LA MUERTE DE YAMAMOTO
Moderador: Fonsado
LA MUERTE DE YAMAMOTO
Almirante Yamamoto
«Ayer, 7 de diciembre de 1941, un día que quedará para siempre marcado por el estigma de la infamia, los Estados Unidos han sido objeto de una agresión brutal y deliberada... » Con estas palabras el presidente Roosevelt se dirigió al Congreso, el día 8, para pedir la declaración de guerra al Japón, después del ataque por sorpresa efectuado por la aviación naval nipona contra la base de Pearl Harbour, en la isla de Ohau, una de las Hawai. Dos oleadas de aviones, una a las 7.40 y otra a las 8.50, causaron gravísimos daños a la escuadra allí fondeada.
Diez meses antes, el comandante supremo de la flota nipona, almirante Isoroku Yamamoto, en una entrevista con el jefe de Estado Mayor de la 11 Flota Aérea, le espetó: «Si tenemos que luchar contra los Estados Unidos nuestra sola oportunidad de vencer consiste en destruir la flota norteamericana en aguas de Hawai». En aquel momento Alemania preparaba su ofensiva en los Balcanes; las tropas británicas de Wavell desembarcaban en Grecia y Rusia seguía proporionando al Reich trigo y primeras materias.
Como Yamamoto no era un hombre que hablara por hablar, los preparativos -febriles- empezaron inmediatamente. El ataque se llevó a cabo con el resultado por todos conocido y las victorias niponas se sucedieron con fulgurante rapidez: Guam, Wake, Hong-Kong, Malasia y Singapur, Filipinas, Borneo, Célebes, las Molucas, Bali, Timor, Rabaul, la batalla del mar de Java, el desembarco en Nueva Guinea... La superioridad naval, lograda y mantenida por el almirante, hacía posible la marcha triunfal de las armas niponas, espoleadas por sueños de conquista y expansión. Yamamoto encarnaba, por encima de cualquier otro jefe militar, aquella fuerza irresistible: era el símbolo de la invencibilidad de la bandera del Sol Naciente. Ni la derrota de Midway, o el fracaso de Guadalcanal habían empañado su casi mítico renombre, en parte porque las noticias que de una y otro llegaron a los japoneses eran tendenciosas y cuidadosamente expurgadas. Pero sea como fuere, aún en aquel mes de abril de 1943 la pelota seguía en el tejado: los norteamericanos aún no habían logrado imponer su iniciativa de modo concluyente.
El 17 de abril de 1943, a las 6.36, la estación de Dutch Harbour, en las Aleutianas, captó un mensaje procedente del acorazado «Yamato», Otras muchas instalaciones del mismo tipo alzaban sus antenas en islas y atolones, tejiendo una red de escucha sobre el inmenso Pacífico: su misión era recoger los mensajes radiotelegráficos nipones. Los captaban a millares. Pero cuando los radiotelegrafistas de Dutch Harbour leyeron en la serie de cifras recogidas el grupo que indicaba que el mensaje había sido radiado por el «Yamato», buque almirante japonés, fondeado en la rada de Truk (o sea a varios miles de millas de las heladas Aleutianas), le dieron preferencia absoluta y lo transmitieron a Washington.
Aquella misma mañana los servicios especiales de Washington descifraron el mensaje (desde 1942 estudiaban el código de la Armada japonesa, por cierto dificilísimo) y quedaron pasmados de su buena fortuna. El jefe del servicio, consciente del alcance de su información, se dirigió directamente a Franklin Knox, secretario de Marina. Poco después Knox convocó al general Arnold, jefe de Estado Mayor del Arma aérea americana, al famoso aviador Charles Lindberg, especialista en vuelos a larga distancia, y al ingeniero jefe de la casa constructora de la Lockheed Corporation.
El mensaje informaba de que el almirante Yamamoto efectuaría una inspección a las bases de las Salomón centrales y fijaba el itinerario y el horario del vuelo que lo conduciría de Rabaul a las Salomón.
El plan americano, rápidamente establecido, se fundaba en la proverbial puntualidad de Yamamoto: la sujeción al reloj, al cronómetro, era una de sus virtudes: una virtud que practicaba y que exigía. Los cazas-bombarderos bimotores «P. 38 Ligthning» eran los cazas norteamericanos de mayor radio de acción, los únicos que podían interceptar el vuelo del aparato que conduciría a Yamamoto. A condición de que se les proveyera de depósitos adicionales de carburante y de que el vuelo nipón se ajustara al horario establecido en el mensaje, pues no existían en las Salomón meridionales suficientes
P 38 para vigilar largo tiempo la zona, y los que allí fueran dispondrían de tan escasa autonomía que únicamente podrían permanecer un tiempo bastante corto en el punto de interceptación. O la pieza acudía puntual a la cita o no había caza.
.Con todo, las probabilidades existían y era preciso intentar el golpe. Knox envió dos mensajes, urgentísimos y preferentes: uno a Australia, al jefe de la Fuerza Aérea estacionada en aquel país (y en Nueva Guinea), ordenándole que enviara a Guadalcanal depósitos suplementarios arrojadizos. Otro, al comandante del aeródromo de Henderson Field, en Guadalcanal, mayor Mitchell, jefe de la 339 Escuadrilla de Cazas, con instrucciones precisas. La indicación del objetivo del ataque causó el revuelo que cabe imaginar entre los pilotos. El mensaje fue recibido a las 4 de la tarde; a las 21 horas aterrizaban cuatro trimotores «Liberator», procedentes del aeródromo de Milne, portadores de los depósitos suplementarios. En aquel momento Mitchell, entre las diversas posibilidades de interceptación que se le ofrecían, ya había escogido una: atacar a la formación nipona antes de que alcanzara Ballale.
