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8. Borgoñones.


El leal Franco Condado.
Los conteses (comtoises) solían invocar que no había gente más leal que ellos a la Casa de los Austrias. Con ocasión del fallido sitio francés de Dole, el cardenal Richelieu escribía a Condé: «Quisiera Dios que los súbditos del rey le tuvieran tanto aprecio como lo tienen con España (los conteses)». No sólo la ciudad había presentado una heroica resistencia sino que además había sido previamente informado, por parte del general La Meilleraie, comandante de la artillería de sitio, que no había forma de encontrar un solo traidor para realizar labores de espionaje y que los conteses antes se dejarían desollar que traicionar a su patria.
Para los conteses de esa época la lealtad a los Austrias estaba íntimamente ligada con la defensa de sus libertades, cuyos garantes eran unos reyes que aunque lejanos siempre mostraron predilección por ese territorio. Por contra, a los reyes de Francia, se les veía como enemigos odiosos dispuestos a eliminar el carácter “franco” del Condado.

Aunque los Habsburgo reclamaran repetidamente que el ducado de Borgoña formaba parte de su herencia “borgoñona” (a través de María de Borgoña), lo cierto es que lo único que pudieron hacer es aferrarse al vecino Condado de Borgoña: el Franco Condado, a cuyos habitantes se seguían refiriendo genéricamente como borgoñones.
Mas allá de su valor simbólico para los monarcas de la dinastía Habsburgo, el Franco Condado era un enclave estratégico en el “camino español”, rodeado como estaba de Lorena, Alsacia, los cantones suizos y Francia.
A pesar de depender políticamente del gobierno de los Países Bajos españoles -englobados antiguamente en el denominado “estado borgoñón”, el Franco Condado gozaba de grandes libertades y una amplia autonomía; siendo reacio a mantener una fuerza permanente de guarnición. Dado que no había interés en utilizarlo como plataforma de invasión de Francia, y que en caso de invasión francesa dependía en principio de la propia milicia borgoñona -a la espera de la ayuda que se le pudiera enviar-, normalmente se intentaba negociar con Francia que el condado fuera considerado “neutral”.

Ya sufrió el Franco Condado una invasión en 1595 por parte de Enrique IV. Entre 1635 y 1644, la región volvería a ser un objetivo francés , en la llamada “Guerra de los Diez Años”. La decidida lucha de los conteses durante dicha guerra, quedó reflejada en hechos como la mencionada épica defensa de Dole -en la que el pueblo se sumo con ardor a la defensa de la plaza-, y la aparición de partidas guerrilleras borgoñonas como las de Claude Prost (Lacuzon) a partir de 1639 para combatir al ejército mercenario de Bernardo de Weimar que campaba a sus anchas por el Condado, saqueando las villas. De Lacuzon, se comenta que sus enemigos decían: «Librenos Dios, de la peste, del hambre y de Lacuzon».
Las cosas cambiarían en época de Carlos II. La invasión de 1668 supone una conquista fácil del Franco Condado. Los defensores eran escasos, a los 644 soldados regulares que guarnicionaban las plazas principales (Besançon, Dole, Grai y el castillo de Toux) se sumaban 1.000 reclutas recientemente levados. Se convocó a la milicia según el feudal “arrierè-ban” para reunir 7.000 milicianos. Sin embargo ni siquiera estos escasos medios fueron adecuadamente utilizados y los franceses tomaron el condado tras un paseo militar de dos/tres semanas, sin apenas tener que combatir.

Por el tratado de Aquisgrán, Luis XIV se retiró del condado -no sin antes demoler las principales fortificaciones-, pero los franceses regresarían de nuevo y de manera definitiva en 1674. En esta nueva ocasión, los conteses sí ofrecieron una decidida resistencia durante cerca de seis meses.
Besançon ofrece resistencia a pesar de estar mal fortificada, logrando que el sitio francés se prolongue mas de lo previsto. Por su parte Dole, carente de artillería pesada, cae tras poco mas de una semana. Aun así hay núcleos de resistencia en pequeñas plazas, como la de Arbois donde se relata que las mujeres saludaban cada tiro de cañón con un “Viva España”; o Faucogney, completamente arrasada tras causar 500 bajas a los asaltantes franceses. También vuelven a actuar los partisanos borgoñones como Lacuzon, acosando a las fuerzas invasoras y ganándose el apodo de los “loups des bois” (lobos de los bosques).
Esta vez ya no se recuperaría el territorio con un tratado de paz, y a los patriotas conteses no les quedaría mas que el exilio o ese desafío simbólico que se cuenta de que algunos pedían ser enterrados boca abajo “para no ver el sol de Luis XIV encima”.

