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A.F. Telenik. Carga del 5º de Coraceros en Eylau. Los coraceros eran de los preferidos a la hora de tratar de romper la resistencia de la infantería enemiga.
 
 
Todo el que en el transcurso de una acción profiera expresiones que acrediten cobardía, como son “que vienen los coraceros, que nos cortan” u otras de esa especie, y que con ese pretexto volviese la espalda al enemigo o se retirase en desorden, será pasado por las armas.
(disposición del 2 de diciembre de 1808 del general Palafox)
 
1. La creación del Arma de Coraceros.
 
Tradicionalmente era por Vendimiario (primer mes del otoño y primer mes del calendario revolucionario) cuando se dictaban los decretos de reformas de los ejércitos revolucionarios. Los decretos que darían forma a los legendarios coraceros napoleónicos se dictarían a lo largo de tres vendimiarios, los de los años 1801, 1802 y 1803.
El todavía cónsul Napoleón Bonaparte aprovechó esos años de paz para hacer reformas en el ejército, y una de las cosas a las que se propuso “meter mano” era a la caballería pesada francesa. Bonaparte había heredado 26 regimientos “pesados”: 24 de “cavalerie” (caballería) y 2 de “carabiniers” (carabineros).
 
Los “carabiniers” eran unidades de élite (durante un tiempo denominadas como “grenadiers à cheval”), emparejadas en una brigada. Habían sido unidades sospechosas de ser foco de simpatías realistas, pero su rendimiento en batalla les había ganado el respeto dentro del ejército. En principio no parecía necesario reformarlas a fondo, y la mayor preocupación de Napoleón parece haber sido la de ganarse la lealtad de los carabineros distribuyéndoles recompensas y demostrándoles que los tenía en alta estima.
 
La “cavalerie” era otro cantar, ya que no había salido con muy buena reputación de las guerras revolucionarias. Afectada como todas las armas de la caballería francesa por la fuga/purga de muchos oficiales nobiliarios; se había visto superada normalmente por la disciplinada y bien montada caballería austriaca. Para colmo, la “cavalerie” había visto como muchos de los más prometedores nuevos jinetes preferían optar por la caballería ligera, donde había más oportunidades de lucirse.
Un primer paso para mejorar la “cavalerie” era dotarla de algo de protección. Generales como Kellermann y Ney, propusieron equiparla con cascos de acero y charreteras de cota de malla, para proteger cabeza y hombros. El tema de las charreteras acabaría en el olvido, dado que el resultado final de la reforma de la caballería iba a ser que ésta acabara adoptando una protección más contundente: la coraza.
 
El primer paso en la reforma de la “cavalerie”, fue la orden de 1801 de creación de una brigada en la que se debían integrar los regimientos 1º y 8º. El 8º era una singularidad ya que dicha unidad -antiguos “Cuirassiers du Roi”- se habían aferrado al uso de las corazas cuando hacia mucho que las otras unidades francesas habían prescindido de ellas, de hecho era normalmente denominado como 8º de “Cavalerie-cuirassiers”. Se ordenó al 1º que adoptara también las corazas, poniéndolo a la par.
El agrupamiento de ambos regimientos no estuvo desprovisto de polémica entre sus respectivos coroneles: Merlin (8º) y Margaron (1º). Una vez que se adoptó oficialmente el nombre de regimientos de “cuirassiers”, Merlin defendió que su regimiento debía pasar a ser el 1º, por el hecho de haber portado corazas desde antes de que se asignaran los numerales de caballería (en la transformación de regimientos reales a regimientos republicanos); e incluso hizo inscribir dicho numeral en parte del equipo de su regimiento. Margaron defendió sus derechos, y a la postre Napoleón decidió en su favor; mas que nada para no obligar a cambiar los numerales de todos los regimientos y afrontar otras potenciales reclamaciones de regimientos.
 
