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Capítulo V: Washington En Peligro

Como hemos indicado al fin del anterior capítulo, el 17 de Abril de 1861 la Secesión dio un importante paso hacia su definición final. Lo más importante fue que el Gobernador de Virginia, John Letcher, informó de que el Legislativo virginiano, reunido en sesión permanente desde dos días antes, acababa de aprobar un Acta de Secesión. Al estilo virginiano, ésta había de ser ratificada en referéndum, pero nadie que conociese la fanática fidelidad de los virginianos a sus instituciones podría dudar del resultado de dicho referéndum.

Era la noticia que los confederados estaban esperando. Porque, pese a algún despego por parte de los surcarolinos, que siempre habían rivalizado con los virginianos por el liderazgo del Sur, y afectaban poco interés por sus actitudes, el grueso de los secesionistas comprendía que un Sur sin Virginia resultaría cojo. Hacían falta sus cuadros, su población numerosa y disciplinada, y desde luego su industria. Pues era el Estado sureño más industrializado, con una buena parte de la capacidad de producción sureña, incluyendo la Tredegar Iron Works, única siderurgia de todo el Sur capaz de producir metal de calidad.

Además su enorme prestigio conduciría automáticamente a la Secesión a Arkansas y Tennessee, que ya tenían un pié puesto en ella, y tras ellos a North Carolina, muy influida por Virginia y que, además de tener un Gobernador totalmente fire-eater, quedaría así rodeada de Estados secesionistas. Y este empujón hacia el Norte del bloque confederado pondría de inmediato en el disparadero la cuestión de la Secesión para Missouri, Kentucky, Maryland y el Distrito Federal.

Por eso era que incluso un patriarca fire-eater como William Lowdes Yancey, se había apartado de buen grado de las posiciones de poder para dar un toque de moderación, (atractivo para los virginianos), al Gobierno de Montgomery. (Hemos de reconocer sin embargo que su algo menos astuto equivalente surcarolino, Robert Barnwell Rhett, quedó bastante indignado al descubrir que la política de excluir de los puestos decisivos a los fire-eaters veteranos le incluía a él).



Una segunda mano tendida para ganarse a Virginia había sido el prohibir que la Confederación se involucrase en la trata de negros. Desde luego, la medida era en parte una precaución para no poner en una situación delicada a Inglaterra, principal cliente del algodón sureño y a la vez el más feroz enemigo de la trata. Pero ocurría que siendo Georgia y South Carolina, regiones donde los esclavos eran deficitarios, varios de los Estados esclavistas más norteños, como North Carolina, Kentucky y sobre todo Virginia, se habían convertido en exportadores de tales esclavos a un precio de unos 2000$ de la época. Y por tanto la medida convertía también la economía del Deep South en más inequívocamente complementaria de la de Virginia y su zona de influencia.

A este respecto debe tenerse en cuenta que la medida requirió una decisión enérgica, pues desde antes de las elecciones, la mayoría de la prensa fire-eater había anunciado la reanudación de la trata como algo inminente. Eso fue parte de una orgía de las patrioteras a todo lo sureño que incluían ditirambos sin cuento sobre la solidez y riqueza del “Rey Algodón”, sarcasmos y consejos sobre los problemas de la sociedad industrial, (se llegó a aconsejar muy seriamente a los norteños que convirtiesen a los obreros industriales en siervos de las fábricas), y otros excesos. El principal defensor político de la reanudación de la trata en las Cámaras había sido el fire-eater John Slidell, (por cierto, norteño por nacimiento).

Y lo último en los acercamientos de la Confederación de Montgomery a Virginia había sido ofrecerla la capitalidad si se unía a la rebelión. O más bien lo anteúltimo, porque finalmente, el bombardeo de Fort Sumter no había sido sino una tortuosa forma más de acercamiento. Se había calculado que una acción tan violenta obligaría al Gobierno Federal a adoptar medidas militares y éstas obligarían a su vez a Virginia a elegir su bando. El cálculo de los secesionistas no erró en cuanto a cuál iba a ser el bando elegido. Pero sí erró y por amplio margen, al pensar que el bastante caótico Norte no sería capaz de adoptar medidas militares realmente peligrosas, o a hacerlo durante mucho tiempo.

