El terror en Berlin
Hombres pertenecientes al Volksturm.
En Berlín todo el mundo estaba aterrorizado pensando en lo que ocurriera cuando el Ejercito Rojo llegase a los suburbios de la capital. Los que habían huido de la Prusia Oriental contaban cosas atroces: el antiguo derecho de pillaje que los cosacos tenian sobre el dinero, las mujeres y los bienes se había hecho extensivo a todas las demás unidades soviéticas. Los nazis aprovechaban tales excesos y difundían manifiestos para incitar a "todos los hombres y mujeres a combatir hasta el final". Pero muchas berlinesas, con uno de esos golpes de humor característicos de la capital alemana, decían refiriéndose a los incesantes bombardeos aéreos de los norteamericanos que habían martirizado a la ciudad:
Mas vale un ruso encima de la barriga que todos esos americanos sobre la cabeza.
No se imaginaban que aquel chiste, dentro de poco, iba a perder toda su gracia.
Mientras tanto, en la ciudad habían comenzado a funcionar los tribunales militares volantes. Todo soldado en circulación que no pudiese justificar con razones incontestables por que no estaba en ese momento en la línea de fuego (que en realidad estaba muy cerca, ya que esta batalla fue una pelea de barricadas en una ciudad), era juzgado y ahorcado de inmediato.
En el Tiegarten, en la esquina de la Alt-Moabit con la Paul Strasse, varios colgaban de las farolas, con un cartel que decía:
No creía en el Fuhrer
Grupos de muchachitos jugaban con aquellos cadáveres, haciéndolos balancearse. La muerte se había convertido en algo habitual y sin importancia. Ya no se celebraban funerales. El municipio berlinés, "a causa del caos en los transportes", había autorizado a las familias a sepultar a sus muertos en los patios y en los jardines. Así, en cualquier parte se abrían fosas donde se enterraban los despojos mortales de las personas metidos en un saco o envueltos en una sabana, pues ya no había modo de encontrar ataúdes. La madera servía mejor a los vivos que a los muertos, porque con ella podía hacerse fuego. Todos los días, las mujeres y los viejos iban en grupos a los parques, a cortar arboles, y se mezclaban allí con muchachos de dieciséis a diecisiete años que, también en grupos, recibían instrucción sobre el empleo de la Panzerfaust, el puño acorazado anticarro. Aquellos niños debían constituir la espina dorsal de las Fliegende Panzervenichtung-brigaden, las patrullas volantes que, montados sobre bicicletas (si tenían suerte), iban a destruir los carros rusos en cuanto hicieran su aparición en la ciudad.
Entrenamiento de hombres para el uso de el Panzerfaust.
Continua.
Saludos
. Continuamos con el tema.
