Los siguientes tres capitulos transcurren en un periodo de tiempo paralelo entre los años 1814 y 1817. A fin de dar continuidad al relato, se dividieron dependiendo del lugar en donde transcurrieron.
Así, se dejó primero Los planes Realistas, para luego seguir con la Guerra de Zapa y finalmente la Organizacion del Ejército de los Andes. De ahí se enlaza con el cruce de los Andes, los primeros combates y finalizar con la Batalla de Chacabuco.
Dicho lo anterior, continuamos con el relato.
Los Planes Realistas
El virrey José Fernando de Abascal fue sin duda la cabeza mejor organizada entre los mandatarios españoles que hicieron frente al movimiento revolucionario. No sólo logró mantener la fidelidad del virreinato, sino que sofocó las rebeliones de Quito y del Cusco, mantuvo a raya a los revolucionarios del Plata y preparó la reconquista de Chile, sin más auxilio de España que el regimiento Talaveras. Como todos los hombres, tenía su lado flaco y ese era la vanidad. Siempre había sido fatuo, pero ya a los 70 años, ésta se había exacerbado a límites incorregibles. Uno de estos accesos, sumado al carácter ligero y puntilloso de Osorio, iba a precipitar la independencia de Chile… y la de América del Sur.
Recordemos que cuando Osorio se embarcó hacia Chile, llevaba extensas instrucciones del virrey de que hacer y como actuar, como si fuese capaz de prever cada uno de los pasos futuros de los revolucionarios. No es raro entonces que creyera que todo era obra suya y que Osorio simplemente se limitó a obedecer sus instrucciones, siendo un simple instrumento de su plan, cosa que en realidad vimos que tampoco fue tan así.
Osorio entró a Santiago el 5 de Octubre y asumió como gobernador interino de Chile. Abascal lo ratificó y recomendó calurosamente al monarca. Poco más de un año gobernaría Osorio, hasta diciembre de 1815. Si bien dejó el recuerdo de haber sido en lo personal un militar distinguido y conciliador, la acción de algunos de sus colaboradores y las severas instrucciones de Abascal dejaron una secuela de resentimientos como resultado de su política un poco represiva.
Se llevaron a cabo allanamientos y detenciones de los más connotados patriotas, algunos de ellos de avanzada edad. No se respetaron las canas de don Ignacio de la Carrera ni de don Manuel de Salas ni de Juan Antonio Ovalle. Junto con Egaña, Eyzaguirre, De la Lastra y otros fueron desterrados a la isla cárcel de Juan Fernández. Estas represalias hirieron profundamente a la aristocracia criolla, pero lo que más afectó a la opinión pública fueron las arbitrariedades cometidas por Vicente San Bruno, capitán del batallón Talaveras, y su lugarteniente el sargento Francisco Villalobos.
Uno de los actos más dolorosos fue el asesinato de los reos de la cárcel de Santiago. Habiendo recibido la noticia de que algunos presos pensaban fugarse, San Bruno los reprimió ferozmente, dejándolos primero escapar con ayuda de Villalobos, que se fingió adicto a los complotados. La cobarde represión pudo degenerar en una carnicería si no hubiese intervenido oportunamente el coronel Luis Urrejola.
La buena voluntad y el buen humor del gobernador hicieron algo por suavizar las asperezas que los excesos de los talaveras producían. Incluso Osorio apoyó la iniciativa de que se mandara al coronel Urrejola y al licenciado Manuel Elizalde a España, a fin de obtener el perdón del rey para los desterrados de Juan Fernández.
Simultáneamente, impuso nuevas contribuciones que fueron resistidas por los patricios, algunos de los cuales apelaron ante el gobernador. Conocida es la respuesta que don Mariano dio a uno de estos reclamos, presentado por el rico realista don Juan Martínez de Luco y Aragón. En su característico estilo bromista, el brigadier y gobernador falló:
“Como Luco y Aragón, libre de contribución; como vecino y pudiente, pagará al día siguiente”.
