Sin embargo esa respuesta no es correcta. Mucho antes, en 1791, en el actual Ohio, otra federación de tribus había logrado una victoria mucho mayor. En la batalla de St Clair los indios lucharon en inferioridad numérica, 1.000 guerreros contra 1.400 soldados, y aun así vencieron, y mataron más del doble de soldados americanos de los que cayeron en la derrota de Custer.
La batalla de St Clair:
Uno de los principales objetivos del presidente George Washington durante su mandato era extender la soberanía de los recién nacidos Estados Unidos en los territorios salvajes al norte de Kentucky, una zona de densos bosques poblada por los indios Miami, Shawnee y Ottawa. Allí tenían los británicos todavía algunos establecimientos, y alentaban a los indios a hostigar la frontera americana con ataques de rapiña. Los británicos, que sentían una fuerte hostilidad hacia los americanos, a los que consideraban todavía como colonos rebeldes, suministraban a los indios armas y municiones, y les pagaban por las caballeras cortadas que entregaran. El gobernador británico de Detroit, Henry Hamilton, tenía entre los indios el sobrenombre de “el comprador de pelo”.
En 1789 el presidente Washington envió a establecer un Fuerte en esa área al general Josiah Harmar, con una fuerza de 1.400 soldados. Harmar era un aguerrido veterano de la guerra de la Independencia, en la que había sido uno de los lugartenientes de Washington, pero las batallas contra las ordenadas filas de casacas rojas no le habían preparado para enfrentarse a la lucha de guerrillas de los nativos. El jefe indio de los Miami, Michinikwa, llamado por los americanos Little Turtle, lo hostigó con pequeñas escaramuzas mientras Harmar se adentraba en su territorio, lo debilitó y al fin le hizo caer en una gran emboscada el 20 de octubre de 1790. En ese encuentro Harmar sufrió 183 bajas mortales y un alto número de heridos, consideró que sus hombres ya no podían dar más de sí y emprendió la retirada.
Washington aceptó la dimisión de Harmar y de inmediato ordenó formar otro ejército, más numeroso, bajo el mando de otro veterano de su entera confianza, Arthur St Clair. Juntos habían servido en el ejército británico en la guerra contra los franceses, y juntos habían luchado también en la Guerra de Independencia. Además eran compañeros en la política, St Clair había sido presidente del Congreso y había ayudado a Washington desde ese puesto. El Presidente lo nombró gobernador del Noroeste, y le entregó el mando de las nuevas tropas recién reclutadas (Estados Unidos no contaba por entonces con un Ejército permanente, las tropas se reclutaban para cada campaña), 3.000 hombres, una fuerza bastante notable en aquel tiempo. La misión de St Clair era la misma que la de Harmar, penetrar en territorio indio y establecer una guarnición fortificada permanente a orillas del río Maumee, tributario del Wabash, en el corazón del actual Ohio, entonces llamado Territorio del Noroeste.
Pero St Clair ya no era el hombre que había hecho aquellas dos guerras. Tenía 55 años, una edad muy avanzada en aquel tiempo, padecía de gota y su pensamiento ya no era flexible para adaptarse a la forma de lucha de un enemigo extraño contra el que no tenía experiencia.
Sobre el papel su tropa contaba con 3.000 hombres, una fuerza más que suficiente para enfrentarse a tribus hostiles entre sí y que no podían reunir por separado más de 400 ó 500 guerreros cada una. Pero los soldados de St Clair no eran profesionales. Se les contrataba por un periodo de seis meses, lo que suponía que se alistaban hombres desempleados, muchos de ellos vagabundos o proscritos, que a menudo desaparecían poco después de cobrar la primera soldada. Para cuando St Clair pudo iniciar la marcha hacia el oeste partió con sólo 2.300 hombres. Y para el 24 de octubre, cuando comenzó a internarse en territorio indio, su fuerza contaba sólo con 1.700, e incluso estos no tenían otro propósito en la campaña que superar con vida los seis meses de servicio, reinando la indisciplina.
Dentro del territorio indio continuaron las deserciones, en especial entre los hombres de Kentucky, que podían dejar fácilmente las filas y escapar a su territorio ya que se encontraba cerca y allí era débil la acción de la Justicia. En los colonos de Kentucky se había puesto especial confianza a la hora de reclutar hombres, ya que habituados al contacto con los indios se esperaba que supieran combatirlos mejor que los reclutas de la Costa, pero lo cierto es que resultaron ser los más indisciplinados y desmotivados.