El día 18 de abril, a las 6 de la mañana, despegaron de Rabaul dos bombarderos bimotores Mitsubishi 1 (llamados por los norteamericanos «Betty»), con una escolta de seis cazas Cero: en uno de los bombarderos tomó asiento Yamamoto (junto al piloto) ; en el otro, su jefe de Estado Mayor, el vicealmirante Matome Ugaki. Hora y media después, dieciocho P 38 norteamericanos se alzaban del campo de Henderson rumbo a la costa meridional de Bougainville, la gran isla occidental del archipiélago de las Salomón. En el «briefing» que precedió al vuelo, Mitchell expuso su plan: doce aparatos atacarían a la escolta; los otros seis, a los bombarderos.
El encuentro se produjo a las 9.30, cuando los japoneses, a quienes sólo les faltaba un cuarto de hora de vuelo para aterrizar en Ballale, ya se habían puesto en contacto por radio con su aeródromo. Muy poco antes, los pilotos norteamericanos les habían divisado, pero no así los nipones, pues los P 38 que se les echaron encima tenían el sol detrás.
Lo primero que vio Ugaki es que los cazas de su escolta largaban los depósitos suplementarios de combustible; instantáneamente se inició el combate. Los bombarderos picaron hacia la frondosa selva que sobrevolaban y enderezaron el vuelo cuando casi rozaban las copas de los árboles, a unos 60 metros de altura, maniobra clásica para. escapar al ataque de los cazas.
Como de costumbre, las cosas no ocurrieron exactamente como se había previsto. Mientras tres Ceros se enfrentaban con los P 38 en combate circular, modalidad en la que la mayor maniobrabilidad de los ligeros aparatos japoneses les daba ventaja sobre sus oponentes, más pesados, los otros tres intentaron proteger a los bombarderos de Yamamoto. Pero los P 38, menospreciando la amenaza de los japoneses que les iban a la zaga, se aproximaron a la distancia óptima de los bombarderos y abrieron fuego. La primera ráfaga alcanzó al bimotor de Yamamoto en la carlinga; otra, incendió el motor de la derecha, que empezó a humear y, a poco, desprendió una gran llamarada; el ala derecha se desgajó y el avión cayó sobre la selva, abriendo un surco llameante en la densa masa de árboles.
El segundo bimotor recibió instantes después una rociada de las temibles balas de 20 mm. de los P 38 y empezó a humear. El piloto tenía ya debajo la superficie del mar e intentó un amerizaje, pero en aquel instante una segunda ráfaga destrozó los mandos del aparato y éste cayó, rompiéndose el ala izquierda. El vicealmirante Ugaki logró salir de la carlinga cuando el aparato se hundía; tras él lo hizo el contralmirante Kitamura. Ambos, aunque heridos, lograron salvarse.
El mayor Mitchell, en cuanto vio que los bombarderos habían sido derribados, dio orden de romper el contacto y regresar a la base. La formación norteamericana había perdido un aparato; otros seis estaban averiados; dos de ellos tuvieron graves dificultades para regresar a Henderson Field, pues disponían de un solo motor. Tres cazas nipones, además de los dos bombarderos, fueron derribados. Pero los japoneses perdieron, sobre todo, a Yamamoto.
Al día siguiente, aviones de reconocimiento nipones localizaron el bombardero derribado y una patrulla recogió los restos de Yamamoto de los demás tripulantes del aparato. Yamamoto estaba muerto ya cuando el avión se estrelló: las balas del caza norteamericano le habían destrozado la cabeza y el hombro. Incinerado en Bougainville, sus cenizas fueron trasladadas inmediatamente después al Japón.
Aunque, aparentemente, parezca como un parcial episodio marginal más de la guerra, la pérdida del Almirante Yamamoto tuvo, sin embargo, indudables repercusiones en el desarrollo de las operaciones japonesas y coincide con el momento en que la guerra en el Pacífico cambió definitivamente de signo.
- Goyix
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Que pena, triste final para un gran almirante. No soy especialista en la 2GM pero creo que ademas dijo que podia garantizar un año de victorias pero a partir de ahí no garantizaba nada. Sabía que cuando la maquinaria estadounidense se pusiera en marcha no se les podría parar. Si mal no recuerdo años antes habia visitado EEUU, y había tomado buena nota de su poderío productivo. Un saludo.
PD: Buen posteo caracalla, como siempre.
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"Decilde a Vernon que para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque esta sólo le ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir." - Blas de Lezo
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Una consequencia de la muerte de Yamamoto, fue que los japoneses canviaronlsa claves de encriptacion de sus mensajes, dejando a los amerianos sin la oportunidad de desencriptar los mesajes en clave.
Antes de esto los japoneses sospechavan que los yankies tenian las claves, y este hecho confirmo sus sospechas.
Antes de esto los japoneses sospechavan que los yankies tenian las claves, y este hecho confirmo sus sospechas.
Si me puedes ver, estás muerto.
- Bruno Stachel
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