Lérida, 1647, un asedio legendario

Historia Militar de todas las épocas en las que directamente ha intervenido dichos países. Hasta el 2006.

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Sir Weymar Horren
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Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

Llevo varios meses inactivo por motivos personales, pero para compensar mi ausencia voy a publicar algunos materiales que tenía en conserva y que he pulido en mis ratos libres estos días. También los estoy subiendo a mi blog sobre los tercios en el siglo XVII, pero qué mejor que este foro para el debate.

Me dispongo a narrar, concretamente, el sitio de Lérida de 1647, uno de los más espectaculares de la Guerra de los Segadores, o de Separación.

En el año 1647 el frente catalán de la guerra entre Francia y España parecía estancado. Tras la ofensiva española de 1644, en la que los ejércitos de Felipe IV recuperaron la importantísima plaza de Lérida, la Monarquía Católica estaba a la defensiva. En 1645, el ejército francés, comandado por el hábil Harcout de Lorena y muy reforzado al conceder el cardenal Mazzarino, primer ministro del aún menor de edad Luis XIV, prioridad al frente catalán, conquistó Rosas y Balaguer y derrotó al ejército español en la batalla de Sant Llorenç de Montgai. En 1646, sin embargo, los galos sitiaron Lérida durante meses sin éxito, hasta que en noviembre, muy castigado ya el ejército sitiador por las deserciones y el hambre, un socorro español al mando del marqués de Leganés venció a los sitiadores en la batalla de Santa Cecilia. Las pérdidas francesas fueron muy elevadas, y Harcourt fue destituido por su derrota (1).

Para la campaña de 1647 la Corona española siguió dejando Cataluña en segundo plano mientras de desarrollaban las negociaciones de paz en Westfalia y, en cambio, centró su esfuerzo ofensivo en Flandes. Francia, entretanto, tejió una alianza con el duque de Módena (2) en el norte de Italia para, con su ya tradicional aliado en la región, Saboya, atacar el Milanesado español por dos flancos sin comprometer demasiadas tropas galas. Del mismo modo que en los años previos, Francia centró en Cataluña su acción ofensiva. Mazzarino esperaba conseguir una posición fuerte en la provincia para tratar de obligar a España a canjearla por Flandes en las negociaciones de Westfalia. Asimismo, a partir de 1645, la fidelidad de los catalanes se había resentido; varias conspiraciones habían sido descubiertas y el flujo de catalanes que se pasaba a las filas hispánicas iba en aumento, por lo que urgía a las altas esferas de París hacer ver a sus súbditos transpirenaicos que eran tenidos en cuenta.

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Luis de Condé. Retrato del estudio de Justus van Egmont.

Mazzarino decidió recurrir, para una ofensiva que estimaba decisiva, al mejor general del que disponía a la sazón, el príncipe de Condé, Luis II de Borbón, que a pesar de contar apenas con 25 años, era considerado uno de los mejores de Europa por su victoria en Rocroi (1643) y la conquista de Dunkerque (1646). Condé, sin embargo, comenzó con mal pie su andadura en Cataluña: entró en Barcelona el 11 de abril con una escolta de apenas seis hombres, vestido con ropas de viaje y cubierto de polvo del camino. Los cuatro tercios de la Coronela, las autoridades y un buen número de ciudadanos se habían congregado para recibirlo, y al verlo llegar sin tropas y sin pompa, la decepción fue general (3).

Con todo, no tardaron en comenzar a llegar a Barcelona tropas francesas por tierra y por mar. La flota francesa del Mediterráneo, con 14 navíos y 16 galeras, escoltó un convoy de transportes que llevaba a bordo 4.000 soldados de infantería reclutados recientemente, amén de abundantes municiones y otros pertrechos. La caballería entró por el Rosellón junto con otras reclutas de infantería. Con los veteranos de las campañas previas como base, Condé reconstruyó los maltrechos regimientos galos en Cataluña, a los que hay que sumar las tropas del Batallón del Principado, axuliares catalanes, que entonces habían quedado reducidos a dos regimientos de los cuatro iniciales y a unas pocas compañías de caballería. En total, contando las tropas de guarniciones, el mando francés en Cataluña tenía a su disposición unos 15.000 infantes y más de 5.000 soldados de caballería.

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Desembarco de soldados en un puerto Mediterráneo (Johann Wilhelm Baur, 1634-37).

Lérida era el objetivo indiscutible de los franceses. En palabras de un decreto de Felipe IV de 1645: “Lérida es plaza de tan gran consecuencia, que da la mayor disposición para la recuperación de Cataluña; asegura á Aragón y los reinos de Castilla, y el principal designio de los franceses es ocuparla” (4). La situación española, en contraste con la francesa, era precaria. Además de Cataluña, la Corona española debía atender el frente portugués; los reinos de Valencia y de Aragón estaban empobrecidos por la guerra y el hambre, Castilla tampoco pasaba por su mejor momento, y hacer nuevas levas y mantener a las tropas existentes era una tarea sumamente difícil. A diferencia de lo que sucedió en 1646, si los franceses ponían de nuevo Lérida bajo asedio no habría ningún ejército de socorro y los defensores deberían resistir por su cuenta.

Gobernaba Lérida y su guarnición, desde principios de 1646, el maestre de campo Gregorio Britto de Carvalho, un caballero portugués que había permanecido leal a los Austrias tras la revuelta del duque de Braganza en 1640. Poco se sabe de la carrera de Britto antes de su llegada a Cataluña, salvo que había servido en la Armada del Mar Océano, el ejército de Flandes y el de Milán durante más de 20 años. Brito tenía entonces 47 y había dado muestras de su gran capacidad de mando y su astucia en la defensa de la ciudad contra Harcourt y en la interpresa de Térmens. Su prueba más dura, sin embargo, estaba por llegar, pues pese a la victoria de 1646 la situación de Lérida era calamitosa. A principios de 1647, mientras el invierno mantenía ambos ejércitos inactivos, el portugués viajó a Madrid con licencia para pedir tropas y dinero, sin obtener más que promesas.

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Mapa del sitio de Lérida de 1644 que permite conocer la situación de la ciudad en la época.

