El Ejército de Los Andes

Historia Militar de todas las épocas en las que directamente ha intervenido dichos países. Hasta el 2006.

Moderador: Miguel Villalba

HONDERO
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por HONDERO »

Hola.

Don Luis, una crítica constructiva.

Han pasado 5 días, y espero ansioso leer como sigue.

Si bien he leido sobre el tema, me parecé más apasionante e ilustrado sus comentarios, que los del aburrido Mitre (sí, me lei el libraco, sobre todo la parte que ese general fracasado se permite dar consejos de estrategía a San Martín).

La única crítica que tengo, es que me recarcome la ansiedad.

Saludos.


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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

La Guerra de Zapa

Apenas se lo permitieron las turbulencias de Los Carrera, San Martín inició lo que llamó la guerra de zapa, o sea, la adquisición de información sobre las fuerzas enemigas, la propaganda revolucionaria y el desgaste nervioso y moral de los mandatarios españoles, mediante una red de noticias falsas y de engaños, que los mantenían desinformados y en continua inquietud. Empezó por valerse de arrieros y otros individuos más o menos avisados, cuya vuelta a Chile pasaba inadvertida. Pero pronto empleó oficiales del ejército. Fingiendo pleitos con dos oficiales carreristas, Pedro Aldunate y Pedro de la Fuente, los confinó a San Luis. Desde ahí se fugaron separadamente a Chile y se presentaron ante Osorio, exponiendo su arrepentimiento y su lealtad al rey. Osorio, desconfiando los mantuvo en custodia, pero finalmente los liberó.
Otros oficiales pasaron a Chile de la misma manera, Diego Guzmán, Ramón Picarte, Juan Pablo Ramírez, Antonio Merino, Manuel Rodríguez y Santiago Bueras.
San Martín dirigía personalmente las labores de estos agentes, escribía por su mano la correspondencia con ellos y señalaba a cada uno su papel en la complicada estratagema que había elaborado. Al mismo tiempo entabló correspondencia con Osorio a través de un español conocido por ambos. Osorio respondió con cautela el 21 de enero de 1815, pero a través de ella, San Martín se convenció que no habría ninguna expedición ese verano. Los primeros informes que hicieron llegar los agentes en Chile, confirmaron esa impresión.
El segundo resultado de la labor de los agentes fue el descubrimiento de los espías en Mendoza. San Martín los aprovechó de forma maestra. Al fraile franciscano Bernardo López lo interceptaron camino a Mendoza con cuatro cartas ocultas en su sotana, que contenía a la vez los nombres de destacados personajes mendocinos. Inmediatamente, se hizo llamar separadamente a los cuatro involucrados, condenándolos a la pena de muerte por traición, pero conmutándoles la sentencia a cambio de cooperar en labores de contra-espionaje. De esta manera, San Martín dirigía las cartas a Osorio y las hacia firmar por sus agentes, engañándolo completamente.
En los últimos meses de 1815 los datos de los agentes en Chile adquirieron mucha firmeza y exactitud, conteniendo informes sobre las fuerzas de línea, sus movimientos, su preparación, etc. San Martín sacó a los oficiales carrerinos un rendimiento asombroso. Pero en la guerra de engaños empleó también otras armas. Existía en Mendoza un vecino respetable llamado Pedro Vargas, hombre taciturno que patriotas y realistas creían indiferente. Vargas, molesto por unas cuentas con San Martín, se volvió opositor furibundo, al punto que hubo que multarlo y trasladarlo confinado a San Luis. Los patriotas, enfurecidos, renegaron de él y hasta su propia mujer solicitó el divorcio. Obviamente atrajo primero las simpatías y después la confianza de los realistas. El 20 de marzo de 1819, un decreto de San Martín ordenaba que “se le reintegrase en su honor y fama de buen patriota y se le declare digno de la gratitud nacional para que todo se ponga en antecedentes”.
Vargas, quien había pasado a ser la cabeza del movimiento realista mendocino, no solo había mantenido al corriente de cuanto paso daban los espías, sino que también le había procurado diez firmas de Felipe Castillo Albo, prestigiosos realista confinado en Mendoza. San Martín recortó estas firmas y las utilizó en su correspondencia con Marcó. “Desde ese día, Marcó fue un títere manejado por los hilos secretos de las variedades combinaciones de San Martín” (Mitre).
En la segunda parte de la guerra de zapa, se amoldó la necesidad de facilitar el paso de los andes, provocando la dispersión de las fuerzas realistas concentradas en Santiago. Para lograrlo, San Martín procuró engañar a Marcó sobre la expedición, ora por el sur, ora por el norte, y fomentar las guerrillas, que lo obligaron a distraer fuerzas.
Las noticias deslizadas en las cartas de Castillo Albo confirmaron a Marcó entre otras cosas la debilidad de las fuerzas patriotas. Pero fue la noticia del enrolamiento de los esclavos negros lo que más contribuyó a generalizar una idea despectiva del bullado ejército de los Andes. En Chile, donde el esclavo suministraba un infante muy inferior al criollo, se vio en el arbitrio un recurso extremo y ridículo. Entre los realistas, se sacaban alegres cuentas de lo que iban a producir los negros cajeándolos por azúcar en el Perú; y San Martín cuidaba de referírselos en el campamento a fin de irritarlos contra los maturrangos.
Entre las estratagemas ideadas para dividir al ejército realista en vísperas de la invasión, la más eficaz fue el pacto de alianza con los indios Pehuenche en el sur de Mendoza. San Martín celebró personalmente un parlamento con los caciques y obtuvo que le dieran paso libre por sus tierras, para invadir Chile con el ejército de los Andes por el sur, y que le socorriesen con ganado, el cual pagaría con un precio justo. Después de una borrachera de ocho días gracias a las cargas de vino que llevaba, los caciques volvieron a sus tierras. Poco mas tarde, el mismo San Martín remitía a Marcó la noticia.

Otro aspecto importantísimo acontecido durante este período fue el levantamiento topográfico de los pasos cordilleranos destinados al cruce. Aunque existía en Chile un croquis del valle de Putaendo desde la cumbre de la cordillera hasta la villa del mismo nombre levantado por Joaquín Toesca a fines del siglo XVIII, y corría impreso un excelente plano del camino de Uspallata, obra de los ingenieros Bauzá y Espinosa, ni San Martín ni Marcó tuvieron noticias de ellos. Parece que el primero se formó el concepto desde el principio que solo cabía escoger entre el paso del Aconcagua, utilizando los senderos de los Patos y de Uspallata o el Planchón, a la altura de Curicó. Para ello requería datos más exactos, desde el punto de vista militar, que los que era capaz de suministrar arrieros y negociantes que transitaban por ellos. Había advertido la admirable memoria topográfica de su ayudante el sargento mayor de ingenieros José Antonio Álvarez Condarco, y resolvió utilizarla para adquirir los datos que necesitaba. Tomando por pretexto la comunicación de la Independencia de las provincias del Rio de La Plata, lo despachó hacia Chile con la investidura de parlamentario. Temiendo que Marcó sospechara del verdadero objetivo del viaje, lo proveyó de cartas de Castillo Albo y de otros realistas prestigiosos, en los cuales recomendaba la conducta benévola que Álvarez Condarco había observado con ellos.
Cumpliendo su itinerario, éste escogió el camino de Los Patos, que era el más largo, tomando nota a su paso de todo lo que pudiera interesar para la travesía del ejercito, pero sin confiar nada al papel. Marcó supuso antojadizamente que el parlamentario era portador de una proposición de advenimiento, y le guardó grandes consideraciones, mas cuando se impuso del verdadero contenido del pliego, hizo quemar en la plaza publica la copia del Acta de Independencia. Sin embargo, contrariamente a lo que era de temer, trató con miramientos a Álvarez Condarco, limitándose a notificar al gobierno de Mendoza que en lo sucesivo los parlamentarios serian considerados como espías. El 13 salía Álvarez Condarco de Santiago por el camino de Uspallata, que precisamente era el que necesitaba recorrer para completar sus informaciones, y el 21 estaba en Mendoza de regreso. Con los informes de este Ingeniero, que confirmaron el hecho que los pasos estaban expeditos, San Martín elaboró su plan.


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Manuel Rodriguez


La tercera parte de la guerra de zapa vio aparecer las guerrillas. La figura que ha llegado a encarnar la más romántica imagen de esta etapa de la guerra es sin duda Manuel Rodríguez Erdoiza. Abogado de profesión, ministro de hacienda durante la patria vieja, emigró a Mendoza después de Rancagua. Espía, encargado de servir de enlace entre los patriotas a uno y otro lado de la cordillera, su accionar durante este periodo se puede calificar de excepcional.
Con los disfraces de fraile franciscano, o de arriero, o de vendedor ambulante atravesaba la cordillera y llevaba aquí y allá el mensaje necesario. Su rastro era seguido con pasión por los agentes del gobierno, y Marcó llegó a ponerle precio a su cabeza. Su audacia no tenía límites, y lo llevo a practicar su más famosa anécdota. No conociendo al gobernador en persona, fue una mañana a esperarlo como mendigo a la entrada del palacio de gobierno. Cuando Marcó llegó, Manuel Rodríguez se le acercó a ayudarlo a bajarse de su carro. El gobernador en agradecimiento le dio una buena propina.
Siguiendo la inclinación de su genio, Manuel Rodríguez relegó el envío de noticias e inicio las guerrillas en el otoño de 1816. José Miguel Neira, antiguo ovejero de la hacienda de Cumpeo, capitaneaba una partida de salteadores, que era el terror de los campesinos radicados entre el Cachapoal y el Maule, sin distinción de patriotas o realistas. Sus hazañas lo habían llenado de gran prestigio entre los malhechores de la región. Manuel Rodríguez concibió la idea de convertirlo en guerrillero patriota, y no tardó en entenderse con él para operar juntos. Como Neira, al convertirse en guerrillero no renunció a sus actividades de salteador, Marcó y Sánchez tardaron en darse cuenta de la transformación. Por lo demás, hasta entrado el invierno, la banda de salteadores no había tomado aspecto de guerrilla más que en la imaginación de Manuel Rodríguez. Todo su armamento consistía en los dos fusiles, las dos tercerolas, las cuatro pistolas y unos pocos sables que los bandidos empleaban en los asaltos.
En el invierno, las actividades de la banda disminuyeron y Marcó creyó que se había disuelto, pero en la primavera, reapareció convertida en una banda mixta de salteadores y de guerrilleros regularmente armados. Manuel Rodríguez había ido a Mendoza en el otoño de 1816, y había traído armas, municiones y un despacho de San Martín que concedía a Neira el grado de Coronel de Milicias. El bandido continuó sus actividades lo mismo que al comienzo. Los galones de coronel no cambiaron sus instintos. Un día asesinaba al mayordomo de una hacienda, al otro caía sobre soldados dispersos o amagaba los alrededores de los pueblos, sembrando el terror y la consternación entre los pobladores. Una vez estuvo a punto de fusilar al oficial patriota José Manuel Borgoño, acusándolo de realista pero con el propósito real de adueñarse de su casaca militar.
Las montoneras organizadas sobre la base de asaltantes tenían el grave inconveniente de que sembraban el terror entre realistas y patriotas, y a la larga sus resultados tenían que ser contraproducentes, pero eran dirigidas por hombres diestros, conocedores del terreno y avezados en la lucha contra las autoridades. En cambio, las organizadas por jóvenes patriotas sin experiencia, corrían el riesgo de terminar rápidamente en una catástrofe. Fue lo que ocurrió con la de Traslaviña en Quillota. Por recomendación del coronel Portus, uno de los carrerinos que acompañaba a San Martín, este se había dirigido al joven Juan Jose Traslaviña, recomendándole que organizara una guerrilla entre Aconcagua y Quillota. Denunciados por un sargento cuyo concurso solicitaron, en la mañana del 5 de diciembre de 1816, colgaban de la orca en la plaza de Santiago.
En cambio, Manuel Rodríguez, aunque falto de juicio, tenía muchas de las dotes de guerrillero: la fertilidad de imaginación, la audacia, la simpatía y el conocimiento profundo del carácter del pueblo chileno de su época. Sus dotes naturales, educado por las lecciones de Neira, habían transformado en cortos meses al antiguo abogado y funcionario, en guerrillero diestro. En los últimos días de diciembre recorría los campos solo en compañía de su asistente. Logro atraerse a tres campesinos más, y formar una banda de cinco individuos. En la mañana del día 4 de enero de 1817, la banda se colocó en el camino que conduce de Melipilla a Santiago. Allí atajó a los transeúntes y les prometió conducirlos al pueblo de Melipilla, para saquear la tesorería y el estanco, logrando juntar cerca de 80 individuos. A las9 AM la banda entraba en Melipilla, dando atronadores vivas a la patria, y sin tropezar con ninguna resistencia, se apoderaron de $2.000. Manuel Rodríguez se dirigió a la plaza y arrojó el dinero a la muchedumbre. El pueblo, al entender que se trataba de reparto de dinero, se apresuro a reunirse y dando vivas a la patria procedió a asaltar el estanco.
Días más tarde, otro grupo de patriotas asestaba el golpe más audaz y mejor combinado de la guerra de zapa. Un grupo de 150 patriotas al mando de Juan Pablo Ramírez, tomaron por asalto la noche del 12 de enero la ciudad de San Fernando. Armados de chuzos, palas, garrotes, puñales, sables y unos cuantos fusiles y pistolas, la empresa era riesgosísima, pues la ciudad estaba resguardada por un piquete de 80 carabineros de línea a las ordenes del capitán Osores. Al grito de ¡Viva la Patria! Y ¡Mueran los sarracenos!, un numeroso gentío, atraído por la novedad o las esperanzas de saqueo, se le había sumado. Las autoridades y el pueblo en un primer momento creyeron que se trataba de la vanguardia del ejercito de San Martín, mas el capitán Osores, sin preguntarse quien eran los asaltantes, se dispuso a defender hasta el ultimo trance la casa que le servia de cuartel, apostando tiradores en los tejados y en las ventanas. El asalto pareció por un momento frustrado, pues la banda no podía sostener ni siquiera un ligero tiroteo contra tropas de línea. Sin embargo, un nuevo acto de audacia y una nueva estratagema les iba a dar el triunfo. A la voz de ¡Avance la artillería! Arrastrando cuatro cueros cargados de piedras, que simulaban el rodar de la artillería, se aproximaron al cuartel. Los soldados realistas abandonaron sus puestos y saltando las tapias huyeron a la desbandada, antes de perecer entre los escombros que en su pánico, veían reducido el cuartel.
A diferencia de la sorpresa de Melipilla, que no pasó de ser una burla de Manuel Rodríguez, la de San Fernando pesó en el desenlace de la campaña. Marcó, perdido el control de sus nervios, el 15 de enero enteraba en San Fernando 1.400 soldados de línea.
Los realistas tomaron su desquite el 24 de enero en el asalto frustrado de Curicó. Un joven aristócrata, Francisco Villota, administraba una hacienda de su familia en Teno. Entusiasmado por el éxito de Ramírez intentó repetir la hazaña en Curicó. La empresa era sencillamente una locura. Esta plaza estaba resguardada por más de 150 hombres de línea, sin contar los destacamentos acantonados en los suburbios. Villota la atacó de sorpresa el 24 de enero con unos cien campesinos, armados de garrotes, chuzos y uno que otro fusil. Como era de esperarse, fue rechazado, dejando en el campo varios muertos y heridos.
Villota, que era tan valiente como aturdido, lejos de intimidarse, reorganizó la montonera en la hacienda de su padre y se encaminó a reunirse con los patriotas al otro lado de la cordillera. El capitán Lorenzo Plaza, destacado en su persecución, lo alcanzó y destrozó en la hacienda de Huenul. Villota, tratando de salvar a los suyos, les mandó huir mientras él solo sujetaba a los enemigos. Gracias a su destreza de jinete y a al generoso caballo que montaba, logró entretenerlos por un rato. Mas su caballo se empantanó en una ciénaga y viéndose perdido se desmontó para seguir peleando a pie, hasta que un sablazo por la espalda “separó su alma del cuerpo”.
Dejando de lado a Neira, que nunca pasó de ser un simple bandido, las tentativas de Rodríguez, Ramírez y Villota se disolvieron como globos de jabón, pero pusieron en manifiesto un hecho capital: la clase media y el pueblo, si no albergaban aún el verdadero sentimiento del patriotismo, en su inmensa mayoría habían dejado de ser realistas y sus simpatías estaban ahora contra los españoles.
El mismo día de la muerte de Villota, salía San Martín desde Mendoza a reunirse con la retaguardia del ejército en Los Patos. La expedición había comenzado.
Señora!!!....El Chileno no se rinde!!!!
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

El Ejército de Los Andes.

