Apiano:
- 42¬. "Cuatro olimpiadas más tarde, en torno a la ciento cincuenta olimpiada, muchos iberos se sublevaron contra los romanos por carecer de tierra suficiente, entre otros, los lusones que habitaban en las cercanías del río Ebro. Por consiguiente, el cónsul Fulvio Flaco hizo una expedición contra ellos, los venció en una batalla y muchos de ellos se desperdigaron por las ciudades. Pero todos los que estaban especialmente faltos de tierra y obtenían su medio de vida gracias a la existencia errabunda se congregaron, en su huida, en la ciudad de Complega que era de fundación muy reciente, bien fortificada y se había desarrollado con rapidez. Tomando esta ciudad como base de sus operaciones exigieron a Flaco que les entregara un sagum, un caballo y una espada como compensación por cada uno de sus muertos y que se marchara de Iberia antes de que le ocurriera una desgracia. Éste les respondió que les entregaría muchos sagos y, siguiendo a sus emisarios, acampó junto a la ciudad. Ellos contrariamente a sus amenazas huyeron en secreto de inmediato y se dedicaron a devastar el territorio de los pueblos bárbaros de los alrededores. Estos pueblos utilizan un manto doble y grueso que abrochan todo alrededor a la manera de una casaca militar y lo llaman sagum."
43¬. "Como sucesor de Flaco en el mando, vino Tiberio Sempronio Graco. Por aquel tiempo asediaban a la ciudad de Caravis, que era aliada de Roma, veinte mil celtíberos. Como era muy probable que fuera tomada, Graco se apresuró a acudir en socorro de la ciudad, pero después de haber establecido un cerco en torno al enemigo, no pudo comunicar a la ciudad su proximidad. Por consiguiente, Cominio, uno de los prefectos de caballería, tras meditar consigo mismo el asunto y exponer su audaz proyecto a Graco, se ciñó un sagum a la usanza ibera y, se unió secretamente a los soldados enemigos que iban en busca de forraje. De este modo penetró, en su compañía, en el campamento como si fuera un ibero y, atravesando a la carrera hasta Caravis, les comunicó que Graco venía hacia ellos. Éstos consiguieron mantenerse a salvo aguantando con fortaleza el asedio, hasta que llegó Graco al cabo de tres días, y los sitiadores levantaron el asedio. Entonces, veinte mil habitantes de Complega llegaron hasta el campamento de Graco con ramas de olivo a modo de suplicantes y, cuando estuvieron cerca, le atacaron de improviso y provocaron la confusión. Éste con habilidad les dejó su campamento y simuló la huida. Después, dando la vuelta, los atacó mientras se dedicaban al saqueo, mató a la mayoría y se apoderó de Complega y de los pueblos vecinos. Asentó a las clases más menesterosas y repartió las tierras entre ellos. Llevó a cabo tratados perfectamente regulados con todos los pueblos de esta zona, sobre la base de que serían aliados de los romanos. Les dio y tomó juramentos que serían invocados, en muchas ocasiones, en las guerras futuras. A causa de tales hechos, Graco se hizo célebre en Iberia y Roma y fue recompensado con un espléndido triunfo."
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- [39,56] Durante el mismo año, el procónsul Aulo Terencio libró algunos combates victoriosos contra los celtberos, no lejos del Ebro, en territorio ausetano, asaltando algunas plazas que se habían hecho fuertes allí. La Hispania Ulterior permaneció más tranquila aquel año debido a la larga enfermedad de Publio Sempronio; los lusitanos, que no fueron provocados por nadie, siguieron estando, afortunadamente, tranquilos. Tampoco Quinto Fabio hizo nada digno de mención en la Liguria. Marco Marcelo fue llamado de Histria y su ejército fue licenciado. Regresó a Roma para llevar a cabo las elecciones. Los nuevos cónsules fueron Cneo Bebio Tánfilo y Lucio Emilio Paulo -para el 182 a.C-. Este últmo había sido edil curul con Marco Emilio Lépido, que cinco años antes había ganado su consulado después de dos derrotas anteriores. Los nuevos pretores fueron Quinto Fulvio Flaco, Marco Valerio Levino, Publio Manlio, por segunda vez, Marco Ogulnio Gallo, Lucio Cecilio Denter y Cayo Terencio Istra. Al final del año se efectuaron rogatvas a causa de ciertos prodigios. Se creyó firmemente que durante dos días había llovido sangre en el recinto del templo de la Concordia, y se informó de que no lejos de Sicilia había surgido una nueva isla del mar, donde no la había. Valerio Antas es nuestra autoridad para afirmar que Aníbal murió este año, y que, además de Tito Quincio Flaminino, cuyo nombre es mencionado con frecuencia en relación con este asunto, Lucio Escipión Asiátco y Publio Escipión Nasica fueron también enviados a Prusias con aquel propósito.