Júzguese por tanto con qué entusiasmo se acogió en la Confederación la noticia el día 17 de Abril, la Secesión de Virginia. Muchos creyeron incluso que el Norte no se atrevería ya a seguir por la senda de la guerra. Y el propio Secretario de Guerra Confederado reflejó ese entusiasmo cuando, al final de un florido discurso en que saludaba a la bandera confederada que ondeaba ahora sobre Fort Sumter, añadió que así era como esperaba verla ondear sobre Washington antes del 1 de Mayo. Jefferson Davis rechinó los dientes, considerando esa frase una indiscreción y una jactancia del Secretario Leroy Pope Walker. Y no le faltaba razón.

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Mientras, las autoridades virginianas actuaban ya como si la Secesión de su Estado fuera un hecho. Así, aquel mismo día 17, el Coronel William Booth Taliaferro, joven ex-ofícial del Ejército, se presentó al frente de una pequeña pero selecta fuerza de milicianos en Norfolk, en la orilla Sur del estuario de las Hampton Roads y junto al Gosport Navy Yard, el mayor arsenal de la U.S. Navy, allí situado.

El Comandante del arsenal era el Flag Officer Charles S. McCauley que engañado por lo reducido de la tropa de Taliaferro, y por las seguridades que le daban parte de sus oficiales, “tocados” por los rebeldes, no creyó preciso tomar ninguna precaución especial, entendiendo la llegada de las milicias como una baladronada. Sin embargo, el Arsenal era una presa capaz de despertar codicia. En primer lugar, en sus muelles estaban surtos, en reserva, en reparaciones o utilizados en función de acomodación, la fragata de hélice “Merrimack” y hasta 11 veleros, la mayoría de gran porte. Eran éstos los buques de línea de puentes “Columbus”, “Delaware”, “New York”, (terminado y colocado en su rampa de botadura, pero no botado y en reserva), y “Pennsylvania”, las fragatas de cincuenta cañones “Columbia”, “Raritan” y “United States”, los sloops de vela “Cumberland”, “Germantown” y “Plymouth”, y el bergantín “Dolphin”. Y el Arsenal guardaba además en sus entrañas más de 2.000 cañones, incluyendo 300 “Dahlgreen” navales pesados de 9 y 10 pulgadas, y una increíble cantidad de velamen, cordaje, anclas, recambios de maquinaria e instrumentos variados.

Los mismos Lincoln y Welles no eran tan optimistas como McCauley y varios días antes, a la vez que hacían zarpar la flotilla para Fort Sumter, habían enviado al Gosport Navy Yard a dos expertos: el Ingeniero del Departamento de Vapor de la Marina Benjamín Isherwood, para tratar de poner a punto los buques y enviarlos hacia el Norte, y el Capitán del Cuerpo de Ingenieros del Ejército Horatio Gouverneur Wright, experto en voladuras, encargado de disponer de lo que no se pudiese evacuar. Pero el "optimista" McCauley no quería oír decir que “su” base corría peligro y ponía a la misión de ambos hombres, ya casi imposible por lo ingente, toda clase de dificultades.

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Así el 17, y cuando Isherwood quiso hacer zarpar a los buques “Merrimack”, “Germantown”, “Plymouth” y “Dolphin”, con reparaciones de fortuna y tripulaciones mínimas. McCauley se opuso, alegando que era muy peligroso enviarlos así a la mar y que la base era en realidad segura. Por cierto, su título, (que no grado), de Flag Officer, (literalmente “Oficial de Bandera”), era la expresión estadounidense que desde la Independencia y por cierto purismo revolucionario, sustituía a los Comodoros y Almirantes de otras marinas. Traducido a veces impropiamente por “Comodoro”, implicaba que su tenedor no era sino un Capitán que, por algún tiempo, había tenido a su mando un puesto o flotilla importante, teniendo derecho a izar en su mástil la bandera del mando. Con el fuerte crecimiento de las flotas provocado por la Guerra Civil, esta peculiaridad de la U.S. Navy no sobreviviría mucho más de un año.

A la vez que Taliaferro se dirigía al Gosport Navy Yard, el Mayor General de la milicia virginiana Kenton Harper, subía el Valle del Shenandoah, agrupando a su paso dos brigadas de “minutemen” y milicias locales, bajo sus subordinados los Brigadieres Carson y Meem, preparándose para apoderarse del Arsenal del Ejército de Harper’s Ferry.

