
Batalla de los Castillejos
En el marco de la Guerra de África, el 31 de diciembre de 1859 llegó la orden de emprender la marcha hacia Tetuán. El avance por tierra presentaba enormes problemas, pues se debía abrir un camino para la artillería y las fuerzas iban a tener a la derecha montañas desde las cuales el enemigo podía atacar, mientras que el mar cerraba cualquier vía de escape a la izquierda. En caso de derrota, la retirada era casi imposible.
El terreno era muy difícil, con estribaciones transversales a la marcha y sierras que llegan casi hasta el mar, obligando continuamente a superar pendientes, interrumpidas por sendos valles. El primero que se encuentra es el de los Castillejos y allí se dio la primera batalla importante de la campaña. Se entabló a consecuencia de la impetuosidad de Juan Prim y Prats, el general comandante de la División de Reserva, que formaba la vanguardia del ejército. Esta llevaba en cabeza los dos escuadrones de la Princesa (el 1º y el 4º), a pesar de que en teoría pertenecían a otras grandes unidades.
Prim llegó sin apenas resistencia hasta las colinas que separan el valle de los Castillejos del de Tarajar. Leopoldo O'Donnell y Jorís le ordenó que se apoderara de la casa del Morabito y que una brigada del segundo cuerpo tomara un cerro que flanqueaba el bosque ocupado por los marroquíes. Prim, al ver que todavía permanecían marroquíes en unas lomas que cerraban el extremo sur del valle y al divisar las fuerzas de Infantería y Caballería en una cañada, decidió atacarlos. Contra los primeros, en las alturas, envía una docena de batallones. Contra los segundos, a los húsares, algo menos de 200 hombres.
La carga de Húsares de la Princesa se ha convertido en una leyenda de la Caballería. En un principio, se dirigen contra el centenar de jinetes marroquíes que se ofrecía a su vista, a los que dispersan. Pero en vez de detenerse entonces, los húsares divisan el campamento marroquí, por lo que continúan la carga y penetran en un estrecho desfiladero. A la salida del mismo, se abre un foso a sus pies, en el que se hunden hombres y caballos: han caído en una emboscada. Mientras algunos de ellos ayudan a los compañeros desmontados, el resto atraviesa la masa de Caballería marroquí que había acudido a rematarlos y llega hasta el mismo campamento. El cabo Mur se apodera de un estandarte, tras dejar fuera de combate a su portador. A continuación, los escuadrones se retiran en orden, pasando, por segunda vez, a través del enemigo y sin dejar un solo prisionero ni herido. Tan pronto como se reúnen con el resto del ejército, ocupan imperturbables su puesto en formación, como si regresaran de un simulacro de carga durante unas maniobras.
Su gallardía les costó cara: las bajas sumaron 50 hombres y 59 caballos. Sólo 2 oficiales resultaron ilesos; los 2 comandantes fueron heridos, así como 3 capitanes; murieron 2 tenientes. Fue de destacar la devoción de la tropa hacia sus mandos; al menos dos fueron salvados de la muerte por sendos húsares.
Respecto a la carga, el historiador militar Martín Arrúe escribió que "fue brillantísima y oportuna hasta que llegaron a la cañada; temeraria desde que se internan en esta; absurda al invadir la hondonada y llegar hasta el campamento marroquí [...] y siempre heroica". Los húsares cumplieron así con la exigencia de impetuosidad que se pide a toda Caballería que se precie, aunque quizá en exceso.
Mientras tanto, la Infantería había conseguido rechazar al enemigo tras una serie de furiosos asaltos a la bayoneta. Prim compensó su imprudencia derrochando valor personal, al encabezar un asalto blandiendo la bandera del Regimiento de Córdoba. Tras ocho horas de combate, sus batallones se hallaban exhaustos y muy mermados, a diferencia del enemigo, que recibía constantemente refuerzos. El batallón del Príncipe estaba en peligro de quedar aislado y ser aniquilado. Prim ordenó a los artilleros que avanzaran en orden abierto para contener al enemigo, pero recibieron un nutrido fuego y tuvieron que replegarse, perdiendo muchos hombres. O'Donell comprendió el peligro y envió en su auxilio al Regimiento de Infantería «Córdoba» y más tarde al general Juan de Zavala y de la Puente con los batallones de León, Arapiles, Saboya y Simancas, que decidieron la victoria.