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Marc Mosnier; alegoría de la defensa de Dole en 1636. El jurista Jean Boyvin, presidente del parlamento de Dole (cuyo hábito rojo se muestra en la ilustración) es considerado el alma de la defensa de la ciudad.


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Jean-Marie Woehrel. Representación (en plan comic) de una partida borgoñona, dirigida por el célebre capitán Lacuzon.


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Adams Fran van der Meulen, toma de Besançon (1674).



Los tercios borgoñones.
A pesar de sus “privilegios” se esperaba del Franco Condado que además de contribuir a su propia defensa, colaborara en las guerras de su conde-rey. Especialmente en el cercano Flandes, cuyos gobernadores solían reclamar ayuda financiera y humana a los conteses.
Ya en época de San Quintín, nos encontramos a 600 infantes y mas de 400 jinetes sirviendo en dicho frente. En dicha ocasión, las compañías de infantería borgoñonas lucharon agregadas a los propios tercios españoles.
Aunque nunca serían una fuerza muy numerosa, con el tiempo se sucederían las levas de borgoñones para el Ejército de Flandes. En 1567 se levaron cuatro compañías de caballería y en años siguientes habría nuevas levas (1573, 1577, 1578, 1579, 1582...) dando lugar a la presencia habitual de dos regimientos de infantería, regimientos que serían transformados en tercios en 1602. Para 1621 había tres tercios borgoñones sirviendo en Flandes.


En Flandes se ganarían fama de buenos soldados, tanto de infantería como de caballería. Giorgio Basta al hablar de los arcabuceros a caballo destacaba que los borgoñones (y valones) eran mejores que españoles e italianos, ya que se formaban compañías con “gente moza y muchos nobles entre ellos” al ser consideradas compañías prestigiosas para servir, mientras que en otras naciones se valoraba más el servicio en la infantería y en las susodichas compañías acababan a veces hombres “cansados de andar a pie”.

Entre las acciones más celebradas se puede mencionar la defensa de Kirchberg (1620) por parte de la compañía borgoñona del capitán Misiers, durante la guerra del Palatinado. Carecía la villa de valor estratégico y estaba defendida por tan poca gente que el ejército protestante (5.000 infantes, 14 compañías de caballos y 4 cañones) asumió que se rendiría o caería con facilidad.
Relata Francisco de Ibarra: «No dejaba de dar pena la compañía de borgoñones que estaba en Kirberg tan imposibilitada de poder sustentarse, y solo se sentía en este caso, que, considerado el punto y valor de aquella nación, querían mas defenderse, perdiéndose, que conservarse, aunque pudieran tan disculpadamente»
El intento de asalto, llevado a cabo por una parte del ejército protestante resultó un fiasco, y estos: «Se retiraron a la mañana con pérdida, a lo que pudo saberse, de casi 150 entre muertos y heridos, sin haber costado la vida a ninguno de los de dentro ni quedado heridos más que cosa de cinco o seis. Acción tan honrada para los defensores (a cuya nación nadie puede negar dos partes tan esenciales como son el valor y la fidelidad) cuanto de poca reputación para el enemigo».

Al igual que con los valones, de los borgoñones se valoraba su conocimiento de la lengua y costumbres del enemigo (francés). Un buen ejemplo fue la toma por sorpresa de Amiens (1597). Tras dejar los españoles una fuerza emboscada en una ermita cercana, varios soldados entre los que había algunos borgoñones y valones entraron en la ciudad en grupos y disfrazados de villanos portando “saquillos de nueces y manzanas”, y que se fueron situando cerca de la puerta arrimándose al fuego y “hacían con gran cuidado aquellos ademanes que suelen hacer los pobres villanos de aquella tierra”. Uno de ellos, un borgoñón, al oír que una anciana advertía a los guardias de la salida de españoles de la cercana guarnición de Doullens, se atrevió a interrogar a los guardias alegando su preocupación por que su vaca cayera en manos de la “mala gente” española, pero estos le afirmaron que no había razón de alarma y que no hacían caso de lo que decía la anciana. Reaseguarados de que contaban todavía con el factor sorpresa, se procedió al último acto de la mascarada que era hacer entrar un carro cargado con paja y tablones que se utilizaría para bloquear el rastrillo, carro que conducían dos borgoñones “valentísimos soldados, que aquel día lo mostraron bien, haciendo lo que se les ordenó con gran puntualidad“.
Los disfrazados soldados sorprendieron y acabaron con el cuerpo de guardia, pero la fuerza emboscada tuvo dificultades para entrar ya que el rastrillo aunque no había bajado por completo había atravesado el carro, por lo que los infantes se tenían que colar a través de un diente del rastrillo. Al final se consiguió levantarlo lo suficiente para que la compañía de caballería del capitán borgoñón Simon pudiera entrar, aunque tuvieran que apearse del caballo para ello y conducir los caballos al otro lado.