El plan de Calos Alvear era asumir el mando del ejército de Salta, rendir a Montevideo y reforzado con las tropas que el término del asedio dejaba libres, emprender una vigorosa campaña contra las fuerzas realistas del Alto Perú. Más el ejercito de Salta, comandado por José Rondeau, se negó a acatar su nombramiento de general en jefe. Pensó primero en imponerse por la fuerza, pero reflexionando, prefirió hacerse proclamar Director Supremo. Regresó entonces a Buenos Aires e hizo que su tío Posadas renunciara, dejando el camino libre para que la junta lo nombrara Director Supremo. La cordialidad de los primeros años entre San Martín y Alvear se había desvanecido, causada principalmente por diferencias de carácter y de opinión sobre la dirección que debía tomar la revolución. Además, Alvear desde España era amigo de Carrera, ya mortalmente enemistado con San Martín. Comprendiendo que iba a ser removido, San Martín se adelantó y renunció el 20 de enero de 1815. Alvear gustoso le concedió licencia indefinida y lo reemplazó por el coronel Gregorio Pedrel. El 14 de febrero de 1815 se supo en Mendoza que San Martín había sido reemplazado en la gobernación. Los pobladores de Cuyo, siguiendo el ejemplo del ejercito de Salta, movidos además por el temor de una invasión realista, por la admiración a este jefe y por la fe mística que le promulgaban, se negó a aceptar a Pedrel. Se desarrolló una resistencia pacifica que el propio San Martín mantuvo dentro del orden y de una aparente legalidad, tan firme, que Alvear retrocedió, dejando al arbitrio de San Martín proseguir en el mando, agradeciéndole sus esfuerzos por calmar los ánimos y mantener el orden. Finalmente, luego de tres meses y siete días, Alvear fue depuesto del mando el 17 de abril de 1815, y sucedido por el mismo Rondeau.
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Personajes de la época

La caída de Alvear concluyó con el plan de Carrera de acaudillar la expedición argentino-chilena destinada a recuperar Chile. Todo inducía a pensar que una vez consolidado en el poder, Alvear le confiaría el mando de la expedición. Caído Alvear, Carrera no podía esperar nada de Argentina. Pronto se dio cuenta de que no tenía expectativas de cambiar la disposición de ánimo del gobierno argentino. No expedicionaria sobre Chile sino después que desaparecieran las amenazas de Montevideo y Alto Perú, y cuando resolviera hacerlo, no le confiaría el mando de las fuerzas. Pero en vez de desanimarse, resolvió buscar en otra parte las armas y los recursos que le negaba la republica hermana. Por consejo de David Jewett, se embarcó rumbo a estados Unidos el 9 de noviembre de 1815. Los acontecimientos habían removido el primer obstáculo con que tropezaría San Martín en la realización de su plan libertador. La ausencia de Carrera permitió que se impusiera a la opinión argentino-chilena e hizo posible una tregua en las diferencias internas de los patriotas chilenos enfocándolos, como a Manuel Rodríguez, en debilitar la posición de los realistas en Chile.
Al llegar a Mendoza, San Martín traía ya esbozado en líneas generales el plan que debía conducir a la independencia de los virreinatos de buenos Aires y Perú, y la Capitanía General de Chile, y gracias a su efecto dominó, las de Quito, Nueva Granada y Venezuela. Sus líneas generales eran de una extrema sencillez: pasar los Andes al frente de 4.000 argentinos bien disciplinados; liberar a Chile, adueñarse del pacifico y asestar el golpe de gracia en Lima. En Mendoza la primera etapa se convirtió en un plan estratégico definido. Nada de levantamientos aislados en Chile. Un solo golpe contundente asestado al enemigo en la misma capital y su completo aniquilamiento para evitar la prolongación de la lucha.
Estas ideas nos parecen hoy de una sencillez extrema, se nos imponen con tal evidencia que no acertamos a concebir como pudo haber hombres con sentido común a los cuales no se les ocurriera. Durante los primeros meses de su mando en Cuyo, tuvo que abocarse a la tarea de convencer a los dirigentes argentinos de la viabilidad de su plan. En los años transcurridos entre su primera carta a Rodríguez Peña (22 de abril de 1814), hasta la aceptación oficial por Pueyrredon el 16 de junio de 1816, no dejó recurso por tocar. Alarmó a unos con posibles agresiones realistas a través de los Andes, a fin de arrancarles la autorización necesaria para organizar en Cuyo un batallón. Habló a Álvarez Thomas de la posibilidad de una expedición de socorro a los levantamientos eventuales de los patriotas chilenos, a fin de obtener armas y municiones. Expuso escuetamente su plan a otros, cada vez que se le presentó la ocasión. Se sirvió del cabildo de Mendoza y de su comisionado en Buenos Aires, el impetuoso doctor Manuel Ignacio Molina. Se hizo de dos aliados valiosísimos, el secretario de guerra, coronel Marcos Balcarce y en el primer oficial de la misma secretaría Tomás Guido. Finalmente, apoyó en sigilo la candidatura de Pueyrredon, exigiendo como moneda de cambio su apoyo a la expedición a Chile.
La organización de las primeras unidades del ejército de los Andes con los recursos de Cuyo, tuvo por objeto achicar las exigencias de soldados y dinero al gobierno de Buenos Aires, a fin de decidirlo. El rendimiento militar que obtuvo de estas provincias constituye la página más admirable de la historia de la independencia de América española. Pero, ¿Cómo logró el milagro?, como siempre, utilizando los caminos mas variados, sin perder de vista la meta final. San Martín había empezado por identificarse con la región y con su espíritu tradicional. Se había erigido en el titular del progreso material y moral, mejorando canales de riego, embelleciendo paseos, fomentando la instrucción, propagando la vacuna, organizando todos los servicios y velando por sus gobernados con amor patriarcal.
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Mendoza en 1860
El pueblo de Mendoza veía la economía inteligente con que se realizaban los preparativos de la empresa, palpaba los milagros que el gobernador hacía con los donativos o las contribuciones. Pero sin duda, el agente más eficaz fue el ejemplo vivo de la sobriedad, la disciplina, el trabajo metódico y el espíritu de sacrificio. Había renunciado a la mitad de su sueldo para tener el derecho a exigir lo mismo a empleados y militares. Llevaba una vida sencilla y austera. Vestía el sencillo uniforme de los granaderos a caballo y el clásico sombrero de hule. Trabajaba desde la madrugada hasta mediodía con sus secretarios. A esa hora comía dos platos, generalmente puchero o asado; algunos dulces mendocinos y tomaba dos vasos de vino. Reanudaba la tarea después de un ligero paseo. En la tarde inspeccionaba los cuarteles y los establecimientos públicos. En la noche recibía los vecinos. A las diez tomaba una colación y reanudaba las tareas hasta altas horas de la noche. Pronto se produjo el ascendiente místico. Los cuyanos y todos los que estaban cerca, sentían la sensación de seguridad que irradiaba su persona.
Al finalizar 1815, San Martín tenía en cuyo el destacamento de 143 artilleros que le había remitido el gobierno de Buenos Aires el 17 de octubre de 1814, al mando del capitán Pedro regalado de la Plaza; dos compañías del batallón Nº 8, que vinieron a cargo del sargento mayor Bonifacio García, y que había elevado a 300 hombres; el batallón de infantería Nº 11, fuerte de 655 plazas, organizado en Cuyo, sobre la base de los 200 auxiliares con que Las Heras volvió de Chile; dos escuadrones de granaderos a caballo con 415 plazas, despachado de Buenos Aires el 1º de agosto de 1815 y unos 30
Blandengues, encargados de la defensa de la frontera sur. El total de la fuerza de línea ascendía entonces a 1.543 hombres. El número de cañones era de 17. Estas fuerzas no aumentaron sensiblemente en el verano de 1816. En abril de este año sólo ascendían a 1.773 soldados. Los milicianos de Cuyo sumaban 4.344 hombres, en su mayor parte de caballería, sin instrucción militar, utilizables sólo en los transportes y otros servicios auxiliares. El número de jefes y oficiales, incluyendo los milicianos, alcanzaba a 215.
San Martín deseaba aumentar dentro de Cuyo las fuerzas de línea, pues mientras menores fueran sus exigencias de tropas al gobierno de Buenos Aires, aún empecinado en proseguir la guerra del Alto Perú, tantas mayores posibilidades tendría de que se aceptara su plan de los Andes. Pero al mismo tiempo no quería arruinar económicamente a la provincia, dejando sus industrias sin brazos. Aparte del malestar interior consiguiente a la ruina económica, segaría la más segura fuente de recursos con que contaba para organizar el ejército.
Estas dos consideraciones lo movieron a intentar la formación de batallones chilenos. Al principio, se había empeñado a remitir a Buenos Aires a los oficiales y soldados que tramontaron los andes con O´higgins y Carrera, para que se enrolaran en los ejércitos de Santa Fe o del Alto Perú, temiendo que la proximidad de Mendoza a su patria los indujera a regresar a Chile. Pero ahora, la proximidad de la expedición, no sólo alejaba ese peligro, si no que induciría a todos los chilenos residentes en Argentina a enrolarse y sumarse a otros miles que cruzarían la cordillera para enrolarse y pelear por la libertad de su país. Fue un fracaso total. Volvieron a revivir los pleitos entre carrerinos y anti-carrerinos. A los primeros, solo les importaba su caudillo. Los segundos, solo eran una masa de oficiales, sin soldados. La llegada de O´higgins desde Buenos Aires, aumentaron los odios a tal magnitud, que San Martín y el gobierno argentino se vieron forzados a optar por uno de los dos bandos.
Convencido del error, San Martín incorporó a los regimientos argentinos los pocos soldados chilenos que habían acudido, y con los oficiales formó cuadros listos para servir de base a la organización de nuevos batallones en Chile. Así pues, cuando Pueyrredon aceptó el plan de San Martín el 24 de junio de 1816, el ejército de los Andes no contaba con más de dos mil soldados. Tropezó además con enormes dificultades para completar los regimientos faltantes. En Mendoza no había armas, municiones, fabrica de pólvora, maestranzas, vestuarios ni servicio medico. El gobierno de Buenos Aires tenía la vista fija en el ejército de Salta, y estaba escasísimo de pertrechos y con las arcas fiscales vacías. La distancia tornaba los acarreos lentos y onerosos. Las carretas demoraban por lo común más de un mes entre Buenos Aires y Mendoza. Y San Martín carecía de dinero para comprar en la capital la pólvora y el vestuario de la tropa. Lo más practico y económico era producirlo en Mendoza, transformando las industrias civiles en talleres militares y creando las que no existían. El dinero quedaría en la provincia como salario de sus pobladores o precio de sus productos, y podría volver a servir de base a nuevos donativos o contribuciones.
Lo que más urgía era formar una maestranza militar, capaz de abastecer a bajo precio todas las necesidades del ejército, y dentro de esas exigencias, lo primero era encontrar al hombre.
Entre la pléyade de sujetos que siguieron a Carrera, se encontraba el fraile franciscano Luis Beltrán o Bertrand. Joven Mendocino de treinta años, vehemente y alocado, dejó su convento para seguir a Carrera en la campaña de 1813. Favorecido por grandes dotes naturales de mecánico y químico, en el convento se había especializado en la confección de fuegos artificiales. En la campaña contra Pareja y en el sitio de Chillan, por iniciativa propia, se dedicó a la fabricación de municiones y a la reparación de cureñas y cañones, sin orden, sin estudios y sin que el general reparara en sus aptitudes. Después de Rancagua, había huido a Mendoza y San Martín, quien había oído hablar de sus aptitudes, le hizo extender el nombramiento de Teniente de Artillería del ejército argentino, le procuró libros para que estudiase, y le confió la organización de la maestranza. Beltrán cambió el hábito por la casaca de artillero, y el alegra calavera, que hasta entonces solo había fabricado balas, pólvora y cureñas entre misas y zamacuecas, desplegó una actividad y una inventiva prodigiosa. Su genio natural, dirigido hacia un trabajo metódico y organizado, dio rendimientos que hasta hoy asombran. Con el bronce de las campanas de Mendoza, fundió cañones y confeccionó balas rasas, granadas y tarros de metralla. Fabricó cureñas, bayonetas, mochilas, caramayolas, zapatos, arreos y sillas para el ejército y herraduras para los caballos y mulas. Sus talleres llegaron a contar con 300 operarios, a los cuales necesitó enseñarles todo. “De tanto impartir ordenes a gritos en medio del ruido ensordecedor de los martillos, que golpeaban sobre siete yunques, quedó ronco para el resto de sus días”.

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Talleres en Mendoza

Otro carrerino, el teniente Bernardo Berruela, fue su brazo derecho. Aunque invalido a consecuencia de las heridas de guerra, asombró a todos por su laboriosidad y prestó grandes servicios. El parque, la armería con su anexo y el taller de reparación de fusiles, los confió a los capitanes Pedro Regalado de la Plaza, argentino y Ramón Picarte, chileno.
Existía en Córdoba una fábrica de pólvora y otra en Tucumán. Se estimaba su costo en $ 8 la arroba. Utilizando los servicios de su ayudante, el ingeniero tucumano Álvarez Condarco, San Martín instaló una nueva fábrica en Mendoza, que movió con fuerza hidráulica. Hizo refinar el salitre de la región y entre los meses de enero y septiembre de 1816, se elaboraron 206 arrobas y 11 libras de pólvora excelente, a un costo de $ 3.50 la arroba.
El problema del vestuario era pavoroso. No había con que comprarlo en Buenos Aires. Los telares de San Luis eran insuficientes y tampoco era posible dejar a ala población civil desnuda. Pronto dio con Dámaso Herrera, uno de los emigrados chilenos, que entendía del mecanismo de los obrajes instalados por Manuel de Salas en el hospicio de Santiago, pero que perdió su tiempo en experimentos y ensayos mecánicos que no llevaron a nada práctico. Lo asoció con otro loco, un molinero Mendocino, de apellido Tejeda, músico y mecánico, al cual le había dado por el vuelo. Entre ambos locos construyeron en el molino del último una franela, el batan de San Martín, como lo bautizaron los cuyanos, que se teñía de azul, con un costo de $ 300 a $ 400. Según el propio San Martín, la vara resultaba en cuatro reales. Tejeda murió poco mas tarde como consecuencia de la caída de un tejado, desde el cual se lanzó a volar revestido en plumas. Las mujeres de Mendoza, siguiendo el ejemplo de algunas señoras, cosían gratuitamente la ropa.
La misma sagacidad, el mismo espíritu de orden y de disciplina, la misma economía y el mismo extraño poder para hacer rendir a los hombres, los recursos y hasta los elementos físicos todo su contenido, presidió la organización del ejército, en donde San Martín se movía a sus anchas. El doctor chileno Juan Isidro Zapata y el cirujano inglés Diego Parisién organizaron el servicio sanitario. Antonio Arcos, militar español afrancesado, asumió el cuerpo de ingenieros militares, después que Álvarez Condarco se hiciera cargo de las fábricas de salitre y pólvora. El sacerdote mendocino Lorenzo Giradles dirigió el servicio religioso en el carácter de capellán general castrense. El doctor Bernardo Vera y Pintado, sirvió el cargo de auditor de guerra. A él se debe la nueva ordenanza militar de 42 artículos que reemplazó a la española en el ejército de los Andes. Juan Gregorio Lemus, argentino, ocupó el puesto de comisario general de guerra, y Domingo Pérez, chileno, el de proveedor.

Hasta ese momento, todo el peso del gobierno civil, del mando militar y de los preparativos de la expedición, había recaído sobre San Martín. No tenía ministros ni secretarios capaces de auxiliarlo. No podía confiar en el doctor Vera, carrerista pacifico, pero carrerista al fin, y O´higgins carecía de dotes administrativas y organizativas. Esta era su situación cuando supo de un emigrado chileno, que había rehuido figurar en los bandos rivales, y que vivía del producto de una pequeña taberna en los alrededores de la ciudad, y al cual sus compatriotas apodaban “el filosofo”. Era un hombre taciturno, retirado, pero culto y muy inteligente. Se trataba de Jose Ignacio Zenteno. Escribano, apresado por Carrera, había huido a Mendoza a raíz del desastre de Rancagua, y se había mantenido en absoluto bajo perfil, hastiado de las rivalidades, pues bajo su caparazón de filósofo se ocultaba un carácter enérgico, reservado y leal, como buen español.
Lo ocupó primero como oficial de secretaría y mas tarde, el 13 de enero de 1816, creó para él el cargo de secretario del ejército. Poco a poco fue descargando sobre los hombros del nuevo colaborador el trabajo de oficina y aun el de organización. Sus aptitudes, incluso excedían a las de su jefe.

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José Ignacio Zenteno

El más difícil de los problemas que necesitó resolver San Martín fue el financiero. Los derechos de aduanas de la provincia de Cuyo generaban un ingreso aproximado de $18.000, pero esta renta procedía de los impuestos a las mercaderías que transitaban entre Buenos Aires, Chile, Lima y Paraguay. Al igual que a Marcó, la interrupción del comercio entre los antiguos virreinatos, afectó severamente las entradas por este concepto. Los ingresos actuales apenas alcanzaban a solventar los gastos de la administración civil, y ahora era necesario costear los preparativos del ejército, los sueldos, el alimento y el vestuario. El 14 de febrero de 1816, calculaba el gasto en $20.000 mensuales. Al comienzo creyó posible saldar el déficit con expedientes, mientras el gobierno de Buenos Aires lo socorría. Recurrió a donativos y empréstitos, que arrojaron $12.000. Hacia esa época, el gobierno de Buenos Aires había prometido ayudarlo con $5.000, pero sólo le hizo llegar $3.500, así que aún iba acumulando un déficit de $3.500.
Como los empréstitos y los donativos no podían continuar indefinidamente, recurrió al aumento de impuestos. A titulo de donativo, exigió una contribución de $ 0.5 a cada individuo por cada mil pesos de capital declarado, generando un ingreso de $1.100 mensuales. Otro impuesto a los vinos y aguardientes procuró otros $ 2.000 al mes. El impuesto a las carnes le procuró otros $ 800 mensuales. Incluso, llegó a cobrar un impuesto a los diezmos… Aún así, los nuevos impuestos no lograron financiar sus gastos, y tuvo que recurrir a otros expedientes. Aceleró la venta de inmuebles de los jesuitas, secuestró los bienes de los prófugos realistas, puso en remate las tierras públicas y recogió capitales de los muertos sin herederos. No desperdiciaba oportunidad para excitar la generosidad de los pobladores. Con motivo de la expedición de Morillo, que se creyó al principio se dirigía contra el Río de la Plata, publicó el 6 de junio de 1815 un bando solemne, en el cual llamaba a las armas a toda la población y exigía donativos para rechazar al invasor. Con ese mismo motivo, exigió un nuevo empréstito forzoso a los realistas de $ 18.000. Hizo que las damas de Mendoza, presididas por su esposa, doña María de los Remedios Encalada, se presentaran al cabildo y en presencia del pueblo se despojaran de sus joyas. Un poco mas tarde, suponiendo que si Juan Martínez de Rosas viviera, habría aportado con parte de su fortuna a la causa independentista, exigió a su albacea a contribuir con $ 12.000, extraídos de los bienes que dejara en Mendoza.
La conmutación de faltas y otros delitos leves por multas le procuró entradas de cierta consideración. Pero así y todo habría sido imposible costear y sostener los gastos del ejército, de no ser por la ayuda del gobierno de Buenos Aires, que elevó la subvención mensual a $ 8.000.-
Los troperos de Mendoza ofrecieron transportar gratuitamente las mercaderías que Buenos Aires hacia llegar, repartiéndolos entre sus convoyes de carretas. Tomaba en préstamo los caballos, las mulas los aparejos, las carretas y hasta las tinas para acarrear agua, y como todo lo devolvía religiosamente, los vecinos se apresuraban a anticipar sus ofrecimientos a las necesidades que presentían venir. Los estancieros alimentaban, por turno, los animales del ejército en sus alfalfales. Los artesanos trabajaban en los talleres cierto número de días sin más retribución que la comida. Es sencillamente admirable la destreza con que San Martín exprimió los recursos de la provincia de Cuyo, sin exasperar a sus habitantes y la energía que pusieron estos en una empresa lejana, cuya finalidad ultima era liberar a otros pueblos, y solo indirectamente afianzar su propia independencia.
Cuando ya parecía tener a los elementos al alcance de la mano para lograr su objetivo, un nuevo contratiempo vino a entorpecer el plan de los Andes. Balcarce y Guido, sus aliados en Buenos Aires, habían logrado conciliar la voluntad del director supremo Ignacio Álvarez Thomas a favor de su plan, pero las montoneras de Artigas obligaron a dejar para mejores días la reconquista de Chile. Sin darse por vencido, San Martín dirigió dos oficios, consultando instrucciones para “el siguiente verano”. El 9 de octubre le contestaba Álvarez Thomas que debía mantenerse a la defensiva. Descontento con la respuesta, movió a los cabildos de Mendoza, San Luis y San Juan para que representaran al gobierno de Buenos Aires la imposibilidad de aplazar por tiempo indefinido la expedición, los peligros de su retardo y la dificultad en afrontar por largo tiempo el gasto que representaba mantener el ejercito de los Andes. El 18 de diciembre contestaba la junta de Buenos Aires que no era posible acceder a la petición de los cabildos.
Esta negativa obedecía a un nuevo acontecimiento adverso. En la mañana del 6 de enero de 1816, un propio entraba a Mendoza despachado por el gobernador de Tucumán. Era portador de un oficio que comunicaba la espantosa derrota de Sipe-Sipe. El ejercito patriota, de más de 4.000 hombres que comandaba Rondeau, había sido batido por Pezuela. Once cañones y más de 1.500 hombres habían quedado en el campo de batalla y sus restos se retiraban en el más absoluto desorden y desmoralización. En ese momento, el ejército de los Andes era la única fuerza disponible para contener a Pezuela si este avanzaba sobre Buenos Aires. La desaparición del principal ejército argentino significaba la ruina de la revolución, por lo menos por una decena de años más, sin embargo, San Martín no se dejó llevar por el pesimismo, y divisó en la enorme derrota el comienzo de la realización de su plan. La dura lección convencería a los gobernantes que era una aberración buscar los caminos de Lima o de Buenos Aires a través del Alto Perú, los argentinos no volverían a repetir por quinta vez la tentativa, ni Pezuela penetraría en Salta, como temía el gobierno, y la opinión publica, a falta de otro plan, terminaría aceptando el ensayo de San Martín.
Comenzó por enviar misivas a Marcó, a través de sus contra-espías, informando que dejaba la provincia con una escasa guarnición. A continuación, informó al gobierno que “con esa tramoya, si el enemigo se confía, viene a buscarnos, y en los campos de Mendoza conquistamos Chile…”. Parece que este plan, que dependía de una información que nadie con sentido común tomaría en serio, resultó. Marcó no mordió el anzuelo, pero San Martín obtuvo lo que quería, pues el gobierno de Buenos Aires, ante el peligro de un avance del ejercito realista sobre Cuyo para darse la mano con Pezuela en Salta, no sólo no retiró el ejercito de esa provincia, si no que lo reforzó con 600 fusiles, 100 carabinas, 300 sables, municiones y otros artículos.
Mientras tanto, un abatimiento general se había cernido sobre el pueblo de Mendoza. Vecinos, oficiales y tropa estaban desmoralizados con el desastre de Sipe-Sipe. A mediados de enero, San Martín organizó un asado campestre reuniendo a los oficiales, jefes y autoridades. Cuando las lamentaciones, único tema de esos días, alcanzaron la nota alta, se puso de pie y propuso un brindis “por la primera bala que se disparase al otro lado de los Andes contra los opresores de Chile”. Una onda eléctrica brotó de sus ojos y del tono de su voz, estremeció a los concurrentes, y pasando del pesimismo cerrado a la confianza ciega, pronunciando hurras a la libertad de América.
A pesar de esta situación, el gobierno lo volvió a abandonar. Dice san Martín en su diario que en vez de apoyarlo con dinero, tuvo que entregar $ 7.000 y pagar de su bolsillo las mulas, los pertrechos y hasta a los transportistas con los cuales llegaron desde Buenos Aires el ultimo envío de municiones.
Pronto se le presentó de nuevo la oportunidad de insistir en su idea. El gobierno pidió a San Martín que organizara una división y la hiciera pasar al norte de Chile, para fomentar un levantamiento y de esa manera interrumpir las líneas de abastecimiento de Pezuela con el Alto Perú. El general contestó por oficio del 29 de febrero de 1816 que era imposible sostenerse en Coquimbo con la cordillera cerrada y sin contar con el control del pacifico. Las fuerzas realistas darían cuenta en corto tiempo de la pequeña división, perdiéndose hombres, pertrechos y dinero. Era mejor realizar una invasión por Uspallata o el Planchón, con un ejército de 4.000 hombres, unos $60.000, 3.000 fusiles de repuesto, sables y artillería para armar un segundo ejército en Chile. Álvarez Thomas, cediendo a la influencia de Guido, acogió las objeciones contra la campaña de Coquimbo y aceptó en principio la campaña general propuesta por San Martín, instruyéndolo de ejecutarla en la primavera próxima y prometiendo el envío de los elementos que faltaban. Sin embargo, renunció el 16 de abril, sin cumplir nada de lo propuesto.
El nuevo director supremo interino, general Antonio Gonzalez Balcarce, sin ser un partidario decidido del plan de San Martín, se mostraba dispuesto a apoyarlo, en parte influenciado por su hermano, el coronel Marcos Balcarce. Esta circunstancia alentó a Tomás Guido, subsecretario del ministro de guerra en ese entonces, a redactar un informe en el cual expuso que a raíz de la experiencia recogida en la guerra del Alto Perú, era necesario un cambio de estrategia, recuperando el gobierno de Chile ya que era el único flanco por donde el enemigo se presentaba mas débil, además era el mas corto para liberar a Lima y además porque se contaría con un aliado que protegería y consolidaría la libertad. Sin esperar respuesta, dirigió un oficio a San Martín pidiéndole la elaboración de un plan ofensivo para operar al otro lado de los Andes.
Mientras tanto, San Martín había buscado otros caminos subterráneos para asegurar la consolidación de su proyecto. Visualizando la lucha política que venía, se hizo proclamar candidato al cargo de Director Supremo. Aunque al principio Belgrano era el sucesor con mas probabilidades, pronto se le dejó a un lado. Las opiniones se dividieron entre el mismo San Martín, Pueyrredon y Gascón. Un grueso grupo de diputados provincianos, seguramente azuzados por el mismo San Martín, se opusieron a su elección, “por perjudicial a su provincia”. Con esta maniobra, Juan Martínez de Pueyrredon resultó elegido por unanimidad el 3 de mayo de 1816. Pareciera ser que San Martín, moviendo los hilos de la Logia, logró que su fuese autorizado su plan a cambio de dejar el camino libre a Pueyrredon. Este último se apresuró a escribir una cariñosa carta al poderoso gobernador de Cuyo en la cual le anunciaba su elección, e invitándolo a conferenciar en la ciudad de Córdoba a fin de resolver el plan de operaciones. La conferencia se llevó a cabo el 16 de julio, en donde Pueyrredon llegó convencido ya de la expedición, un poco por las recomendaciones de Guido, otro poco empujado por Balcarce. Finalmente se acordó en esa reunión, todos los detalles de la expedición. Ahora San Martín tenía luz verde con su plan.