Los hombres con los que Britto contaba para la defensa no eran suficientes siquiera para desmantelar las fortificaciones y cuarteles que los zapadores galos habían erigido alrededor de la plaza en el sitio de 1646. Es posible que la Corte de Felipe IV hubiese sido víctima de los bulos difundidos por el virrey de Cataluña, el catalán Guillén Ramon de Moncada, que para confundir al mando francés había propagado rumores de que Lérida contaba con una guarnición de 3.500 soldados (5). En realidad, cuando el 14 de mayo, dos días después del comienzo del asedio, Britto ordenó pasar muestra a la guarnición, el saldo fue de 2.400 hombres contando las planas mayores, los músicos y las plazas muertas (6), lo que dejaba la fuerza efectiva de la guarnición hispánica en cerca de 1.800 soldados. Estos comprendían el regimiento de la Guardia del Rey, los tercios del conde de Aguilar, Pedro Esteriz y Rodrigo Niño, el regimiento de alemanes de Luis de Amiel y varias compañías de caballería de los trozos de las Órdenes, Flandes, Borgoña y Rosellón.

A finales de abril Condé fue congregando su ejército, que constaba de 8.500 infantes, 5.000 soldados de caballería y un tren de más de 45 piezas de artillería, entre Vilafranca del Penedès y Martorell, presto a comenzar la campaña. La vanguardia francesa se concentró en Agramunt, Balaguer y Cervera, en el llano de Urgell. Desde allí partió el grueso del ejército una vez, el 8 de mayo, el príncipe hubo dejado Barcelona para tomar el mando. El 10 de mayo el ejército galo abandonó Cervera, el 11 cruzó el río Segre en Balaguer y el 12 la Noguera Pallaresa “con gran dificultad”, según Roger de Bussy-Rabutin, soldado y cortesano francés que acompañaba a Condé (7). El río bajaba muy crecido a causa del deshielo y entre 30 y 50 soldados se ahogaron durante el cruce. Finalmente, aquel mismo día, entre las ocho y las nueve de la mañana, la vanguardia francesa llegó a la vista de la ciudad y ocupó sin oposición las fortificaciones y cuarteles construidos por Harcourt al suroeste de la plaza, alrededor del castillo de Gardeny; y al este, en la orilla opuesta del Segre, junto al molino de Cervià y el llano de Vilanoveta.

Imagen
Lérida en 1644 vista desde el este. Mapa de Sébastien de Pontault, señor de Beaulieu.

Las fortificaciones de Lérida presentaban un aspecto desigual. La ciudad se expandía entre el Segre y el turó de la Seu, un promontorio de roca maciza de 155 metros de altura donde se alzaban la catedral y el castillo del Rey, o de la Suza. Las defensas de la plaza en la parte que miraba al río eran viejas murallas medievales. El verdadero obstáculo era el Segre, cuya anchura de entre 30 y 50 metros y su considerable caudal hacían imposible vadearlo. Un puente de piedra defendido por un pequeño fuerte unía la ciudad con la orilla opuesta. Lérida, a decir verdad, carecía en gran medida de fortificaciones modernas de traza italiana. Para empezar, no tenía foso. Los franceses habían erigido algunas construcciones entre 1641 y 1644, pero Britto las juzgó inútiles: “Las fortificaciones hechas por los franceses y aún después son deficientes, y están faltas de seguridad y hechas con materiales de escasa consistencia; tierra y un poco de cal es lo que hay en ellas, tan miserablemente como si echaran pimienta molida sobre guisado” (8), escribió a la Junta de Guerra en 1646.

Tras la conquista de Lérida en 1644, los españoles trabajaban en la construcción de una ciudadela en el turó de la Seu, alrededor del castillo. Las obras, sin embargo, progresaban con lentitud por la falta de dinero, y cuando el ejército francés comenzó el asedio no estaban terminadas. Britto regresó de Madrid el 30 de marzo de 1647, y en su ausencia, cuenta un cronista, “no hubo forma de darse una zapada ni ponerse una piedra” (9). De todos modos, al regresar, Britto aún dispuso de cerca de un mes para trabajar en las fortificaciones y logró poner en estado de defensa los terraplenes, parapetos y explanadas para la artillería. Pese a que el trabajo no quedó del todo concluido, la vista de la plaza que se ofreció a Condé y a sus tropas por el flanco del castillo era realmente imponente. El joven príncipe, sin embargo, había tomado meses atrás una plaza mucho mejor defendida, Dunkerque, y a diferencia de Harcourt, que había tratado de rendir Lérida por hambre, pensaba lanzar un asalto frontal.

Continuará...

Notas:

(1) Lérida también le había costado el cargo a otro importante general francés, Philippe de La Mothe-Houdancourt, a quien Mazzarino fulminó por la derrota que sufrió frente a la ciudad en la batalla del 15 de mayo de 1644.

(2) Francesco I de Este (1610-1658). Al comienzo de la guerra entre España y Francia, en 1635, había apoyado a la Corona española, pero posteriormente se cambió de bando. En 1649, derrotado por las tropas del marqués de Caracena, gobernador español de Milán, capituló de forma humillante.

(3) En palabras de Miquel Parets, curtidor barcelonés autor de un valioso dietario, Condé “llevaba luto que parecía un estudiantillo”. No fue el único incidente que protagonizó el príncipe, pues varios días más tarde, mientras pasaba revista a la tropa frente al Portal de Sant Antoni, un soldado le hizo befa y mandó fusilarlo. Véase: Memorial Histórico Español, XXIV. Madrid: Real Academia de la Historia, 1893, pp. 282-83.

(4) Decreto de S.M. desde Zaragoza el año de 1645, sobre la necesidad que había de acabar la ciudadela de Lérida, en: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, XCV. Madrid: Real Academia de la Historia, 1890, pp. 208-209.

(5) El virrey escribió a Britto las siguientes palabras, tratando de justificarse: “En cuanto a lo que V.S. dice que había entendido que en mi antecámara se platicaba que tenía dentro de la plaza tres mil quinientos hombres, no se maraville, que tal vez es conveniente en los discursos y corrillos crecer el número y las fuerzas de una plaza, y bien se ve cuánto recato había en lo cierto, pues en mi casa corría esa voz”, Ídem, p. 480.