A la vez, en Montgomery, el Presidente Jefferson Davis replicaba a las medidas adoptadas por Lincoln dos días antes, anunciando que la Confederación concedería patentes de corso, (“letters of marque and reprisal”, en inglés), a cuantos buques desearan hacer la guerra a la navegación norteña financiándose mediante la obtención de botín. Esta medida, muy polémica al llevar el corso en desuso casi medio siglo, dio el resultado de que unos 25 buques atacarían en incursiones a la navegación federal, o navegarían bajo patente de corso, aquel año de 1861. No todos resultaron efectivos, y aproximadamente otros quince buques obtuvieron su patente para no navegar luego nunca bajo ella.

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Precisamente las dos primeras patentes solicitadas, el mismo 18 de Abril, iban a ser casos de éste género. La primera fue para el “Gallatin”, cutter armado con dos cañones ligeros y muy vieja. (Botada hacia 1830, había sido uno de los buques enviados por Andrew Jackson a Charleston cuando el intento surcarolino de Secesión de 1832). Habiendo pertenecido a la Marina, a la Revenue Marine y al Coast Survey había sido, como recordaremos, secuestrada de éste último servicio por el Estado de Georgia en Savannah. Luego se la había vendido a cinco socios y éstos, creyendo tener una especie de buque de guerra entre manos, se apresuraron a pedir una patente de corso para ella. Pero se encontraba evidentemente en mucho peor estado de conservación de lo que sus nuevos dueños habían creído, y no llegaría a navegar nunca como corsario. Probablemente acabó en el desguace, quizá tras hacer alguna singladura de cabotaje.

La segunda patente fue para el pequeño y sólido bergantín “Hallie Jackson”, del naviero hispano, también de Savannah, B. S. Sánchez. Este hombre, secesionista entusiasta, lo había enviado a un viaje comercial a Matanzas, (Cuba), donde fue el primer buque que entró en un puerto extranjero luciendo la bandera de Montgomery. Y en Matanzas se hallaba cuando la patente fue solicitada y concedida. Desgraciadamente, había salido en los periódicos por el asunto de la bandera, y volvió a hacerlo por la patente de corso. En una palabra, llamó demasiado la atención y, cuando ya en Mayo dejó Matanzas de vuelta a Savannah, encontró esperándole a un vapor armado rápido, de 1.114 Tn, que la U.S. Navy había movilizado, el “Union”, que lo apresó antes de que comenzase su carrera de corsario.

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Fueron sin embargo los confederados los que realizarían el primer apresamiento en el mar, y precisamente el mismo 17 de Abril. Ese día nuestro viejo conocido el vapor “Star of the West”, que era por cierto un vapor de ruedas laterales de 1.176 Tn y contratado de nuevo como “charter”, se dedicaba a sacar de Texas los últimos soldados federales del disuelto mando del Brigader Twiggs, fue capturado a lo largo de Indianola por el vapor “General Rusk”, de 750 Tn y perteneciente al Texas Marine Department, al que ya habíamos visto en acción en Febrero.

Mientras, en Washington, a Lincoln, Scott y Welles no se les escapaban los peligros que ofrecía la situación. De un lado el mismo Distrito Federal, emparedado entre la ya rebelde Virginia y la dudosa Maryland, podía considerarse en peligro. Se movilizaron para afrontarlo las milicias del Capitán Stone y los poquísimos soldados disponibles en la capital, mientras se ordenaba a los primeros regimientos de voluntarios y milicia que fueran siendo movilizados en los Estados norteños acudir inmediatamente a dar guarnición a Washington.

De otro se apreciaba la peligrosa situación en que se encontraba el Gosport Navy Yard. Lincoln y Welles rabiaban por enviar un buque con refuerzos y órdenes, pero, teniendo tan pocos disponibles, ya habían mandado todos al mar. Se decidió intentar poner a punto a toda prisa al “Anacostia”, que había estado sirviendo para acomodación precisamente en el Arsenal de Anacostia pero que, encontrándose en muy buen estado y poco alterado, se esperaba poder poner en servicio en menos de 72 horas. Si bien no era en absoluto el ideal, siendo el buque de vapor más ligero de toda la ría, y estando mandado por el Teniente Comandante Willebrown, que difícilmente podría imponer los criterios de Washington al Tte. Comandante McCauley.