Los borgoñones siguieron desempeñando un pequeño pero importante papel. Como ejemplo tenemos al sargento mayor del tercio borgoñón en Flandes, el señor de Bressey. Este destacó en el mando del castillo de Brena, que recibió en 1667, importante puesto en la ruta entre Mons y Bruselas. Las tropas escoltaron numerosos convoyes, consiguiendo en una ocasión derrotar a 500 jinetes enemigos con solo 200 soldados a pie. Asimismo, los borgoñones de Bressey destacaron en el sitio de Trèves, participando con “celo, vigor y acierto” en la toma de la contraescarpa y medialuna.
La pérdida del Franco Condado en 1674 conllevó una sentencia de muerte para el tercio viejo de borgoñones en Flandes. Sentencia de muerte muchas veces aplazada por los autoridades. Todavía en 1682 se resistía el marqués de Grana afirmando: «No he querido reformar este tercio, como lo pedía la razón y buena economía, por no desconsolar y perder tantos beneméritos soldados que, con grande aprobación, han servido siempre a V. M...». En 1684 hubo que reducir el tercio a compañía, y al parecer esta todavía sobrevivía en 1699.
En cuanto a la caballería borgoñona esta se había integrado en compañías mixtas italiano-borgoñonas, que irían perdiendo progresivamente su carácter borgoñón.


Los servicios de los borgoñones no se limitaron a Flandes. Algunas unidades sirvieron en Cataluña y se cuenta que en una ocasión en 1652 Felipe IV, revistó a las tropas borgoñonas, rompió en lágrimas exclamando: «Mis Borgoñones, mis leales Borgoñones». El borgoñón Nicolas Bourrelier, presente en el sitio de Barcelona, elogió a sus compatriotas y en especial a los jinetes borgoñones que intervienen en alguna ocasión de mérito contra los escuadrones rivales.
También tuvieron alguna presencia limitada en Italia, y de hecho hacia allí se exiliaron muchos borgoñones tras 1674; incluido el partisano Lacuzon que acabaría sirviendo como capitán de infantería en el tercio borgoñón de Grammont. Aunque se beneficiara de dicha oleada de exiliados, lo cierto es que el cuerpo no fue especialmente nutrido, un par de cientos de hombres; pasando la unidad a ser desplegada en Sicilia con ocasión de la Guerra de Mesina. Hubo que recurrir a desertores franceses para mantener en pie la unidad. Al igual que en Flandes, para la década de los 90 lo que quedaba en Milán era una única compañía de borgoñones como simbólico testimonio de una esperanza que todavía anidaba de que algún día se pudiera recuperar el Franco Condado. Esperanza que se tornó en desilusión cuando un Borbón accedió al trono de España.



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Ángel García Pinto, batalla de San Quintín (1557). En medio de dos piqueros españoles vemos a un piquero borgoñón, que en este caso destaca por las largas defensas de sus piernas.


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La toma de la puerta de Amiens por los españoles (1597), acción en la que participaron varios borgoñones.


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Arcabuceros a caballo, del manual de Johann Jacobi von Wallhausen (segunda mitad del siglo XVII). Los arcabuceros a caballo borgoñones no serían muy diferentes.