(6) En un ejemplo flagrante de corrupción, algunos capitanes mantenían enrolados en sus compañías a soldados muertos o desertores, que sólo existían sobre el papel, para quedarse con sus sueldos.

(7) Existen numerosas ediciones de las memorias de Roger de Rabutin (1618-1693), llenas de anécdotas jugosas. La inmensa mayoría fueron impresas en el siglo XVIII (1697, 1704, 1711, 1712, 1731, 1769). Yo uso la de 1704. Para la cita, véase la página 212.

(8) Jiménez Catalán, M.: Don Gregorio Brito, gobernador de las armas de Lérida (1646-1648). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, año XXII, Tomo XXXVIII, enero-julio, 1918, p. 40.

(9) Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, XCV. Madrid: Real Academia de la Historia, 1890, p. 472.


“Me han querido pagar con decir que soy hechicero, y que de noche ando dentro de sus cuarteles en figura de lobo, y esto con tal aprensión, que me dicen que los clérigos de Zaragoza preguntan si es verdad. La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; éste de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable” - Gregorio Britto, gobernador de Lleida durante los sitios franceses de 1646 y 1647.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Schweijk »

Me alegro de volver a leerte, y el hilo no puede tener una pinta más interesante. :Bravo
"No sé lo que hay que hacer, esto no es una guerra".

Lord Kitchener

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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Lutzow »

Ahí, creando ambiente en espera de ese ataque frontal... Me alegra que hayas sacado tiempo para abrir un hilo de la calidad a la que nos tienes acostumbrados... :dpm:

Saludos.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

Gracias a los dos gc96gc

Prosigo con el asedio...

Entre el 13 y el 14 de mayo, los franceses rodearon Lérida por completo; tendieron un puente barcas al norte para comunicar las dos orillas del Segre y, entre el 14 y el 26, trabajaron afanosamente en la reparación del cordón de fortificaciones levantado alrededor de la plaza por el ejército de Harcourt. Entre tanto, Britto hizo registrat a todos los habitantes y los puso a trabajar en las fortificaciones de la ciudad. Asimismo, el portugués hizo llevar todos los víveres y municiones a la ciudadela e instalar una batería de dos cañones cerca del Segre para hostigar a los franceses al otro lado del río. Con ayuda de Agustín Alberto, profesor de arquitectura y geometría, había logrado poner en defensa una muralla en la colina, al pie de la ciudadela, amén de otras fortificaciones en el flanco que bajaba hasta el Segre. Por lo demás, al carecer Lérida de foso, rebellines, medias lunas y estradas encubiertas, el 27 de mayo los franceses llegaron sin oposición al pie de la colina y comenzaron a cavar trincheras en zigzag a una distancia de entre 250 y 300 pasos de la mole rocosa (1).

El príncipe de Condé, convencido de que tomar la ciudadela era la única forma de rendir la ciudad, decidió concentrar en la roca todos sus esfuerzos, lo que permitió a Britto dejar bajo mínimos las defensas de otros puntos –con 1.800 hombres no podía cubrir todo el perímetro amurallado ni salir a escaramuzar con los galos–. La base de la defensa fue una compañía de un centenar de hombres que Britto formó ad hoc con los mejores soldados de la guarnición, la mayor parte oficiales reformados (2), a la que se llamó “compañía la de las bandas rojas” por las insignias que portaban. Los integrantes de la compañía iban armados con carabinas cortas, pistolas, alabardas, espadas y rodelas para luchar en las trincheras, y su intervención en los momentos decisivos fue clave. Para muestra de su implicación en la lucha, en los 35 días que duró el asedio tuvo tres capitanes distintos: el sargento mayor Alonso de Vega, muerto de un disparo en la cabeza por un tirador francés, el sargento mayor Juan Joquero, caído en una salida, y el capitán Miguel Valero.

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Lérida carecía de foso, pero su colina, con la ciudadela, era un obstáculo formidable, como muestra este grabado del asedio.

Los franceses comenzaron sus obras en dirección a la puerta de los Infantes, que guardaba el tramo de muralla nororiental al pie de la colina. Britto hizo terraplenar la puerta y ordenó a su tropa comenzar a cavar una trinchera al pie de la colina para interceptar la de los galos. Estos, a pesar de lo imponente de la mole que se alzaba ante ellos, contaban con la cobertura de varios conventos y casas en ruinas. Además, Condé había traído consigo desde Francia 22 zapadores expertos al mando del mariscal de batalla François de La Baume-Leblanc de La Vallière, uno de los más reputados ingenieros de Francia. Pero Britto no pensaba quedarse brazos cruzados y llevó a cabo una defensa activa. La tarde del día 28 lanzó una salida sobre las trincheras francesas con la compañía de las bandas rojas, otros 100 infantes y 60 soldados de caballería. Los gastadores que estaban en ellas fueron presas del pánico al principio, pero Condé tenía 2.000 infantes y 300 caballos preparados por si acaso, y los de Britto tuvieron que replegarse sin poder causar grandes destrozos en las obras (3).

Para protegerse mejor de las salidas de la guarnición, los franceses comenzaron a clavar caballos de frisia (4) delante de sus trincheras. El 30 de mayo, para su sorpresa, la salida del sol reveló que muchas de estas defensas habían desaparecido; durante la noche un grupo de soldados y oficiales españoles habían bajado hasta delante de las trincheras y se los habían llevado sin ser descubiertos. Entre tanto, los galos acondicionaron dos baterías de artillería, una de tres cañones y otra de cinco, y comenzaron a bombardear el baluarte de Cantelmo y la muralla de la ciudadela (5). El primer obstáculo serio con el que se toparon fue el convento de San Francisco, que dificultaba su avance hacia el castillo y en cuya bóveda Britto apostó un sargento con 12 tiradores expertos para cazar enemigos en las trincheras, y en especial a los ingenieros.

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Mapa del asedio realizado por el coronel José García Aparici durante el mismo para la Junta de Guerra.