El 18 de Abril se inició infaustamente para la Unión cuando el Teniente Roger Jones, cuyos 40 hombres constituían la guarnición de Harper’s Ferry, tuvo noticia de que una gran masa de hombres armados, (los 2.500 milicianos y “minutemen” que había levantado Kenton Harper), avanzaba desde Winchester hacia su arsenal. Lo único que pudo hacer fue provocar una serie de incendios y grandes explosiones, tratando de destruir todo lo posible del material que le había sido encomendado, y escapar a Maryland a través del puente sobre el Potomac.

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Poco después Harper llegaba al Harper’s Ferry y, con sus hombres y naturales del pueblo, parte de los cuales trabajaban en él, se puso a salvar todo lo salvable de los restos del Arsenal. En realidad y salvo la pólvora, que se perdió casi toda, se pudo rescatar gran cantidad de material y, más importante, las máquinas herramientas de la fábrica de armas adjunta, que serían llevadas a la Richmond Armory de la capital virginiana, y pronto fabricarían fusiles para la Confederación.

Ese mismo día, y a petición de Winfield Scott, Lincoln envió un mensaje al Coronel Robert Edward Lee, que se encontraba de nuevo en su finca de Arlington, ofreciéndole el ascenso a Brigadier y el mando del Ejército unionista del Este, para cuando quedase formado. La elección no parecía mala, pues Lee era intelectualmente partidario de la Unión, por la que había dado la cara en Texas, e incluso moderadamente abolicionista.

“There are few, I believe, in this enlightened age, who will not acknowledge that slavery as an institution is a moral and political evil”
This letter was written by Lee in response to a speech given by then President Pierce. December 27, 1856

“Hay pocos, creo, en esta edad culta, quien no reconocerá que la esclavitud como una institución es un mal moral y político”
Esta carta fue escrita por Lee en respuesta a un discurso dado por el entonces Presidente Pierce. 27 de Diciembre de 1856

(Había manumitido a todos los esclavos de sus innumerables fincas salvo un grupo de ellos, heredados por su esposa bajo una cláusula cautelar que lo impedía por varios años, aún sin cumplir). Además gozaba de fama de soldado enérgico y eficaz y ante todo, su elección supondría una condena moral para los secesionistas.

Por desgracia, Lee era también un profundo patriota virginiano, y puesto en la tesitura de tener que hacer la guerra a su propio Estado, no pudo soportarlo y dejó Arlington camino de Richmond, para unir su suerte a la de Virginia. Es obvio que fue una decisión muy “sufrida”, porque antes de marchar envió una carta explicativa a cada uno de sus tres hijos, todos ellos también militares, explicándoles lo que iba a hacer y exortándoles a elegir bando en conciencia, sin dejarse influir por la decisión que había tomado su padre, que subrayaba que no tenía porqué ser la más adecuada. El Gobernador Letcher de Virginia, alegre y asombrado, le recibió con los brazos abiertos.

Las buenas noticias llegaban aquel día con los telegramas recibidos desde el mando de John Ellis Wool, en Troy, New York. Aparentemente, las fuerzas solicitadas por Lincoln estaban siendo reunidas sin problemas y rápidamente. Algunos Estados, como Massachusetts, New York y Pennsylvania, estaban reuniendo en realidad contingentes bastante superiores a los solicitados. Otros, como el pequeño Rhode Island, les proporcionaban a sus hombres auténticos extras en el equipo. Y las cosas marchaban tan aprisa que las primeras fuerzas comenzarían a llegar a Washington desde el día siguiente.

Y las malas llegaban del Gosport Navy Yard donde, inesperadamente, una segunda fuerza de milicias selectas se había unido a Taliaferro, procedente de la teóricamente aún no sublevada North Carolina. Además, aquellos oficiales “optimistas”, que tanto habían contribuido a la impreparación de McCauley, desaparecieron de golpe, para ir a aparecer del otro lado, junto a las fuerzas de Taliaferro.
El 19 de Abril fue otro de esos días en que los acontecimientos parecían precipitarse desde varios lugares a la vez. Washington despertó a la mañana ya alarmada, con sus milicianos levantando barricadas ante el peligro de que la fuerza que se había presentado la víspera en el Harper’s Ferry marchara contra ella. Mientras, un amargado Lincoln anunciaba la ampliación del bloqueo naval a las costas de North Carolina y Virginia. Y el día no había hecho sino comenzar.

