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11. Suizos.

En contraposición a su alto estatus y excelente consideración dentro de los ejércitos franceses, los suizos estaban bastante mal vistos en el marco de las fuerzas hispánicas. Sí se los empleó fue por pura necesidad de tropas, valorando en especial su cercanía al Milanesado, en el que se concentraría su presencia; y en ciertas ocasiones también se reclutó para evitar su empleo por los franceses.

Además hubo razones políticas ya que las levas y las negociaciones asociadas con las autoridades helvéticas contribuían a reforzar las alianzas y pactos con la clase dirigente de los cantones; alianzas que implicaban entre otras cosas el uso de corredores militares a través de los cantones, algo vital para el traslado de tropas entre Italia y el Imperio o Flandes.

De los infantes suizos, se seguía teniendo en cuenta su tradicional disciplina y valor en combate. Incluso los españoles podían alabar que, en su opinión, los soldados de los cantones católicos eran mejores que los de los protestantes. Así los soldados de Lucerna y Soleure eran calificados de “muy buenos soldados”: los de Schwyz eran calificados de “aventajados” y los de Uri eran considerados como “los más aventajados y valerosos”.
En el siglo XVI se les seguía reconociendo en general el que “mucho valen sus picas” pero “poco caso se debe hacer de sus arcabuces”. A pesar de su relativa falta de potencia de fuego, los regimientos suizos contaban normalmente con una compañía reforzada de veteranos: los “enfants perdus” como los denominaban los franceses, que se utilizaba como escaramuceadores y fuerza de vanguardia al entrar en contacto con el enemigo.

El problema, desde el punto de vista español, no estaba en sus cualidades combativas, ya fueran mejores o peores, sino en su carácter mercenario llevado al extremo que las hacía poco dispuestas a combatir. Se les tildaba de “milicia embarazosa” y de ser quisquillosos con su servicio. y las condiciones del contrato. Como ejemplo se ponía la negativa de los suizos al servicio del Papa (aliados de España) a entrar en Francia “contra rey declarado”, señalando que la proclamación de Enrique IV como rey alteraba su compromiso. Comparados con los alemanes eran considerados gente de más gasto que provecho: «no va a los asaltos ni a las escoltas; no abre trincheras, ni toma la zapa y la pala para más que fortificar su alojamiento».
Eran tropas muy caras, mas que los mercenarios alemanes y no sólo durante el siglo XVI. En 1638, el marqués de Leganés informaba que los suizos pedían cobrar el doble por soldado alistado que los alemanes. A ello había que añadir las “dádivas y premios” que los representantes suizos exigían antes de autorizar el contacto con los coroneles con los que se iban a establecer las capitulaciones.

Cuando en ocasiones de problemas financieros, otros mercenarios se avenían a no cobrar de golpe la soldada conformándose temporalmente con el “socorro y el pan de munición”, los suizos o bien amenazaban dejar el servicio o bien se negaban a pasar muestra. El negarse a pasar muestra puede parecer poca cosa pero en la practica era un chantaje a la Hacienda; la falta de muestra impedía conocer los efectivos reales de un regimiento y podía acabar pagando los sueldos de muertos y desertores ya que los suizos no deponían su actitud hasta que consideraban que se le habían pagado todos los atrasos debidos al regimiento.

Otras fuente de preocupación era que se les consideraba, en opinión del conde de Gelves (1610), poco predispuestos a luchar contra los franceses por la presencia de muchos compatriotas suizos entre sus filas.
La falta de confianza hizo declarar al marqués de Velada (1643) que no se podían dejar las fortalezas del Milanesado en manos de guarniciones suizas sin que a la vez fueran dotadas de “número considerable de españoles e italianos que las aseguren”. Con Velada, coincidía el conde de Monterrey (1643), señalando que “ni para sitiar ni para campear es esta soldadesca”.


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Mapa con la evolución de la confederación suiza.


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H.J. Plepp. Soldado suizo, década 1570-1580.