[40.16] …Publio Manlio marchó a la la Hispania Ulterior, que ya había gobernado en su anterior pretura; Quinto Fulvio Flaco se dirigió a la Hispania Citerior y se hizo cargo del ejército de Aulo Terencio, pues debido a la muerte de Publio Sempronio la Hispania Ulterior se había quedado sin magistrado. Mientras Fulvio Flaco estaba sitiando una ciudad hispana llamada Urbicua fue atacado por los celtíberos [esta Urbicua podría ser la actual Concud, población del municipio de Teruel.-N. del T.]. Se produjeron encarnizados combate, con graves pérdidas en muertos y heridos entre los romanos. Venció finalmente la tenacidad de Fulvio, a quien no hubo fuerza capaz de alejarlo del asedio. Agotados por tantas batallas, los celtíberos se retiraron y la ciudad, una vez desaparecida la ayuda, fue tomada en pocos día y saqueada. El pretor dio el botín a los soldados. Aparte de esta captura, Fulvio no hizo nada más digno de mención, ni tampoco Publio Manlio, más allá de concentrar sus fuerzas dispersas. Ambos retiraron sus ejércitos a sus cuarteles de invierno. Estos fueron los hechos de este verano en Hispania. Terencio, tras ceder su mando allí, entró en la Ciudad en ovación. Llevó a casa nueve mil trescientas veinte libras de plata, ochenta y dos libras de oro y siete coronas doradas con un peso de sesenta libras [o sea, 3047,64 kilos de plata y 46,4 kilos de oro.-N. del T.].
[40,30] Aquel verano se desencadenó una violenta guerra en la Hispania Citerior; los celtíberos habían reunido unos treinta y cinco mil hombres, cifra que casi nunca antes habían alcanzado. Quinto Fulvio Flaco estaba al mando de la provincia. Al oír que los celtíberos estaban armando a sus guerreros, alistó entre los aliados todas las tropas que pudo, pero aún así resultó ser muy inferior numéricamente al enemigo. En los primeros días de la primavera llevó su ejército a la Carpetania y fijó su campamento cerca de la ciudad de Cuerva [la antigua Ebura, luego Libora, en la actual provincia de Toledo.-N. del T.], enviando un pequeño destacamento para ocupar la ciudad. Pocos días después, los celtíberos acamparon al pie de una colina próxima, a unas dos millas de distancia [2960 metros.-N. del T.]. Cuando el pretor romano se dio cuenta de su presencia, envió a su hermano Marco Fulvio con dos turmas de caballería nativa para reconocer el campamento enemigo. Sus instrucciones consistían en acercarse lo más posible a la empalizada para hacerse una idea del tamaño del campamento, pero si veía aproximarse a la caballería enemiga, debía retirarse sin combatir. Obedeció estas órdenes. Durante algunos días no sucedió nada más, aparte de la aparición de estas dos turmas que siempre se retiraban cuando la caballería enemiga salía de su campamento. Finalmente, los celtíberos salieron de su campamento con toda su infantería y caballería, formaron en línea de batalla a medio camino entre los dos campamentos y permanecieron así. El terreno era llano y adecuado para una batalla. Allí les esperaron firmes los hispanos, mientras el general romano mantenía a sus hombres tras su empalizada. Durante cuatro días sucesivos el enemigo formó en el mismo lugar en orden de combate, pero los romanos no se movieron. Después de esto, los celtíberos permanecieron descansando en su campamento, ya que no tenían oportunidad de luchar; solo la caballería salía y tomaba posiciones como en posición de avanzada, por si se producía algún movimiento por parte del enemigo. Ambas partes salían para forrajear y recoger madera en la retaguardia de sus campamentos, no interfiriendo los unos con los otros.
[40,31] Cuando el pretor romano se hubo cerciorado de que, tras tantos días de inactividad, el enemigo no esperaba que él tomase la iniciativa, ordenó a Lucio Acilio que tomase la división de tropas aliadas y a seis mil auxiliares nativos, y que rodeara la montaña que estaba detrás del campamento enemigo. Cuando oyera el grito de guerra, debía cargar hacia abajo contra su campamento. Partiría de noche, para no ser observado. Al amanecer, Flaco envió a Cayo Escribonio, el prefecto de las tropas aliadas, con su caballería extraordinaria del ala izquierda, contra la empalizada enemiga. Cuando los celtíberos vieron que se aproximaban hasta más cerca y con mayores fuerzas de lo que habían solido hacer antes, toda su caballería salió del campamento y dieron así mismo a su infantería la señal para avanzar. Escribonio, actuando según sus instrucciones, en cuanto oyó el estrépito del avance de la caballería enemiga, hizo dar la vuelta a sus caballos y se dirigió hacia su campamento. El enemigo le persiguió a toda velocidad. Iba por delante la caballería, con la infantería a poca distancia y no dudando de que aquel día asaltarían el campamento romano. Ya estaban a no más de media milla de la empalizada. En cuanto Flaco consideró que estaban lo bastante lejos de la protección de su propio campamento, ordenó que salieran sus fuerzas, que habían permanecido formadas tras la empalizada, por tres sitios a la vez. Hizo que lanzaran el grito de guerra con toda la fuerza que pudieran, no solo para estimular el ardor de los combatientes, sino también para que les oyeran los que se encontraban entre las colinas. Estos se lanzaron a la carga de inmediato, como se les había ordenado, contra el campamento enemigo donde no quedaban más de cinco mil hombres de retén. La fuerza de los asaltantes, en comparación con la escasez de su propio número, y la rapidez del ataque los aterrorizaron de tal manera que se tomó el campamento con poca o ninguna resistencia. Una vez capturado, Acilio le prendió fuego por aquella parte en que mejor podría ser visto desde el campo de batalla.