Una buena noticia fue la aparición inesperada, en los muelles de Anacostia, del sloop “Pawnee”, que fue inmediatamente reaprovisionado, y enviado a Hampton Roads y el Arsenal de Gosport. Excelente sloop de hélice, de 1.533 Tn, con 181 hombres de tripulación y 10 cañones que incluían 8 pesados de 9 pulgadas, era mucho más adecuado que el pequeño “Anacostia” como refuerzo. Y su comandante era el Capitán Hiram Paulding, a punto de rebasar la edad máxima para mandos en el mar pero agresivo y eficaz, y habiendo ostentado ya años atrás la dignidad de Flag Officer. Sin dudarlo un momento, Lincoln y Welles incluyeron en sus instrucciones que se hiciera cargo del mando del Arsenal.

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Y poco después de cursarse estas órdenes, a media tarde, Washington quedó incomunicado al cortarse todos los enlaces telegráficos. Los secesionistas de Maryland, que llevaban organizándose desde antes de la investidura de Lincoln, habían golpeado al fin.

Estos conspiradores contaban con buena parte del Legislativo estatal, el grueso de los tribunales locales y la parte movilizada de la milicia del Estado, pero eran dolorosamente conscientes de no ser mayoritarios en la calle. Además tenían enfrente al Gobernador Thomas H. Hicks, aunque éste no se atreviera a hacerles frente en forma demasiado pública. En consecuencia habían concentrado sus incondicionales en Baltimore, en la idea de provocar un motín popular al paso de las primeras tropas con destino a Washington. Bajo su cobertura y tomándolo como disculpa, la milicia aislaría Washington y tomaría una posición de poder desde la que su presión podía bastar para lograr un Acta de Secesión en el Legislativo. El plan era osado, pero con posibilidades de éxito.

Aquel 19 de Abril, algunas compañías del 4° de Pennsylvania, (que iban a ser las primeras tropas en llegar a Washington), habían pasado ya por la ciudad sin llamar la atención. Pennsylvania había considerado que, dada la urgencia de la petición de tropas de Washington, lo más importante era que los hombres llegaran, y los enviaba sin armas, uniformes ni instrucción. En Washington sobraban las armas y los uniformes. Pero el motín se inició poco después, al cruzar la ciudad el 6º de Voluntarios de Massachusetts del Coronel Edward F. Jones, que había partido de Boston la mañana del 18, con la ilusión de ser el primer regimiento que llegara a Washington.

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Tenía entonces Baltimore la peculiaridad de que el tren llegaba de Philadelphia a la estación President Street Station, de la que había que transbordar a Camden Station situada al otro extremo de la ciudad atravesando Pratt Street para tomar el tren a Washington. Y en el trayecto entre ambas estaciones la vanguardia del regimiento, que marchaba armada, formada y uniformada, claramente identificable como una unidad militar, se encontró rodeada y acosada por masas vociferantes que gritaban insultos y le arrojaban pellas de barro, a veces con piedras en su interior. Finalmente pasó y embarcó hacia la capital, pero aquella sesión había servido para caldear el ambiente y, a primera hora de la tarde, al iniciar el cruce la retaguardia, llegada en otro tren, las cosas se pusieron aún mucho peor.

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Eran cuatro compañías, bajo el mando del Capitán Albert S. Follansby, que pronto comenzaron a ser bombardeadas con piedras, ya sin ningún disfraz. Y cuando empezaron también a sonar tiros, Follansby, muy nervioso, dio orden de replicar al fuego. Una docena de manifestantes cayeron a la primera descarga, y el resto del recorrido fue un calvario, bajo una lluvia de piedras y entre frecuentes intercambios de disparos. El Alcalde George W. Brown, que era sólo débilmente secesionista, se jugó la vida una y otra vez, tratando de interponerse para detener aquella locura, pero cuando la tropa del Capitán Follansby alcanzó al fin la Estación de Columbia y partió para la capital, había sufrido cuatro muertos y una buena cantidad de heridos.

Y en la ciudad había habido 9 muertos, (otras fuentes hablan de 12), y los correspondientes heridos. Ahora los rebeldes tenían sus mártires, y la ciudad estaba en manos de los amotinados. Cuando al anochecer llegó a la estación de Philadelphia el resto del 4º de Pennsylvania, ni siquiera el ir desarmados y sin uniformar les salvó de la turba. Su tren se vio rodeado y apedreado con tal furia, que pese a ir en vagones cerrados sufrieron bastantes heridos. Finalmente la policía local y el Comisario Federal George P. Kane lograron detener la agresión y que se les devolvieran los vagones de equipajes, ya desenganchados. Pero su tren fue obligado a regresar a Philadelphia.

