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Ramón Cabrera y Griñón

 

Pero no es creíble que Cabrera ni los suyos sean hombres:

jamás he visto más decisión, valor ni serenidad;

no es posible que las tropas de Napoleón hayan nunca hecho,

ni podido hacer una retirada por un llano de cuatro horas con tanto orden.

general Agustín Nogueras (1835)

 

JUVENTUD

Ramón Cabrera nació en Tortosa (Tarragona) el 27 de diciembre de 1806. Hijo de un marino mercante, que falleció cuando él todavía era un niño, siguió estudios eclesiásticos por voluntad de su madre. No llegó a ser ordenado sacerdote, ya que el obispo Víctor Damián Sáez al no estar plenamente convencido de su vocación religiosa prefirió no entregarle el subdiaconato. Cursó estudios como seminarista en el convento de San Blas, demostrando un espíritu vitalista e indómito, pero especialmente manifestando sus cualidades innatas para el liderazgo, evidenciando claramente una mayor disposición para una carrera militar que para la eclesiástica.

LA CUESTIÓN SUCESORIA Y EL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA

El final del reinado de Fernando VII se vio marcado por la cuestión sucesoria. El Rey no tenía descendencia pese a sus tres matrimonios previos, así que en 1829 se casó con su sobrina María Cristina de Borbón, que a los pocos meses queda embarazada planteando el problema sucesorio. Los absolutistas moderados aliados con los liberales y sectores de la aristocracia partidaria de las reformas políticas y económicas apoyaron a la nueva reina, en quien veían la única posibilidad de cambio. Por otro lado los absolutistas “puros” se alineaban con don Carlos, hermano del rey y legítimo heredero.

Fernando VII promulgaba el 29 de marzo de 1830 la Pragmática Sanción que eliminaba la Ley Sálica y restablecía la línea sucesoria de las Partidas. Significaba poner en vigor una decisión aprobada por las Cortes de 1789, lo que, si bien era legal desde el punto de vista jurídico, no dejaba de ser una medida polémica. Protestada por los carlistas como un atentado contra los derechos del infante don Carlos, se convirtió en un conflicto de primera magnitud cuando en octubre nació la infanta Isabel, convertida en heredera.

En septiembre de 1832 se van a producir los sucesos de la Granja, cuando sucesivas intrigas palaciegas, ante el lecho del Rey agonizante, consiguen que Fernando firme la supresión de la Pragmática. Pero, sorprendentemente, el Rey se restablece y vuelve a ponerla en vigor. Inmediatamente destituye a los principales ministros carlistas, defenestrando a Calomarde y sustituyéndole por Cea Bermúdez, al tiempo que la reina María Cristina es autorizada a presidir el Consejo de Ministros. Rápidamente se decreta la reapertura de la Universidades, cerradas desde 1830 por Calomarde, y se decreta una amnistía general, que libera a los presos políticos y permite la vuelta de los exiliados. Los capitanes generales más absolutistas fueron sustituidos por mandos fieles a Fernando VII, en abril Carlos abandona la Corte y se traslada a Portugal.

Entre la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833 y el estallido de la guerra sólo transcurren unos pocos días. El 1 de octubre Don Carlos María Isidro proclama desde Portugal sus derechos dinásticos con el Manifiesto de Abrantes. El día 3 se produce la primera proclamación de don Carlos en Talavera de la Reina, y el 5 es reconocido como Rey en Bilbao y Álava, mientras surgen partidas carlistas por todo el país. Algunas unidades de los Voluntarios realistas también lo hacen, antes de que el gobierno ordene su desarme el 25 de octubre, por su parte ciertos oficiales como el coronel Zumalacárregui se unen al movimiento. Se puede considerar como la fecha oficial del inicio de la guerra el 6 de octubre, cuando el general Santos Ladrón de Cegama proclamaba solemnemente como legítimo rey de España a don Carlos, en Tricinio (La Rioja)

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EL MAESTRAZGO: PRIMERAS ACCIONES

Tras la orden de desarme aquellos carlistas que se negaron a cumplir la misma comenzaron a concentrarse en la ciudad de Morella (Castellón) donde durante el mes de noviembre los líderes del movimiento dictaban sus primeras órdenes, se formaba una División Volante de defensores del rey don Carlos, la cual establecía su Cuartel General en la localidad, contando con unos 2.000 hombres y un armamento de lo más varipinto.

Un acontecimiento cambiará definitivamente el rumbo en la vida de Ramón Cabrera. El gobernador militar de Tortosa, el brigadier Bretón, decide que para evitar la propagación del carlismo en la ciudad sean desterradas a Barcelona 72 personas que de alguna manera destacaban por sus simpatía con ese bando o pudieran influir en sus vecinos en tal sentido. Al poco de salir de Tortosa rumbo a la capital condal decide saltar del carro en el que son transportados, despidiéndose de sus compañeros: “si hasta aquí no he hecho ruido en el mundo, no es culpa mía; pero si en adelante me hago famoso en España, y obligo a muchos sombreros a caer delante de mis pies, toda la culpa será mía” Pone rumbo a Morella localidad que ha sido fijada como punto de reunión para los Voluntarios Realistas de la zona y en donde el barón de Hervés, primer líder carlista en el Maestrazgo, ha proclamado a Carlos V. Llegó a la ciudad el 16 de noviembre presentándose al gobernador de la plaza, el coronel don Carlos de la Victoria.

Su primer combate no tardaría en llegar. El brigadier Bretón decidió avanzar desde Tortosa sobre Morella con una columna expedicionaria y las tropas carlistas salieron a su encuentro. Cabrera se había incorporado a la división del coronel Cubero. Ambas fuerzas se encontraron  a corta distancia de la plaza trabando combate, tras unos primeros disparos las tropas realistas, compuestas en su mayoría por reclutas, no pudieron resistir las acometidas de las disciplinadas tropas regulares del Ejército español, retirándose con gran desorden, solamente el batallón de voluntarios de Vinaroz luchó con denuedo, en sus filas se encontraba Ramón Cabrera, como consecuencia de su actuación en esa jornada fue nombrado cabo esa misma noche. Los carlistas debieron abandonar la ciudad, además, poco tiempo después eran derrotados de forma decisiva en la batalla de Calanda, quedando las tropas realistas dispersadas, teniendo que recurrir a la formación de partidas guerrilleras. Ya ostentaba en ese momento el grado de sargento y se encontraba encuadrado en la partida dirigida por Marcoval.

Con el empleo de subteniente protagonizó un golpe de mano, ya que con unos pocos hombres asaltarían la villa de San Mateo. El asalto se saldó con un nuevo revés, teniendo Cabrera que luchar cuerpo a cuerpo con los soldados liberales para evitar ser capturado. Los supervivientes decidieron separarse y pasar el invierno resguardados en las montañas, el 16 de enero se le concedía el grado de teniente. Apenas contaba con nueve hombres y pese a sus intentos de recluta en las localidades cercanas consiguió reunir poco más de un centenar y la inmensa mayoría sin armas de fuego, con tan mala fortuna de volver a toparse con las tropas gubernamentales de la guarnición de Morella, consiguiendo refugiarse de nuevo en las alturas del barranco de Vallivana, el 27 de enero de 1834 ya era capitán.

Con apenas 70 soldados conseguía su primera victoria cuando sus hombres atacaban en Beceite a dos compañías de milicias provinciales a las que dispersaba. Posteriormente unía su partida a la de Carnicer, un antiguo coronel del Ejército que había servido en el regimiento de Guardias Walones. Con unos pocos cazadores dispersaba a la guarnición de Morella, para posteriormente dar un golpe de mano en Villafranca, haciéndose con armas y caudales.

Se decidió, el 28 de marzo, tomar la localidad de Daroca que cayó en manos carlistas. Dos días después una columna de tropas isabelinas era derrota en apenas una hora de combate en las cercanías de Alarba, por estas acciones Carnicer le nombraba comandante. En abril contaban con unos 2.000 hombres por lo que Carnicer decidió plantear batalla a las tropas liberales, se producía así la derrota de Mayals, pese a que fue Cabrera y sus cazadores los primeros en atacar al enemigo y los últimos en abandonar el campo de batalla. Como resultado de esta derrota las tropas carlistas volvían a estar dispersas en esta zona de combate. No sería hasta julio de 1834 cuando volvieron a reunirse Carnicer y Cabrera, quienes dos días después derrotaban a los isabelinos en Ariño, desquitándose de la derrota anterior.

Tras recuperarse de una enfermedad, y a punto de ser capturado, al ser delatado, ya en septiembre atacaban el fuerte de Beceite y conseguían capturar las provisiones del ejército liberal, esquivando constantemente la presencia de las tropas del general isabelino Valdés. Don Carlos nombraba brigadier a Carnicer, el cual, a su vez, ascendía a Cabrera al empleo de coronel de infantería. Las tropas gubernamentales les seguían de cerca, por lo que Carnicer, con la caballería se dirigió a los montes de Alcañiz, mientras él con 200 cazadores escogidos marchaba a Prat del Compte.