[40.32] Los celtíberos que estaban en la retaguardia fueron los primeros en divisar las llamas; después se corrió la noticia por toda la línea de que el campamento se había perdido y era pasto de las llamas. Esto aumentó el pánico en los enemigos y elevó el ánimo de los romanos. Por un lado les llegaban los gritos victoriosos de sus camaradas y por el otro contemplaban en llamas el campamento enemigo. Los celtíberos dudaron durante unos momentos qué hacer, pues al no quedarles ningún refugio en caso de ser derrotados y estando su única esperanza en sostener la lucha, reiniciaron el combate con mayor determinación. Su centro estaba muy presionado por la quinta legión, pero avanzaron con más confianza contra el ala izquierda romana, donde veían situados a los auxiliares provinciales, que eran de su propia raza, y que habría sido derrotada de no haber llegado en su ayuda la séptima legión. Estando en medio de la batalla, aparecieron las tropas que habían quedado en Cuerva y Acilio se aproximó por la retaguardia del enemigo. Tomados entre ambos, los celtíberos fueron despedazados y los supervivientes huyeron en todas direcciones. Se envió a la caballería tras ellos, dividida en dos grupos, y provocó entre ellos una gran carnicería. Murieron hasta veintitrés mil hombres aquel día y se hizo prisioneros a cuatro mil setecientos; se capturaron quinientos jinetes y ochenta y ocho estandartes militares. Fue una gran victoria, pero no resultó incruenta. De las dos legiones, cayeron algo más de doscientos soldados romanos, ochocientos treinta de los aliados latinos y dos mil cuatrocientos de los auxiliares extranjeros. El pretor llevó a su ejército victorioso de vuelta al campamento. Se ordenó a Acilio que permaneciera en el campamento que había capturado. Al día siguiente, se reunieron los despojos y se recompensó ante todo el ejército a los que habían demostrado notable valor.
[40.33] Los heridos fueron llevados a Cuerva y las legiones marcharon a través de la Carpetania hasta Contrebia [en las proximidades de Daroca, en la provincia de Zaragoza.-N. del T.]. Al ser asediada esta ciudad, sus habitantes pidieron ayuda a los celtíberos. Esta se demoró, no por alguna clase de renuencia por parte de los celtíberos, sino debido a que no pudieron avanzar por los caminos intransitables y ríos desbordados por culpa de las lluvias. Desesperados de recibir ninguna ayuda de sus compatriotas, los habitantes se rindieron. El propio Flaco se vio obligado por las terribles tormentas a trasladar todo su ejército dentro de la ciudad. Los celtíberos, mientras tanto, habían partido desde sus casas ignorantes de la rendición; una vez cesó la lluvia lograron, finalmente, cruzar los ríos y llevaron ante Contrebia. No vieron ningún campamento fuera de las murallas por lo que, pensando que lo habían trasladado a otro lugar o que el enemigo se había retirado, se aproximaron a la ciudad sin tomar ninguna precaución ni mantener la adecuada formación. Los romanos lanzaron una salida por las dos puertas y, atacándolos mientras estaban desordenados, los derrotaron. Lo mismo que les hizo imposible resistir, es decir, su no marchar en un solo grupo o formando junto a sus estandartes, ayudó a que la mayoría huyera, pues todos los fugitivos se dispersaron por los campos y en ninguna parte pudieron los romanos interceptar a un número considerable de ellos juntos. No obstante, los muertos ascendieron a doce mil y los prisioneros a más de cinco mil; también se capturaron cuatrocientos caballos y sesenta y dos estandartes. Los fugitivos dispersos se dirigieron a sus hogares y al encontrarse con otro cuerpo de celtíberos, que marchaban hacia Contrebia, los detuvieron y les informaron de la rendición de la plaza y de su propia derrota. Rápidamente, todos se dispersaron y volvieron a sus fortalezas y pueblos. Partiendo de Contrebia, Flaco llevó las legiones a través de la Celtiberia, devastando el país según marchaba y asaltando muchos de los castillos hasta que la mayor parte de aquel pueblo vino a rendirse.