Esta misma liviandad de pluma le valdría caer en desgracia frente a Abascal. Resulta que este último hizo escribir en la “Gaceta del Gobierno” en Lima un articulo en el cual afirmaba que la guerra en Chile había finalizado gracias al
“camino trazado por vuestro virrey y concurriendo con su mas infatigable constancia y buen deseo a la consumación del camino trazado”. En otras palabras, quitaba todo mérito a Osorio y se lo imponía él mismo.
Otro general habría dejado pasar silenciosamente el desahogo de vanidad de Abascal, pero Osorio era audaz, y picado en su amor propio respondió en la misma gaceta:
“Estos caminos y estos planes que no fueron ni tan bastos ni tan finos, ni se me dieron ni los traje, y si están hechos, sin duda se quedaron en esa y en poder de V., pues mi precipitada salida no dio lugar a recogerlos”…”Soy demasiado conocido y así no necesito para aumentar y ostentar mi opinión del mérito y el trabajo ajeno”…
Abascal, irritado con su insolente réplica, se apresuró en rectificar sus oficios al rey en los cuales recomendaba a Osorio. Pretextando el mareo del cargo, lo acusó de ser un general mediano, insubordinado e inepto. La corte se dejó impresionar por los nuevos informes y buscó otro general para reemplazarlo en el gobierno de Chile. El elegido fue don Francisco Casimiro Marcó del Pont Ángel Díaz y Méndez.
Casimiro Marcó del Pont.
La elección no pudo ser más desafortunada. Sus adjetivos han proliferado de tal manera que se ha convertido en el símbolo de un funcionario torpe, fatuo, típico elegante caballero de rancio abolengo español que había obtenido por influencias en la corte el titulo de mariscal. Los ochenta baúles y cajones que desembarcaron en Valparaíso y su enjambre de criados no dejan ninguna duda sobre su riqueza y apego a las comodidades y lujos de la época. Su elegante y hermosa “calesa” casi representaba un insulto a la pobreza del reino. Sólo pocos historiadores lo tratan con benevolencia, expresando que era un gobernador afable, sencillo y bien inspirado, aún cuando tenía
“pasión por la elegancia”. Sin embargo su inicial buena disposición no podía prosperar dadas las circunstancias por la cuales atravesaba el país.
“Incapaz de darse cuenta de la aventura en que se había embarcado, creyó venir a Chile a lucir condecoraciones, a deslumbrar sus ropas y sus muebles y a recibir tranquilamente agasajos y honores, sentado en su sillón de presidente” (Vial). En todo caso creo que Marcó demostró falta de carácter para imponerse a sus colaboradores, especialmente a los mas violentos, como San Bruno, quien lo indujo a acentuar la represión y los abusos.
El nuevo mandatario había nacido en Vigo hacia 1770, en el seno de una familia de honrados comerciantes. Ingresó a los 14 años como cadete en el regimiento de infantería de Zaragoza. Fue hecho prisionero dos veces por los franceses durante el sitio de la ciudad. Su mismo hermano Juan José le consiguió la gobernación de Chile. Desembarcó el 19 de diciembre de 1815 en Valparaíso y juró ante el cabildo el día 26. Los primeros días fueron una feliz luna de miel, el pueblo estaba atónito con los lujos traídos por el nuevo gobernador, su carroza, los trajes, los sombreros, los modales, los lujosos muebles. Pero su ausencia de don de mando y la odiosidad de la política inspirada por San Bruno y los realistas exaltados, aguijonearon la reacción del pueblo en contra del régimen colonial. A la vuelta de un año casi había desaparecido el recuerdo de los sacrificios y de las miserias de la patria vieja, recubiertos por los males del presente: el exceso de contribuciones, la pobreza general, la ausencia de los deudos remitidos a Juan Fernández o fugados a Mendoza y Buenos Aires, la perdida de los destinos y los abusos de los Talaveras.