9. Alemanes.
Alemanes altos.
Alemania era el gran mercado internacional de mercenarios de la época. Simplemente la pura necesidad de tropas en cantidad y de rápida leva ya habría atraído a la monarquía hispánica a dicho mercado, y ya en la época de los Reyes Católicos se habían empleado lansquenetes alemanes. Pero aparte, no se puede ignorar la especial vinculación de los monarcas de la casa de Austria con el Sacro Romano Imperio Germánico. A la abdicación de Carlos I, su herencia se dividiría dando lugar a las dos ramas de los Habsburgo: los Austrias españoles y sus parientes los Habsburgo austriacos. Por tanto era natural que los Austrias vieran como natural el reclutar en Alemania, ya que trataban sobre todo de hacerlo en los territorios patrimoniales de sus parientes austriacos.
Así, a lo largo del siglo XVI, el reclutamiento se concentró en las regiones al sur de Alemania: Austria, Bohemia, Moravia, Tirol, Carintia... ; regiones que hoy en día no consideraríamos parte de Alemania, tal como la conocemos. Aunque también se podía reclutar en el centro de Alemania, ya hemos vista como Bernardino de Mendoza habla de levas de alemanes altos en 1567 en el “condado de Ferrete (Alsacia) y ribera del Rin y tierra de Francaforte (Fráncfort)”.
Como vemos, a estos alemanes del sur y del centro se les denominaba “alemanes altos”, ya que en principio provenían de áreas lingüísticas englobadas en el alto-alemán. Avanzado el siglo XVII se reclutaron cada vez más alemanes septentrionales, pero para entonces lo mas común era hablar simplemente de regimientos alemanes en general. Y por supuesto estaba la denominación típica de los alemanes: “tudescos”, aunque algunos autores de la época establecían diferencias y hablaban tanto de “alemanes tudescos” como de “alemanes y tudescos”.


En 1557 ya Felipe II se había servido de gran número de alemanes para su campaña de San Quintín. Finalizada la guerra con Francia, las levas de alemanes se retomarían en 1564; un regimiento de 3.000 alemanes se formaría para participar en las campañas del Mediterráneo contra los corsarios berberiscos y los otomanos. En 1566, serían 4 los regimientos levados (12.000 hombres nominalmente) para el Mediterráneo. A continuación empezarían las regulares levas de alemanes para el servicio en Flandes, pero no por ello se dejaron también de reclutar alemanes para el servicio en Italia, al menos mientras duró el peligro otomano. Todavía en 1575, ante las noticias de armamentos realizados por los otomanos se tuvo que ordenar la leva de 9.000 alemanes para reforzar Italia.
Las necesidades puntuales de alemanes podían ser bastante altas, y por ejemplo en 1577 se estimó que se podían necesitar levas de hasta 18.000 hombres en algún año, por lo que se dieron pasos para conseguir los permisos necesarios.


Felipe II se encontró con que las dietas imperiales establecieron que para levar tropas en un territorio del Sacro Imperio, primero se debía obtener autorización del “general” del Círculo Imperial en el que estuviera incluido dicho territorio. Aunque Felipe insistía que como cabeza de la casa de Austria, él era un miembro del Sacro Imperio y no un “soberano extranjero” y no se le debían aplicar todas las restricciones que establecían las dietas al respecto, no por ello pudo evitar “negociar” cuando quería levar en Alemania.
Lo mas sencillo era reclutar en las propias tierras “austriacas” de los Habsburgo, donde era el emperador el que daba directamente la autorización y en principio solía ser mas receptivo a las petición de su pariente español. También se podía reclutar normalmente en el Círculo de Baviera, con la aquiescencia de su cabeza: el duque de Baviera. Adicionalmente se intentaba mantener buenas relaciones con las cabezas de otros círculos, incluso con aquellos que eran protestantes.
Además de la obligatoria “patente” del general del Círculo Imperial, la conveniencia política aconsejaba recabar patentes adicionales: por un lado la del propio emperador como cabeza de todo del Sacro Imperio y por otro era recomendable obtener la del príncipe imperial que en el fondo era el directamente afectado. En el siglo XVII, con la expansión del área de reclutamiento se llegó a acudir directamente a los príncipes alemanes, sin pasar previamente por una negociación con el emperador.
Los reclutamientos se hacían normalmente a través de capitulaciones con coroneles “emprendedores”, que en ocasiones ni siquiera eran alemanes. Hubo italianos y flamencos por ejemplo que reclutaron unidades alemanas; e incluso algún español como el coronel Pedro de la Puente que en 1635 reclutó un regimiento de dragones en Innsbruck. El contrato tipo en época de Felipe II era por seis meses



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Los círculos imperiales del Sacro Imperio, ca.1550.


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Conquista del peñón de Vélez de la Gomera (1564). En la parte central inferior, a la derecha, se ilustra a un contingente de alemanes. En la toma del peñón participó el regimiento alemán del conde de Altaemps; el conde se vanaglorió de la participación de su unidad, insinuando que sin ellos no habría sido posible, pues en dos ocasiones anteriores la plaza se había resistido a los españoles.


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Diferentes tipos de soldados y nobles alemanes, segunda mitad siglo XVI.



Valoraciones de los alemanes.
Ya hemos hablado de las diversas opiniones generales en cuanto a si era recomendable el uso o no de mercenarios por parte de un ejército. En el caso de la Monarquía Hispánica, la consideración general que se tenía de la utilidad de los alemanes era variable; probablemente debido en parte a las muy diversas circunstancias de su recluta a lo largo de estos dos siglos, lo que provocaría grandes picos en cuanto a la calidad de las unidades.