[40,34] Tales fueron los hechos ocurridos este año en Hispania Citerior. En la Hispania Ulterior, el pretor Manlio libró varios combates con éxito contra los lusitanos. Aquel año se fundó la colonia latina de Aquilea, una ciudad situada en tierras pertenecientes a los galos, que recibió un grupo de colonos en número de tres mil infantes, a los que se asignaron cincuenta yugadas mientras que los centuriones recibieron cien y los de caballería recibieron ciento cuarenta [13,5 Ha, 27 Ha y 37,8 Ha, respectivamente.-N. del T.]. Los triunviros que la fundaron fueron Publio Cornelio Escipión Nasica, Cayo Flaminio y Lucio Manlio Acidino. Se dedicaron dos templos durante el año, uno a Venus Ericina, en la puerta Colina -este templo había sido prometido por Lucio Porcio durante la guerra Ligur y fue consagrado por su hijo-; el otro era el templo de la Piedad, en el foro de las verduras. Manio Acilio Glabrión, el duunviro, dedicó este templo y erigió una estatua dorada de su padre Glabrión, la primera de este tipo erigida en Italia [como señala José Antonio Villar Vidal en su traducción para la editorial Gredos, se trataba de una estatua ecuestre de un hombre, pues las anteriores estatuas doradas eran solo de dioses.-N. del T.]. Él mismo había prometido este templo el día de su batalla contra Antíoco, en las Termópilas, y se había encargado también de la adjudicación de su construcción, de conformidad con un senadoconsulto. Por los mismos días en que se dedicaron estos templos, el procónsul Lucio Emilio Paulo celebró su triunfo sobre los ligures ingaunos. Llevó en su procesión veinticinco coronas de oro, sin ningún otro oro ni plata más en el triunfo. Muchos jefes ligures caminaron como prisioneros delante de su carro. Entregó a cada soldado, como su parte en el botín, trescientos ases. Su triunfo fue notable por la presencia de embajadores ligures, que habían venido a suplicar una paz perpetua; tan firmemente se había decidido el pueblo ligur a no tomar las armas, excepto a petición del pueblo romano. Por orden del Senado, el pretor les respondió que no resultaba nueva aquella petición por parte de los ligures: ellos mismos eran los más interesados en mostrar un nuevo ánimo e inclinación en consecuencia con aquella. Deberían presentarse a los cónsules y hacer lo que les ordenasen, pues el Senado no creería más que a los cónsules respecto a la sinceridad de la petición de paz de los ligures. Se hizo la paz en Liguria. En Córcega hubo enfrentamientos con los nativos, Marco Pinario mató a dos mil de ellos en combate. Por esta derrota, se vieron obligados a entregar rehenes y cien mil libras de cera [32700 kilos.-N. del T.]. Pinario llevó a su ejército a Cerdeña y libró combates victoriosos contra los ilienses, una tribu que a día de hoy aún no está completamente pacificado. En el transcurso de este año, fueron devueltos a los cartagineses cien rehenes, concediéndoles el pueblo romano la paz no solo en su nombre, sino en el de Masinisa, cuya guarnición ocupaba el territorio en disputa.
[40,35] La provincia de los cónsules se mantuvo tranquila. Marco Bebio fue llamado de vuelta a Roma para celebrar las elecciones. Los nuevos cónsules fueron Aulo Postumio Albino Lusco y Cayo Calpurnio Pisón. Fueron elegidos pretores Tiberio Sempronio Graco, Lucio Postumio Albino, Publio Cornelio Mámula, Tiberio Minucio Molículo, Aulo Hostilio Mancino y Cayo Menio. Todos estos magistrados tomaron posesión de sus cargos el quince de marzo -180 a.C.-. Al comienzo del año de consulado de Aulo Postumio Albino y Cayo Calpurnio Pisón, el cónsul Aulo Postumio presentó ante el Senado al general [legatvs: el comandante de una legión, aunque el nombre también designaba a un embajador.-N. del T.] Lucio Minucio y a dos tribunos militares, Tito Menio y Lucio Terencio Masiliota, que habían venido desde la Hispania Citerior enviados por Quinto Fulvio Flaco. Informaron de las dos batallas victoriosas, la rendición de los celtíberos y el cumplimiento de la misión ordenada; también comunicaron al Senado que aquel año no había necesidad de enviar la paga que habitualmente se remitía ni tampoco suministrar al ejército trigo para aquel año. Solicitaron luego que se tributaran honores por estos éxitos a los dioses inmortales y que se permitiera a Quinto Fulvio que trajera de vuelta de Hispania, a su regreso, el ejército cuyo valor tantos servicios le había prestado a él y a tantos pretores antes que él. Y no solo porque se les debiera esto, sino porque resultaba casi inevitable al estar los soldados tan determinados que resultaba prácticamente imposible retenerles más tiempo en la provincia; si no se les licenciaba, estaban dispuestos a partir sin órdenes o, de ser mantenidos allí a cualquier precio, rebelarse peligrosamente. El Senado ordenó a los cónsules que tuviesen Liguria como su provincia. A continuación, los pretores sortearon las suyas. La Hispania