El apoyo del gobierno a la expedición cambió totalmente los preparativos del ejercito. A los auxilios enviados intermitentemente, mas para entretener al gobernador y prevenir una invasión desde Chile, se sucedió un empeño decidido por completar los preparativos en los cuatro meses que faltaban para la fecha de invasión, que se fijó en el verano austral, esto es, Febrero de 1817.
El 1º de agosto, Pueyrredon expidió un decreto con el cual se ascendía a San Martín general en jefe de las tropas y de las milicias de Mendoza, que en adelante se llamaría “Ejercito de los Andes”, con un sueldo de $ 6.000 anuales. El 3 de octubre el congreso lo invitó con el cargo de Capitán General, a fin de concretar en sus manos la plenitud de las facultades políticas y militares. Ahora el problema más serio dejó de ser el financiero, y pasó a ser la falta de hombres para completar los 3.300 soldados de infantería y de artillería que faltaban. Según se lee en sus cartas a Godoy Cruz, los criollos argentinos suministraban un excelente soldado de caballería, pero les repugnaba servir en la infantería. Ya vimos que el temor a la deserción lo había movido a desprenderse de casi todos los soldados chilenos que emigraron después de Rancagua. Este hecho ha generalizado la idea de que el ejército de los Andes estaba formado casi exclusivamente por argentinos. El juicio es exacto. Es imposible determinar el número de chilenos que participaron. La mayoría de los que llegaron a Mendoza, se agregaron a las milicias destinadas a operar sobre Copiapó, Coquimbo, el Portillo y sobre todo los que acompañaron a Freire por el Planchón. Encina los aproxima a un seis o siete por ciento del total de efectivos. El aporte de los oficiales en cambio fue superior. San Martín formó con ellos los cuadros para los batallones que se proponía organizar en Chile. El número de ellos era de 50 aproximadamente, pero salvo O´higgins y Freire, ninguno tuvo mando superior.
La guerra de zapa, en cambio, fue llevada casi exclusivamente por chilenos, especialmente por carrerinos, cuya especialidad era burlar persecuciones y derribar gobiernos. Como último recurso pensó entonces en los negros y mulatos esclavos. “Los mejores soldados de infantería que tenemos son los negros y los mulatos” (carta a Cruz). Obtuvo, pues, de los cuyanos que cedieran al ejercito los dos tercios de sus esclavos. La enajenación se haría efectiva una vez cruzada la cordillera y derrotado el enemigo. En otras palabras, se trataba de un canje entre los dos tercios de los esclavos varones de los cuyanos a cambio de los beneficios comerciales y políticos que les iba a reportar la libertad de Chile. El numero de infantes aumento en 710 hombres.
Con los cuadros que llegaron de Buenos Aires completó los cuatro escuadrones del regimiento de granaderos a caballo y aun pudo organizar una pequeña escolta. Llegaron también las compañías que le faltaban al numero 8. Sobre su base formó otro batallón que llevó el numero 7. Del regimiento numero 11, comandado por Las Heras, segregó un batallón, que pasó a ser el numero 1 de Cazadores de los Andes. Así, a mediados de noviembre de 1816, el ejército contaba ya con 3.500 hombres.
El 5 de septiembre se designó cuartel maestre general al brigadier Miguel Estanislao Soler, jefe competente, pero de carácter difícil. Llegó también a Mendoza el coronel Toribio Luzuriaga, que debía asumir el mando de la provincia en reemplazo de San Martín.
En la primavera de 1815 había iniciado San Martín la construcción de un campamento de 250 varas en cuadro, en el lugar denominado El Plumerillo, una legua al norte de la ciudad. El trabajo, que había sido confiado a O´higgins a principios de 1816, se terminó en septiembre. A fines de ese mes, se trasladó a todo el ejército de la ciudad al campamento, a fin de que oficiales y soldados se dedicaran exclusivamente al entrenamiento militar y se acostumbraran a la vida de campaña. Al toque de diana se disparaba un cañonazo, los cuerpos llenaban la plaza de armas y durante tres a cuatro horas se ejercitaban en el manejo de las armas, en el tiro al blanco, en las evoluciones. Durante las horas de calor se limpiaba el armamento, se cosían las ropas, se remendaban los zapatos o se hacían aparejos para las mulas. En la tarde se repetían los ejercicios. En la noche, mientras los soldados rezaban u oían la predica del capellán, los oficiales se reunían en asamblea para completar su instrucción. Los sábados se pasaba revista general, que comprendía desde las armas y los vestuarios hasta los aparejos de las mulas. En el campamento de El Plumerillo se daba una instrucción militar y reinaba un orden y una disciplina hasta entonces desconocidos en los ejércitos hispanoamericanos.

Al revés de los generales criollos, que desdeñaban el cálculo, el orden y los detalles para fiarlo todo al azar y a las corazonadas, la imaginación de San Martín había enfocado minuciosamente los obstáculos que necesitaba vencer, y las eventualidades posibles, encontrando soluciones a las dificultades que hoy nos sorprenden por su ingenio y sencillez.. Todo había sido previsto: las marchas, los descansos, las comunicaciones, el calzado, el alimento, las mulas y sus remudas, los combates eventuales en el trayecto, inclusive la derrota y el repase de los Andes. Discutió largamente con los arrieros el tipo de aparejo para las mulas, y al fin se decidió por el chileno, forrado en cueros, porque las abrigaba mejor contra el frío y porque prevenía mejor la posibilidad de que aguijoneadas por el hambre, las mulas se comieran la paja en las del tipo argentino. La clase de herraduras y los repuestos por bestia habían sido también parte de ensayos y consultas con los entendidos.

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El transporte de la artillería de campaña presento problemas insolubles. Los armones y las cureñas podían ser cargados en mulas, pero no los cañones. San Martín pidió al jefe de la maestranza que ideara algún aparato que pudiera rodar por las rápidas pendientes y laderas de los senderos cordilleranos. “Quiere que le ponga alas a los cañones, pues bien, las tendrán” (Beltrán).

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Luis Beltrán

Fabricó unos carros angostos del largo de los cañones, de ruedas muy bajas, que los soldados bautizaron zorras por el parecido de su silueta con la de este animal. Los cañones se envolvieron en lana y se retobaron de cueros para evitar dañarlos con el movimiento. Las zorras eran arrastradas por bueyes y mulas según el camino. Marchaban con ellas 120 mineros con sus herramientas para componer los malos pasos, los primeros zapadores del ejercito. Llevaban para cruzar los ríos un puente tipo mecano, fabricado con maromas de doce vetas resistentes, confeccionadas de acuerdo a un modelo especial., de cuarenta metros de extensión, utilizable en todos los pasos difíciles, sobre todo en el cruce de ríos cajones. Los zapadores tuvieron que cargar también con el traslado de dos anclotes para prevenir que se despeñaran en las laderas muy rápidas. "Se llevaban para suplir las funciones de cabrías o cabrestantes en los grandes precipicios, adhiriéndose aparejos o cuadernales de toda clase o potencia, según los casos". (Espejo). Espejo indica que no fue necesario usar los anclotes para salvar los cañones, aunque sí para salvar la carga de las mulas, que caían a los abismos menos profundos. “En las cortaderas un cañón rodó al abismo y fue rescatado sin otros perjuicios que la ruptura del eje y que más de treinta cargas fueron igualmente rescatadas”. (Beltrán).

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El salto del soldado


Se acumularon 40 toneladas de víveres para hacer frente al consumo del ejército durante más de veinte días. Se distribuyeron piños de animales vacunos en todos los valles del trayecto que tenían pasto. En las mulas de retaguardia se cargaron galletas, charqui molido, harina tostada de maíz y de trigo, tabaco, yerba mate, ají, cebollas, ajos, vino, aguardiente, etcétera. Los soldados llevaban en sus morrales una pasta de carne tostada molida, aliñada con grasa y ají, a lo cual solo necesitaban agregar agua hirviendo y harina de maíz tostado para preparar un plato caliente, el charquicán cuyano. Otra información habla de un plato conocido como valdiviano, que variaba en la receta al incorporarle rodajas de cebolla cruda. La caja del ejército alcanzaba a poco más de $40.000. Se confió los servicios de transportes y de aprovisionamiento a 1.200 milicianos convenientemente organizados, a fin de no disminuir el número de combatientes.
Según la relación de Beltrán, el ejercito salió de Mendoza con dos obuses de seis pulgadas; siete cañones de batalla de a 4”; dos cañones de hierro y dos de diez onzas.
El armamento menor constaba de 5.000 fusiles con sus bayonetas, 5.000 fornituras, 741 tercerolas, 1.129 sables, etc. El parque de municiones traía 300 granadas y 200 tarros de metralla para obús; 2.000 tiros a bala y 1.400 de metralla para los cañones de campaña; 31.000 estopines; 4.650 lanzafuegos; 1.000.000 de cartuchos de fusil. Ateniéndose al ultimo estado, el ejercito tenía 7.359 mulas de silla para el uso de los jefes, oficiales, soldados y auxiliares; 1.992 mulas de carga y 1.600 caballos. Todos los animales, salvo los que debían devolverse de la falda oriental de los Andes, estaban herrados. Las románticas imágenes de San Martín y sus hombres, montados en briosos corceles mientras cruzaban la cordillera que nos han dejado los artistas, son una fantasía. Los soldados de caballería debían cruzar la cordillera en mulas, a fin de que los caballos llegaran frescos a Chile.
A principios de 1817, los aprestos para la travesía de los Andes cobraron un ritmo febril. Un numeroso cuerpo de mariscales herraba los caballos y las mulas. Desde el aclarar hasta el anochecer se arreglaban las cargas de municiones, víveres y forrajes. El aspecto del campamento era el de una vasta y complicada fábrica que funcionaba al máximo de su capacidad, con un orden y regularidad perfectos.

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Revista a las tropas en Plumerillo

Por fin, el día 9 de enero, partió rumbo a Uspallata Las Heras con el primer cuerpo, al cual se fueron sumando el resto del ejército en una marcha fraccionada y organizada hasta que el 24, San Martín se despidió de su esposa y de su pequeña hijita, que solo contaba con 6 meses, y fue a reunirse con la retaguardia de las divisiones de los Patos. El gobernador, el cabildo y los principales vecinos lo acompañaron por largo trecho. Las iglesias de Mendoza echaron al vuelo las campanas y una muchedumbre compuesta de hombres, niños y sobre todo mujeres se congregaron en el camino a despedir a su general. Todos sentían una mezcla de orgullo, confianza y ansiedad, que el ejercito de los Andes, amasado con la sustancia de Cuyo, llevaba en la cabeza de su jefe y en los brazos de sus soldados la suerte de las provincias y de la revolución hispanoamericana.
Señora!!!....El Chileno no se rinde!!!!
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

El relato del cruce lo inmortalizaron Espejo, Mitre y Beltrán, protagonistas indiscutidos de la hazaña, y ha sido estudiado extensamente y en detalle por historiadores argentinos, principalmente Bertiling y Ornstein, en quienes apoyo mi relato, ya que los historiados chilenos no conciben ni la importancia ni la dificultad del hecho. El cruce de los Andes es para ellos simplemente es un paso más, casi sin importancia. Así, en muchos textos de historiadores chilenos consultados, se dedica una o dos líneas a más de veinte días de campaña.
Otro asunto importante, es que fueron seis las columnas que cruzaron simultáneamente los Andes. En vista de esto y en aras de dar continuidad al relato, he procedido a transcribirlas en forma individual, entendiéndose que todos los hechos ocurrían simultáneamente.
Dicho lo anterior, procedemos.

El paso de Los Andes

Ateniéndonos al estado de 31 de diciembre de 1817, el efectivo del ejército de los Andes era de 4.045 hombres, distribuidos así:

Batallón de artillería, sargento mayor Pedro Regalado de la Plaza, 258
Batallón Nº 1 de cazadores, teniente coronel Rudencino Alvarado, 594
Batallón Nº 7 de infantería, teniente coronel Pedro Conde, 802
Batallón Nº 8 de infantería, Teniente Coronel Ambrosio Cramer, 814
Batallón Nº 11 de infantería, coronel graduado Juan Gregorio Las Heras, 718
Regimiento granaderos a Caballo, coronel graduado Matías Zapiola, 802
Cuartel general y estado mayor, jefes, oficiales y empleados, 57
Total, 4.045

San Martín, antes de ponerse en movimiento, pidió al gobierno de Buenos Aires instrucciones a las cuales ajustar su conducta militar y política en el paso de los Andes y en Chile. Pueyrredon le envió el 18 de diciembre un largo oficio en el cual expresaba instrucciones como: “se aventurará batalla con toda la fuerza del ejército solo con ventaja muy conocida”. Después del triunfo, San Martín debía estimular la organización de fuerzas chilenas, pero reteniendo el mando en jefe y cuidando de que no sirvieran de base a facciones enemigas. En el ramo político y gubernativo, básicamente instruía para que el nuevo gobierno en Chile pagara los gastos de la expedición y sugería “el nombrar al brigadier don Bernardo O´higgins en clase de presidente o director supremo”.
Fueron seis los pasos cordilleranos que utilizó San Martín para cruzar los Andes. El grueso del ejército cruzaría por la cordillera por el de Los Patos, para caer sobre Putaendo, mientras una división de 800 hombres, al mando de Las Heras lo haría por el de Uspallata, para desembocar en Los Andes. Ambas divisiones serian lo suficientemente fuertes para arrollar a los destacamentos que resguardaban los pasos o que eventualmente despachara Marcó contra alguna de ellas. Deberían marchar paralelamente para desembocar a un tiempo al valle del Aconcagua, y ocupar el mismo día San Felipe y Los Andes, quedando así en condiciones de auxiliarse y de evitar que alguna de ellas fuese aniquilada por fuerzas superiores.