El duque de Alba había criticado la calidad de los alemanes, fruto de sus malas impresiones acerca de su rendimiento en la Guerra de Esmalcalda (1546-1547). La mala impresión del de Alba no deja de ser un reflejo de que los alemanes luchando en casa habían hecho buena esa impresión de que los “nativos” no son fiables para una guerra en casa; en el caso de la guerra de Esmalcalda porque se encontraban “parientes, deudos naturales y amigos” entre sus enemigos. Todavía en 1567 tenemos que el embajador francés informaba que el duque le había confesado que: «no tiene la menor confianza en los dichos alemanes en caso de que tengan que combatir contra los herejes, porque me dijo que llegada la ocasión hará como ha hecho en la guerra de Esmalcalda; llevar a cabo las acciones con los españoles y utilizar a los alemanes... sólo para ostentación y para hacer número».
Sin embargo, la opinión del duque algo iría cambiando, ya que hemos visto que con ocasión de la reunión de tropas para la invasión de Portugal (1580) solicitaba al rey la compra de alemanes “aunque se vendiese la capa”, en detrimento de recibir mas italianos.
La mala imagen de los alemanes era un tópico, hasta el punto de que Luis de Ávila y Zúñiga -durante la guerra de la Liga de Esmalcalda- se sorprendía reconociendo: «caminaron con tan buena diligencia que yo nunca tal pensé de alemanes, los cuales parecen gente perezosa y pesada, mas ellos han mostrado lo contrario».

Lo cierto es que los alemanes acabaron prestando mejores servicios de los que se esperaba en Flandes, y se las consideraba ligeramente superiores a las tropas locales valonas. Para ser mercenarios demostraron bastante lealtad, tenacidad y estoicismo; probablemente por proceder la mayoría de tierras Habsburgo y no ser mercenarios puros y duros.


Los alemanes eran tradicionalmente alabados por el alto nivel de sus piqueros. En contraposición a los fogosos españoles, eran considerados pacientes; lo que en ciertas circunstancias era una gran virtud. Así tenemos que españoles e italianos agradecían que los alemanes se ofrecieran al servicio de guardia y guía de la artillería, considerándola la nación más apta para una tarea peligrosa y fastidiosa. Aptitud que según Martín de Eguiluz (1592) se debía: «a la mucha piquería que tienen para la guardia de la pólvora» y «la mucha paciencia que tienen en su guardia, que haga sol, agua, viento y mal tiempo, marchan armados de todas piezas con sus celadas en las cabezas, y así hacen si centinela y muy vigilantes... y la tienen entre ellos por muy honrosa guardia».

Por contra, se criticaba de los alemanes “lo mal que suelen disponerse a dar asaltos”. Asimismo que solían ir algo “flojos” de tiradores. Ya hemos visto como Bernardino de Mendoza recoge como era práctica habitual del duque de Alba reforzar con arcabuceros y mosqueteros de otras naciones (como españoles y valones) “a las picas alemanas, que suelen ser tan buenas con nuestra arcabucería, de que los regimientos de aquella nación tienen de ordinario falta”. Aparte de necesitar apoyo de arcabucería, Mendoza reconoce que los escuadrones alemanes que tenía el duque de Alba ante Maastricht (1567): «eran los más soldados viejos, toda gente muy igual y bien armada, como lo acostumbran de ordinario los de la nación».
Estas carencias de potencia de fuego se irían subsanando en el siglo XVII, y especialmente la Guerra de los 30 Años llevaría a las unidades alemanas a una necesaria evolución de la que saldrían no sólo al día, sino incluso como modelos a imitar en algunos aspectos tácticos.

Además de la infantería no podemos olvidar la importante aportación de la caballería alemana. Famosos eran especialmente los herreruelos germanos: los “reitres” (reiters). Una caballería muy eficaz y especializada en el uso de pistolas. Inicialmente se reclutaba en compañías, pero los alemanes introdujeron el regimiento de caballería a principios del siglo XVII, bastante antes de que los españoles se decidieran a a crear tercios/regimientos de caballería propios.
Al respecto de la caballería alemana había cierta mala fama que se resumía en la opinión de que no había nada más duro “que el corazón de un reitre”. Se la tenía por una caballería codiciosa y despiadada.