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Disposición de las tropas en la batalla de Ivry (1590) durante las Guerras Civiles francesas. En ambos bandos, observamos la presencia de suizos, muy valorados por los franceses y en cuyo servicio lograron muchos laureles, a diferencia de su servicio para España.



Esguízaros y grisones.
El primer contingente suizo relevante al servicio de España en esta época parece haber sido el regimiento de Walter Roll, en 1574, reclutado (en los cantones de Uri, Unterwalden y Zug) para servir en Flandes. No parece haber sido muy del agrado de Luis de Requesens, y se disolvió a fin de ese año sin renovar su contrato. En época de Alejandro Farnesio, este adelantó su opinión de que no merecía la pena reclutar para Flandes unidades con contratos tan complicados.

Aun así, había un interés político en mantener alianzas con los cantones católicos. En 1583 se elaboró un tratado de amistad y alianza con varios cantones católicos. Los tratados se irían renovando, culminando con la inclusión en 1589 de Felipe II en la denominada como “Liga de Oro”, alianza de cantones católicos formada por Lucerna, Uri, Unterwalden, Schwyz, Zug, Friburgo y Soleure. Además había que tener en cuenta a la parte católica del cantón de Appenzell y el territorio del príncipe-abad de San Gall. De todos estos territorios la principal fuente de mercenarios suizos, o “esguízaros” (derivado del alemán “swîzzer”) como comúnmente se les conocía, serían los cantones de Uri y Unterwalden, aunque las unidades no se limitaban a reclutar en su propio cantón e incluso acababan aceptando a “no suizos”, no siendo raro que hubiera alemanes en los regimientos.


Es con Felipe III, cuando las levas suizas van a coger forma. De nuevo las miras iniciales están en Flandes, reclutando el coronel Juan Gaspar Lussy de Unterwalden un regimiento en el 1600, disuelto en el 1604; y un nuevo regimiento en el 1607, disuelto en el 1609 a raíz de la Tregua de los Doce Años.
Esta vez parece que fueron los propios suizos los que se llevaron una mala impresión del servicio en Flandes, ya que en los años siguientes especificaron en sus capitulaciones que sólo servirían en el Milanesado. Entre 1610 y 1635, el coronel barón de Béroldinguen, del cantón de Uri, levantó hasta 5 veces un regimiento (teóricamente de 4.000 plazas) para un servicio anual en Italia.
A estos seguirían otros regimientos. En el tratado de 1634 se preveía la posibilidad de levar hasta 13.000 hombres, cifra que se podía sobrepasar en caso de invasión enemiga del Milanesado o del Franco Condado.
Aparte de los “grandes” regimientos ocasionales, lo normal era la presencia de compañías francas, al parecer de mucho mejor servicio y más baratas. En 1643, con ocasión del relevo en el gobierno del Milanesado, el conde de Siruela aconsejó a su sucesor, el marqués de Velada, que sólo se sirviera de estas. Además se satisfacía así el interés político en el mantenimiento de una presencia militar suiza, aunque fuera reducida a unas pocas compañías.

Tras Rocroi (1643), Francisco de Melo planteó la posibilidad de reclutar de urgencia 5-6.000 suizos para Flandes, el Consejo de Estado la rechazó y Felipe IV confirmó dicho rechazo afirmando: «no parece ser de consideración por que se ha observado de muchos años a esta parte que aquella infantería es la menos estimable de Europa y la que menos servicios ha hecho en mis ejércitos».