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La segunda parte del plan consistía en inducir a Marcó a fraccionar sus fuerzas, colocándolo en la imposibilidad de reunirlas oportunamente entre Santiago y Los Andes. Para esto, debía amagar a Concepción, a fin de enclavar ahí a las tropas de la ciudad y obligarle a dispersar entre el Maule y el Cachapoal parte del ejército de Santiago. El fraccionamiento de las tropas ya estaba producido. Vimos que Marcó, a fin de combatir las guerrillas, había destacado 1.400 hombres entre Curico y San Fernando. Su concentración era muy difícil, pero era necesario impedir que a ultima hora Marcó retirara esas tropas. Con ese objetivo, destacó al capitán chileno Ramón Freire con 80 soldados escogidos de infantería, 25 granaderos y una columna de tropas regulares formada por emigrados chilenos. Freire, que llevaba como segundo al coronel de milicias Antonio Merino debía cruzar por el Planchón, a la altura de Talca, y acrecentar a las fuerzas guerrilleras de la región, impidiendo o retardando el retiro de los cuerpos realistas de línea e interceptando las líneas de comunicaciones.
Los otros tres cruces fueron meros complementos de los principales. El amago por el Portillo y las pequeñas columnas que atravesaron por Copiapó y por Coquimbo, no tuvieron influencia en el desarrollo de la campaña.

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Cuadro de Wikimedia que muestra los efectivos distribuidos por ruta.

Para la inmensa mayoría de los que estudian o leen la hazaña del cruce de Los Andes por San Martín y su ejército, les es difícil imaginar lo penosa y peligrosa que resultó esta empresa, única en los anales de la historia universal. Si exceptuamos a los cuyanos o a los mismos chilenos, que contemplan a diario la enorme cordillera nevada que de pronto se levanta ante sus ojos, como un gigantesco muro puesto ahí y olvidado durante la creación, bien pocos han de ser los argentinos y chilenos que comprendan y tengan una idea siquiera aproximada de lo que costó a San Martín cruzarla. “Algunos tratadistas han establecido un parangón entre el paso de los Andes con el de los Alpes por Aníbal, primeramente, y por Napoleón después. La similitud es muy relativa, por cuanto difieren en forma muy pronunciada las dimensiones y características geográficas del teatro de operaciones, como también los medios y recursos como fueron superadas en cada caso ambas cadenas orográficas. Esas diferencias son, precisamente, las que presentan la hazaña de San Martín como algo único en su género. En efecto: Aníbal cruzó los Alpes por caminos que ya en esa época eran muy transitados, por ser vías obligadas de intercambio comercial. Y aunque no puede afirmarse que su transitabilidad fuese fácil, tampoco debe considerarse que pudiera presentar grandes dificultades, puesto que el general cartaginés pudo llevar consigo elefantes, carros de combates y sus largas columnas de abastecimiento. San Martín atravesó los Andes por empinadas y tortuosas huellas, por senderos de cornisa que sólo permitían la marcha en fila india, imposibilitado materialmente de llevar vehículos y debiendo conducir a lomo de mula su artillería, municiones y víveres, aparte de haber tenido que recurrir a rústicos cabrestantes e improvisados trineos para salvar las más abruptas pendientes con sus cañones. ¿Habría podido Aníbal franquear las cinco cordilleras de la ruta de Los Patos, escalando, con elefantes y vehículos, los 5.000 metros del Paso Espinacito?” (Leopoldo Ornstein)

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Cuadro comparativo del cruce de Los Andes con el San Bernardo y Los Alpes

A todas horas salían partidas de caballos de repuestos, mulas cargadas con víveres y piños de ganado. Los arrieros tenían señalado el punto preciso de su destino. El 9 de enero de 1817 se ponía en marcha el ejercito con el movimiento de 60 soldados con destino a San Juan a la cabeza del teniente coronel Juan Manuel Cabot, en donde se le iban a reunir una partida de emigrados para seguir juntos a Coquimbo. El 14 partió también de Mendoza el comandante Ramón Freire con los 105 soldados de línea y otros tantos voluntarios que se le añadieron. El 18 de enero se puso en marcha Juan Gregorio de las Heras con su división de 800 hombres más la artillería, camino al paso Uspallata.
El día 19 y el 20 lo hacia la primera división compuesta de 1.350 hombres al mando del jefe del estado mayor, brigadier Miguel Estanislao Soler; y los días 21 y 22, también fraccionada en dos columnas, la segunda, bajo las ordenes de O´higgins.
En el caserío o lugarejo de Uspallata, las divisiones se separaron. Las Heras tomó el camino que conduce a Los Andes con el batallón Nº 11, 30 granaderos a caballo y 2 cañones de montaña con sus municiones, servidos por 20 artilleros y listos para emplazarlos en pocos momentos en caso de necesidad. A una jornada de distancia marchaba Luis Beltrán y el teniente Bernardo Berruela con las zorras que conducían la artillería de campaña, llevando los puentes portátiles y los zapadores.
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Soler, con el batallón de cazadores de los Andes, cuatro compañías de los batallones 7 y 8, dos escuadrones de granaderos a caballo y 50 artilleros con 5 piezas de montaña, torció al norte para tomar el camino de Los Patos. El mismo rumbo tomó O´higgins con el grueso de los batallones 7 y 8, 100 granaderos a caballo y dos cañones de montaña con 20 artilleros. Cerraban la marcha el cuartel general, los hospitales, la maestranza, las reservas, las municiones y la caja militar. San Martín se unió a las divisiones de Los Patos el 27.
Justo Estay, José Antonio Cruz y una verdadera legión de baqueanos guiaban a los regimientos. Y hacían los servicios de exploración y de correos entre la división que tomo el camino de Los Patos y la que atravesaba por Uspallata. Los más sólo conocían algunos sectores. Esto obligó a establecer, como escribe Ornstein “un servicio escalonado de baquianos”.

Las divisiones de Soler y la de O´higgins siguieron al norte por la altiplanicie hasta llegar al rio de Los Patos en el punto denominado El Leoncito.

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El Leoncito

De allí prosiguieron hacia el sur poniente por la orilla de ese rio hasta ganar los 3.650 metros de altura que tiene en esa parte la cumbre, hoy Paso de San Martín. Desde ese punto se desciende a una planicie conocida como Los Manantiales, la cual eligió San Martín para establecer el depósito de aprovisionamiento de víveres, reposición de ganado y evacuación de heridos y enfermos, custodiado por 50 milicianos. Ahí se ubicaron también las reses destinadas a alimentar la tropa, gracias al pasto que crece en esa época. Según Miller, el número de reses en pie, vacunos todos ellos, llegaba a 483.
De Los Manantiales, el camino toma francamente la dirección Oeste, remontando el río de Las Leñas, enfrentando la cordillera de La Ramada. El camino se estrecha, y la marcha se hace pesada. Durante todo el trayecto hay pasto y leña en abundancia, no así en La Fría que queda a cinco leguas de Manantiales. Todo parecía ir bien, pero quedaba lo más difícil, el paso mismo de la cumbre que se realiza por “El Espinancito”.
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Paso El Espinancito

El paso de El Espinacito era “de subidas altísimas y laderas donde apenas cabe el pie de la cabalgadura, y en discrepando un poco, cae en horribles profundidades y ríos arrebatados y de grandes piedras”. (Diego Rosales). “Solo hay una senda en que apenas caben los pies de una mula, a cuyos lados se ven, de una parte, profundísimos precipicios, cuyo término es un río rapidísimo y, de la otra, peñas tajadas y empinados riscos, en donde si tropieza la cabalgadura, cae volteando, despeñada hasta el río. En partes del sendero no se puede uno fiar de los pies de la bestia, ni aún apenas se camina seguro en los propios, por ser las laderas tan derechas y resbaladizas, que pone grima el pisar en ellas”. (Pedro Lozano). En las zonas cercanas a la cumbre, los días, son muy calurosos o muy fríos según las horas y según la ubicación en que se encuentra uno. A quince y veinte grados bajo cero, llega el frío en algunas noches de verano, y aún en pleno día. “Y pensar que toda la tropa, desde San Martín hasta el último soldado, tuvieron que dormir a lo arriero, no una, sino muchas noches, usando por cama la montura, el poncho y el jergón, y todo ello sobre el duro suelo. La nieve que indefectiblemente cayó sobre ellos, algunas noches, fue un reconfortante, como suele acaecer y la escena matutina debió ser de singularísima en esas ocasiones, ya que el frío más intenso es el de las primeras horas de la mañana, y todos los bagajes, cargas y armas estarían cubiertos de nieve, y las aguas, y demás líquidos estarían helados, y los animales ateridos de frío”. (Krumm) El mismo Eric Krumm, que hizo la travesía en 1938 nos informa al respecto: “Las dificultades del camino aumentaron, a medida que subíamos; los peones eran poco conocedores de la zona, y la nieve había cubierto toda huella. Desde el pie de la cumbre hasta el Portillo, a 4800 metros, había que repechar más de mil metros en una cuesta sumamente peligrosa”.
Los soldados iban calzados con zapatos y de ponchos forrados y muy abrigadores que los protegían del frío. Además se distribuyó a los mismos una buena cantidad de aguardiente. Con los restos de las reses que se consumieron, se hizo construir tamangos, una especie de polaina forrada interiormente con trapos o lana, con lo cual se protegieron aun más los pies de los soldados. La ascensión se hizo en mulas, sin accidentes ni percances de ninguna naturaleza. Aquellas noches debieron ser terribles, y es posible que más de un soldado pensara en desertar, si la soledad, la distancia y el desamparo, no se lo hubiera impedido. "El fenómeno, a haberse realizado, no nos habría de extrañar, ya que aquella vida era humanamente intolerable y el que lo tolerara un ejército de 5.000 héroes, fue un fenómeno inaudito. Caminar con suma fatiga, durante todo el día y pasar veinte o más noches sin cuarteles, sin carpas, sin techo alguno, hasta sin la más rudimentaria comodidad, en zonas frigidísimas, bajo todas las inclemencias más bravías de los Andes, y todo ello sin una queja, sin una deserción y sin una señal de descontento, es por cierto un hecho único". (San Martinianos).
El ascenso continuó hasta la cumbre y la Puna se dejó sentir. El fenómeno, para quien nunca lo ha vivido, es sencillamente terrible. Se siente un dolor inmenso en el pecho, como un preinfarto, acompañado de de una falta de oxigeno y un dolor de cabeza insoportable. Para dormir se recomienda usar la posición fetal, que francamente, no ayuda en casi nada. Para combatirla se había distribuido abundante cebolla y ajo entre los soldados, y proveyéndolos de mulas en las cuales montar a los mas enfermos. Esta solución que un principio se pensó mas eficiente, en la practica no lo fue tanto, ya que el soldado debía ensillar y desensillar, además de montar y desmontar, labor que a los enfermos se les hacia prácticamente imposible. Espejo y San Martín describen en sus memorias que por esta causa se perdieron varios soldados, pero no hay cuenta del número total de muertos durante el trayecto. “la puna atacó a la mayor parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados”. (San Martín).
El mismo San Martín, envuelto en su capote de Granadero, jinete en una mula tramontó la cumbre entre los días 3 y 5 de febrero por el Paso del Espinacito con 4.536 metros.

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“Antes de pasarla, le alcanzó en Los Manantiales su tío político el coronel Hilarión de la Quintana, quien le traía las ultimas comunicaciones del director supremo” (Mitre).
“Poco antes de llegar a la cumbre divisamos abajo a nuestro compañero y a un peón que nos hacían señas. Eran las 15 horas, y un sol radiante iluminaba el panorama, mientras hacia atrás, abajo, se deshacía la tormenta. El espectáculo, que desde allí se ofrece a la vista, escapa a todo adjetivo. Vecino nuestro casi a nuestro lado, se levanta majestuoso el Alma Negra (6.400), más allá el extenso glaciar de La Mesa, a nuestros pies una muchedumbre de cerros menores bajo un manto de nieve, como si la cordillera se hubiese puesto su traje de vía para recibirnos. Al oeste, recortados sobre el horizonte, un sin fin de picachos señalan el cordón fronterizo. A nuestra izquierda el Cordón de los Amarillos, y frente nuestro, al sur, la mole gigantesca del Aconcagua”. (Krumm).

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Seguramente esta vista del monte Aconcagua pudieron observar los soldados de San Martin.

En este punto, fija a una enorme piedra, una placa de bronce recuerda la gesta memorable. “Centenario del Ejército de los Andes. Por aquí pasó el General San Martín, con las Divisiones Vanguardia y Reserva, al mando de los Generales Soler y O’Higgins, febrero de 1817.”
De ahí en adelante la marcha continuó a jornadas cortas descendiendo hasta el rio Los Patillos, sin incidentes que merezcan ser contados, hasta la mañana del 3 de febrero, en que Soler, cumpliendo una orden de San Martín, destacó de su división al mayor Antonio Arcos para que al frente de 200 hombres, se adelantara y atacara la guardia de Las Achupallas. Los realistas lo descubrieron en su descenso y en número de 100 hombres lo emboscaron en el Valle de Chalaco al norte de Las Achupallas, con la intención de envolver a las fuerzas patriotas por los flancos. Arcos también los divisó, y ocupó una posición defensiva con la infantería al frente y la caballería en reserva. Producido el ataque realista, Arcos ordena un contraataque, dispersando la guarnición realista y tomando 3 prisioneros. Los fugitivos empezaron a llegar a San Felipe esa misma noche.


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Monumento actual al combate de Las Achupallas

El grueso del ejercito mientras tanto, dividido en varias columnas siguiendo el cause del rio Teatinos, ingresaba a Chile por el paso de Las Llaretas y descendiendo en dirección a Los Maitenes.

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Paso Las Llaretas

El cruce de la cordillera era ya una realidad. “los escritores alemanes de la escuela de Federico, en una época (1852) en que buscaban ejemplos y lecciones para su Ejército, consideraron digno de ser estudiado el Paso de los Andes, como un modelo, deduciendo de él enseñanzas nuevas para la guerra”, “la poca atención que, en general se ha prestado al estudio de la guerra en América del Sur, hace más interesante la MARCHA ADMIRABLE que el general San Martín a través de la Cordillera de los Andes, tanto por la clase de terreno en que la verificó, como por las circunstancias particulares que la motivaron. En esta marcha, así como en la de Suwarof por los Alpes y la de Peerofski por los desiertos de la Turannia (Turquestán), se confirma más la idea que un Ejército puede arrastrar toda clase de penalidades, si está arraigada en sus filas, como debe, la sólida y verdadera disciplina militar. No es posible llevar a cabo grandes empresas sin orden, gran amor al servicio y una ciega confianza en quien los guía. Estos atrevidos movimientos de los caudillos que los intentan, tienen por causa la gran fuerza de voluntad, el inmenso ascendiente sobre sus subordinados y el estudio concienzudo practicado sobre el terreno en que van a ejecutar sus operaciones, para llevar un exacto conocimiento de las dificultades que presente y poderlas aprovechar en su favor, siendo su principal y más útil resultado enseñarnos que las montañas, por más elevadas que sean, no deben considerarse como baluartes inexpugnables, sino como obstáculos estratégicos”. (Mitre).

Para ver el mapa del cruce por Los Patos haga click sobre el link
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Veamos que pasaba mientras tanto con Las Heras. Dijimos que el día 18 de enero se puso en movimiento con rumbo a Uspallata al mando de una fuerte división de 800 soldados de las tres armas. Contrariamente a lo que se había antes resuelto, la artillería siguió a la retaguardia de esta columna. Se reconoció que por Uspallata era más fácil el traslado de esas piezas pesadas, que por los Patos. Parece ser que San Martín a última hora resolvió reforzarlos con la artillería en previsión de encontrar una fuerte resistencia en Guarda Vieja, que era gracias a su geografía, más fácil de defender.

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El paso de Uspallata, usado por esta división, es bastante más asequible en el lado argentino que el de Los Patos, pues el ascenso es creciente sin ser pesado. Pero al aproximarse a la cumbre, esta asciende rápidamente casi en 45 grados para después, en el lado chileno, descender casi verticalmente.

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El camino de Uspallata por el lado argentino

En Cunota pasó ese ejército la noche del 18, reanudando el 19 la marcha por el lado norte del río. Cuatro días después se encontraron con tropas realistas, y se sabía que, en Santa Rosa de los Andes, había tropa prevenida y sobre las armas. Resulta que el día 22 de enero, el sargento mayor del regimiento Talaveras Miguel Marqueli, jefe de la avanzada realista estacionada en Santa Rosa de Los Andes, pasó la cumbre al frente de una compañía de su cuerpo y otra del Chiloé, y al amanecer del día 24 cayó por sorpresa sobre la guardia patriota de Picheuta, compuesta de 14 soldados, logrando apresar a 7. Los 7 restantes, al retroceder tropezaron con la avanzada de Las Heras. Marqueli retrocedió con los prisioneros, que felizmente ignoraban el avance del ejército. Pero Las Heras, deseoso de vengar la sorpresa, destacó en su persecución una compañía de infantes y 30 granaderos a caballo, que lo alcanzaron en la mañana del 25 de enero en Los Potrerillos. Allí se hizo fuerte el jefe español y resistió el impetuoso ataque que llevo a cabo el comandante Enrique Martínez. Por suerte para San Martín, el jefe patriota se vio forzado a retirarse, llevando diez heridos y Marqueli, aunque tuvo cuatro bajas, prosiguió su camino sin hacer ningún nuevo prisionero, con el convencimiento de que había rechazado el asalto de una simple guardia.

Las Heras, pasando por Picheuta, Las Polvaredas y Arrollo Santa María, llegó a Las Cuevas el día 1º de febrero de 1817, alcanzando cumbre el día 2 de febrero en el paso del Bermejo, y cruzando hacia Chile El paso más difícil en el cruce de la cumbre se efectuó de noche, “a la luz de una luna esplendente” y en cinco horas se efectuó el bravo ascenso de 18 kilómetros, desde los 2.800 metros hasta los 3.800. Esa noche Las Heras prohibió que se encendiera fuego, aun para preparar los alimentos, por temor a ser sorprendidos. Al poniente de la Cumbre pasó varios días, como San Martín lo había dispuesto de antemano, por medio de un chasque.
Ahí esta ahora la cuesta de Caracoles, en donde uno mira hacia abajo la hilera de camiones que ascienden lentamente hacia el túnel, que está a mitad de cerro. Si el viajero actual quiere realmente hacer cumbre, tiene que subir hasta el Cristo Redentor, desde donde puede visualizar como el camino cae abruptamente por un precipicio.