Tras sufrir pérdidas elevadas y tratar de obligar en vano a los mosqueteros rendirse, los franceses acercaron dos cañones a la posición y la bombardearon con intensidad entre el 31 de mayo y el 2 de junio. La virulencia del cañoneo y de su propio fuego de mosquetería impidió a los defensores del convento percibir que bajo sus pies los franceses estaban minando la posición. El 2 de junio, mientras numerosos mosqueteros franceses abrían fuego sobre las ruinas y los 13 españoles respondían, los zapadores detonaron la mina. Una tremenda explosión derribó el campanario, pero no la bóveda. Acto seguido, los franceses, creyendo a los defensores sepultados, asaltaron la posición. Poco después, la bóveda se les vino encima y enterró, con el sargento español y cinco de sus hombres, a unos 40 o 50 atacantes. Cuatro de los tiradores españoles lograron escapar por una escala de cuerda y refugiarse en Lérida. Otros tres, heridos, fueron hechos prisioneros, pero Condé, admirado por su coraje, los dejó libres al día siguiente.

Conquistado el convento de San Francisco, La Baume-Leblanc y Condé decidieron dejar de avanzar hacia la puerta de los Infantes y mandaron abrir nuevos ramales de trincheras en dirección hacia la ciudadela. Uno de los ataques corría a cargo del mariscal de Gramont, otro a cargo del mariscal de Châtillon y el último al de La Trousse. Asimismo, los zapadores galos acondicionaron siete baterías entre el convento de San Francisco y el de Santa María de Jesús que sumaban en total 30 cañones de entre 40 y 50 libras, con los que bombardearon el tramo defensivo entre las puertas de los Infantes y de San Martín –espacio cubierto por la ciudadela, principalmente–. Seguros de que los franceses querían expugnar el castillo, Britto y Agustín Alberto habían dispueto que la muralla se reforzase con una estrada encubierta y una estacada (6). Así, bajo un intenso fuego de artillería y mosquetería, mientras unos avanzaban, los otros se fortificaban.

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Soldados preparándose para el combate (Jacob Duck, años 1630).

El 3 de junio al anochecer, Britto ordenó una salida sobre una de las trincheras de ataque. En esta ocasión el ataque fue un éxito, las tropas españolas pusieron en fuga a la guardia de la trinchera, mataron a un buen número de gastadores, tomaron varios prisioneros y quemaron toda la obra, que los franceses habían cubierto con fajina. Los sitiadores, sin embargo, no se arredraron. Al día siguiente repararon las obras y siguieron cavando el ramal hasta llegar a los cimientos de un edificio viejo al pie del camino encubierto. Entonces, cavando bajo tierra, comenzaron a abrir la boca de una gran mina destinada a socavar la muralla de la ciudadela. Los españoles, no obstante, adivinaron sin dificultad las intenciones de los atacantes y, a su vez, comenzaron a cavar tres pozos detrás del camino encubierto para detener la mina francesa con contraminas.

Visto el destrozo causado por la salida del 3 de junio en sus obras, los ingenieros franceses echaron mano de tablones cubiertos con láminas de hierro para cubrir el ramal que daba acceso a la mina. Britto, deseoso de retrasar todo lo posible el avance enemigo, preparó una gran salida para el día 6 en la que tomarían parte 400 soldados bajo su mando directo. Antes de lanzar el ataque, el gobernador reunió a las tropas en la catedral, mandó entregar armas cortas a los que no tenían, repartió granadas, guirnaldas (7) y otros artefactos incendiarios y exhortó a los 400 con una arenga y un cuartillo de vino. Poco después, caían sobre las trincheras de ataque, entonces guarnecidas por el regimiento suizo del coronel Hans Jakob Rahn (8), cuyos hombres procedían sobre todo de Zúrich. Aunque se trataba de tropas fogueadas, la inesperada acometida española extendió el pánico entre las primeras guardias y pronto las trincheras estuvieron en poder de Britto y sus hombres, que pegaron fuego a la galería y destruyeron cuanto pudieron. Sólo la aparición del príncipe de Condé en persona logró que los suizos contraatacasen y recuperasen las trincheras, si bien ya era tarde para salvar las obras, que estuvieron ardiendo dos días (9).

El resultado de la salida española fue catastrófico para los franceses. Según Bussy-Rabutin las tropas que defendían los ataques tuvieron cerca de 100 muertos, entre ellos el ingeniero La Pomme –experto en minas– y un gentilhombre del séquito del príncipe, amén de un número indeterminado pero alto de heridos y 11 prisioneros. Por parte española hubo pocas bajas, la más importante de las cuales fue la del capitán Roque Pérez, del regimiento de la Guardia. Britto, concluida la lucha, envió un mensajero a Condé para hacerle saber que si era él, como sospechaba, quien había dirigido el contraataque de los suizos, hubiese ordenado a sus hombres no disparar para no poner el peligro la vida del príncipe. En agradecimiento, este le envió dos acémilas, una con nieve y la otra con fruta. Los combates, empero, se reanudaron pronto con mayor brutalidad.

Imagen
Antoine de Gramont, mariscal de Francia. Grabado de Pierre Daret.

Destruido el ataque principal, Condé resolvió, con el ingeniero La Vallière, desviar las trincheras hacia el tramo de la muralla antigua que descendía colina abajo, lugar donde se encontraban los neveros de Lérida. Desde lo alto, la artillería y la mosquetería españolas descargaban día y noche sin cesar sobre los franceses, que veían además como les llovían encima piedras, granadas y guirnaldas de fuego. Los ingenieros iban bien protegidos, pero Britto había ordenado a sus mejores tiradores estar ojo avizor para tratar de matarlos. Pese a las bajas, las obras galas avanzaban. Además de la mina de la galería quemada, los zapadores de Condé comenzaron a excavar otras dos; una el pie del baluarte de Santo Domingo y otra bajo la cortina de la muralla. Mientras, los zapadores españoles cavaban seis pozos para interceptar las obras francesas y abortarlas.