En julio de 1834 regresaba don Carlos a España, desde su exilio en Londres, fijando su residencia en las provincias del Norte donde el general Zumalacárregui mandaba a los partidarios de pretendiente. El retorno de este aumentó considerablemente la moral de los carlistas. Pese a todo las tropas del maestrazgo continuaron evitando una batalla campal con los liberales realizando continuas marchas, contra marchas y fintas. Sin embargo, falto de pólvora y a punto de ser capturado en la masía de Fontanete, el 12 de noviembre, daba la orden a sus soldados de dispersarse en pequeños grupos. Él, junto al comandante Francisco García se preparó para una aventura descabellada, cruzar las líneas enemigas y presentarse ante don Carlos en el Norte. Pese al peligro de ser capturados y haciéndose pasar por dos arrieros aragoneses conseguían su propósito reuniéndose con el candidato el 11 de febrero de 1835. Emprendieron el camino de regreso, donde cerca de Belchite Cabrera fue reconocido y a punto estuvo de ser capturado, sin embargo el 8 de marzo se volvían a reunir con Carnicer y sus tropas. 30 infantes y 10 caballos era todo con lo que contaba el ejército carlista del Maestrazgo. Con gran esfuerzo diez días después la partida carlista contaba con 300 infantes y 40 caballos. Consiguieron poner en jaque a las columnas cristinas, a punto estuvo de ser capturado por un destacamento de carabineros a caballo, consiguiendo salvarse cuando era atacado por un capitán gracias a que le lanzó su capa encima, evitando la cuchillada que este le lanzaba.

Pero al final no pudo evitar ser alcanzado por la tropas del gobierno, el 23 de abril de 1835 el brigadier Nogueras les sorprendía en los pinares de Alloza, con 1.600 infantes y 200 jinetes poco iban a poder hacer las tropas realistas, los cuales tan solo contaba con 390 infantes, muchos sin armas y 40 caballos. La buena fortuna de los años anteriores parecía haber abandonado al caudillo carlista.

Lejos de dejarse llevar por la adversa situación Cabrera ordenó a sus tropas: “¡Ánimo y serenidad! Obedecedme ciegamente y triunfaremos. ¡Viva el Rey! ¡Viva la patria!” Formó a sus tropas y descendió a la llanura donde su retaguardia fue atacada por la caballería isabelina, pero una descarga a quemarropa desbarató la carga y las dos posteriores, dejando sobre el campo numerosos muertos y heridos. La retirada duró cuatro horas, hasta que las tropas carlistas ocuparon los altos de la sierra de Arcos. A cambio de tan solo 2 muertos y 15 heridos había salvado sus tropas frente a un enemigo tremendamente más numeroso, el cual dejó sobre el campo unos 50 muertos y más del centenar de heridos. Mientras todo esto tenía lugar, unos días antes, el 6 de abril, Carnicer era reconocido en Miranda de Ebro y fusilado, su sustituto parecía claro al frente del ejército carlista en el Maestrazgo.

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CABRERA TOMA EL MANDO

En mayo, tras reunir a las partidas carlista de la zona contaba con una tropa de aproximadamente 1.000 soldados, frente a los cuales se dirigió a Mosqueruela donde derrotaba a la guarnición isabelina que se refugiaba en la ciudad para posteriormente marchar sobre Caspe sobre la que se lanzó al asalto. En mitad del combate fue sorprendido en su retaguardia por un ataque enemigo, ordenó calar bayonetas a sus cazadores de Tortosa para regresar a sus propias líneas. Pese a tomar la ciudad en el posterior asalto tuvo que abandonarla al día siguiente ante la presencia de las tropas del brigadier Nogueras que le superaban en número.

En junio, ordenaba don Carlos que cada jefe tomase el mando de sus tropas en la zona correspondiente, lo que generó un cierto caos organizativo al separarse las distintas partidas carlistas. Reunidas nuevamente derrotaban una columna cristina de 600 hombres, tras lo que se dirigió al barranco de Prat de Campte con intención de derrotar a las tropas del coronel isabelino Antonio Azpiroz. Encabezó el ataque el carlista Escardó, mientras Cabrera con sus cazadores realizaba una maniobra para atacar la retaguardia enemiga. La victoria fue completa.

En julio se produce el encuentro de Yessa. Ante la presencia de tropas enemigas se ordena el repliegue mientras los cazadores de Tortosa con su jefe a la cabeza cubren la retaguardia. Lejos de combatir en retirada Cabrera desenvaina su sable y ordena cargar contra las tropas cristinas que huyen completamente desorganizadas. La persecución duró hasta entrada la noche y los liberales perdieron cerca de 300 hombres. Pero más importante que esto fue que al conocerse la victoria carlista aumentó el número de voluntarios y varios fuertes isabelinos se rendían sin disparar un solo tiro, como los de Puebla de Arenoso o Zucaina. Finalmente toma Segorbe donde se prepara para un nuevo encuentro con Nogueras. Re-suministra a sus tropas con todo lo posible y ante la llegada del isabelino vuelve a tomar el mando de la retaguardia que cubre el repliegue carlista. En agosto aniquilaba la columna del coronel Decref, causando más de 350 muertos y tomando todos los bagajes, fusiles, cerca de 400, y diversos pertrechos de guerra.

En el mes de septiembre se produjo la captura de Rubielos de Mora (Teruel), donde la guarnición isabelina opuso una feroz resistencia, negándose por tres veces a capitular. Pese a todo y tras un intento encabezado por el mismo Cabrera de demoler la puerta de acceso al fuerte que a punto estuvo de costarle la vida, se conseguía tomar el puesto tras abrir brecha en el recinto. Después de  esta victoria toma Mora de Aragón, apoderándose de otros 400 fusiles y abundantes víveres dedicando el mes de octubre en recomponer sus tropas.

El 18 de octubre se presenta ante Alcanar con dos batallones y 50 jinetes, la guarnición se atrinchera en un reducto en la iglesia y se dispone a resistir como lo hicieron en Rubielos. Mientras intenta la toma del reducto apareció una columna de unos 1.000 isabelinos que venían en su socorro desde Vinaroz. Al mando de las tropas carlistas ataca a la bayoneta a la columna que es completamente derrotada dejando sobre el campo centenares de muertos y 500 fusiles. Ante tal situación la guarnición capituló a la mañana siguiente. Esta victoria acrecentó su leyenda de combatiente en todo el bajo Aragón siendo nombrado por don Carlos, el 11 de noviembre de 1835, como comandante general interino de ese teatro de operaciones. Todavía no había cumplido los 29 años.

En diciembre contaba con 8 batallones y 300 jinetes y se propuso trasladar las operaciones militares a Castilla para lo cual se dirigió rumbo a Calatayud. En Terrer envolvía a una columna cristina haciendo 900 prisioneros. El Gobierno en Madrid comenzaba a inquietarse ante la situación, así que se acordó el envío de refuerzos al general Palarea, 4.000 infantes y 600 jinetes, que unidos a los efectivos en la zona alcanzarían cerca de los 10.000 efectivos. Ante la desproporción de fuerzas ordena una contramarcha a sus tropas, en dirección a Molina de Aragón, que en un solo día recorrieron 16 leguas, algo más de 60 kilómetros, para ganar terreno más favorable.

Sin embargo, cuando estaba a punto de evitar al general cristino le informaron que la caballería de la vanguardia de este había tomado contacto con la retaguardia carlista, no quedaba otra que librar batalla. La jornada de Molina comenzó con el fuego de las guerrillas, ante un ataque cristino al ala izquierda carlista respondió Cabrera con una carga que desorganizó ese ala enemiga. El centro aguantaba pero el general Palarea ordenaba una carga general contra el centro enemigo que comenzó a retroceder. Una nueva carga de la caballería cristina desorganizaba al segundo batallón de Aragón, compuesto de reclutas, que en su retirada desordenada dispersaba cuatro batallones más, mientras los jinetes de Palarea acuchillaban a los rezagados, parecía que todo el ejército carlista iba a perecer. En ese momento Cabrera con sus voluntarios de Tortosa avanza sobre el enemigo, dándose a conocer, y atrae su atención, mientras la infantería vadea el río Gallo poniéndose a salvo. El general carlista terminará la jornada con 7 cuchilladas en su capa pero ileso, su ejército, aunque con considerables bajas tanto de hombres como de armas, había conseguido evitar ser destruido.

Consiguió replegarse a Beceite en diciembre, pero muchos de sus hombres tras la derrota de Molina desertaron acogiéndose al decreto de indulto. Cabrera decidió unir sus tropas a las de Forcadell y convocó a todas las partidas sueltas de su zona. Tenía que evitar a toda costa a las tropas de Nogueras a las que ahora se sumaban las de Palarea. El año 1836 comenzó mal para las armas realistas sufriendo varios reveses diversos jefes carlistas a manos de tropas del Gobierno.