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Cuesta caracoles, el lado chileno

“El viaje actual, ya sea en tren, ya sea en rápido automóvil u ómnibus de pasajeros, y ni hablar en avión, sólo muy ligeramente capacita para que pueda uno formarse alguna idea de lo que, otrora, significó cruzar aquel compacto aglomerado de gigantescos montes. Para comprenderlo, con mayor aproximación a la realidad histórica, es menester eliminar, mentalmente, la amplia carretera que hoy existe; es menester suprimir la mayoría de los puentes, y es menester prescindir del túnel, de que se valen, así los trenes como los autos, para acortar distancias y evitar terribles ascensos y descensos. En 1817 nada de eso había. La carretera no era tal; sólo era un camino, de treinta a cincuenta centímetros de anchura, desigual y pedregoso, camino de mulas en el que había que viajar con la lentitud propia de estos animales, dado lo cual, el cruce demandó de 20 días para las tropas de la patria. Es posible que algún estudioso, al referirse al paso de los Andes no peque de esa estrechez mental, ni de esa visual miope, pero la inmensa mayoría de quienes no hayan pasado la Cordillera o, a lo menos no se hayan internado en ella hasta Uspallata, por ejemplo, o hasta un punto análogo, forzosamente han debido formarse, y se forman, una idea harto inadecuada de lo que fue la hazaña sanmartiniana.” (Furlong)

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El cristo de los Andes

“Las ochenta y seis vueltas cerradas en la cuesta de los Caracoles parecen estrangular el camino entre el abismo y la montaña, y por eso debió ser penoso el descenso de la columna del general Las Heras. No hay que olvidar que para pasar por el llamado Paso de la Iglesia, tuvo que subir novecientos metros más arriba del túnel, que ahora utilizan, así los trenes como los autos” (San Martinianos). Hoy en día se recuerda a los turistas el otrora denominado “recodo de la muerte”, por las desgracias frecuentísimas que tenían lugar en esa curva. En 1825 la cruzó el capitán F. Bond Head y se hizo eco de la tradición de cómo la arriada de mulas pasaba con temor y temblor por aquel punto: “Por fin, la mulita portadora de una maleta con dos grandes bolsas de víveres y muchas otras cosas, al pasar el mal punto, golpeó la carga con la roca, con lo que las patas traseras cayeron al precipicio, y las piedras sueltas inmediatamente comenzaron a desmoronarse a su contacto; sin embargo, la delantera se afirmó aún en el estrecho sendero, donde no tenía sitio para su cabeza, pero colocó el hocico en la senda, a la izquierda y parecía sostenerse con la boca; su peligroso destino se decidió pronto por una mulita suelta que se acercó y, como venían detrás, golpeó el hocico de su camarada, desplazándola; le hizo perder el equilibrio y, patas arriba, la pobre criatura instantáneamente empezó una caída realmente terrorífica. Con todo el equipaje, fuertemente amarrado, se precipitó por la pendiente escarpada, hasta llegar a una parte completamente perpendicular, y entonces pareció rebotar y, dando vueltas en el aire, cayó de lomo y sobre la carga en el torrente profundo. Al momento desapareció.”
Bajo los terribles y angustiosos efectos de la puna, aquellos hombres no sólo tenían que ensillar y desensillar; tenían que llevar el peso de su ropa, mochila cargada, armas y municiones, y tenían que cargar con parte del menaje de cocina, y tenían que conducir las arrias de mulas y las recuas de ganado, y tenían que llevar a pulso unas veces y, sobre zorras, otras veces, ya subiendo con cabrestantes, ya bajando por medio de los mismos, las pesadas zorras y los pesadísimos cañones. Eran 500 los milicianos que tenían a su cargo esa labor, pero fue menester que todo el ejército participara en ese acarreo, ya que los vehículos, fabricados para el transporte, así de la artillería, como del puente y de los cabrestantes, no sólo resultaron inútiles, en dos tercios del camino, sino que el acarreo de los mismos resultaba otra pesada carga. En ese punto estaba a sólo un día de marcha de Guardia Vieja, en donde se encontraba la aduana realista. Cumpliendo las instrucciones que había recibido, dispuso que al aclarar el día 4, el comandante Enrique Martínez se adelantara con 200 hombres y al atardecer del mismo día, este jefe cayó por sorpresa sobre los 60 soldados que componían la avanzada realista. Después de una hora de combate, el oficial realista tuvo que rendirse con 39 hombres, quedando en el campo 7 muertos y varios heridos, logrando escapar solo unos diez soldados, que llevaron a los Andes la noticia.

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Imagen 3D de Uspallata

Si desea ver el mapa del paso de Uspallata, haga clik sobre el siguiente linck
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A la misma hora se encontraba en San Felipe el jefe del estado mayor realista, coronel Manuel Atero. Este se dio cuenta en el acto que el ejército de San Martín, dividió en dos columnas, desembocaba a la vez por Los Patos y por Uspallata. Despachó un propio a Santiago, pidiendo refuerzos, al mismo tiempo que reunía los destacamentos dispersos de la provincia, que sumaban unos 700 soldados, la mayoría del Chiloé y del Talaveras. Las noticias del día 5 confirmaron su primera impresión. La vanguardia de un ejército que parecía numeroso había ocupado al atardecer la villa de putaendo. En la junta de guerra que celebraron los jefes realistas durante la noche, el comandante Marqueli propuso tomar la ofensiva, pero Atero le observó que además que la fuerza que disponían era insuficiente, de un momento a otro desembocaría una segunda división por los Andes y los envolvería por la espalda encerrándolos entre dos fuegos. Además los pueblos y los campos se habían pronunciado en masa por los patriotas. Los campesinos se apresuraban en llevar frutas y alimentos a las fuerzas que estaban en Putaendo (Quintanilla). Los hacendados y pequeños propietarios les enviaron vacunos para el consumo y algunos caballos para remontar el ejército. En vista de estas reflexiones, se acordó replegarse a la cuesta de Chacabuco.
El movimiento retrogrado se inició en la misma noche del 5, dejando en Los Andes las dos piezas de artillería de campaña, municiones, charqui, galletas y otros artículos. Al amanecer del día 6, poco antes de llegar a la cumbre de la cuesta de chacabuco, Atero se encontró con dos escuadrones de carabineros de Abascal, al mando de Quintanilla. En parte en que el jefe de estado mayor anunciaba que el enemigo había pasado la cordillera por Los Patos y por Uspallata, sorprendiendo a los piquetes de Las Achupallas y de La Guardia, había llegado a Santiago a las 12 del día del 5. Marcó se apresuró a despachar el mismo día estas fuerzas, que habían llegado casualmente el día antes a Santiago para reparar armamento, monturas y vestuario. La presencia de los escuadrones de caballería hacia posible el reconocimiento de las fuerzas invasoras, y Atero y Quintanilla resolvieron bajar hasta el valle de Aconcagua, que horas antes habían desamparado. Desde allí, este último avanzó hasta la villa de Los Andes. Los cañones estaban en la plaza, el populacho había saqueado los víveres, pero no se advertía por ninguna parte la presencia de la columna de Las Heras. No se podía pues decidir si la invasión por Uspallata era efectiva o si se trataba de un simple amago para facilitar el avance por Putaendo. Informado de la ausencia de enemigos, Atero avanzó con la infantería hasta Los Andes, adonde llegó la noche del 6.
El día 7 supo Quintanilla desde Curimón que la vanguardia del ejercito patriota seguía en Putaendo y concertó con Atero un reconocimiento de las posiciones y la fuerza del enemigo. Este último destacó una compañía de carabineros de Los Andes, para que vigilara las fuerzas que eventualmente desembocaran por este paso, y avanzó con el resto de sus tropas a reunirse con Quintanilla en San Felipe, para proseguir al valle de Putaendo.
A estas horas ya estaba en esta villa toda la división de Soler. En la tarde del día 6 se había logrado remontar unos 110 granaderos y, al mando del teniente coronel Mariano Necochea, habían ocupado la villa de San Felipe; mas al imponerse de que Atero había vuelto reforzado al valle de Aconcagua, el jefe argentino se retiró a pernoctar al pie del cerro de Las Coimas, unas dos leguas al nororiente de San Felipe, por el camino que conduce a Putaendo. Al llegar a San Felipe en la noche del día 6, Atero supo que el enemigo estaba acampado en Las Coimas y resolvió atacarlo. Salió de la plaza a las 2 AM del día 7, al frente de cuatro compañías de infantería, tres de carabineros y 2 cañones de montaña, que hacían un total de 600 hombres. La infantería iba montada. Las avanzadas realistas dispersaron fácilmente a la guardia patriota de Las Coimas y Quintanilla, creyendo vérselas con una columna más o menos equivalente, formó las alas de la línea de batalla con las dos compañías de carabineros, dejando al centro un claro para la infantería. Mas Atero, que temía encontrarse con fuerzas superiores, ahora deseaba limitar la operación a un simple reconocimiento, mantuvo la infantería en columnas y ordeno a Quintanilla que persiguiera a los patriotas solo con la caballería. Hizolo así el jefe realista, hasta que repentinamente cayó sobre su flanco derecho un pelotón de 80 granaderos a caballo que arrolló a los carabineros, y los obligo a retroceder en desorden. Necochea había advertido la herrada disposición de Atero y ocultándose detrás de unos ranchos y arbustos, había dejado avanzar a la caballería que perseguía a los pocos soldados en dirección a Putaendo para atacarla de flanco. El combate fue breve, y revelo desde el primer momento la enorme superioridad de la caballería patriota. Los sables realistas, fabricados en la maestranza de Santiago, se quebraban al chocar con los de los granaderos y la mayoría de las tercerolas se descompusieron después de unos pocos disparos. Los carabineros arrastraron en su fuga a la infantería que Atero despachó en su auxilio. Para mayor confusión, el resto de la infantería realista, que había tomado posiciones en la loma de Las Coimas, hizo fuego sobre relistas y patriotas que se acercaban revueltos. A estas alturas del combate, Necochea, comprendiendo que iba a ser fusilado desde las alturas de la loma, tocó retirada.
Quintanilla quiso hacerse fuerte e Las Coimas, pero Atero se dio cuenta de lo expuesta de la posición y dispuso el retiro a San Felipe. Allí acordó con Marquelli ocupar Curimón y entregándole el mando, tomó el camino de Santiago. El nuevo jefe, creyéndose amagado por el grueso de las fuerzas de Putaendo, siguió el mismo día 7 hasta Los Andes, adonde llegó al anochecer. Allí supo la aproximación de Las Heras desde el oriente, y abandonando la artillería y las municiones, prosiguió a Chacabuco por caminos extraviados. A las 7 de la mañana del día 8 llegaba a las casa de esta hacienda, ubicada al lado sur de la cuesta. “Todo fue un desorden, la noche oscura, la tropa sin comer desde el día anterior y los caballos fatigados, viéndonos precisados a marchar en pequeñas fracciones (Quintanilla). Se dio descanso ala tropa el día 8 y solo el 9 por la mañana se destacaron una compañía de infantería y 25 carabineros como avanzada para aguardar la cuesta.
El día 8 entraba Las Heras a santa Rosa de Los Andes, y las divisiones de Soler y O´higgins a San Felipe. Desde esta ultimadilla, San Martín dirigió un oficio al director supremo, dándole cuenta del triunfo del paso de los Andes.

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Monumento al Paso de los Andes, en Mendoza

Veamos a continuación la surte de las otras cuatro columnas que San Martín destacó para amagar a Marcó.
El capitán José Lemus, que ,mandaba la guarnición de San Carlos, salió de este fuerte el 27 de enero con 25 soldados de línea y una partida de milicianos. Tramontó la cordillera por el boquete de El Portillo con la misión de capturar el destacamento realista en San Gabriel. Más el oficial que lo mandaba se retiró antes de tomar contacto. Aunque Marcó recibió aviso de la aparición del piquete patriota el 6 de febrero, no tomo en serio la posibilidad de una invasión por ese paso. Lemus dio la vuelta a la laguna de Los Piuquenes. La operación había sido un simple paseo.
En cambio, la columna de Freire, si bien no logro su principal objetivo que era impedir que Marcó retirara a Santiago las fuerzas que tenía entre el Maule y el Cachapoal, cumplió con creces su misión secundaria.

Mapa del paso El Planchón
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Había salido de Mendoza el 14 de enero, con unos 200 hombres, de los cuales la mitad eran soldados de línea. Durante la marcha al sur, se le reunieron algunos guerrilleros chilenos. Cruzó la cordillera y a fines de enero estaba acampado en la naciente del Teno. Ahí se le reunieron numerosos patriotas. El coronel Morgado, destacó contra él un destacamento de 100 hombres de caballería y de infantería. Freire, informado por sus espías que esta fuerza acampaba en la hacienda de Cumpeo, lo ataco por sorpresa al amanecer del día 4 de febrero, y lo derroto en un combate de media hora. No pudiendo hacer frente al grueso de las fuerzas realistas, retrocedió a su escondite. Allí se le reunieron tantos patriotas que el 5 de febrero ya contaba 600 hombres, y enteró 1.100 cuando se le reunieron Juan Pablo Ramírez y José Manuel Borgoño. En cuanto a la finalidad perseguida, aunque esparció por la región la noticia que el general O´higgins había cruzado la cordillera por El Planchón al frente de un numeroso ejercito, Morgado recibía el día 7 la orden de dirigirse a Santiago con todas las fuerzas acantonadas en Talca y Curico.

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Ramón Freire.

La influencia de las columnas que pasaron por Copiapó y por Coquimbo se limitó a acelerar la ocupación de la zona norte. Marcó no tuvo noticias de ellas, y por consiguiente, no influyeron en los movimientos de las tropas realistas.
El capitán Francisco Zelada y el comandante de milicias Nicolás Dávila partieron de La Rioja al frente de 12 soldados de línea y de unos 200 milicianos, todos chilenos, sin uniformes, casi sin armas ni municiones. Atravesaron los andes por el paso Comecaballos y guiados por Mateo Larraona, el 12 de febrero se adueñaron por sorpresa de Copiapó. El 17 de febrero, el pueblo elegía teniente de gobernador al respetable vecino Miguel Gallo.
El comandante Juan Manuel Cabot, encargado de la ocupación de La serena, salio de San Juan el día 23 de enero al frente de 60 soldados de línea, 80 milicianos y una legión de emigrados chilenos. Ganó cumbre por Calingasta y descendió al valle por las nacientes del Limarí. El teniente coronel Manuel Santa Maria, que mandaba en la provincia, alertado del avance de las fuerzas patriotas por el aviso de un soldado que escapó en la captura de la avanzada de Carén, resolvió abandonar la ciudad con poco mas de 80 soldados. Tomó el camino de Santiago el 9 de febrero, llevando las armas, las municiones y unas dos piezas de artillería.
El comandante de los voluntarios chilenos, Patricio Cevallos, enterado del pequeño éxodo realista, convergió hacia el sur, y corriéndose por la cuerda del arco, lo alcanzó en los llanos de Salada, tres leguas al sur de Barraza, mientras la tropa tomaba desayuno. Obligado a rendirse a discreción después de un corto combate, Santa Maria tuvo que volverse junto a sus soldados y muchos civiles españoles que lo acompañaban a La serena, en donde se enteró de la toma de de la ciudad y las patrióticas disposición de los serenenses.
Así todo el norte de Chile quedó libre de realistas, aun antes de conocerse el desenlace de la batalla de Chacabuco, que solo se supo en Copiapó el 27 de febrero.
Mientras tanto, la concentración del ejército de San Martín se realizó el día 9 en los potreros contiguos al cerrito de La Monja, un poco al sur de Curimón, frente al punto en que desemboca al valle de Aconcagua el camino de Santiago que baja de la cuesta de Chacabuco.

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Vista actual de la cuesta de Chacabuco desde el lugar donde acampó el ejercito.

El entusiasmo del pueblo excedía a todas las esperanzas de San Martín. El primer propósito era dar a las tropas un descanso de cinco días, permaneciendo en Curimón hasta el día 14. Allí se le reuniría el tren de artillería a cargo de Beltrán que se había atrasado. Y mientras las tropas descansaban, se remontaría el ganado del ejército y los oficiales del estado mayor levantarían croquis de la ladera norte de la cuesta de Chacabuco. Pero el día 10 llegó al campamento el espía Justo Estay de regreso de Santiago. Le informó que disimulado entre los curiosos vio desfilar el ejercito realista salir de Santiago hacia Chacabuco. Marcó no había estado ocioso, iba a enfrentar a San Martín en Chacabuco, y de la suerte de esa batalla, dependería la suerte de la campaña.

Ahora si, en la partida de Chile, los dados estaban echados.
Señora!!!....El Chileno no se rinde!!!!
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Tosk »

Interesantísimo Luis, sigue así :dpm:

El paso de los Andes fue una proeza militar y logísitica comparable a la que siglos antes realizara Aníbal, y es un hecho que merece ser conocido.
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

Marcó contraataca

Hemos visto que en los primeros días de febrero de 1817 los efectivos del ejército realista alcanzaban a unos 4.317 hombres, según las informaciones más autorizadas que disponemos, pero que de ellos 200 estaban en Valdivia. El coronel Ordóñez, quien había organizado la defensa independiente de Concepción, disponía del batallón de ese nombre, con 800 plazas, de una compañía de dragones y de algunos artilleros, que en total fluctuaban alrededor de 1.000 hombres. También había piquetes y destacamentos en Coquimbo (80 dragones), en Valparaíso y en los buques de guerra cuyos efectivos no es posible precisar.
Marcó disponía entonces de poco mas de 3.000 hombres, acantonados entre el Maule y el valle de Aconcagua, los cuales podían concentrarse en Santiago en un plazo mínimo de siete días. Su distribución era:
Batallón de infantería Chillán, con 700 plazas, en Curicó y Talca; parte del regimiento de caballería Húsares de Abascal, con 200 soldados en San Fernando; Talaveras con 444 hombres, Chiloé con 420, Valdivia con 320, la artillería con 200 y Carabineros de Abascal con 263, entre Santiago y Aconcagua. La distribución de estas fuerzas tropieza con las dificultades consiguientes a los continuos movimientos de piquetes de infantería pertenecientes a los diversos batallones. El 5 de febrero estaban en esa zona seis compañías de los batallones Talaveras, Chiloé y Valdivia y una de húsares. De estas fuerzas, que ascendían a unos 650 o 700 hombres, se sacaban los piquetes para las avanzadas de la cordillera. Con la llegada de los Carabineros de Abascal el 6 de febrero su número excedió de 900 soldados. Resumiendo, Marcó tenia en esta última fecha 900 hombres en Aconcagua, a las órdenes de Marqueli y de Quintanilla; 847 en Santiago y 1.300 entre Rancagua y Talca.
Esta dispersión no procedía de la ineptitud militar de Marcó ni de la incertidumbre sobre el punto elegido por san Martín para atravesar los Andes, como se ha afirmado repitiendo el cargo de Maroto. Era la resultante de la necesidad de prevenir los levantamientos de los pueblos, cuya efervescencia se había tornado muy activa, y del empeño por aniquilar las guerrillas. Su gran error, no radicaba en el punto donde San Martín cruzaría la cordillera, que siempre se supuso seria el valle del Aconcagua, sino en la creencia que las fuerzas patriotas no pasaban de los 2.000 hombres y que desembocarían en el valle central tan aniquiladas que antes de dos semanas no podrían tomar la ofensiva.
Como hemos visto, apenas llegaron las noticias de que habían sido sorprendidas las avanzadas de Uspallata y de Los Patos, Marcó ordenó enviar a Aconcagua los dos escuadrones de Carabineros al mando de Quintanilla, e impartió órdenes a Morgado, quien estaba en Curicó, de replegarse sobre Santiago a marchas forzadas con el batallón Chillán, los Húsares y los Dragones, sin tomar para nada en cuenta los amagos del Planchón y el de Portillo. Tan decidida y rápida fue la orden, que habiendo llegado a Santiago la noticia de la invasión el 5 de febrero a mediodía, el 7 la recibía Morgado en Curicó y al anochecer del 12 del mismo mes entraba a la capital el batallón de infantería Chillán, que estaba en esa ciudad y en Talca.
El día 8 de febrero se convocó a una junta de guerra, a la cual asistieron los brigadieres Manuel Olaguer Feliú y Rafael Maroto, el coronel Ramón Bernedo y los comandantes Fernando Cacho, José Piquero y Francisco Arenas. Si se hubiera de creer a Maroto, Marcó quien días antes estimaba el ejército patriota en 2.000 plazas, habría afirmado en ella que los invasores pasaban de 7.000 hombres que habían pasado por tres puntos. Sea lo que fuere, Maroto, quien era la única cabeza capaz de tomar una determinación propuso un retiro a la línea del Maule, llevándose todos los recursos que había en la capital, para librar batalla con las fuerzas de Santiago y de Concepción reunidas. Cacho, Piquero y Marcó fueron del mismo parecer y el movimiento estratégico quedo acordado. Pero en la mañana del día 9, Marcó cambio de determinación. El plan de Maroto militarmente era lo más cuerdo, dada la difícil posición del ejército realista, aun disperso y amagado por una fuerza de 3.500 hombres, concentrada en Curimón. Mas moralmente el abandono de la capital y de la provincia de Santiago, a juicio del consejo privado de Marcó, importaba la perdida del reino.
En la misma junta de guerra se habían considerado las ventajas e inconvenientes de salir al encuentro del enemigo y cerrarle el paso en Chacabuco, o de presentarle batalla en Colina. Aunque todo aconsejaba adoptar la segunda idea, que permitía concentrar tres mil hombres en excelentes posiciones, defendidas con un esplendido tren de artillería de campaña, Marcó optó por la primera. En esos mismos momentos, despachaba a Valparaíso su equipaje y escribía al gobernador de esa plaza las instrucciones en que encargaba preparar todo para la fuga.
De acuerdo al nuevo plan, se dispuso que salieran con rumbo a Chacabuco las tropas de Santiago, al mando de Elorreaga, quien había regresado a matacaballos desde el Maule, apenas supo los sucesos de Aconcagua, para reunirse con la división que venía retirándose bajo mando de Marqueli y Quintanilla. El ejercito formado por la reunión de ambas fuerzas debía instalarse en la cuesta Chacabuco, mientras Marcó seguiría remitiendo los batallones que venían en camino desde Rancagua, San Fernando, Curicó y Talca.
Aunque Marcó había hablado de tomar el mando del ejercito, en realidad nunca pensó hacerlo, ni se lo habrían permitido sus consejeros, que conocían demasiado su ineptitud y sus accesos nerviosos. Entre los jefes solo había uno capaz de comandar en momentos tan difíciles, el brigadier Rafael Maroto. Además, en la ausencia de Olaguer Feliú, que era más antiguo, le correspondía por grado.