Citerior correspondió a Tiberio Sempronio. Como iba a relevar a Quinto Fulvio, no quería que la provincia quedara despojada de soldados veteranos y, en consecuencia, pronunció en el Senado el siguiente discurso: "Te pregunto, Lucio Minucio, ya que informas de que la provincia está en orden, si crees que los celtíberos se mantendrán fieles hasta el extremo de que se pueda sostener la provincia sin la presencia un ejército. Si no nos puedes asegurar ni darnos garantía alguna de que permanezcan siempre en paz y que, en todo caso, se debe mantener allí un ejército, ¿aconsejarías que el Senado enviase refuerzos para relevar solamente a los soldados que han cumplido ya su periodo de servicio, incorporando los reclutas al antiguo ejército, o dirías que se deberían retirar las legiones veteranas, alistando y enviando allí otras nuevas, sabiendo que el desprecio por los bisoños puede alentar la reanudación de las hostilidades incluso a los bárbaros menos agresivos? Declarar la pacificación y ordenación de una provincia, cuyos habitantes son de natural bélico y agresivo, parece más fácil de decir que de hacer. Según lo que he alcanzado a oír, solo unas pocas comunidades, sobre todo en las que hemos establecido nuestros cuarteles de invierno, están sometidas a nuestra autoridad; las más alejadas están en armas. Bajo estas circunstancias, padres conscriptos, yo declaro desde el principio que estoy dispuesto a tomar el gobierno de la provincia con ejército que está allí ahora mismo. Si Flaco trae con él sus legiones yo escogeré para mis cuarteles de invierno lugares pacificados y no expondré a mis nuevos soldados al más feroz de los enemigos".
[40,36] En respuesta a estas preguntas, el legado dijo que ni él ni nadie podía adivinar cuáles eran las intenciones de los celtíberos en aquel momento o cuáles serían en el futuro. Por tanto, no podía negar que lo mejor sería que se enviase un ejército, pues aún los nativos que habían quedado sometidos no estaban todavía acostumbrados a que se les dominara. Pero la conveniencia de que se precisara un ejército veterano o uno nuevo correspondía decidirla a quien estuviera en condiciones de saber en qué medida los celtíberos iban a respetar la paz y, al tiempo, a quien se hubiera asegurado definitivamente si los soldados permanecerían tranquilos si se les retenía más tiempo en la provincia. Si se debían inferir sus sentimientos a partir de lo que hablaban entre sí o de lo que gritaban cuando su general se les dirigía durante una revista, entonces debía saberse que habían manifestado abiertamente y a gritos que o volvían a Italia con su general o lo mantenían en la provincia con ellos. Esta discusión fue interrumpida por los cónsules, quienes declararon que lo más apropiado sería proceder a la dotación de su provincia antes de decidir sobre el ejército del pretor. Se asigno un ejército totalmente nuevo para los cónsules; dos legiones romanas completas para cada uno, con su correspondiente caballería y la proporción usual de infantes y jinetes aliados y latinos, es decir, quince mil infantes y ochocientos jinetes. Con este ejército, se les encargó hacer la guerra a los ligures apuanos. Se dispuso que Publio Cornelio y Marco Bebio conservaran sus mandos hasta que llegasen los cónsules y que luego, tras licenciar a su ejército, regresaran a Roma. Entonces se pasó a resolver la cuestión del ejército de Tiberio Sempronio. Se ordenó a los cónsules que alistasen para él una legión nueva, con cinco mil doscientos infantes y cuatrocientos jinetes, junto con una fuerza adicional de mil infantes romanos y cincuenta de caballería. También se les ordenó que exigieran a los aliados latinos siete mil infantes y trescientos jinetes. Tal era el ejército con el que se decidió que Tiberio Sempronio debía marchar a la Hispania Citerior. Se dio permiso a Quinto Flaco para que llevase con él, si lo consideraba adecuado, a aquellos soldados, fueran ciudadanos romanos o aliados, que hubieran sido trasladados a Hispania antes del consulado de Espurio Postumio y Quinto Marcio [antes del 186 a.C.-N. del T.]; también a los que, una vez incorporado el suplemento de tropas, superaran en las dos legiones la cifra de diez mil cuatrocientos infantes y seiscientos jinetes, y de doce mil infantes y seiscientos jinetes aliados y latinos; con los valerosos servicios de estos había contado Flaco en los dos combates victoriosos contra los celtíberos. También se decretó una acción de gracias por sus buenos servicios al Estado. Los restantes pretores fueron enviados a sus provincias seguidamente; Quinto Fabio Buteo vio prorrogado su mando en la Galia. Se decidió que aquel año solo deberían estar en servicio ocho legiones, además del antiguo ejército de la Liguria que sería licenciado en breve. Incluso aquella fuerza costó alistarla con dificultad, debido a la epidemia que desde hacía tres años estaba devastando Roma e Italia.