Un reproche común, al menos en el siglo XVI, era que los alemanes era muy aficionados al alcohol, mas que españoles e italianos, y por tanto mas propensos a peleas y a cometer desordenes. En 1580, los alemanes concentrados en el Puerto de Santa María para la campaña de Portugal, descubrieron con indignación que el marqués de Santa Cruz había ordenado echar una tercera parte de agua a sus raciones de vino. La intención del marqués había sido por un lado ahorrar dinero pero principalmente evitar desordenes. Los alemanes se dieron cuenta del engaño y además comprobaron que españoles e italianos no recibían vino “aguado”.


Como tropas extranjeras, a los alemanes se les criticaba ser “acreedores mal sufridos de ordinario”. Ya no sólo en comparación con los propios españoles, sino con otras naciones de súbditos de la Monarquía. Así se decía de los herreruelos alemanes que “los italianos cuestan menos” y “pelean con dinero y sin ello, lo que no hacen los herreruelos”. No faltaba quien opinaba que “quien se pudiera excusar de ellos, y aún de la infantería tudesca, haría acertadamente, porque los unos y los otros son muy costosos, más que todas las naciones”.
La mala fama de mercenarios a veces llegaba a la exageración, considerando que necesitaban en todo momento de ser vigilados y recordarles sus juramentos.. Martín de Eguiluz afirmaba: «la nación alemana cuando sirve a quien le paga, que jura la fidelidad; y que cada noche que entran en guardia los soldados sus oficiales se lo acuerdan y les hacen parlamento de ello, para que se acuerden de cumplir el tal juramento y de no ser desobedientes, ni traidores al señor a quien sirven».
Contra esa imagen de mercenarios, a los que ni les va ni les viene y casi mejor si les asigna el puesto de menor peligro, tenemos muchos casos de regimientos alemanes que no solo eran profesionales sino que defendían esforzadamente su honor.
En Nördlingen batallaron los regimientos de los condes de Würmser y Salm. El regimiento del conde de Würmser se encontraba posicionado en la colina del Albruch, y antes de que empezara la batalla se estimó que era conveniente desplazar un tercio español (Idiaquez) allí por la importancia de la posición. Würmser vio como se le ordenaba pasar a retaguardia del tercio español, pero se negó y apeló a sus prolongados 30 años de servicios a los reyes de España para solicitar que fuera el propio cardenal-infante quien le ordenara el cambio de posición, afirmando que en dicho caso él se quedaría con los españoles para luchar con ellos pica en mano. Se atendió la suplica y el regimiento de Würmser permaneció en primera línea junto al regimiento de Salm. La primera carga del ejército sueco estuvo cerca de deshacer ambos regimientos pero los oficiales consiguieron rehacerlos; sin embargo ambas unidades se vinieron abajo ante la segunda carga. Los soldados alemanes demostraron la poca confianza que se tenía en ellos mientras que sus oficiales sí hicieron buena su palabra, tratando de contener la desbandada y pereciendo muchos; entre ellos los propios Würmser y Salm.
En Rocroi, los batallones alemanes situados junto a los valones, opusieron junto a estos una loable resistencia. Al ver que se aproximaba la carga de jinetes e infantes franceses, Francisco de Melo se acercó al conde de Ritberg y “le amonestó mostrase ese día el valor de los alemanes al servicio del rey, y el dicho conde y sus soldados le respondieron que todos querían morir por la fe de su juramento”. El propio Ritberg se mostró firme en su juramento; quedaría preso, pero solo después de ser “echado por tierra y herido de dos grandes cuchilladas en la cabeza”; asimismo perdió muertos 4 de sus capitanes, resultando heridos el resto. Del resto de las unidades alemanas se cuenta que también salieron bastante maltratados sus oficiales.



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Theodor de Bry; soldados escoltando el tren de bagaje, una tarea reservada habitualmente a los alemanes.


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Infantería mercenaria alemana, finales siglo XVI – principios siglo XVII.


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Caballería ligera alemana, finales del siglo XVI.


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Dariusz Bufnal; la “sorpresa” de Tuttlingen (1643). En dicha victoria imperial sobre los franceses, el componente hispánico fueron los regimientos alemanes del Ejército de Alsacia trasladados por Juan de Vivero: 2.000 infantes y 2.000 jinetes.