El 26 de diciembre de 1815 llegaron noticias procedentes desde Rio de Janeiro, traídas por el capitán de una fragata española. El pliego informaba que en Buenos Aires se preparaba una poderosa expedición corsaria al pacifico. Además había comenzado a circular el rumor que 7.000 soldados estaban a punto de cruzar la cordillera para caer sobre Chile, aunque para esas fechas la organización del ejercito en Mendoza estaba en pañales.
Las noticias de estas expediciones movieron a los realistas exaltados a exigir a Marcó que terminara con la política de suavidad y templanza que propiciara Osorio. La nueva política se inició el 9 de enero de 1816, destinado a apremiar el cobro de contribuciones. El 12 se emitió un bando que entre otras cosas dictaba una especie de toque de queda, además de la prohibición de salir de la ciudad sin autorización del presidente y la pena de la horca a quienes fueran sorprendidos con armas de fuego. Este bando, en momentos en que no había ni la más remota posibilidad de invasión fue obra nada menos que de Vicente San Bruno.
De San bruno solo se conoce que nació en Aragón, que vistió durante un tiempo los hábitos de la orden franciscana y que gracias a su valentía durante el sitio de Zaragoza fue nombrado capitán. Con ese grado ingresó al regimiento Talavera de la Reina, pasando a América en la expedición que finalizó en la batalla de Rancagua.
Sobre San Bruno y su regimiento ha caído una fama de crueldad y maldad extrema que ha llegado hasta nuestros días. Se sabe que el regimiento fue formado por los miembros más indisciplinados del ejército, lo que ayudaría a comprender los excesos llevados. El propio O´higgins lo describe como
"un monstruo de quien se desdeña la misma potencia a quien pertenezca y la tierra se avergüenza de estar bajo sus pies".
El 17 del mismo mes, se crearía el tribunal de vigilancia y seguridad publica. Lo formaban por supuesto San Bruno y cuatro vocales. Su misión: juzgar las denuncias de traición al rey y castigarlas con penas que iban desde los azotes a la muerte.
La causa de la independencia debía recibir de Marcó y San Bruno un impulso aun mas eficaz que toda la propaganda que procedía de Mendoza, gracias a las antipatías que generaron las medidas que se han enumerado. El gobernador promulgaría también un bando estableciendo una medida que iba a ser demostrativa de cómo de un conflicto político se iría pasando rápidamente a una irreconciliable pugna de nacionalidades: los cargos de responsabilidad en el ejército, como antes lo habían sido los de la administración, fueron quitados de manos de los criollos chilenos para ser entregados a españoles peninsulares. Todas estas disposiciones fueron poco a poco polarizando el ambiente y ganado adeptos aquellos que aspiraban a obtener un cambio definitivo del régimen realista, el cual ya se identificaba como español.
La lucha por la independencia había relajado las normas de vida en los campos y en las ciudades. La licencia había alcanzado límites pavorosos, especialmente en la plebe. Osorio quiso reprimirla durante los primeros meses de su gobierno, mas viendo que el rigor iba enajenando voluntades, optó por una política hábil y elástica, suavizando los castigos y ocultando la mano, para que el descontento no cayera sobre él y los españoles. San Bruno en cambio, emprendió medidas represivas contra los borrachos, las prostitutas, los jugadores, los ladrones, los desordenes, las fiestas, etc. La severidad de las medidas le granjeó el odio hacia su persona y de rebote, al gobierno.
El cuadro muestra una Chingana, fiesta popular de la época. La bandera chilena corresponde a un período posterior.