[40,39] Como su sucesor tardó un poco en llegar a Hispania, Fulvio Flaco sacó a sus ejércitos de los cuarteles de invierno y empezó a devastar las zonas más alejadas de la Celtiberia, donde sus habitantes no habían llegado a rendirse. Mediante esta acción, irritó más que intimidó a los indígenas, que secretamente reunieron una fuerza y bloquearon el paso Manlio [se trata del puerto de Morata, no lejos de la actual Calatayud, provincia de Zaragoza, en el valle del Jalón.-N. del T.], por donde estaban casi seguros que marcharían los romanos. Graco había encargado a su colega, Lucio Postumio Albino, que informara a Quinto Fulvio de que debía llevar su ejército a Tarragona, donde tenía intención de licenciar a los soldados veteranos, incorporar los refuerzos a las distintas unidades y reorganizar todo el ejército. Fulvio también fue informado de que estaba próxima la fecha de la llegada de su sucesor. Esta información obligó a Flaco a abandonar sus proyectadas operaciones y retirar a toda prisa su ejército de la Celtiberia. Los bárbaros, ignorantes de la verdadera razón y pensando que se había dado cuenta de su ausencia y de que se habían armado secretamente, pusieron aún más empeño en el bloqueo del paso. Cuando la columna romana entró en el puerto, el enemigo se precipitó sobre ellos desde ambos lados. En cuanto Flaco vio esto, se apresuró a controlar los primeros síntomas de desorden en la columna, dando a los centuriones la orden de que todos los hombres se mantuvieran donde estaban y dispusieran sus armas. Reuniendo en un solo punto los bagajes y los animales de carga, logró por sus propios esfuerzos, los de sus legados y sus tribunos militares, disponer sus fuerzas en la formación de combate que requería el momento y el lugar, sin alterarse en absoluto. Recordó a sus hombres que se enfrentaban a aquellos que ya se habían rendido dos veces, personas traidoras y viles en las que hasta entonces no había crecido ninguna virtud ni valor. Con aquello, el enemigo les había dado la posibilidad de alcanzar un regreso glorioso y memorable; llevaría en triunfo a Roma las espadas enrojecidas por la sangre de los enemigos y el botín goteando su sangre. El tiempo no le permitió decir más, el enemigo estaba sobre ellos y los combates habían empezado ya en los puntos más alejados. A continuación, las dos líneas chocaron.
[40.40] La batalla resultó porfiada en todos los sectores, pero con suerte diversa. Los legionarios lucharon espléndidamente y las dos alas tampoco pusieron menos empeño. Los auxiliares extranjeros no pudieron mantener sus posiciones, al enfrentarse a quienes, aunque armados de la misma manera que ellos, les superaban como guerreros. Cuando los celtíberos vieron que en una batalla regular y con sus líneas formadas resultaban inferiores a la legiones, lanzaron un ataque en formación de cuña, maniobra que les daba tal fuerza que resultaban imposibles de resistir, fuera cual fuese el terreno al que los llevase su presión. También ahora provocaron el desorden en las legiones y casi rompieron la línea romana. Fulvio, viendo este desorden, galopó hasta la caballería legionaria y les dijo: "A menos que vengáis al rescate, este ejército estará acabado". Todos le gritaron que por qué no les decía qué quería que hiciesen, que ellos estaban prontos a cumplir sus órdenes. Él les respondió: "que doblen las turmas [se refiere una maniobra por la que forma una turma detrás de otra, dando profundidad a la línea de caballería y, por lo tanto, potencia de choque a la masa de jinetes.-N. del T.] los jinetes de ambas legiones y lanzad a vuestros caballos donde la cuña enemiga está presionando a los nuestros. Vuestra carga tendrá más fuerza si lanzáis los caballos sin riendas, como se dice que hicieron muchas veces los jinetes romanos cubriéndose de gloria. Quitaron el bocado a los caballos y cargaron contra la cuña desde ambas direcciones en dos veces, a la ida y a la vuelta, provocando una gran masacre entre el enemigo y quebrando sus lanzas. Cuando fracasó la cuña en la que habían puesto todas sus esperanzas, los celtíberos se desanimaron por completo y abandonaron casi cualquier intento de lucha, empezando a buscar a su alrededor un modo de escapar. Cuando la caballería auxiliar vio la notable hazaña de los jinetes romanos, también ellos, encendidos por el valor de los otros y sin esperar órdenes, espolearon sus caballos contra el enemigo que estaba ya completamente desordenado. Esto resultó ser decisivo, los celtíberos huyeron precipitadamente en todas direcciones y el comandante romano, viendo como volvían la espalda, prometió un templo a la Fortuna Ecuestre y la celebración de solemnes Juegos en honor a Júpiter Óptimo Máximo. Los celtíberos, dispersándose al huir, fueron despedazados por todo el paso. Se afirma que ese día murieron diecisiete mil enemigos y que se capturó con vida a más de tres mil setecientos, junto con setenta y siete estandartes militares y cerca de seiscientos caballos. El ejército victorioso permaneció acampado aquel día en su propio campamento. La victoria no se alcanzó sin pérdidas: perecieron en el campo de batalla cuatrocientos setenta y dos soldados romanos, mil diecinueve aliados y latinos, así como tres mil auxiliares. Con su antigua gloria así renovada, el ejército victorioso marchó hacia Tarragona. Tiberio Sempronio, que había llegado dos días antes, salió al encuentro de Fulvio y le felicitó por haber prestado un brillante servicio a la República. Con el mayor acuerdo entre ellos, decidieron qué soldados debían ser licenciados y cuáles debían continuar. Tras relevar a los que ya habían cumplido su tiempo de servicio, Fulvio se embarcó con ellos para Italia y Sempronio condujo las legiones a la Celtiberia.