Aparte de los esguízaros, fue cobrando una creciente importancia la presencia de “grisones” en las filas hispánicas. Situados al este de Suiza, los grisones eran miembros de lo que se conocía como la unión de las Tres Ligas. A pesar de su condición de protestantes (calvinistas) fueron admitidos en el ejército de Lombardía del marqués de Leganés en 1637, por motivos políticos.
Estos primeros grisones eran soldados que al servicio francés controlaban el estratégico valle de la Valtelina. La falta de pagos de la soldada les llevó a amotinarse. El líder del motín era el coronel Jenatsch, un pastor protestante convertido al catolicismo, lo que probablemente facilitó un acercamiento inicial. La posibilidad de echar a los franceses del valle era demasiado tentadora y Leganés aceptó pagar la soldada de los grisones.
Las buenas relaciones entre los grisones calvinistas y España culminaron en una alianza en 1639. A los grisones se les permitió mantener el control del valle a cambio de que respetaran el catolicismo de sus habitantes. De paso, Leganés consolidó una fuente adicional de tropas y los grisones representaban en 1640 un séptimo de su ejército.
A pesar de que tradicionalmente se había visto a los suizos católicos como mejores soldados que los protestantes, lo cierto es que los grisones se ganaron cierta buena fama, y su servicio se prolongó a la época de Carlos II.


En el tramo final de la Guerra de Portugal, llegaría la novedad de la presencia suiza en España. Entre 1662 y 1664 se levaron dos regimientos suizos (6.000 hombres teóricamente) que fueron traslados a Portugal. La base de la recluta fueron los cantones de Uri y Lucerna. También en 1664 se negoció el reclutamiento de 2.000 grisones con el mismo destino. Como de costumbre, las tropas realmente llegadas a la Península parecen haber sido inferiores, 5.700 entre los dos grupos. Afectados no sólo por el combate sino en mucha medida por la disentería y las fiebres, se calcula que sólo la cuarta parte regresaría a Suiza tras la paz de 1668.
En 1673 otro regimiento suizo llegaría a Cataluña con motivo de la guerra contra Francia. Hasta cinco (dos de ellos de grisones), serían reclutados en las décadas de 1680 y 1690, sirviendo algunos en Cataluña y otros en Italia. Tras la paz de Rijswick (1697) se decidió licenciar por problemas financieros dos de los tres regimientos helvéticos que servían en Milán, quedando sólo el de grisones del coronel d´Albertin, que se mantuvo por el fuerte interés en mantener en servicio al menos una unidad de esta “nación”.



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Soldados suizos compartiendo la “Milchsuppe”. Esta ilustración de principios del siglo XVII narra un episodio supuestamente ocurrido durante la Primera Guerra de Kappel (1529). Mientras sus mandos negociaban, soldados católicos de Zug y protestantes de Zürich se reunieron; y aportando unos leche y otros pan, elaboraron una “sopa de leche” que compartieron en hermandad.


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Combate cerca de Chur (1622) entre tropas católicas y grisonas. La “agitación de los grisones” se prolongaría entre 1618 y 1639, involucrando al Imperio y España en apoyo de los católicos, y a Francia en apoyo de los grisones.


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Soldados suizos “al servicio extranjero”, finales siglo XVII.

12. Albaneses, croatas y polacos.
Dentro de los ejércitos de la Monarquía Hispánica encontramos a veces unidades de caballería ligera irregular. En los presidios de África, se utilizaban compañías de moros mogataces, además del auxilio de los “moros de paz”; mientras que en el continente se recurría a lo que en la primera mitad del siglo XVI se denominaba como estradiotes y mas tarde como “albaneses” o “croatas”.
A lo largo de la frontera militar entre los territorios Habsburgo y los territorios otomanos se había desarrollado un tipo de caballería ligera que traspasó fronteras étnicas influenciando entre otros a albaneses, croatas, húngaros, valacos y polacos.
Se trataba de una caballería excelente para reconocimientos (batidores) y escaramuzas, así como hostigadores. Estaban equipados de manera ligera, podían llevar casco y escudo, y sus armas eran lanzas ligeras, sables y mazas. Su táctica favorita era cargar y fingir la huida para atraer al enemigo.