En 1802, Napoleón exponía sus planes para una fuerza de caballería pesada que debía estar formada por sólo 20 regimientos, 2 de ellos de carabineros. Del resto, los cinco primeros (junto al 8º, para un total de seis) debían de ser de coraceros. Lo que dejaba 12 regimientos de “cavalerie” en existencia y un sobrante de 6 regimientos que debían ser disueltos y sus efectivos repartidos entre las unidades de “cuirassiers”/”cavalerie”, permitiendo a cada unidad pasar de 3 a 4 escuadrones. 
Sin embargo, enseguida se decidió ir más allá: otros 6 regimientos de “cavalerie” serían transformados en coraceros, y los restantes 6 pasarían a ser dragones. El decreto de Vendimiario de 1803, confirmaría estos cambios: la Cavalerie había desaparecido como unidad específica y ahora ese nombre se utilizaba de manera general para referirse a toda la caballería. Y dentro de la caballería, el elemento pesado (“grosse cavalerie” o “cavalerie lourde”) lo formaban 14 regimientos (2 de carabineros y 12 de coraceros) en lugar de los 26 regimientos de antaño. Con el tiempo veremos, que debido a circunstancias excepcionales, se llegarían a añadir 3 regimientos de coraceros más (13º, 14º y 15º).
 
El advenimiento del Imperio supuso el restablecimiento de ciertos cargos honorarios dentro del ejército. Las diversas armas volvieron a tener un coronel general, título cuyo portador pasaba a ser parte de los grandes oficiales del Imperio pero que en principio no tenían por qué inmiscuirse en los avatares del arma al que estaban asociados. El coronel general de los carabineros era uno de los hermanos de Napoleón: Luis Bonaparte. Por su parte los coraceros recibieron como coronel general al general Gouvion Saint-Cyr: un oficial de infantería “experto en guerra de montaña”, que se había quedado a las puertas del mariscalato. Tras el paso de Saint-Cyr al mariscalato a finales de 1812, su puesto lo ocuparía, el general Belliard.
 
Como hemos visto la caballería pesada se había visto reducida en número, pero toda ella había pasado a ser considerada la élite de la caballería (sin contar a las unidades montadas de la Guardia). La consideración de élite de los coraceros quedó reflejada en el hecho de que se informó a los coroneles de los regimientos de que la parte del decreto de 1801 que establecía que las unidades montadas regulares debían contar con una compañía de élite no era de aplicación a su caso, ya que los coraceros ya eran todos ellos una unidad de élite. La confirmación práctica vendría cuando todas las tropas recibieron las correspondientes charreteras rojas.
 
En el caso de los carabineros, estos no tenían dudas de que eran una unidad de élite. Para ellos la cuestión era qué grado de élite dentro de la élite. En diciembre de 1804 los carabineros tuvieron una presencia destacada en los ceremoniales de creación del Imperio, viniendo a confirmar que su estatus sólo estaba por detrás de la propia escolta montada de Napoleón: la Guardia Imperial a caballo. El elemento pesado de dicha Guardia, lo componían los Granaderos a caballo (y los escuadrones montados de los Gendarmes de Élite); y probablemente los carabineros consideraban que tenían más en común con ellos que con sus camaradas coraceros. Los carabineros llevaban a gala el hecho de no necesitar corazas, así que cuando en 1809 se ordenó que pasaran a equiparse con ellas lo sintieron como un mazazo para su orgullo. Para aplacarlos se les aseguró que vendrían a ser considerados “coraceros de élite”, y se les agració con un uniforme y equipamiento distintivos para reflejar tal hecho que más adelante veremos.
 
 

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Rigo: Luis Bonaparte, coronel-general de carabineros; 1804. 
 
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P. Benigni: Carabinero con coraza en torno a 1802. Se dio el caso (en virtud de lo relatado en una carta) de que algunas corazas destinadas a los coraceros llegaron a manos de los carabineros en 1802, y a pesar de su conocido rechazo hacia ellas parece que llegaron a probarlas.
 

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P. Benigni: Caballería pesada francesa a finales de las guerras revolucionarias. A la izquierda un “cavalier” del 3º y a la derecha uno del 8º con coraza.
 
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P. Benigni: Maréchal des Logis (sargento) del 6º de Coraceros, portando el estandarte del 2º escuadrón; 1803.
 
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Propuesta de uniforme para la compañía de élite del 8º regimiento; mayo de 1802. Lo más llamativo es la crin blanca en vez de la negra. Dicha propuesta fue rechazada al prohibirse la creación de compañías de élite dentro de los coracero.
 
2. El regreso de los coraceros en Francia: marchando contracorriente.
El “aligeramiento” de la caballería europea había sido una constante desde antes del siglo XVIII. En el pasado habían desaparecido primero los jinetes equipados con armaduras completas y más tarde los que portaban medias armaduras (o de “tres cuartos”). Sin embargo quedaba la cuestión de si la caballería “pesada” debía prescindir completamente o no de la coraza. 
 