[40.43]…Quinto Fulvio Flaco regresó a Roma con una gran reputación después des hazañas en Hispania. Mientras se encontraba aún fuera de la Ciudad, esperando su triunfo, fue elegido cónsul junto a Lucio Manlio Acidino -para el 179 a.C.-, entrando pocos días después triunfante en la Ciudad, junto a los soldados que había traído consigo. En la procesión fueron llevadas ciento veinticuatro coronas de oro, treinta y un libras de oro, --- de plata sin labrar y ciento setenta y tres mil doscientas monedas acuñadas en Huesca [se trata de la antigua Osca, con su conocido argentum oscense que Manuel Gómez Moreno (1949, «Nota sobre numismática ibérica», Misceláneas, Historia-Arte Arqueología, Madrid, p. 183.), aclara en el sentido de que se trataría de dracmas ibéricas de imitación empuritana, con un peso de 4,20 a 4,70 gramos por pieza; en cuanto al oro, las 31 libras mencionadas equivalen a 10,137 kilos de oro.-N. del T.]. Entregó cincuenta denarios a cada legionario, a cuenta del botín, el doble a los centuriones y el triple a la caballería, con las mismas cantidades para los hombres de los aliados latinos. A todos les fue concedida paga doble.
[40.44] …En las dos Hispanias, Tiberio Sempronio y Lucio Postumio vieron prorrogados sus mandos y conservaron sus ejércitos. Como refuerzo, se ordenó a los cónsules que alistaran tres mil infantes y trescientos jinetes romanos, así como cinco mil infantes y cuatrocientos jinetes aliados latinos…
[40.47] Los propretores en Hispania, Lucio Postumio y Tiberio Sempronio, acordaron un plan conjunto de operaciones: Albino marcharía a través de la Lusitania contra los vacceos y regresaría luego a la Celtiberia; de estallar una guerra más importante, Graco se encontraría en las fronteras más lejanas de la Celtiberia. Este se apoderó al asalto de la ciudad de Munda, mediante un ataque nocturno por sorpresa. Después de tomar rehenes y poner una guarnición en la ciudad, siguió su marcha, asaltando los castillos y quemando los cultivos, hasta llegar a otra ciudad de excepcional fuerza, a la que los celtíberos llamaban Cértima [dado que Munda se suele identificar con la actual Montilla (ver Libro 24.42), en la provincia de Córdoba, y Cértima con la actual Cártama, en la de Málaga, se puede conjeturar que la campaña de Graco se desarrolló en una dirección bien lejos de la Celtiberia.-N. del T.]. Se encontraba ya aproximando sus máquinas contra las murallas cuando llegó una delegación de la ciudad. Sus palabras mostraban la sencillez de los antiguos, pues no trataron de ocultar su intención de seguir la lucha si disponían de los medios. Pidieron permiso para visitar el campamento celtíbero y pedir ayuda; si se les rehusaba, decidirían por sí mismos. Graco les dio permiso y regresaron a los pocos días, trayendo con ellos diez enviados. Era el mediodía, y la primera petición que hicieron al pretor fue que ordenara que se les diera algo para beber. Después de vaciar las tazas pidieron más, ante lo que los presentes estallaron en carcajadas por su rudeza e ignorancia del comportamiento adecuado. A continuación, los más ancianos entre ellos hablaron así: "Hemos sido enviados por nuestro pueblo -dijeron- para averiguar qué es lo que te hace sentir confianza para atacarnos". Graco les contestó diciéndoles que él confiaba en su esplendido ejército y que si deseaban verlo por sí mismos, para poder dar completa cuenta a los suyos de él, les daría la oportunidad de hacerlo. Dio luego orden a los tribunos militares para que todas las fuerzas, tanto de infantería como de caballería, se equiparan al completo y maniobrasen con sus armas. Después de esta exposición, se despidió a los enviados y estos disuadieron a sus compatriotas de enviar cualquier tipo de socorro a la ciudad sitiada. Los habitantes de la ciudad, después de tener fuegos encendidos en lo alto de las torres de vigilancia, que era la señal acordada, viendo que era en vano y que les había fallado su única esperanza de ayuda, se rindieron. Se les impuso un tributo de guerra de dos millones cuatrocientos mil sestercios. Asimismo, debían renunciar a cuarenta de sus más nobles jóvenes caballeros; pero no como rehenes, pues iban a servir en el ejército romano, sino como garantía de su fidelidad.