La noche del 9, Britto hizo lanzar sobre las trincheras de ataque una cureña llena de pólvora, granadas y cuatro bombas incendiarias. La explosión provocó tales destrozos que el mariscal de Gramont, que entonces estaba al mando de los ataques, pidió una suspensión de armas para retirar los muertos que alfombraban el espacio entre las murallas y las trincheras, cuyo mal olor mareaba a los hombres de las avanzadas. Britto se negó; adujo a que los cadáveres putrefactos formaban parte de las defensas de la plaza y que, tan buen punto los galos abandonasen el sitio, los haría enterrar como buenos cristianos. A ello añadió que si los franceses querían polvos aromáticos, se los haría llegar encantado. Indignado, Gramont rompió las conversaciones. Para entonces, Condé estaba convencido ya de que el gobernador de Lérida no era un soldado cualquiera.

Notas:

(1) Bussy-Rabutin, Roger de: Mémoires. París: Chez Rigaud, 1704, p. 217.

(2) Oficiales sin mando que servían como simples soldados.

(3) Bussy-Rabutin, Roger de: Mémoires. París: Chez Rigaud, 1704, p. 218.

(4) Los caballos de frisia eran maderos atravesados por largas púas de hierro o estacas aguzadas, que se usaba como defensa contra la caballería y para cerrar pasos importantes.

(5) El baluarte de Cantelmo se llamaba así porque había sido construido por órdenes del napolitano Andrea Cantelmo, uno de los grandes generales de Felipe IV y virrey de Cataluña entre 1644 y 1645.

(6) La estrada encubierta, o camino encubierto, es el espacio ancho que en las plazas de traza italiana se construía delante del foso. Contaba con la protección de un parapeto para los tiradores y del glacís, un ancho terraplén destinado a suavizar el impacto de la artillería. En Lérida, plaza que carecía de foso, el terraplén estaba al pie de la muralla de la ciudadela.

(7) No se trata de adorno navideño alguno, sino de roscas cubiertas de brea que se prendían en llamas y se arrojaban contra las obras de asedio enemigas.

(8) Hans Jakob Rahn (1600-1661), señor de Zumikon y Sauffenberg. Sirvió en los ejércitos de Francia entre 1626 y 1651. Murió de viejo en Zúrich “cubierto de las heridas que había recibido en diversos encuentros al servicio del Rey”. Véase: Girad, Jean-François: Histoire abrégée des officiers suisses qui se sont distingués aux services étrangers dans des grades supérieurs, II. Friburgo: Luis Piller, 1781, pp. 235-237.

(9) Sobre la escasa combatividad de los suizos, resulta revelador conocer que el noviembre anterior, en la batalla de Santa Cecilia, librada frente a Lérida cuando el ejército del Marqués de Leganés atacó a los franceses que sitiaban la ciudad, el regimiento de Rahn sufrió nada menos que 140 muertos y 260 heridos. Es lógico imaginar que la moral de los supervivientes había quedado muy tocada. Véase: De la Tour Châtillon, Beat-François (barón de Zur Lauben): Histoire militaire des Suisses au service de la France, VII. París: Desaint & Saillant, 1752, p. 6.
“Me han querido pagar con decir que soy hechicero, y que de noche ando dentro de sus cuarteles en figura de lobo, y esto con tal aprensión, que me dicen que los clérigos de Zaragoza preguntan si es verdad. La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; éste de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable” - Gregorio Britto, gobernador de Lleida durante los sitios franceses de 1646 y 1647.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Lutzow »

No dejan de llamarme la atención las muestras de caballerosidad de unos y otros, pasan en unos minutos de matarse con saña a los halagos mutuos... Pese a la escasez de efectivos, las salidas de los sitiados se están mostrando decisivas para arruinar los planes franceses...

Saludos.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

Mapa de Lérida en el asedio de 1646, las posiciones francesas serían similares:
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Poliorcetos »

Qué gozada de relato.
Prometí también que no haré guerra ni paz ni pacto a no ser con el consejo de los obispos, nobles y hombres buenos, por cuyo consejo debo regirme.
IV Item. Decreta que Don Alfonso, Rey de León y de Galicia estableció en la Curia de León en 1.188
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Schweijk »

Desde luego Britto resultó el hombre oportuno en el lugar justo.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Poliorcetos »

Sigue sigue, me tienes en ascuas. Muy bueno. :Bravo
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Brasidas »

Sin duda la iniciativa de los defensores, que en lugar de quedarse esperando realizaban salidas periódicas para dificultar las obras, fue fundamental.
De todas maneras está claro que el perímetro defensivo no debía estar en tan mal estado, ni la desproporción de fuerzas tan grande, pues de lo contrario los franceses hubieran comenzado fácilmente la conquista por puntos más débiles, dejando para el final el asalto definitivo a la ciudadela. Si escogieron comenzar por lo difícil es porque también veían complicado el resto.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

APV escribió:Mapa de Lérida en el asedio de 1646, las posiciones francesas serían similares:
Imagen
Como la imagen se cae, pongo la página: http://www.tercio1617.0catch.com/war/Sa ... liaEs.html
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

Ante todo, gracias por el interés y por el mapa :dpm:

Subo la conclusión del asedio, que de paso responde a lo que comentas, Brasidas.

¿Por qué los franceses atacaron sin rodeos la ciudadela? Esa es la pregunta que se hacía Britto. En las semanas previas al asedio, el portugués pensaba que Condé atacaría primero el castillo de Gardeny, una antigua fortaleza templaria situada en lo alto de una colina, a escasa distancia de la ciudad, en la que mantenía una guarnición de 300 soldados. En caso de tomar la plaza, Condé hubiese estrechado considerablemente la línea de circunvalación y asegurado así sus comunicaciones. Sin embargo, el príncipe juzgó el castillo lo bastante fuerte como para resistir un sitio largo, idea que no le agradaba. Por lo demás, Condé y su plana mayor entendían, acertadamente, que tomar la ciudad antes que el castillo sería una pérdida de tiempo y de hombres, además de que era más sencillo atacar la ciudadela desde fuera que desde dentro de la ciudad.

