«Stalingrado, la tumba blanca del Reich». Juan José Olivieri
-
El final.
-
Soldado alemán marchando al cautiverio.
Finalizada la batalla, varios cientos de miles de alemanes fueron hechos prisioneros y enviados a Siberia. Pocos sobrevivirian y recién volverÍan a su patria en 1955. En la marcha hacia el cautiverio, se vistieron y abrigaron con lo que podían, llevando el más escueto y azaroso equipaje.
Los números de sangre que dejaba atrás Stalingrado nunca fueron fijados con precisión por ninguna de las dos potencias que participaron en la batalla por la ciudad. Las estadísticas aceptadas y compartidas por los historiadores dicen que de los 250.000 hombres del Sexto Ejército, unos 125.000 murieron en combate, de inanición o padeciendo enfermedades y frío. La cifra de los evacuados por aire va de 25.000 a 35.000. Durante la capitulación, serían 90.000 los que se rindieron, entre los que se hallaban 22 generales rumanos y alemanes. Menos de dos meses después, el número total se había reducido a la mitad.
-
Después de Stalingrado.
De los 90.000 alemanes que se rindieron, sólo 6.000 uno de quince, sobrevivieron para volver a Alemania después de su paso por los campos de prisioneros soviéticos. A su vez el Ejército Rojo habría perdido alrededor de 750.000 efectivos, entre muertos, heridos o desaparecidos.
Es muy posible que estas cifras no sean exactas pero el hecho de que hayan sido aceptadas o estén en discusión ya es suficiente como para apreciar los terribles saldos que dejó la batalla por Stalingrado.
El número de
prisioneros soviéticos capturados por los alemanes hasta el 23 de noviembre, cuando la
operación Urano cerró el cerco en Kalach, van de los 3.500 alos 3.800 efectivos.
Dentro de la Stalingrado alemana existieron
dos campos de prisioneros, uno en Voroponovo y otro en Gumrak, donde a fines de enero los hombres se morían de hambre a un ritmo acelerado.
Si faltaba la comida para los combatientes y heridos, no era de esperarse algo diferente, sino más bien bastante peor, para los soviéticos cautivos.
En 1995 el teniente Peiffe, un sobreviviente que fue evacuado por aire, le narró a
Antony Beevor para su libro Stalingrado que se detectaron entre los prisioneros
casos de canibalismo que fueron rápidamente reprimidos. Irónicamente, conductas similares fueron usuales cuando les tocó caer en la bolsa a rumanos y alemanes. El hambre, por supuesto, no hace diferencias de nacionalidad.
Una de las principales tareas después de la rendición fue solucionar el problema de los miles de cadáveres que yacían en el campo de batalla. Primero con civiles y luego con prisioneros alemanes, se realizó la triste pero necesaria tarea. Carros tirados por hombres llevaron los cuerpos de compañeros y enemigos hasta las zanjas antitanques, donde fueron usados de relleno.
Muy pocos de los que fueron elegidos para este trabajo, fueran civiles o militares,
sobrevivieron al contacto con los cadáveres, que acarreaba una serie de enfermedades mortales, el
tifus en primer lugar. De los pocos que sobrevivieron, algunos además fueron ejecutados por miedo a las epidemias.
En las barracas del
río Tsaritsa funcionó el
hospital de prisioneros N° 1, con una tasa de mortalidad aterradora. Los rusos no habían previsto el racionamiento para los soldados que se rendían, aun en los últimos días de enero cuando el final era más que previsible. Cuando las raciones empezaron a llegar tres o cuatro días después, muchos ya habían perecido por el frío, la fatiga y la imposibilidad de reponerse.
Los traslados fueron siempre un calvario, incluso cuando se utilizaba el ferrocarril.
Desde el mencionado hospital N° 1 hasta
Beketovka, donde se levantaba un campo, el camino a pie demoraba cinco días, con temperaturas extremas y sin comida ni agua. Un soldado de la ya extinta
305.ª División de Infantería narró que, de un total de 1.200 hombres que iniciaron la marcha, alcanzaron Beketovka apenas un 10%.
El 21 de octubre de 1943, en un solo campo de Beketovka, la
cifra de muertos ascendía a 45.200 hombres. Un informe de la NKVD reconoció que, al 15 de abril, el saldo de los campos que rodeaban la zona de Stalingrado ascendía a más de 55.000 muertos.
Las posibilidades de supervivencia resultaron brutalmente dependientes del rango. Más del 95% de los soldados y suboficiales murieron. El 55% de los oficiales subalternos y el 95% de los oficiales superiores volvieron a casa.
Los
generales del Sexto Ejército recibieron un buen trato de parte de los soviéticos.
Sin embargo, la
totalidad de los prisioneros, incluso los de los rangos más bajos, fueron sometidos a largos interrogatorios realizados por miembros de la NKVD.