Entre los soldados peninsulares y el pueblo chileno había una antipatía profunda, que estallaba ante el acto más insignificante. Los Talaveras extremaban la dureza cuando tenían que intervenir en peleas de taberna o en desordenes callejeros. Golpeaban a los ebrios con sus sables o les daban puntapiés en el suelo. La brutalidad que hacían gala en las visitas domiciliarias degeneraban en verdadero salvajismo. Cuando cogían a algún joven aristócrata, para evitar su huida le bajaban los pantalones hasta el tobillo, se le ataba con una cuerda y con una vela encendida en la mano lo conducían ante el tribunal de vigilancia. A los rotos simplemente se les apaleaba.
Como era inevitable, el pueblo tomó a los Talaveras un odio mortal. El soldado que se alejaba solo del cuartel era apedreado. Mas de uno pereció a golpes o precipitado al rio desde un puente o desde alguna barranca. Los atentados se multiplicaron tanto que solo podían salir del cuartel en grupos armados.
El pueblo había permanecido realista de corazón. Se había batido obligado por sus patrones, o por simple animosidad en contra del general o el soldado del otro bando. El rey había quedado por sobre de la guerra civil, como una entidad mítica y no existía el deseo de Independencia: le era indiferente ser gobernado por España o los Carrera, mientras se le dejara vivir en paz. . Ahora, irritados por los Talaveras, se tornaron enemigos irreconciliables. La mayoría de los patriotas ahora se sumaron a los que deseaban el pronto término del régimen realista. Sentían ahora en carne propia las tropelías de un regimiento que el rey había mandado expresamente desde España para azotarlos, apalearlos o insultarlos. En sus ojos, el Rey y los Talaveras eran uno sólo.
Curioso montaje del emblema del regimiento Talaveras
Cuando los primeros agentes de San Martín cruzaron la cordillera en la primavera de 1815, se encontraron con un ambiente muy distinto del que un año antes habían dejado los emigrados. Los recuerdos de los padecimientos de la revolución se habían desvanecidos, y los males del presente empezaban ocupar su lugar con rapidez.
Hay bastante exageración en los primeros comunicados de los agentes, pero en general fueron bien recibidos en los hogares de sus familiares, y lo más halagador fue comprobar la simpatía en el grueso de los indiferentes. Ya a partir de 1816 la propaganda de los revolucionarios empezó a caer en terreno fértil, principalmente entre el Aconcagua y el Maule.
La verdad es que el gobierno de Marcó no se ahogó en un charco de sangre como lo han hecho creer muchos historiadores. Los jefes realistas, casi todos hombres cuerdos, se dieron cuenta de la absoluta inutilidad de las medidas represivas. Así que hasta la llegada de las guerrillas, la política de Marcó se caracterizó por una gran sonajera de amenazas incumplidas, que a nadie atemorizaron. Con la aparición de las montoneras que tomaron por horas a Melipilla y San Fernando, el presidente extremó los bandos terroríficos. Ordenó formar en cada villa un consejo de guerra permanente. Pareciéndole que la prohibición de transitar a caballo dificultaba los movimientos de las bandas, dictó un decreto que prohibía circular en ellos… Obviamente nadie hizo caso a una medida que determinaba paralizar un país entero. A fin de restablecer la unidad de espíritu del país sin efusión de sangre, dictó un decreto que autorizaba a todos los patriotas para salir de Chile, garantizándoles que no se les seguiría ningún proceso a sus personas ni a sus bienes. Como era de esperarlo, los revolucionarios, que presentían el pronto triunfo de las armas patriotas, no se acogieron al ofrecimiento que les significaba abandonar su hogar, su patria, sus bienes y sus familias. El presidente, irritado con el fracaso de un ofrecimiento que creía generoso, siguió proceso a unos 300 patriotas, casi todos inofensivos, desterrando al Callao
“26 paisanos, 16 frailes y 1 clérigo” (Encina).
Aunque gobernaba un país veinte veces mas poblado que Cuyo, se topó con los mismos problemas financieros que San Martín. Los Mapuches y Huilliches radicados en la mitad austral, Vivian al margen de la civilización española, y Copiapó y Coquimbo carecían de fuerza económica. Los recursos entonces estaban limitados a la zona central de Santiago, bastante maltratada por la guerra civil y las posteriores exigencias de Osorio. El principal problema no era la pobreza. Marcó necesitaba arrancar recursos a un pueblo que le era hostil en su gran mayoría y que presentía el pronto termino del dominio español.