Recurrió a una estratagema. Dio licencia a todas sus tropas de 15 días, convocándolas posteriormente en Cenia. Los oficiales cristinos confiados tras las primeras victorias y no viendo tropas realistas en la zona fueron enviadas al Norte, donde se libraban intensos combates, dejando los efectivos en la zona del Maestrazgo reducidos a la mitad.

El 21 de enero de 1836 volvía a contar el líder carlista con 1.000 infantes y 12 jinetes con los cuales derrotaría en Galera a una columna cristina de 1.500 hombres, a los cuales persiguió hasta casi las murallas de la mismísima Tortosa. Ante la salida de una columna de 600 soldados isabelinos recogían los carlistas el armamento, bagajes y caudales, replegándose a su Cuartel general en Beceite. Ya en febrero desbarataba otra columna de 1.500 hombres en Torrecilla.

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CAMBIOS EN LA GUERRA: LIRIA Y CANTAVIEJA

Probablemente sea este uno de los episodios más tristes de las guerras Carlistas. Tras la victoria en Torrecilla el general carlista había ordenado el fusilamiento de los alcaldes de esta localidad y la de Valdealgorfa, los cuales habían alertado de los movimientos realistas a las tropas del Gobierno. A consecuencia de ello el general Nogueras ordenó la ejecución de la madre de Cabrera, que llevaba 19 meses en prisión. El gobernador de Tortosa remitió el escrito al Capitán General de Cataluña, el general Espoz y Mina, y este ratificó la orden. Además, se cumplimentaba con otra que indicaba que fuesen enviadas a prisión las hermanas del líder carlista.

El incidente fue tratado hasta en el parlamento británico, por su parte en Madrid el Estamento de Procuradores mostraba su disgusto y se consideraba el asunto con gravedad, el general Nogueras sería desterrado a Alicante meses después, pero no se admitió la dimisión de Espoz y Mina.

Cabrera le cedió temporalmente el mando al coronel Añón, el cual se dirigió de nuevo sobre Calatayud, siendo interceptado por la columna del general Nogueras, de unos 3.000 infantes y 400 jinetes. Los carlistas debieron retirarse en formación durante 5 horas. Cada vez que la caballería isabelina amagaba con cargar sobre la retaguardia se formaba un cuadro de infantería con los batallones de Tortosa. Se replegaron sobre Montalbán donde tras atrincherarse esperaron a la columna enemigo, la cual no apareció. No había perdido ni un solo efectivo en toda la jornada.

En marzo se reunió Cabrera con su ejército en Villarluengo, con la intención de marchar sobre Hijar. La aparición de una columna isabelina al mando del coronel Churruca hizo que los carlistas tomasen posiciones que anulasen la ventaja de la caballería enemiga. Se produjo un combate entre dos compañías realistas y otras dos isabelinas, las cuatro estaban al mando de oficiales apellidados Pérez, miembros todos de la misma familia pero en bandos opuestos. El cristino pernoctó en Hijar y el carlista regresó a Beceite.

Se formó una columna, al mando de la caballería iba el coronel Añón, y contaba con tres batallones, uno de ellos al mando de Pertegaz. Tras una marcha forzada, noche incluida, al amanecer del 29 de marzo las tropas carlistas se encontraban a las puertas de la rica ciudad de Liria. La sorpresa fue completa y en muy poco tiempo se tomaba la ciudad, 30 muertos, 67 heridos, 1.109 fusiles, 207 caballos y otros bagajes. Cabe señalar que el general Palarea se encontraba en esas fechas en Onda con 1.200 infantes y 100 jinetes, tras dar aviso a Valencia para que se le envíen refuerzos se dirige a Manises en persecución del carlista, que a su vez se encontraba en Siete-Aguas. Ambos tomarán al día siguiente el camino de Chiva.

Se encontraron ambas fuerzas entre Chiva y Requena, tras unas escaramuzas de las vanguardias formaron las tropas. Paralea formó una línea de tres columnas, la caballería, ahora con 250 efectivos, se situó en el flanco izquierdo en retaguardia. Cabrera por su parte monto a 200 cazadores y granaderos en los caballos requisados y ordenó a las compañías preferentes de los tres batallones ocupar las alturas de Requena. Los isabelinos al ver la maniobra también se lanzaron a la carrera, la toma de esa posición definiría la batalla. El mismo brigadier carlista para animar a sus tropas se lanzó a la carrera. Llegaron primero los realistas.

Las tropas de Paralea se encontraban a apenas medio disparo de fusil, desplegó sus batallones en orden de ataque y él mismo al frente del regimiento Fijo de Ceuta se lanzó al ataque a bayoneta calada, cuesta arriba y sin contestar al fuego. Los carlistas les reciben con tres descargas, casi a quemarropa, pero los isabelinos siguen el avance, haciendo que los realistas se tengan que replegar de forma escalonada hasta las cumbres. Tiene que intervenir personalmente Cabrera para mantener la posición mientras el grueso de sus tropas se repliegan, esquivando por enésima vez a las tropas del gobierno y transportando un valiosísimo botín tomado en Liria. Paralea queda dueño del campo de batalla pero se le volvían a escapar las tropas enemigas entre los dedos.

Pero no volverían a Beceite, en esta ocasión Cabrera se había fijado en la ciudad estratégica de Cantavieja, la cual ocupó casi sin resistencia con sus voluntarios de Tortosa, tras lo cual se dispuso a fortificarla y convertirla en su Cuartel General. Para no ser molestado por los cristinos mientras se desarrollaban las labores envió a sus tropas en tres columnas al bajo Aragón a Beceite y a Cenia. En apenas 20 días concluían los trabajos de fortificación y además se creó un Hospital y una Academia de oficiales.

Concluido todo ello ordenaba a don Joaquín Quílez hacer una incursión sobre la localidad de Bañón para aprovisionarse. Contaba con 1.500 infantes y 200 jinetes al mando del comandante Añón. Salió a su encuentro el comandante Valdés cuya columna fue completamente aniquilada, tomándose 1,570 prisioneros. El resto de oficiales carlistas hacen también diversas incursiones durante todo el mes de mayo. Mientras las tropas de Cabrera pueden descansar y recuperarse en su nueva capital durante todo ese mes.

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NUEVA FASE

A mediados de junio un oficial informaba a Cabrera de la presencia de una brigada isabelina en la zona de Tortosa, compuesta por dos batallones del regimiento de Saboya, dos compañías reforzadas de voluntarios de Castilla y movilizados de Tortosa, un escuadrón de caballería y una pieza de artillería. Los carlistas contaban con dos batallones y un escuadrón reducido. Nuevamente la iniciativa la llevó el carlista que consiguió sorprender a la brigada en la localidad de Ulldecona donde fueron derrotadas las tropas gubernamentales. Consecuencia de ello fue un espectacular aumento en el número de voluntarios realistas, el mismo general Paralea escribía al Gobierno: “Ya son soldados los carlistas de Aragón: nos hacen rostro

El Gobierno en Madrid tomó cartas en el asunto y preparó un ejército al mando del general Felipe Montes para que acabase definitivamente con Cabrera. Contaría con la ayuda del general Palarea desde Valencia, con una división, del mariscal de campo Antonio Rotén con otra división, y de Manuel Bretón, desde Cataluña, el cual había recibido cinco batallones de refuerzo, tres de ellos portugueses, y disponía de una brigada. Dos división desde Aragón, procedentes del Ejército del centro, una brigada en Castellón y otra en Teruel, al mando del entonces brigadier Ramón María Narváez. El 15 de agosto de 1836 informaba al gobierno isabelino que se encontraba dispuesto para acabar definitivamente con las tropas carlistas del Maestrazgo. Casi a la par Carlos V concedía la faja de mariscal de campo a Ramón Cabrera.

Mientras, el nuevo mariscal se presentó ante Gandesa con tres batallones, un escuadrón y dos cañones de a cuatro, fundidos en Cantavieja. La poca efectividad de estas piezas le obligó a replegarse. Mejor fueron las cosas en Valencia, donde la partida dejada en Liria había aumentado en efectivos. Se envió al comandante Llangostera a organizar las tropas, poco después Cabrera contaba con una nueva división, la del Turia, con 1.000 infantes y 200 jinetes. La unidad contaba con dos batallones primero y segundo del Cid, el tercer escuadrón de Lanceros de Tortosa y el primero de Lanceros del Cid. Recibieron su bautismo de fuego en el encuentro de Alcublas, donde sorprendió a una confiada columna isabelina de 600 hombres que fue completamente aniquilada.