A los problemas que los franceses padecían ya de por sí se añadió la muerte de su ingeniero jefe, La Vallière. Según Bussy-Rabutin (1), murió de forma increíblemente absurda, ya que hallándose en las trincheras junto al mariscal La Trousse, este tuvo la idea de ponerse al descubierto, y La Vallière, que no deseaba quedarse atrás en valentía, se asomó asimismo al fuego de la plaza. Entonces, un disparo de mosquete le acertó en la cabeza, matándolo al acto. Por otra parte, otro soldado francés, el marqués de Montglat (2) sugiere, al igual que que el conde Galeazzo Gualdo Priorato (3), que La Vallière murió en la salida española contra las trincheras que defendían los suizos. De todos modos, me inclino por la versión de Bussy-Rabutin, dado que su crónica del asedio es mucho más detallista.

Imagen
Este mapa de Lérida muestra el sitio de 1707 pero sirve para hacerse una idea de la posición de Gardeny.

Sea como fuere, los galos acusaron acusaron la pérdida no sólo de su ingeniero jefe, sino de la mayor parte de los 22 expertos que había traído consigo La Vallière. Recordemos que Britto había ordenado a sus hombres disparar sin rodeos a los especialistas, por mucho que en aquella época disparar adrede a los oficiales enemigos fuese tenido por poco honorable. En cualquier caso, entre el 6 y el 11 de junio los franceses apenas avanzaron sus ataques, a pesar de que su incesante bombardeo había logrado abrir tres brechas en la muralla. Aquel día, Britto ordenó otra salida sobre las trincheras enemigas, entonces defendidas por el regimiento de Champagne. El ataque cogió desprevenidos a los galos, que apenas opusieron resistencia y fueron desalojados fácilmente. El miedo había hecho mella en ellos y algunos llegaron a disparar sin bala antes de salir pies en polvorosa. De nuevo fue precisa la intervención de Condé, en esta ocasión con los regimientos de caballería de Marsin y Gault, que tuvieron numerosas bajas y llegaron tarde para evitar que los españoles quemasen de nuevo las obras.

Condé ignoraba que a tales alturas Britto se había convertido para la tropa francesa, a causa de las feroces e inesperadas salidas y de los constantes ataques y alarmas, en un brujo capaz de convertirse en lobo para reconocer durante la oscuridad las trincheras y cuarteles franceses. “La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; este de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable”, escribió Britto a Luis de Haro, valido de Felipe IV, una vez liberada la ciudad (4). Para contener el miedo, Condé, que regularmente hacía relevar la guardia de las trincheras, no tuvo más remedio que desmontar hasta 400 soldados de caballería con armadura de tres cuartos (5) y agregarlos a la infantería. Para colmo, los zapadores se negaron a volver al rabajo y el príncipe tuvo que emplear a los soldados, que sólo accedieron por una combinación de recompensas y amenazas de sus oficiales.

Imagen
Soldados franceses con sus pajes en un albergue, Jean Michelin (1616-70).

A medida que la lucha fue volviéndose más virulenta, las deserciones en el campo sitiador fueron en aumento. El miedo y el hambre empujaron a no pocos soldados franceses a desertar, situación que aprovechó el ejército español, que tenía su plaza de armas en Fraga, para ofrecer salvoconducto y un poco de dinero a todo francés que abandonase a Condé. Según Gualdo Priorato (6), además de infinitos soldados, cometieron deserción también algunos oficiales, lo que daba fe de las penurias que se vivían en el campamento sitiador.

Condé, a pesar de los numerosos contratiempos, no había perdido la esperanza de tomar la ciudad. Una de sus minas estaba aún operativa. Britto lo sabía, y para detenerla preparó una salida para el día 13 por la noche. En esta ocasión, al igual que la vez anterior, el gobernador lideró personalmente el ataque, que comenzó a las 11 de la noche y barrió a los franceses de los dos ramales que conducían a la mina. Los defensores mataron a los pocos zapadores que quedaban, tomaron numerosos prisioneros y hasta las 2 de la madrugada estuvieron arrasando las obras. Entonces, inesperadamente, Condé lanzó un potente contraataque. La mayor parte de las tropas españolas se habían replegado ya de vuelta a la ciudadela, pero aún quedaban algunos soldados y oficiales en las minas. Britto, que lo observaba con el sargento mayor Juan Requero desde el camino encubierto, se puso al frente de unos cien soldados y salió en auxilio de los que estaban en peligro.

Imagen
Escena de combate, Jacques Courtois (1621-76).

El gobernador logró rescatar a los soldados que se habían quedado atrás, pero a un alto precio: recibió dos heridas de mosquete en la pierna derecha, una en la pantorrila y otra en el muslo. Además, tuvo que lamentar 16 muertos, entre ellos Requero, y 40 heridos. Con todo la salida había sido un éxito y la última mina francesa quedó fuera de juego. Pese a ello, el peligro seguía siendo considerable, pues los bombardeos franceses habían abierto brecha en las murallas y tal vez Condé, cuya fama de general agresivo era notoria en toda Europa, se atraviese a lanzar un asalto. Por ello, Britto dispuso que tras la brecha se construyese un terraplén con foso, parapeto y estacada y, a pesar de sus heridas, siguió al mando de la defensa. Aunque no podía caminar, se hacía llevar en una silla de manos de un lugar para otro, en espera de un gran asalto francés que nunca llegó.

El 17 de junio, por la noche, el ejército francés comenzó a retirarse de sus puestos en el mayor silencio posible. Cuando amaneció, los defensores de Lérida descubrieron que el grueso del ejército enemigo, con su artillería y los bagajes, cruzaba por el puente de barcas a la otra orilla del Segre. La caballería se quedó detrás, no tanto para cubrir la retirada, pues no había fuerzas en Lérida para perseguirlos, como para incendiar los cuarteles, donde habían almacenado gran cantidad de leña y forraje. Así, tras un asedio de 35 días, Lérida quedó libre de nuevo. Sobre las pérdidas humanas, sabemos que la guarnición de Lérida perdió 2 sargentos mayores, seis capitanes y entre 70 y 80 soldados, además de unos 250 heridos (7). Las bajas francesas no son conocidas, si bien un estudio de 1916 señala que los tres asedios y las tres batallas que entre 1642 y 1647 se libraron en Lérida le costaron a Francia las vidas de 25.000 soldados (8).

Imagen
Campamento francés en Les Borges Blanques, establecido tras el sitio de Lérida. Mapa de Caballero de Beaulieu.