Mauricio de Sajonia a mediados del siglo XVIII en sus escritos poco antes de morir, había defendido con entusiasmo el recuperar el uso generalizado de coraza por parte de la caballería francesa. Durante la Guerra de los Siete Años, todos los regimientos de “cavalerie” franceses contaban entre su equipamiento con corazas: peto para los soldados y doble-coraza (peto y espaldar) para los oficiales; salvo en el caso de los Cuirassiers du Roi (ancestro del 8º de coraceros), en el que era generalizado el uso de la doble-coraza. 
Se suponía que en caso de batalla, los jinetes franceses se equiparían con estas corazas para combatir, pero la realidad parece ser que muchas veces se dejaban atrás ya que su uso no era popular. El resultado es que en 1767 se consintió que la “cavalerie” se desprendiera de sus corazas; aunque los Cuirassiers du Roi se obstinaron en mantener lo que era su símbolo distintivo.
 
Sí había una nación donde persistía la tradición “acorazada”, esa era Austria. El ejército imperial empezó la guerra en 1792 con 9 regimientos de coraceros y 2 de carabineros. En 1798, los carabineros fueron absorbidos dentro de los coraceros y además se creó un regimiento nuevo. Sin embargo, en 1802 (tras la paz de Luneville), los regimientos de coraceros fueron reducidos a 8. Los coraceros (y carabineros) austriacos se caracterizaban por usar sólo el peto (“brustharnisch”) como coraza.
Prusia conservaba regimientos de coraceros pero sólo de nombre, ya que la coraza había sido retirada en 1790, para no retornar hasta 1814-1815. Similar era el caso de Rusia, en la que los regimientos de coraceros recibieron en 1801 la orden de retirar sus corazas; siendo reequipados con ellas a partir de 1812.
De no haberse producido la creación del arma de coraceros francesa, parece dudoso que Prusia y Rusia hubieran readoptado las corazas, e incluso la conservadora Austria podría fácilmente haber seguido la tendencia general y desprenderse de las suyas.
 
Respecto a Gran Bretaña, ésta experimentó en 1794 durante las guerras revolucionarias (campaña de Flandes) con el uso de corazas, dotando de ellas de manera experimental a un regimiento: los Royal Horse Guards. En 1796, un Comité de Oficiales Generales llegó a recomendar la adopción de la coraza para la caballería pesada; recomendación que fue ignorada. 
Finalmente, España había contado todavía con alguna unidad de coraceros durante las Guerras de Italia; pero estos fueron disueltos durante la reforma de la caballería que siguió a la Paz de Aquisgrán (1748). No se detecta la menor intención de recuperar el uso de corazas para una caballería en la que la diferencia entre pesada y ligera es mas que nada cosa del uniforme, y no hay una verdadera caballería pesada. Ya en plena Guerra de Independencia, 1810, se crearía el pequeño Regimiento de Coracerosespañoles; pero con intención de aprovechar las corazas capturadas a una unidad francesa, no fruto de una evaluación formal de las necesidades globales de la caballería.
 
Al final, no sólo Francia reintrodujo los coraceros cuando la tendencia era a eliminar los últimos en existencia, sino que consiguió invertir dicha tendencia. Varias naciones del entorno napoleónico se vieron arrastradas por la “moda” y crearon unidades de coraceros: Sajonia, Westfalia y Polonia. En cuanto a sus enemigos, ya hemos visto que se ven obligados a reevaluar la presencia de coraceros en sus filas, bien manteniéndolos o bien reintroduciéndolos. Gran Bretaña se resistiría un poco más, pero tras el fin de la guerra dotó con corazas a los 3 regimientos de la “Household Cavalry”.
 
 
 
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R.O. Von Ottenfeld: coraceros austriacos, 1798-1806.
 
 
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R. Knötel: coraceros del Schlesisches Kürassier-Regiment Nr. 1 en 1813 (sin coraza) y en 1814 (con coraza).
 
 
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Coraceros rusos en 1812 (justo tras reintroducir el uso de corazas).
 
 
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B. Fosten: jinete con coraza de los Royal Horse Guards (1794) y sargento del 2º Dragoon Guards (1799), siendo este último la imagen típica de la caballería pesada británica.
 