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LA EXPEDICIÓN DEL GENERAL GOMEZ

Llegaba a Utiel el 7 de septiembre el general Gómez, el cual había atravesado las líneas isabelinas realizando una incursión con ocho batallones, cuatro piezas de artillería y algunos jinetes. Tras una reunión se le unieron Quílez y Miralles con 6 batallones y 900 jinetes, además Cabrera y 50 jinetes más quedaban incorporados a la columna de Gómez. En su lugar nombró al coronel Arévalo como jefe de las tropas carlistas en el Maestrazgo. Tras intentar sin éxito sitiar Requena las tropas realistas se encontraron con las isabelinas en Villarobledo (Cuenca)

El general isabelino Alaix contaba con 4.000 infantes y el regimiento de húsares de la princesa al mando de coronel Diego de León. Gómez ocupó la localidad y se dispuso a pasar la noche confiando en no ser atacado. Sin embargo, ayudado por una espesa niebla los 300 húsares de Diego de León se lanzaron al ataque que hizo cundir el pánico en las filas enemigas, mientras la infantería de Alaix aislaba las dos divisiones carlistas. Pese a lo reñido del combate vencieron los isabelinos dejando los realistas 1.200 prisioneros, 2.000 fusiles y gran parte de los bagajes.

Continuó la expedición realista por tierras andaluzas siguiendo la ruta Úbeda, Baeza, Bailén y Andújar, hasta terminar frente a la antigua capital califal de Córdoba.

Cabrera al mando de la vanguardia carlista, contaba con el joven brigadier Villalobos junto a 50 jinetes y algunos ayudantes, se presentó ante la puerta Nueva de la ciudad que estaba cerrada. Pese a los consejos de Villalobos de esperar al grueso de las tropas antes de iniciar el asalto se hizo con varias hachas, echando abajo la puerta. Reforzados por una compañía de granaderos se lanzaron por las calles, donde una emboscada acabó con la vida del brigadier. Los disparos provenían del palacio episcopal, fuertemente reforzado. Se ordenó que dos batallones aragoneses atacasen el palacio, mientras que los valencianos asaltaban el fuerte de la Inquisición. El 1 de octubre y tras rechazar dos salidas de los defensores se rendían sin condiciones ambos fuertes, la ciudad quedaba en manos de las tropas de Carlos V, las cuales hacían casi 3.000 prisioneros, además de 4.000 fusiles ingleses y gran cantidad de suministros. Tras reclutar un número suficiente de voluntarios como para formar un Cuerpo de Córdoba las tropas de Gómez aumentaron hasta 8.500 infantes y 2.300 jinetes.

Dos días después, al tenerse conocimiento de que una columna cristina al mando del comandante general de Málaga, Juan Escalante, se encontraba en las cercanías de Baena, salía Cabrera a su encuentro al mando de 4 batallones y los jinetes de Valencia, dándole alcance en las cercanías de Castro del Río donde después de realizar tres cargas frontales derrotaba decisivamente a las tropas gubernamentales. Tras lo que se retiró a Motilla.

La situación se complicaba para los cristinos, el mismo ministro de la Guerra decide encabezar las tropas que persiguen a los carlistas, sumaban unos 25.000 infantes y 4.000 jinetes, pero sus mandos respectivos, los generales Alaix, Butrón, Espinosa y el brigadier Narváez seguían actuando de forma descoordinada.

Tras un rápido golpe de mano sobre Cabra, donde un grupo de carabineros fueron sorprendidos por 50 jinetes al mando de Cabrera, el ejército realista se pone en marcha el 13 de octubre en dirección a Almadén, a la que llegan 10 días después. La defensa estaba organizada en torno a dos iglesias fortificadas y algunas casas de las afueras como reductos avanzados. Como siempre Cabrera al mando de la vanguardia carlista, con la división aragonesa, comienza el ataque, esta vez con el apoyo de dos piezas de artillería. Al caer la noche las casas defendidas por los isabelinos se han rendido, resistiendo las dos iglesias. A la mañana siguiente y tras abrir brecha los defensores se rinden, los carlistas capturan la ciudad y hacen 1.400 prisioneros.

Se encaminaron las tropas realistas a Guadalupe, Trujillo y Cáceres que van ocupando sin resistencia. Gómez ordena a sus tropas descansar unos días. En esa situación llegan noticias a Cabrera que el general isabelino Evaristo San Miguel con el grueso de las tropas que integran el Ejército del centro se disponen a asediar Cantavieja. El líder carlista solicita permiso al general Gómez para regresar y encabezar la defensa, concedido este, invita a los aragoneses y valencianos de la expedición a que se le unan en un viaje de regreso que debe cruzar todo el territorio enemigo, apenas cien jinetes y unos pocos oficiales aragoneses. Otras fuentes indican que en realidad fue el mismo general Gómez el que licenció a Cabrera por los continuos roces entre ambos.

Con su reducido destacamento se dirigió a Cantavieja por la ruta Almagro, Calzada de Calatrava y Valdepeñas, pero a mitad de camino le llegó la noticia de la captura de la ciudad por parte de los isabelinos, con lo que decidió dirigirse a Navarra. Siguió su avance por Tarancón y Sigüenza, consiguiendo algunos voluntarios. A primeros de noviembre de 1836 entrando en la provincia de Soria fue sorprendido por una columna gubernamental al mando del general Iribarren, compuesta por 3.500 infantes, 500 jinetes y dos piezas de artillería. Sus reducidas tropas no pudieron más que replegarse combatiendo, al caer la noche Cabrera se refugiaba en Arévalo, sin embargo una brigada cristina atacó la villa. Reunió a los pocos hombres que encontró y trato de forzar la salida del pueblo, en la lucha fue herido de un bayonetazo en una pierna, un disparo en la cadera, una cuchillada en la espalda y un fuerte golpe en el rostro, aun así, herido y maltrecho consiguió forzar el cerco. Afortunadamente el coronel de caballería don Ramón Rodríguez de Cano y su asistente lo encontraban internándose en las montañas.

Fue auxiliado por el cura párroco de Almazán que lo escondió, durante un mes, en su casa mientras curaba las heridas. No regresaría con sus tropas del Maestrazgo hasta principios de enero de 1837, cuatro meses después de haberse unido a la expedición del general Gómez. Poniéndose de nuevo al frente de sus soldados, unos 2.000 infantes y 200 jinetes, según La Gaceta de Madrid, pasaba al ataque, rindiendo algunas localidades y saqueando la provincia de Castellón, llegando hasta su capital. Tras interceptar un mensaje del ejército isabelino avanzó sobre Torreblanca.

Allí se encontró frente a las tropas del brigadier Borso de Carminati, unos 3.000 portugueses del ejército del Centro, por su parte Cabrera contaba con cinco batallones y 700 jinetes. Ordenó a Llangostera atacar a los cristinos y desalojarles de sus posiciones, mientras otros dos batallones completan el ataque rebasando a las tropas enemigas por dos puntos. Ambos bandos se atribuyeron posteriormente la victoria. Parece que el ataque carlista hizo retroceder a los isabelinos, pero viendo el desorden el general carlista junto a 12 jinetes se lanzó en su persecución recibiendo un disparo que le ocasionó una herida de consideración. No le quedó más remedio que guardar reposo, hasta casi finales del mes de marzo, dirigiendo desde su Cuartel General las operaciones. Fruto de ello Forcadell derrotaba a una brigada isabelina en Buñol.

A finales de marzo, una vez recuperado, realizó una nueva expedición sobre Valencia. Sorprendió a una columna carlista cerca de Burjasot, unos 800 hombres, de los que capturó a 727. Se ordenó que fuesen fusilados los oficiales y sargentos, entre 30 y 42 según distintas fuentes. Desgraciadamente en el frente de Valencia y Aragón no regía el convenio Elliot, por lo que ambos bandos solían ejecutar a muchos de sus prisioneros.

Las victorias carlistas hicieron aumentar el número de voluntarios. Forcadell tras una victoriosa incursión que le llevó a la toma de Orihuela formó un nuevo batallón, mientras Cabrera sentaba las bases de los batallones 6º de Valencia, 1º de Castilla y 3º de Mora, todos ellos dotados de fusiles capturados a las tropas constitucionales. La falta de éxitos en la zona del Maestrazgo y el Bajo Aragón hizo que el ejército del isabelino del centro recibiese un nuevo comandante en jefe, el general Oraá, el cual comenzó la tarea de reorganizar las tropas.

Cabrera aprovecho para lanzar dos ataques. En primer lugar tomó la ciudad de San Mateo, donde cuatro compañías del regimiento Fijo de Ceuta y un batallón de nacionales fueron derrotados por las tropas carlistas. En parte gracias a que previamente se ha recuperado Cantavieja y con la artillería de aquella plaza se completó el asalto a San Mateo, villa que había sido cuidadosamente fortificada por las tropas gubernamentales. La guerra en aquella zona se había recrudecido todavía más si cabe, no dándose cuartel ninguno de los dos bandos.

