

PD : Si el titulo no fuera el adecuado lo decis y lo cambiamos que no pasa nada.
Una soleada mañana de primavera 1942 avanzaba por la carretera, en medio de los campos, al norte de Praga un gran Mercedes negro descapotable con el guión negro de las SS restallando al viento. De pronto cuando el coche llegaba a los arrabales y reducía velocidad para tomar la curva, una violenta explosión sacudió el aire en calma de la mañana. Con un chirrido de neumáticos el coche derrapo y fue a parar a la cuneta. Instantáneamente, un hombre alto, que iba junto al chofer, salto a la carretera y desenfundando se pistola abrió fuego contra el individuo, vestido de partisano, que había emprendido la huida. Mientras tanto en la guerrera de su uniforme negro y plata, cargado de insignias y condecoraciones, un sangrante orificio se ensanchaba a la altura de la cadera izquierda, y al cabo de unos instantes el hombre se tambaleo y se desplomo en el bordillo de la acera, en medio de un alarido de dolor. Eran exactamente las 10,30 del miércoles 27 de mayo. El herido se llamaba Reinhard Heydrich y era uno de los hombres más poderosos y temidos de la Europa ocupada, general de las SS y jefe ciegamente obedecido por todas las fuerzas a su mando, viceprotector de Alemania en Bhoemia y Moravia; ocupaba este puesto desde hacia 8 meses. Designado personalmente por Hitler había sido enviado a Praga con la misión de terminar con cualquier atisbo de resistencia por parte de la desmenbrenada Checoslovaquia, en menos de un año consiguió casi por entero terminar su labor. Tres años antes durante una primavera parecida la antigua Checoslovaquia de Masaryk y de Eduard Benes fue súbitamente borrada del mapa Europeo. Desde otoño de 1938, sacrificada a la paz del mundo, abandonada por Gran Bretaña y Francia, acorralada hasta la capitulación y entregada, de hecho, por las potencias occidentales, al insaciable apetito alemán, privada de sus fronteras naturales por la anexión alemana de los territorios, trágicamente celebres, de los Sudetes al norte, al sur, al este, y al oeste, despedazada luego por Polonia y Hungría, Checoslovaquia había dejado de existir. Menos de 6 meses después de la firma de los acuerdos de Munich, a las 6 de la mañana bajo una tempestad de viento y ráfagas de nieve el 15 de marzo de 1939, el país era invadido por las tropas alemanas que irrumpieron en los montes de Moravia sin encontrar resistencia. Al caer la noche una columna de vehículos paso casi inadvertida al cruzar Praga para tomar la dirección de las colinas que dominan el rió y la ciudad, hacia el castillo de Hradschin, sede del gobierno. Llegado al patio de honor pararon los autos y Hitler su apeo y entro en el palacio. A través de las calzadas cubiertas de nieve los escasos viandantes que marchaban rápidamente a sus casas para refugiarse de la nevada, pudieron observar que la cruz gamada de las banderas ondeaba en el palacio gubernamental. Sobre las altas verjas se abrió una ventana y Hitler salio al balcón, soldados de la Wehrwmacht montaban guardia en el patio, Hitler entro y cerró la ventana hacia frío, mucho frío.
No había nadie para aclamarle sin embargo, quizá mejor que las ovaciones, media entonces la extensión de su nueva conquista y saboreaba su propio éxito y su desquite personal sobre las naciones que durante tanto tiempo habían mantenido a Alemania en una humillante actitud hacia ella. Aquella noche durmió en el castillo de los antiguos reyes de Bhoemia. Checoslovaquia ya no existía, en su lugar y en adelante se erigiría un protectorado alemán sobre Bhoemia y Moravia, consideradas por Hitler “territorios milenarios del Gran Reich”. 2 días antes, separada voluntariamente del resto del país, Eslovaquia había sido reconocida por parte alemana como país independiente. Lo que quedaba de la antigua Checoslovaquia, el reloj se puso en la hora alemana, los automóviles circulaban por la izquierda, pasando estos a circular por la derecha y hasta el viejo Vltava recupero su nombre de Moldau, se había acabado.