 
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A. Ferrer-Dalmau: regimiento de Coraceros españoles (creado en 1810) durante la GdI.
 
3. ¿Progreso o retroceso?: ventajas e inconvenientes de las corazas.
Protección.
El que algún tipo de protección siempre venía bien quedaba reflejado en el hecho de que era común entre la caballería el enrollarse un capote o prenda similar sobre el hombro cruzando el pecho; un recurso sencillo pero que protegía sólo una parte del torso y de una forma mucho menos eficaz que la coraza.
 
El portar coraza aunque no convertía a un hombre invulnerable indudablemente le aportaba una cierta protección nada desdeñable. Una coraza normal era capaz de hacer frente a los sablazos (y lanzazos) de la caballería de la época. Esto obligaba al jinete enemigo a “apuntar” su arma a otras partes del cuerpo, prescindiendo de los comunes tajos y estocadas dirigidas al pecho o los hombros. 
Aquellos jinetes poco acostumbrados a enfrentarse a coraceros se veían en la molesta necesidad de combatir sin poder aplicar una buena parte de aquellas técnicas de guardia/ataque a las que estaban mejor acostumbrados. A modo de ejemplo, la caballería pesada británica de cara a la campaña de Waterloo (y ante la perspectiva de enfrentarse a coraceros por primera vez) tuvo que modificar las puntas de sus sables modelo 1796, un sable recto teóricamente apto para estocadas pero que había acabado siendo usado sobre todo para dar tajos y cuya punta no era la ideal para movimientos de penetración.
 
El uso francés de coraza doble (peto y espaldar) le daba además una ventaja frente a coraceros como los austriacos que sólo usaban peto. Así lo refleja Marbot -renombrado oficial de la caballería ligera francesa-, en su relato de la batalla de Eckmühl; afirmando que los coraceros franceses entraron en la melé sin preocuparse de tener que proteger sus espaldas y concentrándose únicamente en sus estocadas. Cuando finalmente los austriacos giraron para intentar retirarse, aumentó la carnicería al presentar estos momentáneamente sus desprotegidas espaldas. El resultado según Marbot es de que por cada francés herido y muerto hubo 8 y 13 respectivamente del lado austriaco (aunque en dichas proporciones probablemente se incluyan las bajas en unidades que no eran de coraceros). Según Marbot, allí se selló la cuestión de si era mejor o peor la coraza doble.
 
Quedaba la cuestión de hasta que punto la coraza protegía de las armas de fuego empleadas por la infantería y caballería. El grado de protección era menor que frente a las armas blancas pero no era tan desdeñable como opinaban los contrarios a las corazas, críticos que como el general británico John Mitchell (escribiendo en la década de 1830) llegaban a calificar dicha protección de “ligera, precaria y accidental”. 
Fuera mayor o menor, lo cierto es que entre el enemigo había cierta conciencia de que estas otorgaban algo de protección, lo que podía llevar a cambiar sus tácticas. Así en 1815 a la infantería británica se le recomendó que en caso de enfrentarse a coracerosprocuraran “apuntar” a los caballos en vez de a los jinetes.
 
 
Peso.
El punto principal de los críticos de la coraza era que su peso restaba al jinete velocidad y agilidad. Para los más críticos, la coraza en realidad hacia más vulnerable al jinete, no menos. 
 
Por un lado se argumentaba que la caballería acorazada era más lenta, pudiendo sólo cargar al trote. En el caso de cargar contra infantería, esta menor velocidad daría tiempo a que el rival pudiera hacer contra la unidad de coraceros más de una descarga: el efecto reductor en las bajas de portar corazas se vería ampliamente superado por el efecto multiplicador de recibir al menos dos descargas en vez de lo ideal que era sólo dar tiempo a una; aun más, la segunda sería probablemente a corta distancia por lo que sería especialmente destructiva. 
La acusación de que los coraceros sólo podían ir al trote se repite una y otra vez; sin embargo hay que tener en cuenta que la caballería francesa “no acorazada” también hacía un mayor uso del trote en la carga que otras caballerías europeas, reservando el galope para mucho más tarde que sus rivales; se hacía un mayor hincapié en el mantenimiento de la formación.
Ardant du Picq, tratadista militar francés del siglo XIX, afirmaba que los coraceros debían cargar al trote contra la caballería enemiga y reserva el galope para cuando la formación rival cedía y volvía grupas.
 