Terminada su labor el general Oraá dispuso sus tropas en tres grandes cuerpos, el primero de ellos en Valencia contaba con 13 batallones y 4 escuadrones, el segundo con tres batallones y un escuadrón, puestos a la defensiva, entre Zaragoza y Huesca, mientras el tercer cuerpo, otra vez al mando del brigadier Nogueras, con 8 batallones y 6 escuadrones, se encontraba en Teruel. Por su parte el general Oraá tenía un cuerpo independiente bajo sus órdenes directas formado por 13 batallones y 6 escuadrones. Es decir, 37 batallones y 18 escuadrones, aproximadamente 30.000 infantes y 2.000 jinetes, a los que habría que sumar las unidades auxiliares y milicianos, además de parte de la Legión auxiliar portuguesa, acuartelada en Castellón. Frente a este despliegue de tropas todas las partidas carlistas de la zona ascendían como mucho a 14.000 hombres.

Los primeros combates se produjeron en la zona de Vinaroz y La Cenia, cuando Oraá intentó capturar la artillería carlista y Cabrera consiguió contener los ataques gubernamentales. Nuevamente intentaron los realistas la toma de Gandesa, era el cuarto asedio, pero la falta de artillería y la llegada como refuerzo de la división del general Noguera obligó a los realistas a presentar batalla para posteriormente replegarse. Con dos batallones de Tortosa y algunos jinetes se dirige a Hijar donde a punto pierde el general la vida durante una fuerte tormenta ¡a causa de un rayo! Que mató a uno de sus ayudantes.

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LA EXPEDICIÓN REAL

En mayo de 1837 el pretendiente don Carlos María Isidro de Borbón organizaba la expedición real. Al frente de un ejército compuesto por 16 batallones de infantería, 10 escuadrones de caballería y dos piezas de artillería. Saliendo desde Estella, capital carlista, atravesaría Aragón, Cataluña y Valencia para posteriormente caer sobre la capital, Madrid.

Tras vencer en Huesca y Barbastro el ejército realista penetró en Cataluña. El general isabelino Oraá, hábil estratega, se preparó en su demarcación para evitar la entrada de las tropas carlistas. Por su parte Cabrera recibió orden de ayudar a las tropas del pretendiente para flanquear el Ebro en la localidad de Cherta. El problema que se presentaba en que las tropas del general Nogueras y las portuguesas de Borso ya estaban allí y además habían destruido todas las embarcaciones.

Lo primero que hizo el líder carlista fue enviar una columna a los Alfaques para capturar las barcas de San Carlos de la Rápita, las cuales trasladó por tierra hasta Cherta. Luego se dispuso a derrotar a Borso di Carminati, el cual contaba con 6 batallones, dos de ellos portugueses, y tres escuadrones, ocupando una buena posición de defensa con su ala derecha apoyada en el Ebro. Cabrera disponía de seis batallones y dos escuadrones. Ante la llegada de las vanguardias de la expedición real el general ordenó atacar a las tropas de Borso, tras una carga a la bayoneta de dos batallones carlistas los gubernamentales tenían que comenzar a retirarse. La única opción de Borso era la llegada de la columna de Nogueras, pero este se encontraba clavado frente a las posiciones que mantenían las tropas de Pertegaz en las alturas de Armas del Rey. Tras cruzar el río las tropas del Norte Borso se vio obligado a retirarse a Tortosa ante el acoso de la caballería carlista al mando del propio Cabrera. Carlos V le concedía por esta acción la Gran Cruz de San Fernando y él mismo con sus tropas se dirigía a San Mateo. El pretendiente había llegado a Valencia pese a los cuidadosos preparativos del general Oraá.

Cabrera y sus tropas fueron incorporadas a la expedición, la cual aumentaba sus efectivos hasta casi los 15.000. Tras varias fintas sobre Castellón, Burjasot y Valencia finalmente volvían a encontrarse los dos ejércitos en Chiva, era el 15 de julio de 1837. Las tropas carlistas constaban de 20 batallones incompletos y seis escuadrones, mientras que las del general Oraá contaban con 15 batallones, 5 escuadrones y 4 piezas de artillería. La jornada se saldaría con la victoria de las tropas constitucionales teniendo que replegarse los realistas, como de costumbre le correspondió a Cabrera el mando de la retaguardia mientras se producía esta retirada.

Durante el mes de agosto se preocupó de reorganizar sus tropas en Cantavieja tras lo que se une a las tropas de la expedición en Utiel. Los cristinos, por su parte, han unido los ejércitos del Norte, al mando del general Espartero, y del Centro, del general Oraá, contando con 30 batallones y 900 jinetes. Comenzó una serie de fintas y contramarchas, los isabelinos intentando obtener una batalla campal y los carlistas evitándola, mientras el grueso de su ejército se dirigía a Madrid. El 10 de septiembre llegaban a Tarancón y dos días después, el 12, llegaba el mismísimo Cabrera con la vanguardia al portazgo de Vallecas. Con unos efectivos de cerca de 2.500 soldados se acercó hasta la misma tapia de la capital donde las guerrillas de ambos bandos intercambiaron disparos, posteriormente se produjo un encuentro entre las unidades de caballería que se saldó con victoria carlista. Por la tarde la reina gobernadora e Isabel II, todavía una niña, recorrían las líneas gubernamentales. Hasta las cinco de la tarde estuvieron las tropas carlistas ante la capital, tras recibir una orden del Cuartel general del pretendiente se replegaron sobre Vallecas y posteriormente se reunió con el grueso del ejército que se encontraba en Arganda.

Dos días permanecieron las tropas inactivas en Arganda, mientras se decidía si se asaltaba la ciudad. Por su parte Espartero llegaba con sus 25 batallones, 14 escuadrones y abundante artillería hasta Alcalá de Henares. Se perdió un tiempo precioso y mientras Cabrera era partidario de asaltar la ciudad lo antes posible dentro del Cuartel general se impuso el bando que opinaba que era mejor no arriesgarse. Probablemente este momento fue el punto de inflexión de la Primera guerra Carlista. Es bastante probable que un ataque sobre la capital, defendida por poco más de 4.000 soldados regulares hubiese resultado victorioso, sobre todo teniendo en cuenta que la guarnición estaba reforzada con miembros de la Milicia, tropas bisoñas y propensas al pánico ante un ataque bien organizado. Se puede argumentar que Espartero y sus tropas llegaban en auxilio de la capital, pero tan bien es cierto que la columna del carlista Zaratiegui podría haber acudido de refuerzo. No se hizo caso a Cabrera y cuando la expedición continuó su marcha a Guadalajara y Chiloeches es sorprendida en las cercanías de Aranzueque por las tropas de Espartero, no queda más remedio que regresar a Navarra donde llegará mermada a la mitad de sus efectivos.

Llegado a este momento Cabrera decide abandonar la expedición y regresar a Cantavieja. En el camino de regreso decide esperar para ayudar a las tropas, muy diezmadas, del general carlista Sanz, que se enfrentan a una columna isabelina del general Oraá. El encuentro se produjo en Arcos de la Cantera donde la columna carlista fue completamente dispersada. Las menguadas tropas carlistas llegaron a Cantavieja el 28 de septiembre y aunque el recibimiento fue jubiloso el líder realista se lamentaba de la pérdida de 8 compañías de sus mejores tropas de Aragón, pero sobre todo de la oportunidad perdida: “¡Yo hubiese entrado en Madrid!

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DE NUEVO EN EL MAESTRAZGO

Una de las primeras medidas que tomó el comandante general de Aragón, Valencia y Murcia, el mariscal de campo Ramón Cabrera, fue la de reorganizar sus tropas. Creó tres sub mandos para cada uno de los teatros de operaciones y dividió sus tropas en 4 divisiones: Aragón, Valencia, Tortosa y Turia. Con ellas se lanzaría de nuevo a la ofensiva. El 3 de octubre de 1837 ocuparía la villa de Torrecilla, cuya guarnición aprovechó la noche para huir, dejando gran cantidad de material de guerra en sus abarrotados almacenes. Pasando por delante de Tortosa se dirige a la ciudad de Amposta, donde deja al mando de las tropas al coronel Solá, ya que él debe regresar a Cantavieja amenazada nuevamente por las tropas de Oraá. Iniciado el sitio de la localidad los gubernamentales reciben el auxilio de una columna que ha salido desde Tarragona, teniendo que levantar el asedio el 12 de octubre.

El general isabelino formaba una columna en Vinaroz y se dirige hacia la zona dominada por los carlistas. Tras varios encuentros en Cati y Villar de Cañes los isabelinos se dirigían a Morella, pero la columna gubernamental era continuamente hostigada por los realistas, teniendo que desistir de seguir avanzando. Este regresa con sus tropas a Cantavieja, donde se reclutaban 3 nuevos batallones. Mientras Oraá llega a Teruel.

Sin perder tiempo ordenó a la división de Murcia una incursión para reunir suministros y él mismo atacaba el pueblo de Villa de Puzol, apenas distante 3 leguas de Valencia, tras lo que pone sitio a la localidad de Lucena. Esto obliga a Oraá a auxiliar a la ciudad, pudiendo las tropas carlistas de Murcia regresar a sus bases y llenar sus almacenes. Tras un breve encuentro en Lucena las tropas realistas se replegaba a San Mateo y las de Oraá a Castellón.

