millón de hombres. El Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, comentó posteriormente que el gabinete quedó mudo ante esta afirmación. Más bien se puede decir que quedaron estupefactos. El ministro de exteriores, Lord Grey, pensó que la predicción de Kitchener era "imposible, si no increíble", pues creía que la guerra terminaría antes de que ese millón de hombres pudiera ser entrenado siquiera.
Lo cierto es que la reacción del gabinete no estuvo muy desencaminada con respecto al resto de la nación frente a la guerra. El día que Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania (4 de agosto de 1914), el periódico Daily Argus, de Bradford, comentó que el efecto de la guerra "se notará sobre todo en las cocinas, pero será solventado eliminando los platos más complicados". El Journal de Catford, diez días después, lamentaba el deprimente efecto que había tenido la declaración de guerra sobre el partido de cricket del equipo local y al día siguiente el Sphere comentaba que la guerra pondría de moda las largas capas con cuellos napoleónicos. De hecho, si los periódicos del primer año de conflicto son fiables, la guerra resultaba tan remota para los británicos como las guerras napoleónicas lo fueron para la generación de Jane Austen. Por ello quizás no sorprende -o todo lo contrario- que Bernard Shaw sugiriera en el New Statesman, apenas diez días después del estallido de la guerra, que las tropas de ambos bandos debían amotinarse y disparar a sus oficiales y que nadie se lo reprochara (aunque Asquith, el primer ministro, comentar en privado que Bernard Shaw debía ser fusilado por esas palabras).
Todo el mundo estaba convencido de dos cosas: que la guerra sería corta (una prueba de ello es que la primera petición de crédito del gobierno par ala guerra era de cien millones de libras, lo que parecía apuntar a que el conflicto apenas duraría lo suficiente para tener un efecto sobre la economía) y que las fábricas quedarían paradas y escasearía la comida, lo que llevó a un pánico de acaparamiento de alimentos. Esta falta de preparación era debido al fracaso de la prensa a la hora de transmitir la urgencia de la situación. No existía ni televisión ni radio, y los periódicos nacionales tenían una circulación limitada. El Daily Mirror en 1912 había sido el primero en vender un millón de copias, por ejemplo. La gente, de hecho, sólo solía leer el periódico los domingos, y la mayoría de las publicaciones no contenían más que noticias locales y los resultados de las carreras de caballos y del fútbol. Y en el campo la falta de noticias era todavía mayor. Por eso no se tenían noticias del frente, salvo por la ocasional carta de un soldado de primera línea, y de ahí que no se sintiera una urgente necesidad de unirse al ejército.
Por ejemplo, una vez pasada la ola de entusiasmo general (agosto-septiembre, con 750,000 voluntarios), en los tres meses restantes de 1914 sólo se incorporaron 424.000 voluntarios. Y peor sería en 1915: el mes con más incorporaciones fue enero (156.000 voluntarios, y el peor diciembre, con 55.000). Por trimestres, las incorporaciones quedan del siguiente modo:
Enero-marzo: 258,000
abril-junio: 368,000
julio-septiembre: 262,000
octubre-diciembre: 280,000
A finales de año, Londres continuaba su rutina pre-bélica. Hicieron falta las noticias de la batallas de Neuve Chappelle y Loos, el escándalo de los proyectiles de artillería y los Uboaten para que Gran Bretaña, que hasta entonces consideraba el conflicto como un problema limitado y que sólo afectaba a los jóvenes, comenzara a despertar a la nueva realidad.
[u]Bibliografía usada en este post y los siguientes:[/u]
Holmes, Richard. Tommy: The British Soldier on the Western Front, 2004
The Oxford history of the British Army, Oxford University Press, 1996
Winter, Denis. Death's Men: Solders of the Great War, Penguin Books, 1978.
(lo pongo en primer lugar y no en el último post porque así no se me olvida, por si alguien se pregunta el motivo de esta curiosa manía mía).