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Rafael Maroto

Aunque sus relaciones con el gobierno eran muy tirantes, parece que en la noche del 9 al 10 se produjo acuerdo en el sentido de confiarle el mando, pues en la mañana Marcó le comunicó su nombramiento. Le dio la seguridad que en ningún caso las fuerzas enemigas pasaban de 800 hombres, y de que además de la división vecina de 900 soldados que estaba ya en Chacabuco y de los restos de los batallones Talaveras y Valdivia, que saldrían de la ciudad a su cargo, le iba a enviar inmediatamente la artillería y los Dragones, que estaban ya en Santiago. Los Húsares y el Chillán debían llegar de un momento a otro. Todo induce a suponer que Maroto creyó en la exactitud de la información. Por lo demás el deber militar y la dignidad de soldado español le ordenaban aceptar el mando, por desesperada que fuera la situación. Elorreaga quedó como mayor general o segundo jefe, y San Bruno como cuartel maestre o jefe de estado mayor.
Maroto salio de la ciudad a las 12 de la noche del día 10, al frente de los restos del Talaveras y del Chiloé, unos 444 hombres en total. Hizo un largo alto al mediodía del 11 para dar descanso a la tropa y llegó al campamento de Chacabuco emplazado al pie del cerro Tauretes, cerca de la posada vieja, a las 11 de la noche del mismo día. Su primera diligencia fue pedir datos sobre las fuerzas enemigas, pero como ningún espía había vuelto, Marqueli y Quintanilla sabían menos que él. En la cumbre tenían como avanzada dos compañías de infantería, la que colocaron el día 9, y otra que subió el día 10 y 25 Carabineros al mando del capitán Mijares.
En cambio, los datos sobre los propios efectivos eran precisos. En el campamento de Chacabuco habían 883 soldados: 200 del Talaveras, 200 del Chiloé, 220 del Valdivia y 263 carabineros. Reunidos a los 444 que llevó consigo, Maroto disponía de 1.327 hombres. Este dato apenas difiere del de Quintanilla quien escribió en sus memorias “1.100 infantes, 280 caballos y 2 piezas de artillería de a 4 pulgadas”. Añadiendo los artilleros, que ambos jefes omiten, las fuerzas realistas en Chacabuco eran aproximadamente de 1.350 hombres.
Hemos dejado a San Martín acampado al pie del cerro La Monja, en el inicio del camino a Santiago que atraviesa la cuesta. Su determinación, como dijimos, era dar descanso a la tropa hasta el día 14, fecha en la cual ya se le habría reunido la artillería que venia retrasada. Pero el 10, poco antes de medianoche, llegó al campamento Justo Estay, quien traía información sobre los movimientos realistas. Disimulado entre los curiosos que miraban desfilar las tropas desde el puente Mapocho contó las fuerzas que salieron al mando de Maroto. No excedían de 500 Plazas; así es que aun concediendo novecientas a la división que se había retirado de Aconcagua con Marqueli y Quintanilla, Maroto solo podía disponer como máximo de 1.400 soldados y dos cañones. El propio Estay informó también al general que quedaban alistándose en Santiago los regimientos de Húsares de Abascal y de Dragones de la Frontera, y que venía en camino desde Curicó el regimiento Chillán.
Estas noticias modificaron el panorama estratégico en un sentido imprevisto por San Martín. El avance inesperado de Maroto hasta las casas de Chacabuco al frente de una pequeña división le brindaba la oportunidad de batirlo con todo su ejército, dos veces más numeroso. En cambio, si esperaba dos días más, contaría con los cañones pesados, pero tendría que pelear contra una fuerza de tres mil hombres, situada en buenas posiciones, artilladas con el excelente parque que Marcó tenía en Santiago. Reunió a los jefes y les expuso la situación, y después de un corto cambio de ideas quedó acordado el avance del ejército en la noche del 11 al 12. En el acto Soler procedió a preparar la marcha. “Se pasó revista a la tropa, cuidando especialmente que llevaran calzado y se revisaron las armas y municiones. Los jefes municionaron a 60 cartuchos de bala por hombre. Se repartió además una ración de aguardiente. La artillería de montaña llevaba los tiros de metralla y de bala rasa, que cabían en los armones.” (Soler).

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Miguel Estanislao Soler


Poco después de la medianoche, se dio a conocer el “Dispositivo de ataque sobre Chacabuco”. Debía partir adelante la primera división al mando de Soler, fuerte de unos 2.000 hombres, enterados con los batallones de infantería Nº 1 y Nº 11, las compañías de granaderos y volteadores del 7 y del 8, siete piezas de artillería de montaña y los escuadrones Nº 3 de granaderos, en vez de seguir con la primera división, durante la marcha se agrego a la segunda. Si es que el efectivo se redujo a unos 1.800 hombres. Inmediatamente después debía seguir la segunda división, mandada por O´higgins, compuesta de los batallones 7 y 8, de 2 piezas de artillería de montaña, y de los escuadrones Nº 1 y 2 de Granaderos. Esta división debió contar solo con 1.300 hombres, con el refuerzo del escuadrón Nº 3 de Granaderos, subió a 1.500.

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Artilleria de Campaña Patriota

Al revés de todos los documentos de esta naturaleza, el dispositivo no señala a los jefes de las divisiones la dirección que deben tomar ni los objetivos tácticos. Pero del parte oficial de San Martín y del desarrollo del combate, se deduce que fue una tentativa de envolvimiento táctico, una embestida de frente a las posiciones realistas, que se suponían contiguas a las casas de Chacabuco, combinada con un ataque al flanco izquierdo. O´higgins, siguiendo el sendero o camino de Acémila que después se llamó la Cuesta Vieja, debía arrollar las débiles fuerzas que guarnecían la cumbre y atacar a Maroto de frente. Soler, apartándose hacia el poniente en el punto denominado Manantiales, tomaría el camino que sube por la quebrada de los Almendros y conduce a Montenegro, el cual corría al poniente del anterior, y torciendo por el ramal que llevaba a las casas de Chacabuco, debía caer sobre el flanco izquierdo. “El general O´higgins podía continuar su ataque de frente mientras que el brigadier Soler quedaba siempre en actitud de envolverlos, si querían sostenerse antes de salir al llano”. (San Martín).
Esta era la táctica favorita de Federico el Grande, que seguían los generales españoles de la época y que San Martín transportó al ejército de los Andes. El plan partía del hecho que los realistas permanecían en las casas de Chacabuco. En previsión a la posibilidad que Maroto hubiese avanzado hasta la cumbre, el dispositivo recomendaba que el flanco derecho de O´higgins mantuviera contacto con el izquierdo de Soler, orden que revela el desconocimiento del terreno y de los senderos que debían recorrer las columnas, pues la conversión de Soler hacia la derecha de O´higgins y el despliegue de sus fuerzas eran materialmente imposibles, a causa de la pendiente de las laderas que los separaban y del espeso matorral que las cubría. Las divisiones debían forzosamente marchar aisladas, sin poder auxiliarse antes de llegar al pie de la falda sur de la cuesta.
Para que el objetivo que perseguía el plan de San Martín pudiera alcanzarse, era indispensable que la división que primero entrara en combate con el enemigo lo atacase a fondo, a fin de enclavarlo y evitar que se retirara al divisar a la segunda división, como ocurre casi indefectiblemente en los envolvimientos tácticos de fuerzas que se sienten en inferioridad numérica. Y este precepto de la táctica de la época se imponía especialmente en el caso de Chacabuco, pues San Martín sabía que cada una de las divisiones patriotas superaba al efectivo del diminuto ejército de Maroto y era capaz de derrotarlo. Además, el ejercito realista, que no tenia parque, bagajes ni nada que lo embarazara, era sumamente móvil, y a una jornada de distancia tenia en Colina posiciones insuperables, refuerzos que doblaban su efectivo y un magnifico parque de artillería que le daban un fuerte chance sobre los 3.500 hombres de San Martín, que necesitaba tomarlas a la bayoneta, sin disponer de artillería pesada para machucarlas previamente.
El mayor error fue no dar la orden de atacar a fondo a la división que atacase primero. Basta recorrer el teatro de operaciones para darse cuenta de que Maroto, junto con divisar a Soler, se retiraría a Colina por la cuerda del arco, mientras aquel, para alcanzarlo antes de dejar atrás el cerro de Taurenes, habría tenido que andar siete kilómetros mas por matorrales de espinos casi impenetrables, con soldados que habían hecho una larga y fatigosa marcha bajo un sol abrasador. Si la segunda división, en vez de atacar se detiene a aguardar a la primera, Maroto, que conocía tan bien o mejor que San Martín los envolvimientos tácticos, advertido por la sospechosa actitud de espera, o retrocede en el acto o manda exploradores en dirección al camino de Montenegro.

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Granaderos patriotas

Mientras tanto, en la mañana del 12, Maroto, acompañado de Elorreaga, Marqueli, Quintanilla y Calvo, hizo un reconocimiento de las posiciones de la cumbre. A las 8 de la mañana, observó con catalejo el campo enemigo sin descubrir nada. Dejó instrucciones al capitán Mijares y bajó a pasar revista a su propio campo. A las 11 de la mañana, en los precisos momentos en que concluía la revista, llegó un parte del capitán Mijares. “Enemigo a la vista, fuerte de 600 hombres”.
De inmediato ordenó a Mijares sostenerse a todo trance mientras se tocaba la orden de avanzar a todas las fuerzas hacia la cumbre. Elorreaga partió en el acto con 130 infantes montados mientras la caballería de Quintanilla subía la fuerte pendiente. El Talaveras, el Chiloé y la artillería los seguían al trote. Cuando faltaban unas doce cuadras para llegar a la cumbre, Elorreaga divisó a las dos compañías que formaban la avanzada en la cumbre descender a la carrera. Detrás de ellos, asomó el enemigo, que sin detenerse a hacer un reconocimiento, se descolgó en persecución de Mijares.
Elorreaga entonces se detuvo y formó línea de batalla.

Iba a comenzar la Batalla de Chacabuco.
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

La Batalla de Chacabuco.

La cuesta de Chacabuco es una estribación de los Andes, que los une con la cordillera de la costa. Su altura sobre el nivel del mar en el cordón de la Cuesta Vieja es de 1.315 metros y sobre el valle de Aconcagua, de unos 450 metros. El tránsito de ejércitos sólo era posible por dos senderos de acémilas: el primero, que recibió mas tarde el nombre de Cuesta Vieja, corría mas hacia el Oriente y bajaba a las casas de Chacabuco por la quebrada de las Ñipas, para costear después el arroyo de Las Margaritas. Era más corto, pero más pendiente y más áspero. El segundo era el camino a Montenegro, que corre entre 3 y 5 kilómetros al poniente del interior, más suave pero mucho mas largo. De este camino se desprendía un ramal que torciendo hacia el sur oriente, conducía también a las casas de la hacienda de Chacabuco. Como ya lo hemos dicho, entre ambos había matorrales tan espesos y laderas tan escarpadas que era imposible mantener el contacto entre las dos divisiones que iban a recorrerlos. Ni San Martín ni Soler conocían muy bien esta parte de la cuesta, y viniendo de la Pampa, era muy difícil que se formaran idea exacta de ella, a través de la descripción de los baqueanos.
A las 2 AM, como estaba dispuesto, rompió la marcha la primera división de Soler, alumbrada por la débil luna. Al llegar a Manantiales, después de andar seis kilómetros desde el vivac, tomó el camino que corre al poniente a Montenegro, sin encontrar enemigos. Su marcha fue muy lenta, a causa de los matorrales del trayecto y del rodeo que necesitó dar, no tuvo ningún incidente que merezca referirse, hasta que entre las 11.45 y las 12 del día, oyó los estampidos de los cañones de la batalla. Desde el punto denominado el Hornillo, destacó una compañía al mando del capitán Salvadores, por un sendero que se apartaba hacia el oriente. Esta compañía es la única fuerza de la primera división que concurrió al desenlace de la batalla.
La división de O´higgins prosiguió por el camino hoy denominado la Cuesta Vieja, venciendo grandes dificultades y aun sufriendo algunos percances. No fue menor la pérdida de los dos cañones, que se desbarrancaron. A este respecto debe destacarse el error de san Martín de no dar a O´higgins los siete cañones que le eran necesarios, en ves de agregarlos a Soler, que dentro de la combinación táctica ideada seguramente no iba a tener oportunidad de usarlos. Parece que la cuesta tenia en esos tiempos pasos demasiados escabrosos para que pudieran transitar por ella de noche mulas cargadas con cañones.
O´higgins, alterando su dispositivo, formó dos columnas de ataque con el número 8, al mando de Cramer, y dio ventaja a la de su izquierda, que debía cargarse lo más posible hacia el oriente. Al desplegarse en guerrillas junto a la cumbre, ambas columnas se abrieron en forma de abanico. El capitán realista Mijares, advirtiendo que iba a ser rebasada su ala derecha, corrió también sus tropas hacia el cerro. Pronto este oficial, que había divisado las columnas de infantería y de caballería que remontaban la cuesta detrás de las guerrillas, comprendió que la resistencia era imposible, y se retiró por la quebrada de las Raíces y la cuesta el Tabo hacia el cerro de los Halcones. San Martín acababa de juntarse a O´higgins cuando el ayudante del ultimo, José María de la Cruz, regresó de la cumbre con la noticia del retiro de Mijares. El general en jefe dispuso que el batallón numero 7 y un escuadrón de caballería apresurasen la marcha, y despachó una compañía de caballería a observar el retiro realista. Ambos generales pasaron adelante del Nº 7 y ganaron la cumbre. Una vez allí, O´higgins propuso a San Martín picar la retaguardia realista con toda la división. “Bien mi general, pero de ninguna manera comprometa la acción pues la derecha (Soler) viene lejos”, le contestó este.

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Esquema del cruce de la cuesta y de la batalla

Obligada por el terreno, la división continuó descendiendo en columna de a uno por la quebrada de las Ñipas. Allí pudo O´higgins darse cuenta de que el ejército realista, avanzando desde su campamento vecino a las casas de Chacabuco, había tomado posiciones entre el cerro del guanaco y la última estribación de la loma del Chingue, y se detuvo, desconcertado.
¿Que había pasado?
Elorreaga había divisado a las dos compañías que formaban la avanzada realista retirarse ante el avance del numero 8. Comprendió que estaba delante de fuerzas numerosas, y confiando a Quintanilla la protección de los fugitivos, retrocedió a reunirse con el grueso del ejército. El enemigo se había adelantado a lo previsto y ya no se le podía disputar el paso de la cumbre. Solo cabía retroceder a Colina o aceptar la batalla en el lugar que ocupaba el grueso de las fuerzas realistas. La errada información de que no excedían de 600 hombres y la circunstancia de ofrecerle una buena posición defensiva el punto donde se encontraba, movieron a Maroto a decidirse por lo segundo.
La posición elegida fue el pequeño valle formado por el arrollo de Las Margaritas, que corre de norte a sur por un cause profundo de barrancas escarpadas, hasta desembocar en el estero de Chacabuco. Tendió la línea de batalla casi enfrente de la quebrada por donde necesariamente tenía que desembocar el enemigo. Colocó el batallón Talaveras en columnas cerradas, a su derecha, a partir del cerro del Guanaco, que servia de apoyo a ese flanco y hacia la izquierda el Chiloé, como cien varas mas atrás, apoyando su flanco izquierdo en el cause del arroyo Las Margaritas. Entre ambos cuerpos emplazó los cañones, que quedaron con buen campo de tiro. La caballería, después que cumplió su cometido de proteger el repliegue de la avanzada, se colocó a retaguardia del Talaveras y del Chiloé, en el centro de la línea y sobre el camino real, “con la formación de columna por compañía, que no daba mas el terreno” (Quintanilla). Las compañías de cazadores del Talaveras y del Chiloé se desplegaron en guerrillas en lo alto del cerro los Halcones, que cierra por el lado de la cumbre la hondonada en que se situó Maroto, y la caballería desplegó una compañía de tiradores delante de la línea. Al poniente del barranco formado por el arroyo de Las Margaritas, se alza la loma en que remata el cerro Chingue. En él se coloco Elorreaga con las tropas del Valdivia. Así que la línea realista se prolongó por la izquierda más allá de dicho cauce. Al aproximarse el enemigo, las tropas pasaron de formación en columnas a la lineal.
San Martín había dispuesto picar la retaguardia de las avanzadas enemigas que se retiraban para entretener al ejercito realista, creyéndolo acampado en el cerro Tauretes, junto a las casas de Chacabuco. Más, el avance imprevisto de Maroto hasta el llano de Las Margaritas y la naturaleza del terreno que separaban las divisiones patriotas había cambiado totalmente el panorama táctico. O´higgins no podía avanzar sin embestir al grueso del ejército realista, ni retroceder sin exponerse a un desastre. Las lomas suaves del cerro de los Halcones, que se extendían a unos 300 pasos de las posiciones enemigas, eran el único punto que permitía desplegar en batalla la división. Así que aconsejado por el comandante Cramer, resolvió avanzar hasta ellas. Al mismo tiempo, despachó un propio a San Martín (en la cumbre), para informarlo de lo que ocurría y pedirle que apurara la marcha de la división de Soler y que le enviase refuerzos.
Antes de formar las tropas de infantería, O´higgins dio la orden al coronel Zapiola de que cargara con los escuadrones de granaderos a caballo, que ya se habían reunido, sobre los infantes de Mijares, que continuaban replegándose hacia las posiciones de Maroto y sobre los carabineros de Abascal, que protegían su retirada. Zapiola desplegó su regimiento mas abajo del portezuelo; pero advirtiendo que ya los realistas ocupaban posiciones y que iba a caer bajo sus fuegos, sin que la infantería patriota estuviera aun lista para apoyarlo, después de un tiroteo con la caballería de Quintanilla, se limitó a posesionarse del cerro de los Halcones, que los guerrilleros realistas habían abandonado.