Recurrió, como General de los Andes, a los préstamos y contribuciones en especies. A fin de ahorrar la compra de mulas para el arrastre de la artillería, impuso a los dueños de calesas y otros vehículos la obligación de facilitar las suyas cada vez que el ejército las requiriese. Repartió también, con moderación y justicia, un donativo de 700 caballos para el ejército. La contribución de cada hacendado no debía exceder los 2 animales, y los pequeños quedaron exentos.
Hasta noviembre de 1816 pudo hacer frente a los gastos gracias al impuesto de $43.000 mensuales que Osorio había repartido por un año. Pero al expirar el plazo, el fisco iba a caer en falencia. Marcó procuró buscar otros tributos a fin de cumplir la palabra empeñada que la contribución solo duraría un año. Elevó los impuestos al trigo y la harina que se exportaba. Recargó los derechos de importación de azúcar y gravó los vinos. Con estas medidas creía poder aumentar las rentas por conceptos de aduanas en unos $10.000 mensuales, pero como el comercio con Argentina estaba interrumpido y el de Lima se había tornado irregular, las expectativas de mayores ingresos fue ilusoria.
No le quedó otra alternativa que un empréstito de $400.000 que repartió en todo el país con bastante equidad y sin distinción. Los bonos pagaban un interés de 5% y su reembolso quedaba garantizado, siempre y cuando triunfaran los realistas. Como todo el mundo confiaba en lo contrario, la colocación fue muy dificultosa.
Marcó, abandonado a si mismo, intentó reforzar el ejercito en la medida que los recursos del país se lo permitían, con bastante actividad y cordura. Pidió nuevos contingentes a Chiloé, mas la isla ya estaba exhausta y no pudo responder a la exigencia. Recurrió entonces a los pobladores de la intendencia de Concepción, sin mejores resultados. Del Maule al sur, el pueblo no quería oír hablar de guerra. Tuvo pues que recurrir al enrolamiento forzado, recurso peligroso en un pueblo que le era hostil. Se dio cuenta de la importancia de su posición estratégica, lo que motivo que se dirigiera al rey el 30 de octubre de 1816, solicitando que se le enviaran dos mil soldados de infantería y un regimiento de caballería desprendidos de las tropas de Morillo tenia en Venezuela. Mientras, luchó empeñosamente por vestir y disciplinar al ejercito de Santiago, recomponía fusiles, fortificaba Talcahuano, hacia disciplinar las milicias y procuraba organizar nuevos cuerpos con los ex soldados de los ejércitos de Pareja y de Gainza. No se exagera la ineptitud de Marco como general en jefe, pero se incurre en un error al ocultar sus dotes de organizador y el empeño que puso al intentar conjurar una catástrofe que veía con clarividencia.
Reemplazó a los jefes criollos, que eran valientes y leales, pero incapaces de inculcar a sus tropas la pericia y la disciplina de los ejércitos europeos. Con el concurso de Atero, Olaguer Feliú, Cacho, Morgado, Carvallo y una docena más de oficiales españoles competentes, elevó la disciplina de los cuerpos realistas a un nivel desconocido en los ejércitos de la América Española, excepto el de los Andes, pues hasta Chacabuco, nadie se dio cuenta de la calidad de las tropas de San Martín. Entre los batallones de Marcó y los que mandaron Mackena y O´higgins había una distancia sideral.