[40.48] Desde allí avanzó hasta la ciudad de Alce [en las proximidades de Campo de Criptana, provincia de Ciudad Real.-N. del T.], donde estaba el campamento de los celtíberos del que habían llegado poco tiempo atrás los enviados. Durante algunos días se limitó a hostigar al enemigo mediante el envío de escaramuzadores contra sus puestos avanzados, pero cada día los enviaba en mayor cantidad para intentar sacar todas las fuerzas enemigas fuera de sus fortificaciones. Cuando vio que había logrado su objetivo, ordenó a los prefectos de las tropas auxiliares que presentaran poca resistencia y luego se dieran la vuelta, huyendo precipitadamente hacia su campamento, como si fueran superados numéricamente. Él, mientras tanto, dispuso a sus hombres en cada una de las puertas del campamento. No había pasado mucho tiempo cuando vio a sus hombres huyendo de vuelta, con los bárbaros persiguiéndoles en desorden. Mantuvo hasta este punto a sus hombres detrás de su empalizada y entonces, esperando únicamente hasta que los fugitivos encontraron refugio en el campamento, lanzó el grito de guerra y los romanos irrumpieron por todas las puertas de forma simultánea. El enemigo no pudo hacer frente a este ataque inesperado. Habían llegado para asaltar el campamento romano y ahora ni siquiera pudieron defender el suyo. Derrotados, puestos en fuga e impulsados por el pánico detrás de sus empalizadas, perdieron finalmente su campamento. Aquel día murieron nueve mil hombres, fueron capturados trescientos veinte prisioneros y se tomaron ciento doce caballos y treinta y siete estandartes militares. Del ejército romano, cayeron ciento nueve hombres.
[40.49] Después de esta batalla, Graco llevó las legiones a la Celtiberia, que devastó y saqueó. Cuando los nativos vieron tomados sus bienes y ganados, sometiéndose voluntariamente algunas tribus y otras por miedo, en pocos días aceptó la rendición de ciento tres ciudades y consiguió una enorme cantidad de botín. Marchó después de vuelta a Alce y comenzó el asedio de aquel lugar. Al principio los habitantes resistieron los asaltos, pero cuando se vieron atacados por máquinas de asedio además de por armas, dejaron de confiar en la protección de sus murallas y se retiraron todos a la ciudadela. Por último, enviaron emisarios poniéndose ellos y todos sus bienes a merced de los romanos. Aquí se capturó una gran cantidad de botín, así como muchos de sus nobles, entre los que se encontraban dos hijos y la hija de Turro. Este hombre era el régulo de aquellos pueblos, y con mucho el hombre más poderoso de Hispania. Al enterarse del desastre a sus compatriotas, mandó a solicitar un salvoconducto para visitar a Graco en su campamento. Cuando llegó, su primera pregunta fue si se les permitiría vivir a su familia y a él. Al responderle el pretor que sus vidas estarían a salvo, le preguntó, además, si se le permitiría luchar del lado de los romanos. Graco también le concedió esa petición y él le dijo: "Te seguiré contra mis antiguos aliados, ya que ellos no han querido tomar las armas para defenderme". A partir de entonces, estuvo junto a los romanos y en muchas ocasiones sus valientes y fieles servicios resultaron útiles a la causa romana.
[40.50] Tras esto, la noble y poderosa ciudad de Ergavica [o Ercávica, en Cañaveruelas, provincia de Cuenca.-N. del T.], alarmada por los desastres sufridos por sus vecinos, abrió sus puertas a los romanos. Algunos autores afirman que aquellas rendiciones no se hicieron de buena fe y que una vez Graco retiraba sus legiones, se renovaban las hostilidades; cuentan además que él libró una gran batalla contra los celtíberos en el monte Cauno, que duró desde el amanecer hasta el medio día, con muchas bajas por ambos lados [el monte pudiera ser el Moncayo, en la provincia de Zaragoza; en cuanto a la duración del combate, el texto latino indica literalmente "desde la hora primera hasta la sexta".-N. del T.]. No se debe suponer de esto que los romanos hubieran alcanzado ninguna gran victoria, más allá del hecho de que, al día siguiente, desafiaron al enemigo que se mantenía detrás de su empalizada y pasaron la jornada recogiendo despojos. Afirman, además, que al tercer día se libró una batalla aún mayor y que entonces, por fin, los celtíberos sufrieron una derrota decisiva; su campamento fue capturado y saqueado, murieron veintidós mil enemigos, se tomaron más de trescientos prisioneros y casi el mismo número de caballos, así como setenta y dos estandartes militares. Esto dio fin a la guerra y se firmó una paz real, no indecisa como antes, con los celtíberos. Según estos autores, Lucio Postumio luchó dos veces con éxito aquel verano contra los vacceos, en la Hispania Ulterior, matando a treinta y cinco mil enemigos y apoderándose de su campamento. Se acerca más a la verdad la versión que cuenta que llegó a su provincia demasiado avanzado el verano como para llevar a cabo una campaña.
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