Carga de los Húsares Alados en la batalla de Viena 1683. Por Keith Rocco.
El 12 de septiembre de 1683, una coalición de reyes y príncipes de naciones cristianas (Juan III Sobieski (o Jan III Sobieski), rey de Polonia, que la encabezaba; el margrave Luis Guillermo de Baden-Baden, llamado Türkenlouis (Luis el Turco); el duque Carlos V de Lorena entre otros), generales y ministros alemanes, polacos y austriacos junto con voluntarios italianos, acudieron a la defensa de la capital Viena del imperio de Leopoldo I. A diferencia de estos, Luis XIV de Francia había apoyado el ataque turco contra el corazón de Europa.
Las tropas cristianas alcanzaban la mitad de los efectivos turcos y no contaban prácticamente con artillería. Sin embargo, el alto mando turco no consideró a las tropas de socorro, compuestas por polacos y tropas de todo el Imperio como una amenaza, ni ordenó a sus tropas situarse en formación de batalla, algo que costó la cabeza al general otomano pocos días después. Aprovechando esto, los Húsares Alados lanzaron una carga de caballería arrolladora sobre las tropas turcas.
La batalla fue violentísima y breve y, en su mayor parte, se desarrolló en el campamento otomano y en las trincheras. Los otomanos, al no estar en formación, no pudieron detener la carga de los aliados. El ataque de la caballería polaca (especialmente de los Húsares Alados Polacos) fue tan potente que después de 30 minutos de combate, la victoria ya estaba decantada. En pocas horas los turcos sufrieron unas 20 000 bajas, huyendo una parte considerable de ellos. Viena no había caído en poder otomano. Sobieski después de la batalla envió una carta al papa Inocencio XI que empezaba con la frase de Julio César: Vine, vi y vencí, pero la cambió por: «Vinimos, vimos y Dios venció».