A final de año 1837 llegaban a Aragón tres batallones de la columna de Zaratiegui, aquella que perseguía a Espartero en las cercanías de Madrid. Con este refuerzo las tropas carlistas al mando de Cabrera sumaban 21 batallones, 6 escuadrones y dos compañías de artillería. Unos 13.000 infantes y 1.500 jinetes.

MORELLA

A primeros del año 1838 se producía la toma de la ciudad de Morella, la primera localidad de la zona que se había levantado a favor de Carlos V. Desde hacía varios meses las tropas de Cabrera bloqueaban el acceso a la población, dos batallones distribuidos estratégicamente en molinos y caseríos alrededor de la misma impedían acceder a ella, mientras los defensores hacían continuas salidas produciéndose numerosas escaramuzas. Un audaz golpe de mano ejecutado por el teniente Alió y 20 voluntarios hacía que en la madrugada del 26 de enero de 1838 la ciudad de Morella cayese en manos carlistas. Al día siguiente Benicarló capitulaba ante las tropas de Cabrera tras cuatro días de asedio. Habían resistido valientemente los isabelinos amparados por la presencia en su puerto de un buque británico, el cual cuando los realistas asaltaban la ciudad abrió fuego sobre ellos causando algunas bajas, ante esto ordenó el general carlista que fuese llevado ante su presencia el cónsul británico, el señor O´Connor al cual le espetó sin rodeos: “Caballero, siempre he respetado el pabellón británico, pero si ese buque continúa abriendo fuego sobre mis soldados, le prendo a Usted y le mando fusilar” Evidentemente el barco zarpó. Tras tener noticia de la captura de Morella se dirigía a la misma entrando en ella a las tres de la tarde del 31 de enero de 1838. Para completar el buen inicio de año se ocupaba Gandesa.

En marzo se decidía poner el undécimo asedio a la ciudad de Lucena defendida por dos compañías de infantería de marina y otras unidades de voluntarios. Se despachaban emisarios solicitando ayuda al brigadier Borso y los sitiados efectuaban dos salidas que fueron rechazadas por los carlistas. La llegada de los socorros isabelinos se toparon con las tropas de Cabrera, las cuales aprovechando los fuegos de vivac de los gubernamentales abrieron fuego con dos morteretes, obligando a las tropas de Borso a pasa la noche sin encender fuego alguno. A la mañana siguiente, el 22 de marzo, ambas fuerzas se enfrentaron durante doce horas perdiendo y recuperando posiciones. Esa misma noche las tropas cristinas se replegaban sobre Castellón. Tuvo que ser el mismo Oraá el que ayudase a la ciudad sitiada, entrando sus tropas en ella el 5 de abril. No le quedó más remedio que levantar el sitio.

Trasladó el teatro de operaciones al Bajo Aragón ocupando Calanda en primer lugar y posteriormente Alcañiz, pero tuvo que replegarse de esta localidad al tener conocimiento que tres divisiones del ejército cristino se encontraban de camino. Lo cierto es que su rival en ese teatro de operaciones, el general Oraá, tenía una buena visión estratégica de conjunto siendo un rival de gran altura. Las derrotas carlistas en este periodo se concentraron en las expediciones, que como las de Gómez y la Real, se desarrollaron, una en Murcia con Tallada y García que fueron aniquilados, la otra la del conde de Negrí, el cual salía desde Navarra con nueve batallones, cuatro escuadrones y dos piezas de artillería era batido por los isabelinos. El 5 de mayo llegaban sus apenas 100 soldados a Calanda, uniéndose a las tropas del Maestrazgo. Lo mismo haría don Jerónimo “el cura” Merino. Este sistema de expediciones, que ya había sido criticado por Zumalacárregui y que según el propio Cabrera estaba condenado al fracaso si no se contaba con un Base de Operaciones estable costó al ejército realista 23 batallones y 2.500 jinetes.

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MAELLA

Siguieron los enfrentamientos en diversos lugares, los isabelinos ocupaban Cañete, los carlistas asaltaban Chiva, fortificada por Oraá e incluso una columna conseguía penetrar en la misma ciudad de Zaragoza aunque posteriormente tenía que replegarse. Estaba claro que el objetivo de ambos bandos sería la defensa o conquista de la capital carlista del Maestrazgo, Morella.

Para la toma de la ciudad el ejército del general Oraá desplegó el siguiente orden de batalla: 23 batallones de infantería encuadrados en la Primera División, al mando del mariscal de campo Borso con siete batallones, Segunda División, general Pardiñas con cinco batallones, Tercera División, mariscal de campo Santos San Miguel seis batallones, Cuarta División, brigadier Nogueras con cuatro batallones, Brigada de reserva con dos batallones. La caballería, al mando del mariscal de campo Bartolomé Amor con tres brigadas y doce escuadrones en total. La artillería contaba con 24 piezas.

Cabrera contaba con 14 batallones y 10 piezas de artillería en la línea exterior de Morella y 4 batallones y 17 piezas en la ciudad. Mandaba la línea el conde de Negrí y las 4 divisiones carlistas el general Jerónimo Merino, los brigadieres Llangostera y Forcadell y el coronel Arnau. Poco más de 6.000 hombre y ni siquiera 200 jinetes.

Las cartas estaban repartidas, comenzaba el sitio de Morella, si la capital del Maestrazgo caía en manos de las tropas del Gobierno la suerte de toda la guerra podría quedar decidida a su favor.

Comenzaban las operaciones el 24 de julio, fecha del cumpleaños de la regente María Cristina de Borbón, cuando el general Oraá salió con su columna desde Teruel. Hasta el 28 las tropas cristinas fueran avanzando en dirección a Morella mientras las tropas carlistas se mantenían a la expectativa.

El 28 de julio de 1838 Cabrera ordenó que el 4º y el 7º batallón de Aragón y el batallón de Valladolid, al mando del comandante Pertegaz, se situasen en el bosque del Mas del Coll. El propio general, una vez distribuidas sus tropas en la línea exterior de defensa, permaneció con una reserva en las inmediaciones para acudir en socorro de la zona en mayor peligro. El 29 de julio quedaba establecido el cerco. En ese momento el líder realista mandó izar en el castillo de Morella una bandera negra, en cuyo centro se encontraba una calavera. Los sitiadores y los sitiados comprendieron el significado de esta señal: “¡Vencer o morir!

Durante los primeros días de agosto continuaron los preparativos del sitio, mientras que las fuerzas carlistas del exterior obstaculizaban todo lo posible el mismo a las divisiones cristinas. La posición de Oraá, no era nada cómoda, en territorio enemigo, sin suministros suficientes y enzarzado en un combate poco claro, siendo hostigado continuamente por las tropas carlistas. El 10 de agosto los isabelinos estaban acampados cerca de la ermita de San Pedro Mártir colocando 2 baterías.

En ese momento frente a Morella el general Oraá desplegaba 20 batallones, 1.500 jinetes, tres compañías de zapadores y un parque de artillería, compuesto de cinco piezas de batir, dos de a 18 y tres de a 16, tres morteros, uno de a 12 y dos de 10, y una batería de campaña de cinco cañones de a 8 y tres obuses de a 7. Frente a ellas 10.000 infantes y 1.000 jinetes, cubren la línea exterior, estando dispuestos de tal manera que casi encerraban al ejército sitiador en un semicírculo de media hora de radio. Merino apoyaba Cantavieja y mantenía la comunicación con la plaza, Llangostera cortaba las comunicaciones liberales y Cabrera y Forcadell cubrían todo el Maestrazgo y parte de la propia Morella. El plan defensivo trataba de cortar las comunicaciones al ejército del general Oraá líneas indispensables para la llegada de refuerzos y suministros. En cuanto a la defensa de la plaza, los carlistas habían dispuesto 4 batallones de infantería, 250 voluntarios y posicionaron baterías en el castillo: en la torre de San Miguel, en la de Nos y en la plaza de los Estudios. Se fortificaron las avenidas a la Iglesia arciprestal y su plaza con parapetos situando en reserva las compañías que hasta el día 13 de agosto habían estado extramuros. Además, la orografía beneficiaba a los defensores ya que no se podía establecer un cerco completo con lo cual podrían mantener comunicación con el exterior.