Los estradiotes ya habían servido con los españoles en las campañas de Italia y cuando el duque de Alba parte para Flandes, en 1568, le acompañan dos compañías de jinetes albaneses (200 jinetes). Al comentar dicha campaña, Bernadino de Mendoza, alaba la valentía de los caballos ligeros albaneses: «La caballería, llegando al puente que los enemigos sobre su mano derecha tenían, hallándolo quemado y no viendo por dónde pasar el río hasta aderezar el puente, no es bien se olvide cosa tan de alabar como lo que algunos caballos ligeros albaneses hicieron por ir en seguimiento del enemigo: que fue apearse de los caballos, forzándoles a entrar en el río y, asiéndose de las colas con sus celadas en las cabezas, y lanzas colgadas de los ristres, pasaban de la otra parte del río a seguir el alcance, que duró hasta la noche, por mandar el Duque se retirase toda la gente que iba siguiéndole y se recogiese la caballería».

Los albaneses siguieron teniendo una importante presencia durante el gobierno de Alejandro Farnesio; e incluso el italo-albanés Giorgio Basta, “hijo de un capitán de caballos albaneses”, alcanzaría el cargo de teniente-general de la caballería de Farnesio. A los albaneses nos los encontramos a menudo mencionados junto a las compañías a caballo italianas, y a veces sirviendo de escolta al propio Farnesio.
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Una de sus bazas fuertes era atacar convoyes de suministros. Incluso una pequeña acción de este tipo podía tener importantes efectos militares, ya que a veces lograban interceptar algún envío clave para una ciudad sitiada. Otras veces les tocaba defenderlos, no siempre con fortuna. En el 1586, nos encontramos al capitán albanés Cresiac, escoltando con jinetes albaneses e italianos, un convoy a Zutphen. La caballería de Cresiac fue emboscada y derrotada por la caballería inglesa, y él mismo capturado; aunque esta a su vez acabaría siendo derrotada por la infantería española y valona próxima, que consiguió salvaguardar el vital convoy.
Aunque su valía se demostraba en escaramuzas y correrías, a veces también los encontramos en encuentros formales. En la batalla de Hardenberg (1581) se nos relata que al comienzo de la batalla, un “ala” de albaneses resultó “movida de su puesto” (desbaratada) por la artillería enemiga. Acostumbrados a tácticas de ataque y retirada, probablemente no estaban muy por la labor de sostener una línea de batalla formal, aunque pudieron ser reagrupados junto al resto de la caballería



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Estradiote albanés, siglo XVI.


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Húsar croata, finales siglo XVI.



En el siglo XVII, los que cobran protagonismo son los “croatas”, aunque al igual que en el caso de los “albaneses” del siglo XVI, en sus filas militarían gentes de diversas etnias. Junto a ellos, encontramos a veces a los polacos, ofreciendo un tipo de caballería mercenaria irregular similar. En el caso de los polacos, aunque en alguna crónica se les tildara de cosacos, se trataba de los “lisowczycy”, jinetes mercenarios que surgieron a principios del siglo XVII.
Tanto croatas como polacos fueron incorporados a las tropas imperiales al comienzo de la Guerra de los Treinta Años, prestando un gran servicio, y poco después fueron pasando también al servicio hispánico.
Los croatas ni portaban armadura ni casco (en su lugar un gorro de piel) y se armaban con sables, mazas, carabinas y un par de pistolas. Eran especialistas en atacar en “zigzag”, disparando sucesivamente ambas pistolas y carabina, para retirarse velozmente y recargar sus armas.
Con fama de muy indisciplinados, su afición por el saqueo les hacía temibles para la población civil.