A Condé le quedaron fuerzas suficientes para tomar Àger en octubre de aquel año, pero su campaña, en la que tantas esperanzas había depositado Mazzarino, se saldaba con un completo fracaso. En invierno volvió a Francia y no regresó al frente catalán. El príncipe, que según escribió muchos años después su coetáneo Bossuet en su Oración fúnebre, hablaba con admiración de la victoria de César en Ilerda (9), vio en cambio como su reputación sufría un menoscabo importante. En una carta a la reina regente, Ana de Austria, Condé declaró que habría preferido que la guarnición de Lérida contase con 3.000 hombres más en lugar de tener a Britto como comandante.

Condé, a pesar de su derrota, era aún joven y prosiguió su carrera con éxito. En el caso de Britto, dos años al frente de la defensa de Lérida habían hecho mella en su salud y agriado su carácter. Poco después de la liberación de la ciudad tuvo un encontronazo con Antonio de Saavedra, general de la artillería, que culminó con el arresto de ambos tras desafiarse a un duelo. Al mismo tiempo, la ciudad de Lérida envió a la corte un memorial contra Britto, al que acusaba de haber actuado despóticamente contra algunos caballeros de la ciudad. A tales alturas, el portugués sólo deseaba que lo relevasen del gobierno de la plaza y le diesen tiempo para curarse de sus heridas. A pesar de los enemigos que se había hecho en el ejército y la ciudad, la Junta de Guerra lo libró de todo cargo y Felipe IV en persona hizo que lo nombrasen general de artillería del Ejército de Cataluña, así como Vizconde de Térmens. Por desgracia, Britto murió al poco tiempo, el 6 de abril de 1648, seguramente a causa de secuelas de las heridas que recibió en la salida del 13 de junio.

Notas:

(1) Bussy-Rabutin, Roger de: Mémoires. París: Chez Rigaud, 1704, p. 221.

(2) Clermont, François de Paule (marqués de Montglat): Mémoires. París: Foucault, Libraire de Sorbonne, 1826, p. 80.

(3) Gualdo Priorato, Galeazzo: Delle historie del conte Galeazzo Gualdo Priorato parte quarta. Venecia: Turrini, 1654, p. 146.

(4) Copia de carta de don Gregorio Britto para el señor don Luis de Haro, dándole cuenta de la victoria sobre Lérida, el año de 1647. En: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, XCV. Madrid: Real Academia de la Historia, 1890, pp. 260-63

(5) La armadura de tres cuartos protegía completamente al soldado hasta las rodillas. La usaban habitualmente las tropas de caballería pesada, los denominados corazas.

(6) Gualdo Priorato, ídem, p. 146.

(7) Copia de carta de don Gregorio Britto, pp. 260-63.

(8) Bodart, Gaston; Kellogg, Vernon L.: Losses of life in modern wars: Austria-Hungary; France. Oxford: Clarendon Press, 1916, p. 88.

(9) Bossuet, Jacques Bénigne: Oraison funèbre de tres-haut et tres-puissant prince Louis de Bourbon, prince de Condé, premier prince du sang. París: chez Sébastien Mabre-Cramoisy, 1687.
“Me han querido pagar con decir que soy hechicero, y que de noche ando dentro de sus cuarteles en figura de lobo, y esto con tal aprensión, que me dicen que los clérigos de Zaragoza preguntan si es verdad. La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; éste de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable” - Gregorio Britto, gobernador de Lleida durante los sitios franceses de 1646 y 1647.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

Gran trabajo.
Sir Weymar Horren escribió:Para la campaña de 1647 la Corona española siguió dejando Cataluña en segundo plano mientras de desarrollaban las negociaciones de paz en Westfalia y, en cambio, centró su esfuerzo ofensivo en Flandes.
Campaña la de 1647 en Flandes interesante.
Sir Weymar Horren escribió: este tuvo la idea de ponerse al descubierto, y La Vallière, que no deseaba quedarse atrás en valentía, se asomó asimismo al fuego de la plaza.
¿A que distancia estaba?
Sir Weymar Horren escribió:la pérdida no sólo de su ingeniero jefe, sino de la mayor parte de los 22 expertos que había traído consigo La Vallière. Recordemos que Britto había ordenado a sus hombres disparar sin rodeos a los especialistas,
¿Se les reconocía por algo? ¿llevaban algún tipo de uniforme? Vaya puntería porque los mosquetes tampoco eran muy precisos.
Sir Weymar Horren escribió:Condé, a pesar de su derrota, era aún joven y prosiguió su carrera con éxito.
Si en Lens, pero el éxito iba pasando a Turenne como mejor general de Francia.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

APV escribió:Gran trabajo.
Gracias :D
APV escribió:¿A que distancia estaba?
Imagino que el tirador estaba apostado en el camino encubierto y que La Vallière se asomó desde el tramo del ramal más próximo a la boca de la mina, así que no creo que más de 30 metros.
APV escribió:¿Se les reconocía por algo? ¿llevaban algún tipo de uniforme? Vaya puntería porque los mosquetes tampoco eran muy precisos.
Uniformes no, pero sí un tipo de armadura bastante característica. El casco era fácil de distinguir

Imagen
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

Sir Weymar Horren escribió:Imagino que el tirador estaba apostado en el camino encubierto y que La Vallière se asomó desde el tramo del ramal más próximo a la boca de la mina, así que no creo que más de 30 metros.
En ese caso bastante suicida, porque es una distancia sencilla para un mosquete.
Posiblemente habría algún soldado vigilando y cuando el mariscal La Trousse se asomó apuntaría hacia allí, posiblemente La Vallière cuando se descubrió ofreciera un mejor blanco o estuviera más cerca.
Sir Weymar Horren escribió:
APV escribió:¿Se les reconocía por algo? ¿llevaban algún tipo de uniforme? Vaya puntería porque los mosquetes tampoco eran muy precisos.
Uniformes no, pero sí un tipo de armadura bastante característica. El casco era fácil de distinguir

Imagen
¿Los expertos llevaban esa armadura con ese casco y el resto de hombres que trabajaba junto a ellos no? En ese caso la protección era contradictoria porque atraía los disparos.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