Otro aspecto importante era la perdida de agilidad en el combate cuerpo a cuerpo. Otro de los críticos de la coraza, el impetuoso capitán Nolan (famoso por su papel en el desastre de la cara de la brigada ligera en Balaclava), opinaba que la protección en el pecho no compensaba la restricción en la agilidad y movilidad, haciendo más vulnerable al coracero en otras áreas del cuerpo.
Los opuestos de los coraceros se deleitaban con anécdotas de como éste o aquel ligero jinete había vencido en combate singular a un más pesado coracero. Ciertamente cuando un coracero se quedaba separado y obligado a combatir en un uno contra uno, podía tener serios problemas contra un espadachín experto. No era extraño que precisamente fueran los jinetes que sobresalían en destreza hípica y en el manejo del sable los más reacios a la coraza.
 
Los críticos también apuntaban que un coracero descabalgado se veía extremadamente limitado por su peso. Se suele hacer referencia a las palabras de Wellington describiendo a los coraceros en el suelo como impotentes tortugas panza arriba. En realidad Wellington achacaba las dificultades de los coraceros para incorporarse tanto a sus corazas como a sus botas. Marbot observó en la batalla de Eckmühl como un coracero que intentaba huir a pie, fue abatido cuando se paró a quitarse sus engorrosas botas para poder correr más rápido. Y es que las largas y gruesas botas de la caballería pesada estaban pensadas para proteger las piernas de los potenciales roces y aplastamientos a la hora de realizar cargas en formación cerrada con muy poco espacio entre jinetes (“rodilla con rodilla”).
 
Los defensores de la coraza criticaban las “exageradas” referencias al peso. Después del todo la coraza napoleónica era mínima comparada con las armaduras de antaño. Buscando ejemplos contemporáneos se destacaba la agilidad y destreza de jinetes como los circasianos, algunos de los cuales todavía usaban cota de mallas de estilo medieval.
Jean Roemer, otra tratadista de mitad del siglo XIX, se burlaba de los críticos del peso de la coraza afirmando que ésta tenía un peso similar a los aparatosos miriñaques o prendas similares que usaban las damas acomodadas de la época; con la desventaja para las damas de que estas estructuras se soportaban sobre la cintura y no sobre el torso y los hombros como la coraza.
 
Moral.
Una queja frecuente de los críticos a la coraza era que sus portadores “exageraban” su eficacia, y el nº de veces que ésta les había salvado la vida en combate. Sin embargo ahí estaba su punto fuerte, como argüían sus defensores: un coracero se sentía “más seguro” que un jinete normal y por tanto era más propenso a involucrarse en el combate en vez de retirarse.
 
El factor psicológico era muy importante en un mundo donde muchas acciones se decidían con un choque de voluntades: cuando dos formaciones se encontraban frente a frente, no era raro que una de ellas rehusara el combate si se veía a sí misma como más débil. No sólo los coraceros se volvían “más atrevidos”, sino que en sus enemigos también entraba en juego el factor que era menos deshonroso retirarse ante coraceros -aunque aquí también formaba parte le hecho de ser conocidos como tropas de élite- que ante otro tipo de tropas. De hecho no eran extraños informes donde se exageraba la presencia de coraceros entre las filas enemigas. 
El oficial de coraceros Aymar de Gonneville relataba un encuentro en 1807 entre coraceros y húsares prusianos. En un primer momento los húsares aceptaron el reto de los coraceros, confundiéndolos a distancia con dragones ya que las corazas quedaban ocultas por capotes (y el casco era similar al de los dragones). Cuando los coraceros hicieron el movimiento de desenfundar, a la vez echaron sus capotes sobre el hombro revelando de paso sus corazas, y enseguida notaron una vacilación en las filas enemigas; que se tradujo en varios húsares retirándose y desordenando la formación enemiga que fue presa fácil de los coraceros.
 