En 1625 nos encontramos una referencia a que la “feroz caballería polaca y croata” se distinguió en el combate de la Riva de Chiavenna, en el norte de Italia, durante el conflicto por el valle de la Valtelina.
En 1629 se destacan en Flandes, en la operación del cruce del río Ijssel. 300 croatas formaban parte de una vanguardia de caballería e infantería, al mando de Lucas Cairo. Al encontrarse por sorpresa un fuerte ocupado por el enemigo que les bloqueaba el paso, Cairo decidió buscar una zona de vadeo. Los croatas encabezaron con audacia la operación, teniendo que abandonar sus armas de fuego en la orilla. También dejaron atrás sus sillas de montar para que no se estropearan, prefiriendo vadear a pelo. Una vez en la otra orilla, con la única pérdida de un hombre ahogado, clavaron estacas previamente atadas a maromas, facilitando el transbordo de mosqueteros y herramientas de zapa de una orilla a otra, con los que se procedió a asegurar una cabeza de puente.

En 1635 como fruto de la cooperación entre los Habsburgo se transfirieron tropas del servicio imperial al servicio español en Flandes, combatiendo estas como fuerzas auxiliares. Entre ellas había “4.000 croatos (croatas) que son otros tantos demonios” y también jinetes polacos. Estos jinetes imperiales iban a prestar grandes servicios al Cardenal Infante durante los siguientes años.
Dichos jinetes se destacaron hostigando a los franceses y neerlandeses y cebándose especialmente con sus convoyes de suministros. Jerónimo Mascareñas relata como dicha caballería era utilizada diariamente para acometer a los forrajeadores enemigos y llevarse cualquier cosa que estuviera “con poco cuidado en sus cuarteles”. Asimismo destaca que para este tipo de acciones: «Son muy a propósito para esto la caballería crovata (croata), suelta al acometer; y porque nunca se retiran en orden, raras veces son ofendidos en grueso, salvo si dan en emboscada».

No sólo se utilizaban en operaciones de hostigamiento de los ejércitos enemigos, sino que se les permitía hacer correrías por Francia. Así en noviembre de 1635, 2.000 croatas se dedicaron a saquear la región de Picardía: «hicieron grandes entradas en Francia, quemaron los burgos de la Cápela y muchos casares, corriendo hasta Bolonia y cerca de Amiens, robando innumerable ganado mayor y menor, haciendo muchos prisioneros, y trayéndolo todo a nuestras fronteras».
De nuevo en 1636, junto a los polacos, al albur de la invasión del norte de Francia: «los polacos entraron hasta 13 leguas de París, juntamente con los croatas; quemaron 63 pueblos, cogieron grande cantidad de prisioneros utriusque sexus, mucha cantidad de ganado mayor y menor, y robaron a su satisfacción».


Aunque las tropas auxiliares imperiales retornaran al Imperio en torno a 1640, la presencia croata y polaca no se desvaneció. En Honnecourt (1642), nos encontramos a los croatas ejerciendo de batidores y escaramuceadores. En 1652 todavía quedaban algunas compañías polacas en Flandes, distinguiéndose en la lucha contra los franceses. De hecho de estos últimos se hicieron varios intentos por reclutar miles de jinetes; en 1636 se había obtenido permisos para reclutar hasta cerca de 10.000 polacos que estaban siendo licenciados por el ejército polaco. El Cardenal Infante esperaba la llegada de 6-8.000 jinetes, pero estos fueron retenidos por el emperador para su propio servicio, mientras que el resto de los efectivamente reclutados acabarían en Lombardía. En 1647 otro gran intento de reunir un nutrido contingente de tropas prestas a licenciar por los ejércitos polacos se frustró por el estallido de la rebelión cosaca de 1648.

Durante la Guerra de Devolución (1667-1668), seguía habiendo un regimiento de “croatas” presente en Flandes, aunque para entonces sus miembros era mas bien alemanes y “soldados del país”. Aun así su función era la tradicional, abrir la marcha y encargarse de frenar e incitar a los franceses.
Todavía en Italia en 1684 seguimos encontrando “croatas”, ya que cinco compañías sirvieron de base para la creación de un tercio de dragones (el de Calderani, antecesor del regimiento Pavía).


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Ángel García Pinto. Croatas al servicio español saqueando una población francesa en torno a 1635.


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Juliusz Kossak. Lisowczycy.

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