Según la revista pasada en el mes de enero de 1817 por el oficial real José Ignacio Arangua, el ejercito realista se componía de
“4.037 hombres acreditados, bien vestidos y disciplinados”. Con los jefes y oficiales y algunos ligeros aumentos, su efectivo total, según el informe del brigadier Maroto, de fecha 17 de abril de 1817, era de 4.317 hombres, sin tomar en consideración los destacamentos de artillería de Coquimbo, de Valparaíso y de los buques armados en Guerra. Ateniéndose al mismo informe, las dotaciones por cuerpo eran las siguientes:
Infantería
Batallón Concepción, comandante J.J. Campillo 800 hombres
Batallón Chillán, comandante José Alejandro 700 hombres
Batallón Chiloé, comandante José Arenas 420 hombres
Batallón Valdivia, comandante José Piquero 320 hombres
Batallón Talaveras, comandante Rafael Maroto 444 hombres
Batallón fuerzas destacadas en Valdivia 200 hombres
Total 2.884 hombres
Caballería
Carabineros de la Concordia, comandante Antonio Quintanilla 263 hombres
Húsares de Abascal, comandante Manuel Barañao 370 hombres
Dragones de la Frontera, comandante Antonio Morgado 600 hombres
Total 1.233 hombres
Artillería
Dos Baterías, comandante Fernando Cacho 200 hombres
Los historiadores culpan mucho a la ineptitud de Marcó la perdida de la revolución en Chile. Esta afirmación es cierta sólo en parte. El error del gobierno español no sólo fue encargarlo en un puesto para el cual no estaba preparado, si no además fue dejarlo solo, abandonándolo a su propia suerte, negándole los refuerzos de soldados y los recursos que la mas elemental intuición política y militar aconsejaba remitir a Chile sin medir los sacrificios. El virrey sólo le envió 8 cañones, 180 fusiles y 300 quintales de pólvora, y el ministro de España en Rio de Janeiro, 500 fusiles usados, muchos de mala calidad.
Fue el único que vio con claridad los peligros militares del ambiente adverso. Nadie divisó con más claridad que él la imposibilidad de defenderse por largo tiempo contra el ejército de Los Andes, que dentro de las idas de la época, podía cruzar la cordillera desde Copiapó a Valdivia y aprovechar las coyunturas que le brindaban la situación interna de Chile. Fue también el primero en presentir el desastre, si no se le auxiliaba con unos 2.600 soldados españoles de primera clase. Su concepción estratégica de que era necesario mantener el ejército concentrado en Santiago, listo para obrar según las circunstancias, contrasta con la miopía de Ordóñez y de todos sus tenientes, empeñados en defender Valdivia, Concepción, Coquimbo, San Fernando, etc. En carta a Ordóñez expresaba esta concepción estratégica:
“Me veo obligado a mantener desamparadas las extremidades del territorio por cubrir el centro de esta capital como punto que encierra toda la riqueza y toda la fuerza moral del reino, y único que ocupa las verdaderas miras del enemigo”. Para lograr el objetivo, Marcó debía mantener reunidos un ejercito entre 3.000 a 4.000 hombres, confiando a las milicias las defensas de las villas. El enemigo no contaba más que con tres pasos para llegar al centro de Chile, que son Los Patos, El Planchón y Uspallata. Manteniendo la defensa en Chacabuco o Colina, era posible derrotar al ejército invasor.
Pero mientras preconizaba este plan, ordenó todo lo contrario. Adoptó tapar todos los portillos de la cordillera y defender todas las costas del reino, para evitar que San Martín se colara tal como lo hacen los ratones en una despensa. ¿Qué le ocurrió?, pues lo mismo que a Carrera. Incapaz de tomar una decisión cualquiera, propia o ajena, llevaba a una resolución tras otra. Él mismo dice en sus escritos que sabía que las noticias del paso de tropas por uno u otro lado eran simples ardides de San Martín para distraerlo, pero igualmente malgastó recursos en perseguir cada uno de estas pistas, distrayendo y dispersando fuerzas dentro del territorio.
A pesar que para fines de 1816 las armas del rey estaban triunfantes en toda América, en la partida de Chile, los dados recién estaban tirados.