[b]1. El estallido de la guerra.[/b]
Quizás la decisión más importante de toda la guerra fue crear el mayor ejército voluntario que Gran Bretaña jamás puso en pie de guerra. E, irónicamente, casi tuvo lugar por casualidad. Lord Kitchener, ministro de la guerra, asombró a los miembros del gobierno británico cuando afirmó que la Primera Guerra Mundial duraría un mínimo de tres años y que Gran Bretaña necesitaría formar un ejército de al menos un millón de hombres. El Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, comentó posteriormente que el gabinete quedó mudo ante esta afirmación. Más bien se puede decir que quedaron estupefactos. El ministro de exteriores, Lord Grey, pensó que la predicción de Kitchener era "imposible, si no increíble", pues creía que la guerra terminaría antes de que ese millón de hombres pudiera ser entrenado siquiera.
Lo cierto es que la reacción del gabinete no estuvo muy desencaminada con respecto al resto de la nación frente a la guerra. El día que Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania (4 de agosto de 1914), el periódico Daily Argus, de Bradford, comentó que el efecto de la guerra "se notará sobre todo en las cocinas, pero será solventado eliminando los platos más complicados". El Journal de Catford, diez días después, lamentaba el deprimente efecto que había tenido la declaración de guerra sobre el partido de cricket del equipo local y al día siguiente el Sphere comentaba que la guerra pondría de moda las largas capas con cuellos napoleónicos. De hecho, si los periódicos del primer año de conflicto son fiables, la guerra resultaba tan remota para los británicos como las guerras napoleónicas lo fueron para la generación de Jane Austen. Por ello quizás no sorprende -o todo lo contrario- que Bernard Shaw sugiriera en el New Statesman, apenas diez días después del estallido de la guerra, que las tropas de ambos bandos debían amotinarse y disparar a sus oficiales y que nadie se lo reprochara (aunque Asquith, el primer ministro, comentar en privado que Bernard Shaw debía ser fusilado por esas palabras).
Todo el mundo estaba convencido de dos cosas: que la guerra sería corta (una prueba de ello es que la primera petición de crédito del gobierno par ala guerra era de cien millones de libras, lo que parecía apuntar a que el conflicto apenas duraría lo suficiente para tener un efecto sobre la economía) y que las fábricas quedarían paradas y escasearía la comida, lo que llevó a un pánico de acaparamiento de alimentos. Esta falta de preparación era debido al fracaso de la prensa a la hora de transmitir la urgencia de la situación. No existía ni televisión ni radio, y los periódicos nacionales tenían una circulación limitada. El Daily Mirror en 1912 había sido el primero en vender un millón de copias, por ejemplo. La gente, de hecho, sólo solía leer el periódico los domingos, y la mayoría de las publicaciones no contenían más que noticias locales y los resultados de las carreras de caballos y del fútbol. Y en el campo la falta de noticias era todavía mayor. Por eso no se tenían noticias del frente, salvo por la ocasional carta de un soldado de primera línea, y de ahí que no se sintiera una urgente necesidad de unirse al ejército.
Por ejemplo, una vez pasada la ola de entusiasmo general (agosto-septiembre, con 750,000 voluntarios), en los tres meses restantes de 1914 sólo se incorporaron 424.000 voluntarios. Y peor sería en 1915: el mes con más incorporaciones fue enero (156.000 voluntarios, y el peor diciembre, con 55.000). Por trimestres, las incorporaciones quedan del siguiente modo:
Enero-marzo: 258,000
abril-junio: 368,000
julio-septiembre: 262,000
octubre-diciembre: 280,000
A finales de año, Londres continuaba su rutina pre-bélica. Hicieron falta las noticias de la batallas de Neuve Chappelle y Loos, el escándalo de los proyectiles de artillería y los Uboaten para que Gran Bretaña, que hasta entonces consideraba el conflicto como un problema limitado y que sólo afectaba a los jóvenes, comenzara a despertar a la nueva realidad.