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José Matias Zapiola

Momentos más tarde llegaba O´higgins con la infantería al mismo cerro de los Halcones, y formó su línea de batalla a 300 pasos de la realista. El batallón Nº 7, al mando de Conde, quedó a la derecha patriota, y el Nº 8, del comandante Cramer, a la izquierda. La caballería pasó a retaguardia. Eran más o menos las 11.45 de la mañana y hacia un calor insoportable. El fuego de fusil se prolongó por cerca de una hora, con tanta ventaja para los patriotas, que cuando el Talaveras formó cuadros al final de la batalla, había perdido casi la mitad de sus efectivos. Pero los cañones realistas estaban admirablemente manejados y empezaron a abrir brechas en la caballería y a causar bajas en la infantería. En ese momento, Zapiola mando al teniente Rufino Guido que fuera a imponer a San Martín de la situación imprevista que se había producido (Espejo y Guido). La posición de O´higgins se tornaba por momentos más y más difícil. Carecía de cañones para proseguir indefinidamente el combate a distancia, y ni Soler ni San Martín daban señales de vida. El comandante Cramer, ex oficial de los ejércitos de Napoleón, aunque de carácter difícil, era un oficial hábil, formado en la primera escuela táctica del mundo, y tenía una larga experiencia militar. Se dio cuenta exacta del nuevo panorama estratégico-táctico: el retiro de Maroto a Colina, apenas desembocaran las avanzadas de Soler, y la perdida de la única oportunidad de batir en detalle al ejercito realista. Acercándose a O´higgins le propuso: “General, carguémoslos a la bayoneta”. Este último, cuya falta de sagacidad le impedía darse cuenta de la situación con la rapidez de su subalterno se resistió, pero como Cramer insistió, finalmente accedió. Organizaron dos columnas de ataque conforme al modelo napoleónico, y las dirigieron sobre el ala derecha enemiga, formada en esos momentos por el Talaveras. Al mismo tiempo, O´higgins ordenó a Zapiola que cargara con los granaderos sobre el centro realista, formado por el Chiloé, que en realidad hacia de flanco izquierdo por la distancia que quedaba el Valdivia. O´higgins tenia superioridad numérica en el sector que atacó, el fuego de fusilaría había clareado las filas del talaveras y el asalto estaba bien dispuesto. Pero ni O´higgins ni Cramer ni Zapiola ni nadie se acordó de reconocer el terreno en que iba a cargar la caballería. Los granaderos se encontraron detenidos súbitamente por el profundo cause del arrollo de Las Margaritas, que no habían visto, y que no podían pasar en formación de ataque. Arredrados por el fuego de flanco de los realistas apostados en el camino, en la imposibilidad de retroceder, se precipitaron en desorden sobre las columnas de ataque del Nº 7, desorganizándolas. Las del Nº 8 se dispersaron también al llegar a un pequeño zanjon, que corría delante de la línea realista, y al recibir las descargas cerradas de los talaveras. Los dos cuerpos retrocedieron en desorden, pero sin sufrir grandes bajas, hasta el cerro de los Halcones, donde se reorganizaron. En ese momento, el Chiloé se lanzó al ataque. Una vez rehechas las columnas, O´higgins y Cramer las condujeron nuevamente al ataque, lanzando esta vez la caballería contra el flanco derecho y la infantería contra el centro, y colocándose ambos jefes a la cabeza de las columnas. “O´higgins y Cramer fueron los soldados de cabecera del ataque” (de la Cruz). El ejemplo de los jefes arrastró a la tropa. El Chiloé, que había avanzado desde su posición, se encontró a medio camino con la carga patriota y fue desbaratado. Los restos retrocedieron y en seguida se desbandaron. “Procuraban solo la fuga, con desprecio de los golpes de nuestros sables” (Maroto).

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Carga de la Infanteria Patriota en Chacabuco

Zapiola cargó sobre el flanco derecho realista arrollando a las compañías de cazadores del Chiloé y del Talaveras que se habían desplegado en guerrillas sobre las faldas del cerro Guanaco. Las demás compañías del Talavera que defendía esa ala, formaron cuadros y recibieron a los granaderos con un fuego nutrido. Mas Zapiola, ganando las faldas del cerro que no es escarpado, cargó con tal ímpetu sobre su flanco derecho que los deshizo. En esos mismos momentos un pelotón de caballería, que Quintanilla estima en 350 hombres, rompió la línea realista entre la extrema izquierda del Talavera y la derecha del grueso del Chiloé, y pasándose a llevar a los artilleros, se trabó en un corto combate con los carabineros de Abascal. La infantería de O´higgins y Cramer, ya vencedora, acudió en auxilio de la caballería; Zapiola, después de romper el cuadro formado por los Talaveras, rebasó el ala derecha realista y dio una segunda carga sobre la infantería y la caballería enemigas, que se retiraban en pelotones semidispersos. Con estas últimas dos cargas, los restos del ejercito realista huyeron a la desbandada hacia las casas de Chacabuco, dejando en el campo mas de la tercera parte de sus efectivos. Era la una y media PM.
En esos momentos llegó el capitán Salvadores con su compañía y aniquilo al destacamento del Valdivia, apostado en el pequeño morro del cerro del Chingue, que protegía la retirada. Unos cuantos soldados del flanco guardia de la primera división, al mando del teniente Zorrilla, adelantándose a Salvadores, alcanzaron a unirse a las fuerzas de O´higgins en la segunda carga. Poco mas tarde, llegaba el grueso de la división de Soler, en el momento psicológico, produciendo el completo envolvimiento del flanco izquierdo y de la espalda.
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De los 1.400 hombres del ejercito realista, 500 quedaron tendidos en el campo, 600 cayeron prisioneros, 130 alcanzaron a replegarse a Santiago, y 170 se dispersaron por lo cerros, muchos de ellos heridos. Murieron los comandantes Elorreaga, Arenas, Marqueli y Vila. Piquero y San Bruno cayeron prisioneros. Este último se había salvado, pero volvió a la línea de combate para disparar un cañón que había quedado sin sirvientes. Cuando lo presentaron a O´higgins, este le preguntó “como se había expuesto a caer prisionero”, su respuesta fue: “por cumplir mi deber, señor general. He podido escapar mejor que los demás, porque montaba el mejor caballo. No pudiendo contener mi tropa, he vuelto a disparar el ultimo tiro” (De la Cruz). Maroto se esforzó hasta el último instante para contener a los fugitivos, y permaneció en la línea de fuego hasta el último instante, cuando ya nada podía servir su presencia. Se abrió paso a filo de sable y se salvó ligeramente herido, gracias a la casualidad de encontrar en la casa de Chacabuco un buen caballo ensillado cuando el suyo ya no podía acompañarlo. Quintanilla escapó no menos providencialmente, después de hacer prodigios de valor.
Los patriotas tuvieron 1 oficial muerto y 10 heridos, y 10 soldados muertos y 89 heridos, o sea, 110 bajas en un efectivo de más o menos 1.500 hombres que tenia la segunda división. Las bajas de Soler están incluidas.

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Monumento a la batalla de Chacabuco




O´higgins, pidió 1.000 soldados de la división de Soler para perseguir al enemigo e impedir que se rehicieran, pero San Martín, advirtió que a Marcó le quedaban 1.600 hombres en Santiago y lo impidió.
De un momento a otro, podría aparecer un segundo ejército realista, y lo esperaría con su fuerza reunida.
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Tosk »

Excelente trabajo Luis.

Debe haber sido muy difícil pelear una batalla a 1300 metros sobre el nivel del mar, en los meses de verano.
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Aguila Audaz »

Ver algunas fotos me hicieron volver doler los pies, y eso que nosaotros fuimos con lo mejor que habia en calzados en ese momento.-
Lo que debe haber sido caminar con esos zapatos de zuela que se destruian paulatinamente a medida que caminaban por esos camnos de piedras
[Mi abuelo era un hombre muy valiente, solo le tenia miedo a los idiotas...Le pregunte porque y me respondio.....Porque son muchos y al ser mayoria eligen hasta presidente.- Facundo Cabral- Cantautor Argentino
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

El Desmoronamiento

Marcó había dispuesto que las tropas que llegasen del sur se acamparan en la chacra de la Palma, una legua al norte de Santiago, para que siguieran a Chacabuco después de un ligero descanso. En cumplimiento de esa orden, se concentraron en este punto los dos escuadrones incompletos de los Húsares de Barañao, que habían llegado de San Fernando el día 10, con unos 250 hombres, y el regimiento de Dragones de la Frontera, también incompleto, a las órdenes de Morgado, con unas 300 o 400 plazas. El mismo día 12 entró el regimiento Chillán, comandante José Alejandro con 700 plazas. El presidente había reservado el real cuerpo de artillería, con 16 cañones y 200 hombres, y la compañía de granaderos del Valdivia para resguardo de su persona y del orden en la ciudad. Así que al producirse la derrota de Chacabuco, había en la capital entre 1.600 a 1.700 soldados de línea.
A las 3PM marcó recibió el oficio en que Maroto anunciaba el avance del enemigo por la cuesta y le urgía el envío de refuerzos. Inmediatamente impartió la orden al comandante Barañao, que iba con los Húsares, de que apresurara la marcha. El propio alcanzó a Barañao en Huechuraba, unas dos leguas al norte de la ciudad. Los Húsares avanzaron a marcha forzada con la esperanza de llegara tiempo al campo de batalla, pero después de andar una legua se encontraron con los primeros fugitivos de Chacabuco. Barañao despachó un oficial que llevara a Marcó la noticia del desastre, y desplegó su escuadrón en batalla, a fin de prevenir el ataque de los piquetes enemigos y contener a los fugitivos. Allí se le fueron reuniendo los jefes que habían escapado vivos, Quintanilla, Maroto y otros.
Entre tanto en la capital se había divulgado la noticia de que se estaba librando un combate, y patriotas y realistas aguardaban sus resultados con ansiedad. A las 5 de la tarde circuló el rumor de que le teniente García, del Talaveras, ayudante de Maroto, había llegado con la noticia de la derrota del ejercito realista. A esa misma hora el oficial de Húsares despachado por Barañao imponía a Marcó del desastre y de las muertes de Elorreaga, Marqueli y San Bruno.
Marcó tomó el camino de la Palma y se reunió allí con Atero y los demás jefes que no habían participado en la batalla. Si se presta crédito a una relación verbal que acogió Barros Arana, Barañao lo habría impuesto personalmente de que el ejercito patriota había quedado tan destruido que bastaba la presencia de fuerzas realistas de refresco para producir su desbande, y se habría decidido librar una nueva batalla en Chacabuco o Colina. Descartando la conferencia con Barañao, parece efectivo que por un momento Marcó pensó en dar una nueva batalla. Habiéndole comunicado Maroto que estaba con los Húsares una legua al norte de Huechuraba y pidiendo órdenes, le contestó que se mantuviera en la misma posición, pues el iba a reunírsele con todo el ejercito. Mas sea que se tratara de una excusa para salvar responsabilidades o que las noticias mas exactas sobre la magnitud del desastre lo desanimaran, a las 11 de la noche dirigió un nuevo oficio a Maroto, ordenándole que le dejase los Húsares en su posición y pasara a conferenciar con el.
La junta se celebró pasada medianoche en el palacio. “Esta se verificó con la mayor confusión, variando continuamente de pareceres. Unas veces se opinaba por la retirada al Maule, otras a Valparaíso, ya defenderse en la capital, ya verificarlo en el castillo de Santa Lucia. También se trató de atacar en la siguiente mañana al enemigo” (Maroto). Al fin las vacilaciones se circunscribieron al retiro al sur por tierra o por mar. Morgado insistía en que O´higgins había pasado por Planchón con un cuerpo de ejercito, y esta circunstancia uniformó los criterios con la opinión de Maroto, que creía mas conveniente la retirada a Valparaíso, “donde se contaba con doce buques en que poder salvar el resto del ejercito, los caudales, las autoridades, pertrechos, personas dignas de consideración y cuanto se tuviese a bien para ocupar la provincia de Concepción, desembarcando en Talcahuano” (Maroto).
A la una de la mañana del 13 se ordenó que las tropas acampadas en la Palma tomaran el camino de Valparaíso, dando un rodeo, a fin de no pasar por la ciudad. Las municiones, los bagajes y el parque estaban listos, así que se cambió la dirección de Chacabuco por la de Valparaíso. Las tropas que estaban en la ciudad salieron a reunírseles.
En las casa de moneda habían unos $250.000 procedentes en su mayoría del ultimo empréstito forzoso. A las 9AM se ordenó al contador interino de la tesorería son Jose Ignacio Arangua que los hiciera cargar. Mas tarde, Marcó, resulto a defender Santiago, dio contraorden. Una hora más tarde ordenaba de nuevo llevarlos a Valparaíso. Sólo a las 2AM del día 13 salieron escoltados por una compañía de Dragones $190.000, el tesorero, los oidores, casi todos los altos funcionarios y unos veinticinco a treinta comerciantes que temían represalias, con dirección a Valparaíso. La resolución de San Martín de no perseguir a los restos del ejército realista les había dejado el camino libre a Valparaíso.
Habría bastado la autoridad de un mandatario enérgico para realizar el embarque de la tropa y los caudales en orden, pero Marcó estaba aterrado, y no se atrevió a correr la suerte de sus soldados. Creyendo escapar con más seguridad si huía aparte, entregó el mando verbal a Maroto y se dirigió a San Antonio, donde lo esperaba una embarcación.
Los jefes solo atinaron a salvar su persona y los haberes que podían cargar. Los oficiales se fueron a sus casas a recoger los equipajes dejando a los soldados solos. “Corrí presuroso a la exploración de los cuarteles, que hallé vacíos y sin gente a quien hacer las debidas prevenciones. Solo, sin un soldado ni oficial que me acompañase, discurrí por la ciudad y puntos principales, para ver si encontraba a quien mandar o poder reunir a la dirección expuesta “(Maroto). Viendo que nada podía hacer, a las dos de la mañana Maroto tomo el camino de Valparaíso acompañado de su mujer.
“Esta marcha sin jefes ni oficiales que dirigieran sus respectivos cuerpos, a excepción de uno que otro que se mantuvo en formación, produjo como resultado el abandono de la artillería, y los caudales y el desbarato general. Todos no otra cosa que embarcarse” (Quintanilla). El desastre empezó por el saqueo a los caudales. Cuando el tesorero Aragua, que lo conducía, llegó al paraje Las Lomas, a una y media legua de Santiago fue asaltado por los mismos soldados que lo escoltaban, desapareciendo los $190.000. Al llegar a la cuesta Lo Prado, aunque nadie los perseguía, los realistas abandonaron los cañones. Muchos soldados botaron las armas, otros se desertaron y la desmoralización de los que continuaron al puerto era tal que habría bastado en esos momentos la presencia de 300 granaderos para concluir con los restos del ejercito de Marcó.
En la mañana del día 13 empezaron a llegar a Valparaíso soldados sueltos que se habían desbandado de los cuerpos que venían de Santiago y los fugitivos de Chacabuco. Apenas se esparció la noticia del desastre del ejército realista, desapareció el control de las autoridades y se produjo una confusión general; nadie obedecía a nadie. Maroto llegó a las 8PM del mismo día 13, y en el primer momento quiso poner orden al caos. Viendo que no era obedecido, se embarcó también, dejando que los cuerpos de ejército se las arreglaran como pudieran. “Al llegar Maroto a la playa, los Talaveras, en numero de 100 hombres, preguntaron al coronel que como se embarcaba dejándolos en tierra. El coronel contestó que el único objeto de su embarque era reunir los botes y las lanchas para el efecto de embarcarlos a ellos” (Ballesteros).
Marcó, que había perdido completamente el juicio, había mandado la escuadra que le remitiera Pezuela, formada por la fragata “Venganza”, el bergantín “Potrillo” y la corbeta “Sebastiana” a despejar el pacifico de una imaginaria escuadra patriota. Así que había en el puerto solamente 9 buques. Entre tanto era necesario embarcar alrededor de 1.600 soldados, los funcionarios públicos y más de 500 civiles que deseaban salir. Los jefes y las persona consientes se daba cuenta que en las naves no caían mas de 1.500 personas, y se produjo el sálvese quien pueda. Se desarrolló una competencia por ganar los buques que no respetaba órdenes ni amonestaciones. Individuos y familias realistas que nada tenían que temer ocuparon el lugar de los soldados. En la mañana del 14 ya todos los barcos estaban repletos. El número de personas embarcadas fluctuó alrededor de 1.600 y de ellas apenas 700 eran soldados. “Yo llegué a Valparaíso a las doce de la noche del día 13, y habiendo preguntado por el gobernador del puerto y por los jefes Maroto, Atero y Feliú, ya se habían embarcado. El pueblo estaba en el mayor desorden; el saqueo tanto por las tropas dispersas como por el populacho, tiroteos, falta de lanchas en la playa, en fin, no ofrecía otro aspecto que el terror en los que aun estaban en tierra. Llegué a bordo del bergantín San Miguel y encontré los buques en la mayor confusión, cargados de familias, muchas sin comprometimiento ni motivo de fuga; entre tanto la tropa clamaba en la playa por embarcarse, pero apenas lo podría lograr una tercera parte.” (Quintanilla).
Cuerpos enteros formados a la orilla del mar quedaron abandonados a su suerte. “Exasperados y furiosos, unos rompieron sus fusiles, otros rasgaban sus casacas, aquel maldecía sus servicios, el otro lamentaba el premio a sus fatigas, y en ese raro contraste de desesperación, en la mañana se juntan al pueblo, saquean almacenes y tiendas, incendian bodegas, matan sin distinción, y en ese fatal día y noche terrible no se divisa en Valparaíso otra cosa que la desolación, las llamas, humo, fusilazos, cadáveres, calles sembradas de géneros extranjeros y otros elementos y muebles con incalculable numero d baúles abandonados, destrozados, quedando pobre el rico y rico el pobre” (Ballesteros). Los saqueos terminaron solamente el día 16 cuando empezaron a llegar piquetes patriotas despachados por O´higgins desde Santiago.
Volvamos ahora a los buques. Se suponía que la decisión de la junta de oficiales era de retirarse por mar hasta Talcahuano con los restos del ejército, para reforzar a Ordóñez y proseguir la resistencia. Pero este acuerdo tropezó con la tenaz resistencia de los oidores, de todo el elemento civil y de la mayoría de los oficiales. Todos daban a Concepción por perdida. La resistencia era inútil perdido el parque, la artillería, las municiones, los caudales y más de la mitad del ejército que quedaba en la playa con sus armas. Junto con llegar al “Bretaña”, Maroto se advirtió de ese ambiente y no queriendo cargar con la responsabilidad del cambio de rumbo, transfirió el mando al brigadier Manuel Olaguer Feliú, que era más antiguo que él. Feliú organizó una junta a borde del mismo “Bretaña” el día 14, y en ella se acordó dirigirse al Callao. Acto continuo, los buques largaron velas con rumbo al norte. Civiles y militares iban abordo en condiciones desastrosas, tirados sobre cubierta o metidos en los rincones, sin camas ni abrigos, presa de una desmoralización casi inverosímil. El problema mas grave era el de los alimentos. El gobernador de Valparaíso, aunque encargado con tiempo de preparar los buques, nada había hecho y mas tarde la sublevación del populacho y los soldados que quedaron hizo imposible la tarea de aprovisionamiento. En algunos buques el hambre se hizo sentir desde el primer día. Al enfrentar Coquimbo, los jefes realistas quisieron desembarcar, pero encontraron el puerto ocupado por fuerzas patriotas. En Huasco Maroto bajó personalmente al frente de 400 hombres y logró llevar a bordo los carneros necesarios para la alimentación, al costo de 48 soldados que desertaron. Por suerte los vientos favorecieron la navegación y los buques empezaron a llegar al Callao el 28 de febrero, catorce días después de zarpar de Valparaíso, y diez días mas tarde estaban todos en ese puerto.
Según el oficio de Pezuela del 30 de abril de 1817, desembarcaron “seiscientos y tantos oficiales y soldados del ejercito de chile, 24 empleados, 265 particulares y 192 mujeres con su respectiva familia y servidumbre”.