La evolución de los reclutamientos.
La Guerra de los Treinta Años complicó mucho el reclutamiento de alemanes en los territorios tradicionales de leva. Ahora dichos soldados eran necesarios para nutrir los ejércitos del Emperador y de otros potentados como el duque de Baviera. A ello se unió la gran devastación que la guerra desencadenó sobre la propia Alemania. En 1637, el marqués de Leganés, buscando alemanes para el ejército de Lombardía declaraba: «en Alemania hay muy poca gente y esta la va recogiendo el emperador en las levas que por su orden se van haciendo».
Aun así los españoles seguían insistiendo en rebañar al máximo posible los recursos militares alemanes. En 1642 se encontraron ante la negativa imperial a permitir la leva de 20.000 hombres. Hubo al final que ampliar las miras y fijarse en nuevos territorios alemanes menos explotados aunque fueran protestantes.

Infantería y caballería alemana eran comunes en Flandes e Italia, pero menos en la Península Ibérica. Desde 1635, fueron comunes las demandas de veteranos alemanes para los ejércitos peninsulares. Dichas demandas no tuvieron al principio mucho eco, ya que los ejércitos de Lombardía y Flandes preferían reservarse para sí a los alemanes. Las peticiones se multiplicaron tras el desastre de Montjuic (1641) y para 1644 ya tenemos a 4 regimientos alemanes, cuyos hombres se distinguirían en las operaciones en torno a Lérida, aunque para el final de año las unidades estaban deshechas por el enorme desgaste sufrido.
Las malas experiencias vividas en España por los primeros contingentes alemanes llegados en dicha época, llevaron a otros regimientos alemanes a modificar sus capitulaciones para imponer que no lucharían en la Península Ibérica. Dicha reluctancia se debía a las malas condiciones de servicio respecto a las campañas en Italia o los Países Bajos: los abastecimientos eran mas irregulares y los territorios en los que se combatía no aportaban el volumen de contribuciones (provisiones, forraje, alojamiento, utensilios...) que eran comunes en otros escenarios de guerra.
En 1651, el archiduque Leopoldo Guillermo, informaba a Felipe IV que no podía enviar a España 3000 veteranos alemanes del ejército de Flandes debido a que: «la mayor parte de las levas se ha hecho con acuerdo de venir a servir a estos estados a condición de no pasar en esos reinos». Ese mismo año, y el siguiente, se consiguió llevar a Cataluña tropas alemanas desde Italia recurriendo a ocultarles el destino final ya que pensaban que habían sido reclutadas para servir en la propia Italia.


A pesar de la resistencia hispánica al reclutamiento de protestantes, la Monarquía tuvo que ir dando su brazo a torcer en algunas ocasiones. En realidad no era exactamente una novedad, ya que en décadas anteriores ya se había dado el caso de alemanes protestantes sirviendo en Flandes. Pero ahora, a partir de los años 40, su presencia fue cada vez mas común. Se reclutaron tropas en los estados alemanes septentrionales como Hamburgo, Brandenburgo, Brunswick, Pomerania y Hesse.
Incluso se pasó a intentar aprovechar oportunidades y contratar alemanes directamente en otros estados/reinos, con ocasión de licenciamientos. En 1640 se negoció la leva de cerca de 3.000 mercenarios en territorio danés, destinados al ejército del cardenal-infante don Fernando; levas que se repetirían ocasionalmente en años siguientes; por ejemplo en 1645 con ocasión de la paz entre Dinamarca y Suecia y el consiguiente licenciamiento de tropas del ejército danés, se dieron instrucciones para reclutar alemanes con destino al frente catalán. Esto último se encontró con la oposición del Consejo de Estado, declarando el marqués de Santa Cruz: «traer acá los ingleses y gente de Dinamarca será meter otros tantos herejes».
Una cosa era emplear protestantes en Flandes y otra muy diferente en España. Sin embargo, en 1646, ante la precaria situación del frente catalán, se aceptó que se levaran regimientos de infantería y caballería en Hamburgo, que al verano siguiente llegarían a España a través de San Sebastián.
Si podían resultar curiosas las reclutas de alemanes en Dinamarca, en 1647 se daría un paso mas llamativo, ya que se planteó reclutar soldados alemanes recién licenciados por el ejército holandés. Ya en septiembre se juntaron dos regimientos, y eso que oficialmente la paz con las Provincias Unidas no se rubricaría hasta enero de 1648. En el propio 1648, y para compensar las perdidas sufridas en la derrota de Lens, se recurrió a reclutar otros 5.000 hombres procedentes de las fuerzas holandesas. Francia se quejó amargamente a Holanda, pero lo cierto es que en años siguientes el embajador español pudo seguir reclutando tropas entre los antiguos enemigos. Así en 1649, se pudo reclutar tropas en zonas como Limburgo y el norte de Brabante. Ya comentamos el caso de uno de estos regimientos “alemanes” reclutado en Holanda, cuya muestra daba 15 “grupos nacionales”, incluida una cuarta parte de neerlandeses. Dicha heterogeneidad sería probablemente la norma en todo esta nueva clase de regimientos alemanes.