Además St Clair debilitó todavía más sus fuerzas cuando, temiendo quedarse corto de abastecimiento, envío una nutrida compañía de regreso al Este para escoltar un convoy de abastecimiento.
El problema de los suministros era muy grave. El proveedor oficial era William Duer, cuyo único mérito para lograr el contrato era su amistad con el Secretario de Guerra. Duer se planteó el contrato de suministros como un negocio del que debía sacar todo lo que pudiera, y escamoteó al ejército de St Clair en todos los materiales: calzado, uniformes, vituallas, munición... Incluso la pólvora que suministró era de tan mala calidad que hubo soldados que se quejaron tras la batalla de que las balas alcanzaban a los indios sin suficiente potencia para herirlos. Escaseó de todo, y al hambre se sumó el frío ya que los uniformes distribuidos eran de verano, no resultaban adecuados para el clima de Ohio, mucho más frío de lo que se había previsto. (O quizá es que los uniformes de verano, al ser más ligeros, eran más baratos que los de invierno, y por eso Duer suministro los de verano).
Continuamente hubo robos de caballos, por los indios, por los colonos y por los mismos soldados que se los llevaban al desertar.
Cuando, en septiembre de 1791, el general St Clair comenzó a levantar un fuerte a orillas del río Maumee, su tropa se había reducido a 1.400 hombres, menos de la mitad de los inicialmente previstos, el mismo número de efectivos con que contaba Josiah Harmar cuando fue derrotado.
Fort St ClairPese a todo, St Clair y sus oficiales pensaban que su situación no era tan mala. Al contrario que Harmar, que había sufrido una emboscada, ellos estaban en un campamento fortificado, en una altura, a la ribera de un río. Con 1.400 soldados pensaban que podrían rechazar cualquier ataque. En opinión de St Clair el arte indio de la guerra consistía en tender emboscadas, en librar una lucha de desgaste a base de pequeñas y continuas escaramuzas, no en atacar frontalmente una posición fuerte en la que se parapetaba una fuerza superior en número.
Pero St Clair tenía frente a él a un jefe indio poco convencional: Michinikwa, que había derrotado el año anterior al general Harmar. Gracias a su carisma se había formado una confederación de los Miami con los Sawnee y los Ottawa, reuniéndose un millar de guerreros. Michinikwa incentivaba la rivalidad entre las tribus por disputarse el honor de ser la más feroz ante el enemigo. Creó entre los suyos un clima de efervescencia guerrera, de ansiedad frenética por entrar en combate, y les instruyó cuidadosamente en la conveniencia de identificar a los oficiales y eliminarlos en primer lugar. Sabía además, por los desertores que capturados, que el desánimo cundía entre los blancos, y que el pánico anidaba en sus corazones.
Desde que entraron en territorio indio las tropas de St Clair habían avanzado siempre a ciegas. St Clair no contaba con mapas de la zona ni con exploradores nativos, ni podía enviar patrullas de reconocimiento porque o bien desertaban o bien eran diezmadas por los indios. Michinikwa conocía el efecto que este desconocimiento del entorno causaba en los blancos, nunca sabían que había tras los árboles más cercanos, y desarrolló lo que hoy se denominaría guerra psicológica: gritos guerreros en plena noche, disparos de francotiradores, soldados que desaparecían de sus puestos de vigilancia y nunca se sabía si habían desertado o se los habían llevado los indios…
Michinikwa demostró ser un líder muy perspicaz, uso la inteligencia tanto para animar a los guerreros indios a superar sus odios tribales y luchar juntos y enfervorecidos, como para desanimar y asustar a los americanos.
Finalmente, en la mañana del 9 de septiembre de 1791, Michinikwa juzgó que el frenesí de sus guerreros llegaba a su máximo y decidió lanzarlos al ataque antes de que ellos lo decidieran por su propia cuenta. El sol todavía no se había levantado cuando el campamento americano se sumió en el terror por los gritos feroces que llegaban de todos lados. Los indios hicieron precisamente lo que St Clair menos esperaba: se lanzaron a un ataque frontal contra la empalizada.
Los americanos tenían algunos cañones, pero no sirvieron de nada, de inmediato se llegó al cuerpo a cuerpo, la bayoneta contra el tomahawk. El comandante Ebenezer Denny diría después: “Los salvajes parecían no temer lo que les pudiéramos hacer. Salían del alcance de la bayoneta y volvían a acercarse para golpear, a su antojo. La tierra, literalmente, quedó cubierta de muertos.”