El general Oraá envió un oficial a conminar a los sitiados a la rendición, la respuesta de estos fue bastante elocuente, le recibieron a balazos, salvando la vida de milagro. El 14 de agosto abrían fuego las piezas de asedio batiendo el muro entre las puertas de San Miguel y la Torre Redonda. Pronto abrieron brecha, a lo que las tropas sitiadas respondieron con la construcción de un espaldón y un parapeto, para salvar la situación. El asalto comenzó la noche del 15 de agosto encabezada por dos divisiones del provincial de Santiago al mando del coronel Bruno Portillo y Velasco, ex-gobernador de la plaza cuando fue tomada la plaza por los carlistas, la respuesta de los sitiados fue tan virulenta que apenas unos pocos soldados llegaron al pie de la brecha, ordenando Oraá que se retirasen. Al día siguiente, 16 de agosto, la artillería sigue batiendo la muralla y un intento de colocar un barril de pólvora y volar la puerta de Nos termina en fracaso. En la mañana del 17 se inició un nuevo intento de asalto a la brecha, combinado con tres puntos de escala, el fuego de fusilería y las granadas de los carlistas hicieron fracasar el intento, pereciendo en el mismo el coronel Portillo, junto a otros 34 desdichados y 222 heridos, según el parte isabelino. El general cristino ordena retirarse a sus tropas. El 18 por la mañana se reúne con sus generales y jefes en consejo, escuchadas las opiniones de los allí reunidos emprende la retirada a Alcañiz levantando el asedio. Morella había resistido.

Cabrera ordena enarbolar la bandera de la victoria. Habían resistido 19 días de asedio de unas fuerzas enormemente superiores, 3.000 disparos de cañón y 775 de bombas y granadas. Perdían los isabelinos 2.000 hombres entre muertos y heridos, mientras que las bajas de los defensores sumaban 230 muerto y 758 heridos y contusos. Incluso la prensa extranjera recogió la victoria del general carlista en sus titulares, su prestigio aumentó de forma considerable y hasta la causa carlista parecía más cerca de la victoria gracias al caudillo tortosino. Pero lo mejor estaba por llegar y así el 31 de agosto de 1838 el rey Carlos V desde Oñate publicaba el siguiente decreto:

“Para recompensar la lealtad nunca desmentida, el activo celo y el mérito especialísimo que mi buen vasallo el mariscal de campo D. Ramón Cabrera, Comandante general de Aragón, Valencia y Murcia, acaba de contraer, venciendo y destruyendo con el auxilio del cielo al cuerpo de ejército con que la revolución usurpadora pretendía apoderarse de la plaza de Morella, frustrando con tanto valor como conocimiento y tino todos los esfuerzos para una empresa sobre la que los mismos revolucionarios así habían llamado la atención de Europa, me complazco en nombrarle teniente general de mis Reales ejércitos, al mismo tiempo que por la Secretaría del Despacho respectivo le concedo la gracia de conde de Morella. Tendreislo entendido y lo comunicareis a quien corresponda”.

Cabrera tenía 32 y su nombre sería largamente recordado.

En el bando gubernamental se desataba una crisis de Gobierno, el general Oraá era sometido a juicio militar por su actuación y aunque recibió una declaración honrosa fue sustituido por el mariscal de campo d. Antonio Van Halen.

El 25 de septiembre Llangostera con 4 batallones atacaba la pequeña localidad de Bellmunt cuya escasa guarnición salía huyendo tras una breve resistencia. En la mañana del 26 una columna isabelina salida de Alcañiz se acercaba a la población, al mando de la misma estaba el general Pardiñas era la división “del ramillete” las consideradas como las mejores tropas del Gobierno, aquellas que habían aniquilado las columnas carlistas de Murcia y a la columna del Turia. Teniendo noticia de ello Cabrera ordenó marchar a sus tropas al amanecer del 27, tras 28 horas de marcha sin descanso llegaban los carlistas a Mora de Ebro. Pardiñas contramarchaba a Maella, entre Flix y Gandesa, parecía claro el enfrentamiento entre ambas fuerzas.

Cabrera contaba con 5 batallones, 1º y 2º de Tortosa, 1º y 2º de Mora y los Guías de Aragón, los escuadrones de lanceros de Tortosa y Aragón, sumando unos 3.000 infantes y 500 jinetes. Pardiñas también contaba con 5 batallones y 3 escuadrones de caballería, totalizando 5.000 infantes y 300 jinetes. Eran las ocho de la noche del 30 de septiembre. Poco después Cabrera avanzó sobre Maella donde descansaban Pardiñas y sus tropas, tomando posiciones a las 4 de la madrugada, eran las 5 cuando el general isabelino fue advertido de la presencia de su rival frente a la localidad y a las 6 movía a sus tropas en dirección a Alcañiz avistado al poco las fuerzas enemigas.

Cabrera situó los batallones de Mora a su izquierda protegidos por la caballería de las dos divisiones, a la derecha los dos de Tortora y el de Guías de Aragón, en vanguardia, distribuida en guerrillas la partida de Valiente Bosque. Pardiñas colocó a su izquierda dos batallones del regimiento de Córdoba, con la orden de envolver la derecha carlista, el tercer batallón del regimiento de Córdoba debía atacar la izquierda, finalmente, dos batallones de África, protegidos por la caballería recibieron la orden de avanzar para ocupar una altura inmediata que les serviría de base para el ataque. Iniciado el combate el frente carlista tuvo que ir cediendo terreno ante el empuje de las tropas isabelinas, el mismo Cabrera fue herido de un disparo en el brazo izquierdo. Aun así, se lanza a la carga con 20 jinetes y los voluntarios de Tortosa sobre el flanco izquierdo enemigo desorganizando los batallones de Córdoba que dejan 400 prisioneros, luego con cuatro compañías el tortosino cruza el centro de combate y se dirige a la carrera su flanco izquierdo, allí los batallones de Mora titubean ante el empuje isabelino, ante esto les grita: “¡Cobardes! ¡Sois cobardes si ahora me abandonáis! ¡Aragoneses, adelante! ¡Viva el rey!” Tras recomponer el flanco ordena una carga general, la victoria de los realistas es completa. Las tropas de Pardiñas huyen en desbandada y él mismo es alcanzado por un grupo de Lanceros de Aragón que acaban con su vida. La 2ª división del Ejército del Centro la “del ramillete” había dejado de existir, 3.235 prisioneros, cerca de 1.000 muertos y 4.000 fusiles capturados, a cambio de 52 muertos y 207 heridos y contusos.

Ese mismo día, 1 de octubre de 1838, se producía el relevo en el Ejército del centro tomando posesión su nuevo comandante en jefe d. Antonio Van Halen, contaba con 4 divisiones y unos efectivos de 30.000 infantes y 2.000 jinetes. Teniendo que socorrer por dos veces Caspe, primero en octubre y luego en noviembre, al ser la ciudad asediada por los carlistas. Continuaban las operaciones, Forcadell pasaba a Valencia y se replegaba en Cheste, Cabrera caía sobre Calatayud y las tropas isabelinas perseguían a los realistas sin descanso pero con escaso éxito. Concluía el año de 1838 con un Conde de Morella que podía operar desde la costa de levante hasta las cercanías de Guadalajara y desde la zona de Valencia al Bajo Aragón.

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1839: EL CONVENIO DE VERGARA

Al comenzar el año Cabrera contaba con 4 divisiones, 1ª de Tortosa, 2ª de Aragón, 3ª de Valencia y 4ª de Murcia, 15.255 infantes y 1.246 jinetes, la artillería, las compañías de tren y zapadores eran 700 hombres y 40 piezas de artillería. Mientras van Halen contaba con unos efectivos que duplicaban a los carlistas. Estos al comenzar el año acopiaban víveres y recursos desde Sigüenza hasta la ribera de Valencia. Posteriormente los isabelinos eran derrotados en Yessa. Mientras van Halen con enorme precaución atacaba Montán, defendida por 80 voluntarios que repelieron el ataque. Algo parecido sucedió en Collado y Alpuente, todas ellas pequeñas aldeas fortificadas. Y es que el general cristino andaba con algo más que pies de plomo durante el mes de enero de 1839.

Finalmente se produjo un encuentro entre ambos ejércitos en Segura, donde la división de reserva del Ejército del centro al mando del general Ayerbe se encontró con las tropas carlistas al mando de Cabrera. Los realistas habían fortificado a toda prisa la localidad. Era el 23 de marzo de 1839. El isabelino contaba con 10 batallones, 8 escuadrones y 8 piezas de artillería, mientras su rival disponía de 7 batallones y dos escuadrones de lanceros. El combate se desarrollo hasta las diez de la noche, quedando los carlistas en posesión del campo de batalla, mientras los isabelinos se tenían que replegar tras sufrir entre 200 y 300 muertos, cabe destacar que en la batalla se destacó al mando de la caballería cristina un joven oficial, Francisco Serrano, futuro duque de la Torre. Ya en abril y por dos veces el mismo van Halen se presentó ante Segura trabando combate con Cabrera, pero en ninguna de las dos ocasiones se atrevió a asaltar el pueblo.

Demasiado precavido para el gusto del Gobierno de Madrid, al poco van Halen fue destituido. Pero antes de ello, el 3 de abril, firmaba junto con el general Cabrera el convenio de Segura o Lécera. Por él se estipulaba finalmente que ambos bandos reconocerían como prisioneros de guerra a los contrarios, poniendo fin de esta manera a las continuas represalias, fusilamientos y ejecuciones que se llevaron a cabo en este teatro de operaciones. Su sustituto de forma interina fue un viejo conocido del caudillo carlista, el general Nogueras.