Por su parte, el archiduque Leopoldo Guillermo, gobernador de Flandes (1647-1656) defendió la necesidad de evitar que los franceses se aprovecharan de todo el excedente de soldados alemanes protestantes. Así se negoció con Jorge de Hesse-Darmstadt para que pasara a servir a Flandes con sus tropas e incluso 2.000 de ellas serían despachadas a la Península. También se consiguió licencia del elector de Brandenburgo para hacer reclutas en su territorio.


A partir de 1648, el final de la Guerra de los Treinta Años, facilitó el reclutamiento en Alemania. Como todo mercado, al cambiar las fuerzas de demanda y oferta, hubo una disminución del precio y se podían obtener soldados veteranos alemanes a precio de saldo aprovechando las desmovilizaciones de los ejércitos. De 20 reales de a ocho por hombre se bajó hasta 8 e incluso menos.
En algunos casos lo que se hizo es contactar con coroneles que hasta ahora habían prestado servicio para el emperador o el duque de Baviera y convencerlos para pasarse con sus regimientos.
Los buenos tiempos duraron hasta 1653 cuando la escasez de solvencia crediticia hizo mella en las posibilidades de levar tropas en número adecuado, que aun así siguieron siendo numerosas. También perjudicó el que una Francia, recuperada de la Fronda, interviniera ante los príncipes alemanes, no solo como competencia a la hora de reclutar sino también indirectamente ejerciendo presión política para dificultar las levas hispanas.
Las autoridades de Flandes se encontraron con que las reclutas en el Norte protestante eran más sencillas que en la católico Sur. El propio Juan José de Austria reconocía oficialmente en 1657 la cuestión. E incluso el área de reclutamiento se expandió hasta llegar a zonas septentrionales alejadas como Lübeck, Brandenburgo y la región alemana de Curlandia (bajo dominio sueco). El recurso a Curlandia se volvería a repetir en alguna ocasión, ya que en 1683 y 1684 se habla de la recluta de 1.700 “suecos” y curlandeses.


Con la paz de 1659 con Francia, disminuiría temporalmente la presión para levar tropas alemanas, y parte de las existentes serían redirigidas al frente portugués. En 1662 llegaron a Galicia dos regimientos con destino a dicho frente y hasta el fin de la guerra se calcula que se emplearían mas de 12.000.
En la época de Carlos II hay un declinar de las levas de alemanes, aunque siguen siendo tropas valoradas. En 1674, el duque de San Germano, solicita que se le consigan alemanes para los 4 regimientos del ejército de Cataluña ya que son: «los oficiales excelentes y los pocos soldados que tienen de famosa calidad, que sirven con mucha puntualidad, y se puede esperar de ellos cualquier buen suceso»; siendo participes dichas unidades de acciones como la victoria de Morellás y la conquista de Bellaguarda, en ese mismo año de 1674.

Según se fue reduciendo el reclutamiento directo de alemanes, se fue haciendo mas común su presencia en forma de tropas auxiliares, y por tanto no siendo consideradas tropas propias. Esto último fue muy común en la época de la Guerra de los Nueve Años. Por ejemplo, con el duque de Württemberg se negoció en 1690 el servicio de 3 de sus regimientos en el Milanesado por un tiempo acordado que iría siendo renovado. En 1694 se negoció con el duque Maximiliano Manuel de Baviera el empleo de 6.000 hombres (3.500 infantes, 960 dragones y 1.600 jinetes). Ademas de pagar directamente al duque (que se comprometió a mantener el nivel de efectivos) se negociaron las condiciones no sólo de los suministros y pagos a recibir por las tropas, sino que estas se alojarían en los mismos cuarteles que las tropas del rey de España.
Las levas de alemanes eran ya tan escasas, que en 1693 se planteó el eliminar su pié; aunque dicha medida se retrasaría hasta 1702, ya con los Borbones.



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Darko Pavlovic. Infantería alemana, Guerra de los Treinta Años.


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Darko Pavlovic. Dragones alemanes, Guerra de los Treinta Años.


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Batalla de Morellás (1674). En esa época, el ejército de Cataluña contaba con 4 regimientos alemanes: príncipe de Chales, conde Alfonso di Porcia, barón Adam Christobal Hesse y de Cornelius Varhel; aunque con muy pocos hombres en sus filas.


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Mosquetero austriaco, década 1670/1680.

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