APV escribió:
Sir Weymar Horren escribió:Imagen
¿Los expertos llevaban esa armadura con ese casco y el resto de hombres que trabajaba junto a ellos no? En ese caso la protección era contradictoria porque atraía los disparos.
El de los zapadores eran un oficio sumamente peligroso, y no hablemos ya de los artificieros. Como comentas, sólo ellos llevaban armadura y casco. Los gastadores no solían ser soldados, tan siquiera, sino campesinos. Para las campañas en Flandes el mando francés reclutaba campesinos del norte de Francia. En el caso de Cataluña, supongo que a paisanos de la región. Los soldados sólo se prestaban a coger palas y picos cuando no quedaba otra.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

Lo lógico hubiera sido tener un mejor cuerpo de zapadores o asignar a soldados a la tarea, o prestar la armadura a los gastadores. Porque tal y como lo pintas llevar esa protección los hacía blancos claros. Pues si entre un grupo de hombres que cava en una trinchera uno la lleva está claro que es el zapador, el experto al que hay que eliminar; si son varios los que lo llevan (al menos el casco) pues es más difícil saber a cual disparar.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Poliorcetos »

El interior de una trinchera no suele ser un blanco fácil. No trabajaban a la vista, siempre dentro de la trinchera y protegidos por fajinas. La armadura y los cascos eran más por la metralla o proyecciones de fragmentos de las fajinas, las piedras o el terreno. En este relato se menciona la poca artillería existente en la plaza, su casi peor enemigo. Y como no tenían cañones, pues los tuvieron que eliminar a mano con salidas. La fuerza de protección no puede estar demasiado cerca, expuesta. Si se hace la salida rápida y sigilosamente hay opciones a llegar a los zapadores antes de la reacción de la fuerza.

Ese casco tiene toda la pinta de proteger de fragmentos que caigan en la vertical. casco de trinchera.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Brasidas »

Impresionante narración :dpm:
Una pena que hecho como este, que podían haber decidido el curso de la Historia (quizás Cataluña hubiera sido francesa si la ciudad hubiera caído), sean casi desconocidos.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por APV »

Poliorcetos escribió:El interior de una trinchera no suele ser un blanco fácil. No trabajaban a la vista, siempre dentro de la trinchera y protegidos por fajinas. La armadura y los cascos eran más por la metralla o proyecciones de fragmentos de las fajinas, las piedras o el terreno. En este relato se menciona la poca artillería existente en la plaza, su casi peor enemigo. Y como no tenían cañones, pues los tuvieron que eliminar a mano con salidas. La fuerza de protección no puede estar demasiado cerca, expuesta. Si se hace la salida rápida y sigilosamente hay opciones a llegar a los zapadores antes de la reacción de la fuerza.
Si, pero si lo que se indica es que los españoles tenía orden de abatir a los especialistas militares, que eran solo 22, es que podían de algún modo identificarlos para hacerles paqueo. Y si el motivo era porque llevaban armadura y casco mientras el resto de trabajadores en la trinchera no, supone un error, porque su protección los hacía más identificables.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

APV escribió:
Poliorcetos escribió:El interior de una trinchera no suele ser un blanco fácil. No trabajaban a la vista, siempre dentro de la trinchera y protegidos por fajinas. La armadura y los cascos eran más por la metralla o proyecciones de fragmentos de las fajinas, las piedras o el terreno. En este relato se menciona la poca artillería existente en la plaza, su casi peor enemigo. Y como no tenían cañones, pues los tuvieron que eliminar a mano con salidas. La fuerza de protección no puede estar demasiado cerca, expuesta. Si se hace la salida rápida y sigilosamente hay opciones a llegar a los zapadores antes de la reacción de la fuerza.
Si, pero si lo que se indica es que los españoles tenía orden de abatir a los especialistas militares, que eran solo 22, es que podían de algún modo identificarlos para hacerles paqueo. Y si el motivo era porque llevaban armadura y casco mientras el resto de trabajadores en la trinchera no, supone un error, porque su protección los hacía más identificables.
Leyendo las crónicas y memorias se deduce que los soldados, especialmente los veteranos, preferían por comodidad no llevar armadura en las trincheras y la usaban sólo en la batalla.

Pongo algunas imágenes de armaduras de asedio del siglo XVII para que se observe la diversidad.

Una estándar, alemana, como la que usarían la mayoría de zapadores:

Imagen

Una francesa de 1650, utilizada en la Fronda y sumamente vistosa. Seguramente la usó algún general:

Imagen

Armadura de asedio de Luis XIV, ca. 1660:

Imagen

Otra más normalita, en este caso usada por Vauban:

Imagen
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Schweijk »

Muy buen trabajo, Sir Weymar. :Bravo
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Sir Weymar Horren »

Brasidas escribió:Impresionante narración :dpm:
Una pena que hecho como este, que podían haber decidido el curso de la Historia (quizás Cataluña hubiera sido francesa si la ciudad hubiera caído), sean casi desconocidos.
Gracias, Brasidas. Ya estoy recabando material para otro asedio decisivo, el de Tarragona de 1644. Con el control de esta ciudad y de Lérida, los ejércitos de Felipe IV podían avanzar en dos ejes sobre Barcelona. De ahí el empeño francés por tomarlas a cualquier precio.
Schweijk escribió:Muy buen trabajo, Sir Weymar. :Bravo
Muchas gracias, Schweijk.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

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Muy bueno. Gracias y a por más, ya sabes dónde tienes un fan.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por laguno »

Estupendo trabajo Sir Weymar. Enhorabuena.

Ya estoy esperando el próximo.

Saludos
"...como jueces de la competición están los dioses, que, naturalmente, se pondrán de nuestra parte, ya que nuestros enemigos han jurado en falso sobre ellos, mientras que nosotros, teniendo ante nuestros ojos tanta abundancia de posesiones, nos hemos mantenido firmemente apartados de ellas en virtud de nuestro juramento a los dioses" Jenofonte - Anábasis.
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Re: Lérida, 1647, un asedio legendario

Mensaje por Barcelo »

Muy bueno, Sir Weymar, enhorabuena.

Y esperando con ansia el de Tarragona, que además tiene parte naval, e importante.

Que ya sabes de que pie cojeo...
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