Pero no era aquí donde iban a cambiar las tornas de la guerra. En Estella, en el Norte, en febrero eran detenidos y ejecutados varios generales, teniendo que escapar a uña de caballo junto a una escolta de 100 jinetes de los húsares de Ontoria el brigadier Balmaseda. Este se unía a Cabrera, el cual regresaba de avituallarse en las provincias de Guadalajara y Toledo, e incluso le recomendaba presentarse en el Norte con algunos batallones para imponer orden, pues los rumores de una traición al pretendiente don Carlos eran continuos. El general otorgó el mando de una nueva operación al recién llegado, la toma de Montalbán. Por cuatro veces se intentó su asalto y otras tantas llegaron tropas isabelinas en socorro de la plaza, finalmente ante el estado que presentaban las murallas y obras de fortificación el general Ayerbe ordenaba arrasar las defensas de la ciudad y abandonarla. Un día después, el 12 de junio tenía lugar el combate de la Hoz, donde destacaron los comandantes de ambas caballerías, el carlista Balmaseda y el isabelino Serrano.

Las tropas del Gobierno estaban en una situación crítica en el teatro de operaciones del Maestrazgo y se nombró un nuevo jefe del Ejército del Centro, el general Leopoldo O´Donnell, jefe de Estado Mayor del general Espartero en el Ejército del Norte. Curiosamente sus otros tres hermanos militaron en el bando realista.

Cabrera comenzó un nuevo cerco de Lucena a finales de junio de 1839. Para socorrer a la ciudad salió desde Castellón una columna con 5 batallones, 400 jinetes y una batería, al mando de Aznar. Trabó combate en el camino a Lucena con las tropas carlistas en la localidad de Alcora, en un primer momento los realistas se replegaron y Aznar con varios batallones continuó camino a la ciudad asediada, sin embargo, nuevamente el líder tortosino recuperaba sus posiciones y dividía en dos la columna isabelina. No pudiendo romper el cerco parte de ella tuvo que regresar a Castellón, mientras que Aznar quedo encerrado con sus batallones en Lucena.

O´Donnell salía con sus tropas desde Zaragoza el 15 de julio a socorrer a Lucena. Contaba con unos 12.000 hombres, a los que abría que sumar los 3.000 que resistían en la ciudad. Por su parte Cabrera contaba con 9 batallones, 3 escuadrones y dos baterías, en total 5.000 soldados. El día 17 de julio se encontraban las dos fuerzas y tras 12 horas de combates las tropas isabelinas conseguían romper el cerco, replegándose los carlistas al agotar sus municiones. Posteriormente O´Donnell sería recompensado con el título de conde de Lucena. Continuaron las escaramuzas, sorpresas y golpes de mano, mientras los dos generales si citaban de nuevo en el pueblo de Tales, fortificada por los carlistas. El 1 de agosto de 1839 se volvían a encontrar ambos ejércitos, sobrepasaban las tropas isabelinas en número a los carlistas, especialmente en caballería y artillería. O´Donnel tuvo que emplear hasta el 14 de agosto en vencer la resistencia carlista, tomada la localidad se volaron sus fortificaciones y los cristinos se retiraban a Onda.

Mientras tanto Arévalo derrotaba a los isabelinos en Chulilla. Por su parte Cabrera sitiaba Carboneras, donde las tropas del brigadier Pérez resistieron más allá de lo humanamente posible. La lucha fue dura y encarnizada, finalmente los sitiados enviaron unas condiciones de capitulación que aceptó el líder carlista, permitiendo incluso que los oficiales cristinos conservasen sus espadas, hacía más de 2.000 prisioneros. Quince días después de la toma de Tales los realistas conseguían una clara victoria, la situación continuaba como mínimo en tablas. Y entonces se consumó la traición en el campo carlista, el 31 de agosto el general Rafael Maroto, encabezando una facción de transaccionistas firmaba el Convenio de Vergara, se entregaban todas las tropas del Ejército carlista del Norte, 30.000 infantes, 1.200 jinetes y todo tipo de artillería. La guerra estaba decidida, rendidas las tropas vascongadas y navarras el resto de unidades carlistas no podrían hacer frente, ellas solas a las tropas cristinas, ahora reforzadas con las de Espartero. La furia de Cabrera al leer el texto del convenio fue realmente enorme, sin terminar de leer el mismo lo arrojó al suelo pisoteándolo y tras mirar a sus oficiales les dijo: “¡Yo no me rindo ni me vendo!

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LA CAMPAÑA DE 1840

Se celebró una tensa reunión en el Norte, donde el general Elio se ofreció trasladar al Maestrazgo a Carlos V con 8 batallones que todavía le eran fieles, desgraciadamente el 14 de septiembre el pretendiente tuvo que internarse en Francia con los pocos batallones vascos y navarros que permanecieron leales. Cabrera reunió a los oficiales generales bajo su mando en Consejo de Guerra, decidiendo los allí reunidos seguir combatiendo.

Desde el combate de Tales O´Donnell se había mantenido a la defensiva, daba igual, la suerte estaba echada, el 4 de octubre de 1839 el general Espartero entraba en Zaragoza con 5 divisiones que se añadirían al Ejército del centro, sumando entre ambos 80.000 infantes, 6.000 jinetes y 100 piezas de artillería. Cabrera contaba con 19.000 infantes y 2.000 jinetes. Los isabelinos pasaron el invierno planificando el asalto, intentando primero la negociación y luego la represión para rendir a los carlistas, los cuales se prepararon para el acto final. Se produjeron algunas escaramuzas y pequeños asedios de fortalezas. Para colmo de circunstancia entre diciembre de 1839 y mayo de 1840 Cabrera cayó gravemente enfermo de tosferina. Estando en cama recibía el nombramiento de comandante en jefe de todos los ejércitos carlistas de Cataluña, Aragón, Valencia y Murcia el conde de Morella.

La desproporción de fuerzas era enorme y aunque los realistas se batieron como era su costumbre las poblaciones fueron cayendo, en marzo Segura, en abril Aliaga y en mayo Alpuente y Cantavieja, además Cabrera, todavía enfermo, tenía que replegarse ante las tropas de O´Donnell en La Cenia. Finalmente sucedió lo inevitable, el sitio de Morella. El 19 de mayo de 1840 2.095 defensores con 12 piezas de artillería se dispusieron a resistir el asalto del general Espartero. Mientras Cabrera intentaba sin éxito derrotar a O´Donnell en La Cenia, lo que le impidió socorrer a la plaza. El 30 de mayo capitulaba la capital carlista del Maestrazgo.

El Ejército carlista se dirigió a Francia. Primero Cabrera llegó a Berga en junio y en su persecución se presentaron las tropas de Espartero. El 4 de julio se produjo el último combate en la ciudad, cuando la división del general León se lanzó al asalto de la localidad, defendida por Cabrera y sus tropas.

Tras 7 años de durísimas luchas, combates y batallas el 6 de julio de 1840 el general Ramón Cabrera, natural de Tortosa, comandante en jefe de las tropas carlistas de Cataluña, Valencia, Aragón y Murcia, conde de Morella y marqués del Ter, tras haber sido traicionado en Vergara, derrotado, pero sin rendirse ni venderse, entregaba su espada al comisario de policía de la localidad francesa de Palau.

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EPILOGO

Cabrera residió en Francia hasta 1848 cuando siguiendo órdenes del nuevo pretendiente Carlos VI cruzó la frontera para ponerse al frente de las partidas carlistas de Valencia, Aragón y Cataluña. Sin posibilidad real de victoria mantuvo en jaque a las tropas gubernamentales hasta abril de 1849, teniendo que volver a cruzar la frontera, trasladándose a Inglaterra donde contrajo matrimonio en 1850. El general no volvió a tomar parte directa en operaciones militares, pero llegó a ser nombrado jefe del Partido Carlista en 1869. Sin embargo, las desavenencias con el pretendiente Carlos VII le llevó a reconocer a Alfonso XII como rey en 1875, después de haberse entrevistado personalmente con él en Inglaterra. El monarca le reconoció su rango militar y sus títulos nobiliarios, aunque ya no regresaría a España. Falleció en Wentworth el 24 de mayo de 1877, pasando a la historia con el sobrenombre de “El Tigre del Maestrazgo”. Apelativo puesto por sus rivales para señalar su crueldad y que, sin embargo, con el paso del tiempo se ha convertido en sinónimo de valentía, espíritu indomable y nobleza.

BIBLIOGRAFÍA:

Flavio E., Conde de X*** (1870). Historia de Ramón Cabrera. Madrid :Editorial de G.Estrada, 1870.

Cabello, D.F.; Santa Cruz, D.F.; Temprano, D.R.M.. Historia de la Guerra última en Aragón y Valencia. Madrid,1845.

Carlos Canales: La Primera Guerra Carlista (1833-1840), uniformes, armas y banderas. Ristre, Madrid 2006 

 

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