Entre tanto San Martín seguía en Chacabuco alistando sus fuerzas para el choque decisivo. Convencido de que había derrotado solo a la vanguardia del ejército realista, impidió los deseos de los oficiales de picar la retaguardia realista o seguir a los fugitivos. Soler y O´higgins insistían en despachar una división a ocupar Valparaíso para impedir que se ocupara los buques, mientras él seguía a Santiago con el resto del ejército. Pero San Martín por ser muy precavido, dejaba pasar oportunidades brillantes. La única medida que habría impedido el embarque era la propuesta por O´higgins. Habría sido necesario destacar una pequeña columna de 500 hombres montados el mismo día 12, para que corriéndose por la cuerda del arco, descontaran la mayor distancia que hay de Chacabuco a la cuesta de Lo Prado y ganaran la delantera a las tropas de Marcó. La decisión de San Martín de permanecer impávido costaría la extensión de la guerra por nueve años más.
Por fin, a las 6 de la mañana del día 13 se convenció de su error al recibir numerosos despachos que daban cuenta de la fuga de Marcó y del embarque de su ejercito. Se decidió a despachar una columna de 200 granaderos a las órdenes del comandante Mariano Necochea. Debía tomar todo género de precauciones durante la marcha para evitar sorpresas, y en caso de que los realistas efectivamente hubieran evacuado la capital, se pondría a disposición de la autoridad patriota, para guardar el orden. Los granaderos entraron a Santiago el mismo día 13, en medio del júbilo clamoroso de los pobladores.
Al día siguiente, 14 de febrero, el Ejercito de los Andes hacia su entrada triunfal a Santiago, en medio de la ovación delirante de todo el pueblo, sin distinción de clases sociales. San Martín y O´higgins se apearon de sus caballos en la casa del conde de la Conquista ubicada en calle de la Merced, que se les había destinado de residencia. Poco después San Martín se trasladó al palacio del obispo y O´higgins a la casa de gobierno. Los jefes y oficiales quedaron como huéspedes de los principales patriotas. Las tropas ocuparon los cuarteles que los cuerpos realistas acababan de evacuar.

Nos falta saber el destino de Marcó. Habíamos visto que salio de Santiago al mismo tiempo que los batallones realistas que iban a embarcarse a Valparaíso, pero independiente de ellos. Pasada la cuesta Lo Prado, tomó el camino que conducía a la caleta de San Antonio, creyendo encontrar en ella el buque San Miguel, en el cual proyectaba embarcarse. Más, la nave había zarpado horas antes y no era probable que tocara en esas playas otra embarcación. Solo cabía seguir al sur por el camino de la costa, corriendo el riesgo de caer en poder de freire o de los montoneros al acercarse al Maule, o doblar hacia Valparaíso, donde talvez aun estarían surtos algunos buques. Marcó optó por este segundo plan. Al llegar a la hacienda de las Tablas el día 15, el presidente y sus acompañantes se ocultaron en una quebrada boscosa. Desde allí despacharon a un campesino para que fuese a Valparaíso a traer noticias y muy especialmente verificar si el puerto estaba aun en manos realistas y si se divisaban buques en la bahía. El inquilino en vez de cumplir el encargo, le avisó a su patrón Francisco Ramírez que en una quebrada inmediata estaban ocultos algunos hombres que a juzgar por sus vestidos y arreos eran de alta condición. Ramírez se concertó con el capitán Francisco Aldao, jefe de uno de los piquetes que perseguían a grupos dispersos, y cercaron la quebrada el día 16. En ella encontraron al ex presidente, acompañando de los militares y funcionarios que los habían acompañado desde Santiago, el teniente coronel Fernando Cacho, el inspector de ejercito, coronel Ramón Gonzalez Bernedo y el fiscal Prudencio Lazcano. Todos entregaron sus armas, salvo Marcó que pidió conservar la espada para presentarla a un jefe de su condición.
Se les condujo a Valparaíso, guardándoseles todo tipo de consideraciones, en donde permanecieron hasta el día 23, cuando fueron remitidos a Santiago. Marcó entró en una carroza rodeado de un grueso pelotón de caballería. Conforme a sus deseos, rindió ceremoniosamente su espada a San Martín, en presencia de algunos oficiales del cuartel general. Pasó enseguida a conferenciar a una sala continua, en el cual el general patriota se impuso de todos los datos que le interesaba saber. El 16 de Abril de 1817 se le envió a Mendoza bajo las órdenes de Luzuriaga. Este lo confinó a San Luis. Allí estaba cuando tuvo lugar la sublevación de los presos realistas en 1819 y las matanzas que dispuso en represalia Monteagudo. Aunque vivía en casa separada y era totalmente ajeno al complot, se le incluyó en el proceso, mas pronto se reconoció su inocencia. Murió pocos meses mas tarde en Lujan, cerca de Buenos Aires.

Ocho días después de la entrada a santiago, San Martín remataba el parte oficial de las operaciones del ejercito de los Andes con estas palabras: “En veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera mas elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile”. Estas sencillas palabras solo reflejan los resultados inmediatos producidos. La victoria de San Martín en Chacabuco es el hecho de armas más trascendental en la lucha de la América del Sur por su independencia.
Permitió a San Martín organizar sobre la base del roto chileno, batallones que no tenían rivales en la América española, y a Zenteno crear con cuatro tablas y los pescadores de Chile, una escuadra que mandado por el máximo genio naval de la segunda mitad del siglo XIX, barrió con el poder naval de España.
Chacabuco colocó a Pezuela en la alternativa de dirigir contra Chile y el ejército de los Andes las fuerzas y los elementos que podía desprenderse en ese instante o de afrontar la contienda en las puertas de Lima.
Dio así una tregua en el Alto Perú, al exhausto ejército argentino del norte, ultimo baluarte de la revolución moribunda, y enclavar al virrey e impedirle acudir en auxilio de los ejércitos realistas de Nueva Granada y de Venezuela.
Sin el avance de San Martín en la madrugada del 12 y sin el certero golpe de vista de Cramer, la batalla incierta que debía librarse en Colina, se decidió en las barrancas del estero Las Margaritas.
La historia de la guerra de emancipación no registraría las brillantes victorias de Maipú, Carabobo, Pichincha y Ayacucho sin el triunfo de San Martín en Chacabuco. Maipú fue el simple afianzamiento de los resultados de Chacabuco, y Ayacucho el broche de oro que cerró el último eslabón de la larga columna de audacias y desfallecimientos, de aciertos y errores, de victorias y derrotas de la áspera lucha por la libertad.


BIBLIOGRAFÍA

“Historia de Chile”, de Francisco Antonio Encina
“Historia de Chile”, de Encina-Castedo
“Historia de Chile”, de Gonzalo Vial Correa
“Historia General de Chile”, de Diego Barros Arana
“Historia del ejercito de Chile”, de Enrique Brahm Garcia.
”Chilehistoria”, de Varios Autores
”Historiadores de la Independencia”, de Varios Autores
”Memorias”, de José de San Martin
”Diario de José Miguel Carrera”, de José Miguel Carrera
”Memorias”, de Antonio Quintanilla
“Recuerdos de 30 años”, de José Zapiola.
"Campaña de los Andes", del Coronel D. Leopoldo R. Ornstein.
"Historia del Libertador Don José de San Martín", del Dr. José Pacifico Otero.
"Historia de San Martín y la Emancipación Americana", del Gral. Bartolomé Mitre.
"El Paso de los Andes", del Gral. Gerónimo Espejo.
"El Paso de los Andes por las Seis Rutas", de la Srta. Rosario Vera Peñaloza.
"El Paso de los Andes, camino a través de cuatro cordilleras", del Dr. Eduardo Acevedo Díaz.
"La Provincia de La Rioja en la Campaña de los Andes. Expedición Auxiliar a Copiapó", por el Cnel. (R) D. Roque Lanús.
"Documentos del Archivo de San Martín".
"Campaña de los Andes, marcha de las columnas de Uspallata y de los Patos,
hasta su unión en el valle longitudinal chileno", por el capitán D. Juan J.
Uranga Intáz.
“San Martín, sus ideas y su acción en la epopeya de la libertad", por el Tte. Cnel. D. José María Menéndez.
"Don José de San Martín y la Independencia de Chile", por el Prof. Alfredo Barros Errázuriz.
"San Martín, el Libertador", por C. Calvan Moreno.
"Cronología de San Martín", por C. Galván Moreno.
"El genio militar", del Cnel. D. Leopoldo R. Ornstein, publicado en "La Nación" del 13 de agosto de 1950.
"Síntesis documental Sanmartíniana", de los Sres. Antonio Tonelli y Alberto
Bembihy Videla.
"San Juan y el Ejército de los Andes", del Dr. Juan Pablo Echagüe.
"El Paso de los Andes por la Expedición Auxiliar del Sur", del Tte. Cnel. (R.)
D. Augusto Marcó del Pont.
"O'Higgins", por el Sr. Jaime Eyzaguirre.
"Córdoba y la Campaña de los Andes", por el investigador D. Efraín U.
Bichoff.

WEB

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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

Me enteré por la prensa que en Argentina se está filmando una pelicula sobre esta azaña.
Si algún forista de allá tiene mas datos, ojala pudiesen subir fotos.
Creo que O´higgins lo interpreta un actor argentino, como lo hará con el acento?

Salu2
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Gran trabajo, sigue asi. Da gusto encontrar aqui tanta información muy dificil de encontrar en España, gracias.
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Muelhoff »

Excelente aporte Luis Cruz Martinez, en lo que leí asi sobrevolado me interesó bastante, ahora lo imprimiré y lo leeré detenidamente en casa. Lo unico bastante amplio como para ser solo del ejercito de los andes, pero que lo haz hecho desde los cimientos?. Y a de por cierto la pelicula es "El Santo de la Espada" por lo que averigué!, pero dame tiempo a ver que datos consigo! Saludos!
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

He disfrutado esta reseña, que bién pudiera haber sido un articulo, de cabo a rabo. Lo vuelvo a leer y mas genial me parece. Mi mas sincera enhorabuena y agradecimiento.

El sábado visito los Andes, ¿me recomiendas algo que ver del campo de batalla?

Solo una matización: continuamente te refieres al regimiento regular español como "talaveras", incluso me parece recordar haber leido "los Talaveras de la Reina". Da la impresión de que talaveras es un adjetivo referido a los soldados del regimiento, cuando lo cierto es que el nombre propio del cuerpo es "Talavera", en referencia a la localidad española de Talavera de la Reina, no se si por reclutar alli o en homenaje la la batalla que alli tuvo lugar en 1809. te refiere a este cuerpo como veterano, pero lo cierto es que se creo en 1813 e inmediatamente partió hacia América. Tal vez tuviera veteranos entre sus filas, pero como cuerpo no era nada veterano. No volvio de América, se disolvio en 1822. No he podido encontrar nada mas de este cuerpo y agradecere si alguien aporta mas luz sobre el mismo.

Aunque me repita, genial tu trabajo sobre el cruce, una referencia de estudio. :Bravo
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Aguila Audaz »

Hay alguien que pueda tener fotos del estandarte ( coronela) del Regimiento Infante Don Carlos que actuo en Maipu, ya que segun dicen las cronicas se tomo al final de la batalla y lo tuvieron en el Museo de Santiago y despues lo enviaron al de Buenos aires, pero no aparece en ningun lado.- Aparentemente lo puso Luqui Lagleyze en su libro "Los Realistas" ( libro que aqui no vendio, y en España parece que tampoco)
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

aguila, en mi Regimiento tengo el Honor de responsabilaarme de la sala historica y alli tengo una joya que es el Diario de Operaciones de ese Regimiento y en su portada un dibujo a mano alzada del escudo del regimiento, que ess el que debía ir sobre la Coronela blanca.
Como estoy en chile no puedo acceder a el, pero en cuanto regrese a España lo escaneo. Te adelanto que es un escudo español con fondo morado y tres flores de lis amarillas.
"Yo soy un marino hijo de España, pero, desgraciadamente, hay muchos oficiales que son hijos de Drake".
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Aguila Audaz »

Jmunrev: no hay apuro, hace mas de cinco años que lo ando buscando, asi que esperar un año mas no me afecta demasiado.-
Tengo pendiente un juego de ajedrez que esta situado en la batalla de Maipo y segun el esquema de la misma este regimiento tenia enfrente a los Cazadores de los Andes, de acuerdo a los partes de la batalla de San Martin, que se conservan en el AGN y el en museo el RGC
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Visitado el campo de batalla me asalta una gran duda: ¿Dónde estaba la línea realista?
Existen dos monumentos, el original (A) y el erigido en 1967 (B).
Y el mapa de la batalla comtempráneo a la misma, situa la línea realista al oeste del estero (arroyo) Chacabuco, cuando la descripción de la batalla de las fuentes de Luis Cruz y la lógica del terreno dicen que estaba al este (salvo el Chillán).
Yo tengo mis propias teorias sobre situación y dimensiones de la misma para las que preparo un estudio tactico de la batalla y que expondre al finalizarlo; en la vista aerea he reflejado la línea (al norte de B) y los que creo que son los cerros a que se refiere el relato de LCM. (Me hare con un mapa topografico del IGM para confirmalo todo y apoyar el estudio). Supongo que el monumento original A se erigio donde se rindieron los ultimos realistas, ¿no? El punto es donde desembocaria la división de Soler an su maniobra por el flanco.
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Luis Cruz Martinez escribió:Imagen
Curioso montaje del emblema del regimiento Talaveras
Yo no lo veo, ¿lo puedes volver a cargar?
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Aguila Audaz escribió:Jmunrev: no hay apuro, hace mas de cinco años que lo ando buscando, asi que esperar un año mas no me afecta demasiado.-
Tengo pendiente un juego de ajedrez que esta situado en la batalla de Maipo y segun el esquema de la misma este regimiento tenia enfrente a los Cazadores de los Andes, de acuerdo a los partes de la batalla de San Martin, que se conservan en el AGN y el en museo el RGC
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El batallón que lucho en Maipú (¿por que en muchos sitios aparece Maipo, que es el rio, en lugar de la población Maipú?) era el 2º del Infante Don Carlos por lo que dudo que llevar la Coronela, en teoria con el 1er batallón. el de Maipú llevaría una bandera sencilla, fondo blanco, cruz de borgoña y escudo del regimiento en las 4 esquinas, igual ambas caras.
"Yo soy un marino hijo de España, pero, desgraciadamente, hay muchos oficiales que son hijos de Drake".
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jmunrev
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Como esta de un batallon del Sicilia en1728:
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Luis Cruz Martinez
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

jmunrev escribió:Visitado el campo de batalla me asalta una gran duda: ¿Dónde estaba la línea realista?
Existen dos monumentos, el original (A) y el erigido en 1967 (B).
Y el mapa de la batalla comtempráneo a la misma, situa la línea realista al oeste del estero (arroyo) Chacabuco, cuando la descripción de la batalla de las fuentes de Luis Cruz y la lógica del terreno dicen que estaba al este (salvo el Chillán).
Yo tengo mis propias teorias sobre situación y dimensiones de la misma para las que preparo un estudio tactico de la batalla y que expondre al finalizarlo; en la vista aerea he reflejado la línea (al norte de B) y los que creo que son los cerros a que se refiere el relato de LCM. (Me hare con un mapa topografico del IGM para confirmalo todo y apoyar el estudio). Supongo que el monumento original A se erigio donde se rindieron los ultimos realistas, ¿no? El punto es donde desembocaria la división de Soler an su maniobra por el flanco.
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Efectivamente la línea realista estaba en el punto B del mapa que pones.
E monumento actual está ubicado mucho más abajo, en el lugar en donde se rindirieron los últimos realistas.
Señora!!!....El Chileno no se rinde!!!!
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por Luis Cruz Martinez »

jmunrev escribió:El batallón que lucho en Maipú (¿por que en muchos sitios aparece Maipo, que es el rio, en lugar de la población Maipú?) era el 2º del Infante Don Carlos por lo que dudo que llevar la Coronela, en teoria con el 1er batallón. el de Maipú llevaría una bandera sencilla, fondo blanco, cruz de borgoña y escudo del regimiento en las 4 esquinas, igual ambas caras.
Efectivamente se da la confusión. La palabra correcta del lugar en donde se efectuó la batalla es "Llanos del Maipo".
De ahí derivó en "Maipú", que es la comuna o municipio de la actualidad. De hecho yo vivo ahí ahora y el municipio está lleno de calles de heroes patriotas y realistas. Sin ir mas lejos, el principal parque se llama "Primo de Rivera", que fue el cerrito en donde este oficial emplazó su artillería.

Hay otro hilo que estoy escribiendo, la "2da campaña de Osorio" en la cual toco esta fase de nuestra guerra de independencia, el período entre 1817 y 1818. Lamentablemente por tiempo no he llegado a la batalla de Maipú, aunque ya pasé Talcahuano y Cancha Rallada, ambas derrotas patriotas.

En este mismo, explico otro error que se da, que es que el batallón Infante llegó en los huesos a América, así que el Virrey lo fundió con otras compañías sueltas y lo rebautizó como "Real de Lima", aunque conservando su uniforme y estandartes, que fué el que luchó en Maipú. Así que los únicos soldados peninsulares que lucharon en esta batalla fueron los del "Burgos", que esos si que dieron la pelea hasta el final y no se rindieron.

Salu2
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Re: El Ejército de Los Andes

Mensaje por jmunrev »

Luis Cruz Martinez escribió: En este mismo, explico otro error que se da, que es que el batallón Infante llegó en los huesos a América, así que el Virrey lo fundió con otras compañías sueltas y lo rebautizó como "Real de Lima", aunque conservando su uniforme y estandartes, que fué el que luchó en Maipú. Así que los únicos soldados peninsulares que lucharon en esta batalla fueron los del "Burgos", que esos si que dieron la pelea hasta el final y no se rindieron.

Salu2
No se rebautizo como Real de Lima. El Real de Lima era una unidad regular fundada en el SXVIII. Al llegar el Infante D.Carlos, y dado que los dos estaban incompletos de efectivos, se refundieron en uno completo con tres batallones. El nombre que se quedo fue el de Infante D.Carlos pero la antiguedad del Real de Lima. Y los peninsulares no eran el 100% pero si que los habia.
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