Los romanos disponían de ocho legiones, así como 15.000 auxiliares y una flota de tamaño desconocido, pero suficiente como para trasportar a cuatro de esas legiones y 10.000 auxiliares. Nerón Claudio Druso Germánico, sobrino-nieto del divino Augusto e hijo adoptivo del emperador Tiberio, no iba a la guerra con cualquier cosa.
Este alarde de fuerzas no era algo nuevo. Desde la desaparición de la República el ejército reformado de Augusto había desplegado una inmensa cantidad de hombres, entre legionarios y auxiliares, en cada una de sus campañas. Durante las guerras cántabras (29-19 a. C.) se habían movilizado ocho legiones. En la guerra ilírica dirigida por Tiberio (6-9 d.C.), diez legiones. Después de las campañas de Germánico y a lo largo de todo el siglo I Roma continuaría con la misma dinámica. En el año 83 Domiciano movilizaría cinco legiones contra los dacios, y el ejército aún crecería más con el tiempo hasta que, al llegar el año 89, había ya 10 legiones en total. Unos años más tarde tomaría las riendas Trajano y se llevaría a cabo la conquista de Dacia con un ejército aún mayor, unas doce legiones.
Para hacernos una idea de lo que esto significa, el ejército de Alejandro al cruzar a Asia (que no era pequeño precisamente) tenía unos 50.000 hombres y el objetivo nada desdeñable de conquistar Persia. En el siglo I Roma no sólo podía poner en pie ejércitos inmensos, sino además mantenerlos operativos durante años. Pero esto no solo es indicativo de la capacidad logística romana, sino de la seguridad de la que disfrutaba en sus fronteras durante el siglo I. Las ocho legiones de las que disponía Germánico representaban casi un tercio del total de todo el Imperio concentrado en una pequeña zona del norte de Alemania durante tres años.
Las fuerzas que podían movilizar los germanos son desconocidas, pero eran sin duda muy inferiores. En el siglo V, en una Germania mucho más poblada y en la que había confederaciones más grandes y duraderas, era raro un ejército de más de 10.000 o 15.000 hombres. Uno de los casos de ejércitos más grandes (y con cifras más o menos creíbles) es del ejército de los alamanes en Estrasburgo (año 357) que las fuentes romanas cifran en 35.000. Según los cálculos de los historiadores modernos las fuerzas godas en Adrianópolis (que incluían a varios grupos diferentes) eran incluso menores.
En el siglo I la disparidad de fuerzas en las fronteras romanas no eran sólo una cuestión de números. El soldado romano disponía de un equipo muy superior al guerrero germano medio. Además las fuerzas especializadas (caballería ligera, honderos, artillería) proporcionaban al ejército romano una capacidad táctica muy superior. La logística sería aún más determinante. Los ejércitos germanos (o tracios, dacios, cántabros, ilirios...) sólo podían permanecer unidos durante cortos períodos de tiempo hasta que empezaran a tener problemas para alimentarse. Esto quiere decir que, incluso en el caso poco probable de poder poner en pie de guerra un ejército de tamaño comparable al romano, este último siempre podría ponerse a la defensiva utilizando su superior ingeniería de campaña hasta que los enemigos tuvieran que elegir entre dispersarse o atacar en desventaja. El ejército romano, por tanto, habitualmente podía elegir cuándo luchar y dónde.
En el caso de Germania, como en otros, hay que añadir otra dificultad más para enfrentarse a Roma, la disgregación política. Incluso en casos como la confederación de Arminio las tribus que la componían tenían capacidad de decidir por sí mismas. Para enfrentarse a una invasión romana debían ponerse de acuerdo y organizarse en medio del caos de la invasión y con algunas de las tribus sufriendo saqueos y destrucción de poblaciones.
Normalmente todas estas dificultades hacían de la batalla abierta contra el ejército romano una forma de suicidio. De hecho, algunos pueblos desesperados optaron por suicidarse de esta manera. Así, cuando vemos a los germanos que lucharon en Teutoburgo descritos como un ejército semiguerrillero enfrentado a un ejército regular, que aprovechaba bosques y pantanos para hacer emboscadas, hay que tener en cuenta que ni los germanos acostumbraban a luchar así ni, en realidad, querían hacerlo tampoco. Como ocurrió en otros casos durante la expansión romana, muchos pueblos no tuvieron más remedio que adaptarse rápidamente a la situación. En la Galia Vercingetórix consiguió convencer a sus paisanos de que practicaran una táctica de tierra quemada contra César, una forma de combatir que ni era tradicional ni plato de gusto para los galos. Arminio se encontraría con el mismo problema en Germania. Rehuir el combate directo y organizar emboscadas era un método eficaz (o al menos lo más eficaz que se podía hacer), pero a menudo era frustrante e implicaba asumir destrucciones y costes políticos que los germanos no siempre estaban dispuestos aceptar. Los propios romanos estuvieron poco dispuestos a hacerlo frente a Aníbal, y se vieron los mismos casos de impaciencia: uno de ellos llevó a Cannas. Tenemos que tener esto en cuenta a la hora de evaluar la actuación de unos y otros a lo largo de estas campañas.
El primer año de campaña (14 d.C.) el ejército romano había cruzado el Rin por sorpresa cogiendo a los germanos desprevenidos. Antes de poder organizar ninguna defensa varias columnas romanas estaban devastando ya el interior del país. Esto es lo que nos cuenta Tácito:
“El César, para robar más a lo largo, partidas las legiones codiciosas del saqueo en cuatro escuadras, sin compasión de edad ni de sexo, pasó a fuego y a sangre diez leguas de país, asolando las cosas profanas y sagradas, junto con un templo muy celebrado entre aquellas naciones que llamaban de Tanfana, sin muerte ni herida de un solo soldado, a causa de haberlos cogido soñolientos, desarmados y sin orden. Despertó este destrozo a los brúcteros, tubantes y usipetos, los cuales se escondieron en los pasos estrechos de los bosques por donde había de volver el ejército, de que advertido el general, puso su gente de manera que podía marchar y defenderse si era acometido.”
Lo único que pudieron lograr los germanos fue atacar (sin éxito) a la retaguardia romana mientras el ejército se retiraba.
(Continuará)
Evidentemente, yo me dejo guiar por los razonamientos que más me han convencido, aunque esto no deje de ser en cualquier caso una suposición, de una manera u otra. Los godos del Frígido formaban parte de lo que era (o había comenzado como) una confederación de greutungos, tervingos, aliados hunos, desertores godos del ejército romano e incluso romanos que se les unieron mientras saqueaban los Balcanes. El número original de guerreros tervingos que cruzó el Danubio sería (aunque no se puede estar seguro) bastante inferior a los 20.000. 