 
Muchas unidades de caballería eran reacias a atacar a una infantería a la que vieran bien organizada. A mediados del siglo XIX, el francés Ardant du Picq se atrevía a valorar el efecto moral de la coraza en un incremento del 50% en el coraje de un jinete. Por ello Du Picq era un ardiente defensor de utilizar coraceros para atacar a la infantería ya que estos, al sentirse mejor protegidos, era más fácil que presionaran más a fondo. El mariscal Marmont iba más allá, y opinaba que ese debía ser su único cometido; debiendo existir al lado de los coraceros una “caballería de línea” que se ocupara de los jinetes rivales.
Una infantería bien disciplinada y formada, especialmente si adoptaba el cuadro, sabía que no tenía nada que temer (en condiciones normales) de ningún tipo de caballería (con o sin coraza); sin embargo aquellas unidades peor disciplinadas o afectadas por bajas previas, podían ponerse más nerviosas de lo normal al ver aproximarse a una unidad de coraceros y romper la formación lo que supondría su fin. Sobre todo en las infanterías que habían tenido menos contacto con los coraceros corrían mitos sobre las propiedades anti-balas de las corazas. Así tenemos el caso del general Reding, tras el combate de Mengibar, que enseñó a las tropas españolas varias corazas agujereadas para disipar sus dudas.
 
Coste.
Aun asumiendo que la ventaja psicológica decantaba la balanza en el lado de la coraza, quedaba la cuestión del coste de tener unidades de coraceros. Dichas unidades eran consideradas “caras” de mantener. 
Una coraza corriente costaba 34 francos (62 la lujosa coraza de los carabineros), coraza que además había que mantener; lo que sin duda añadía un coste a estas unidades. 
Sin embargo el mayor gasto residía en los caballos, ya que un caballo de coraceros podía rondar los 500 francos (por 400 los de los dragones y 300 los de la caballería ligera). Los caballos de coraceros eran pues caros; aunque aquellas naciones que querían una caballería pesada bien montada también recurrían a los mismos caballos aunque sus hombres no portaran corazas. 
El verdadero problema en el coste de estas unidades, era que al ser una “élite” todos los soldados cobraban mayor paga, a diferencia de otras unidades donde sólo los miembros de la compañía de preferencia recibían mayores sueldos.
 
El arma de coraceros era un arma cara, pero en principio Napoleón se la podía permitir siempre que su nº no fuera muy elevado. Una de las razones por las que se redujo el nº de unidades de caballería pesada al transformarlos en coraceros, fue sin duda su alto coste.
La preocupación de Napoleón por el coste de estas unidades se refleja en sus críticas al levantamiento de coraceros por parte de otras naciones satélites. Napoleón no dudo en reñir a su hermano Jerome, cuando éste como rey del pequeño reino de Westfalia se empeñó en crear unidades de coraceros. Napoleón le recordó que los coraceros eran caros y que los caballos locales no eran especialmente aptos para este servicio; advirtiéndole que al propio Napoleón le sería de mucho más uso que Westfalia levase unidades de caballería ligera y lanceros. Lo mismo sucedió con el Gran Ducado de Varsovia, sugiriendo Napoleón que su regimiento de coraceros, cuyas monturas tenían que ser adquiridas en Alemania, fuese reconvertido en una unidad de cazadores a caballo.
 
 
 
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Combate entre coracero y húsar ruso. El húsar tiene que confiar en su agilidad y olvidarse de los habituales sablazos dirigidos al cuerpo del adversario.
 
 
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Waterloo: el cabo John Shaw del 2º Life Guards cargando contra coraceros. Shaw que era considerado el “Hércules” del regimiento parece que cargo borracho, lo que no le impidió dar cuenta de varios coraceros (matando/derribando al menos a 10-11 según se dice). Al primero de ellos le atravesó el casco con un brutal golpe que atravesó el cráneo. Al final, Shaw acabó rompiendo su espada y se vio obligado a quitarse el casco para usarlo como una suerte de broquel antes de ser abatido.
 
 
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V. Huen. Coraceros cargando contra una batería austriaca, 1809. Según algunos comentaristas los coraceros sufrieron numerosas bajas innecesarias en esta campaña por su lentitud a la hora de cargar. 
 
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H. Dibault. Coraceros del 2º de Westfalia, 1812-1813. A pesar de las quejas de Napoleón en cuanto al coste, Jerome Bonaparte levantó 2 regimientos de coraceros en su reino de Westfalia.
 
 
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Combate entre un coracero y un guerrero bashkir, 1812. Dos estilos diferentes de “caballería acorazada”.
 
 
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P. Courcelle. Waterloo (1815); impotencia ante los cuadros británicos, un coracero del 1º tira de pistola mientras otro del 4º se deshace de su coraza.s.