Los oficiales cayeron uno tras otro, y sin líderes los soldados se desmoralizaron.
St Clair, viendo que el asalto les desbordaba, ordenó al coronel Oldham que con un grupo de soldados saliese de la emplazada y contraatacase por la retaguardia a los indios. Oldham se negó: sería un suicidio, dijo. St Clair se puso él mismo al frente del contraataque y logró debilitar algo el asalto indio, pero a un alto coste en bajas.
El embate de los indios prosiguió, luchándose sobretodo cuerpo a cuerpo, durante tres horas, al cabo de las cuales St Clair ordenó abandonar las posiciones y emprender la retirada a través de los bosques. Pudo haber provocado la masacre final de sus fuerzas, pero le auxilió la mentalidad de los indios, que entendían la guerra como una rapiña. En vez de perseguir a los soldados derrotados se dedicaron a saquear el campamento.
En el campamento quedaron los cuerpos de 630 soldados y 151 guerreros. Cuatro soldados americanos muertos por cada indio caído. Además también murió un número indeterminado de civiles blancos, en torno a un centenar. En aquella época era habitual que los ejércitos estuvieran acompañados en sus desplazamientos por cantineros, prostitutas, lavanderas, esposas de soldados, proveedores, herreros… formaban siempre una nebulosa en torno a los campamentos militares, y como nadie se tomaba nunca la molestia de contarlos, no se sabe cuantos cayeron en aquel combate.
La batalla es conocida en Estados Unidos como la derrota de St Clair. El beneficio que los indios obtuvieron de su triunfo fue muy pobre, porque la federación de tribus que había logrado forjar Michinikwa resultó efímera. Apenas dos meses después de la batalla, el ejército indio se disolvió. Las cosechas habían sido malas, y se auguraba un invierno duro. El hambre llamaba a las puertas, y los indios debían dedicarse a cazar para alimentar a sus familias. La euforia de la victoria, además, daba a los indios una falsa sensación de triunfo definitivo. Habían causado a los blancos una derrota que, de ser sufrida por una de las tribus indias supondría su extinción. Pensaron que Estados Unidos tardaría en recuperarse del desastre, pero por supuesto estaban en un error. En cuanto llegó a Washington la noticia de la derrota se iniciaron los preparativos para formar un nuevo ejército.
Sin embargo, si bien los vencedores sacaron poco fruto de su triunfo, los perdedores, en cambio, cosecharon los provechosos frutos de la adversidad. Para la recién nacida República, la humillante derrota le proporcionó ánimos y espíritu para emprender dos grandes iniciativas en su organización:
- Se reunió la primera comisión de investigación del Congreso. Los supervivientes de la debacle, incluyendo al general Arthur St Clair, tuvieron que comparecer ante una comisión de congresistas y responder exhaustivamente a sus preguntas. Desde entonces, las comisiones de investigación del Congreso se han convertido en uno de los pilares de la democracia americana, en el mayor contrapeso, junto con la libertad de prensa y la independencia judicial, del poder del gobierno.
- El mando del nuevo ejército reunido para vengar la derrota se entregó a un veterano de la lucha contra los indios, el general Anthony Wayne. Este puso especial empeño en entrenar y disciplinar a sus tropas rigurosamente, para evitar que cundiera en ellas la desmoralización y el pánico que habían mermado las filas de St Clair, y en organizar los suministros de manera que ayudasen al ejército, en vez de destruirlo. Wayne insistió en la necesidad de que el Ejército se asentara sobre criterios más sólidos que el reclutamiento eventual para cada campaña y nombrar contratistas para los suministros arbitrariamente. Obtuvo en pocos años la victoria sobre a los indios del Noroeste, y su éxito extendió la idea de que lo idóneo para la fortaleza del Estado era mantener un ejército permanente, profesional, con disciplina y espíritu de cuerpo, y con fuentes de aprovisionamiento integradas en el organigrama militar. El moderno ejército americano nació, en cierta forma, en la batalla de St Clair. Una batalla en la que resultó mucho más beneficiosa la derrota que la victoria.
Fuentes:
http://www.earlyamerica.com/review/summer/battle.html
http://militaryhistoryblog.blogspot.com ... 68100.html
http://www.ohiohistorycentral.org/entry.php?rec=505
El año pasado compraron la cadena Hard Rock por cerca de Mil Mllones de Dolares.
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