Mientras, los secesionistas, cubriéndose con el motín, cortaban todas las líneas telegráficas e interrumpían con voladuras todas las vías férreas que comunicaban Washington con el Norte. Y a la mañana siguiente, el prestigioso Coronel de la Milicia de Maryland Isaac Ridgeway Trimble anunciaba que “a causa del motín”, sus tropas se disponían a bloquear Baltimore, lo que significaba que iban a bloquear disimuladamente Washington. (De hecho, sus posiciones y defensas no hacían frente a Baltimore, sino a las rutas provenientes de Pennsylvania, por las que había de llegar cualquier ayuda a la capital).

Así, el Distrito Federal quedó aislado durante varios días, quizá los más angustiosos de toda la guerra para el Gobierno de la Unión. Desde luego, con el 6º de Massachusetts y las compañías llegadas del 4º de Pennsylvania, más las milicias de Stone y algunas pequeñas fuerzas regulares presentes, Washington disponía de más de 2.000 defensores, demasiados para la mal equipada fuerza de Kenton Harper, sobre todo considerando que el Distrito Federal contaba con abundancia de cañones. El problema era qué pasaría si a las milicias de Harper se unían los minutemen de zonas próximas como Alexandría, Arlington, Leesburg y similares, y a su vez se les reforzaba con otras milicias llegadas de más al Sur. Y ante la duda, la capital se llenó de trincheras y barricadas, creándose blockhaus con cañones en muchos de sus más carismáticos edificios públicos.

El ambiente era próximo al pánico, y no faltaron voces que aconsejaban la retirada del Gobierno a sitio más seguro. Lincoln, de muy buen acuerdo, no quiso oír hablar de ello. (Esa si que era el tipo de noticia que podía hacer caer la capital e incluso quizá, a la larga, “romper” el espíritu del Norte y hacerle perder la guerra). Pero, por unos días, el destino estuvo en la balanza, pendiente de quién organizaba antes sus milicias y enviaba más fuerzas.

Y el vencedor fue claramente el Norte, gracias a la rápida reacción de sus comités militares estatales, y el buen ojo y la capacidad organizativa de John Ellis Wool, que formó un Comité de Defensa. El mismo día 19, Wool ya había decidido crear una fuerza de auxilio con unidades especialmente entrenadas, y estaba enviándoles aviso a las mejor entrenadas disponibles y preparando contratos de chart para su traslado por mar.

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La primera era el 7º Regimiento de la Milicia de New York, del que una versión anterior había sido una unidad estrella en la Guerra de Mexico, disolviéndose en California a su fin. Recreada en New York City, estaba desde entonces formado por soldados de ciertos medios de fortuna y educación superior al promedio, mantenía con orgullo sus prácticas de entrenamiento en tiempo de paz, y era la unidad favorita para ser movilizada por los alcaldes de su ciudad y los gobernadores de su Estado en caso de motines y tumultos. Su comandante era el Coronel Marshall Lefferts, y su uniforme gris.

El otro era el 8º de Voluntarios de Massachusetts, con un uniforme azul más convencional. Había sido recientemente creado y financiado por el rico abogado de Boston Benjamin Franklin Butler, que aunque carecía de experiencia militar se había ganado así su coronelía y no parecía hacerlo mal, porque la unidad había ganado rápidamente fama de bien entrenada y disciplinada.

Sabiendo que, cuando estas tropas llegaran a Maryland, él iba a estar muy lejos en New York, Wool las integró como una pequeña brigada, para mandar la cual nombró Brigadier de Voluntarios a Butler. No es que no confiara en Lefferts, pero sospechaba, (atinadamente), que mucha de la labor del Brigadier iba a tener que ser más de persuasión que de combate. Y para eso le pareció preferible dar el mando a Butler, abogado con fama de astuto y marrullero y sujeto muy conservador, que había hecho en Massachusetts campaña por la candidatura de Breckenridge. El mando de su regimiento pasó al Teniente Coronel Munroe.

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Entretanto, el 20 de Abril el “Pawnee” del Capitán Paulding, después de recoger 350 soldados de refuerzo en Fort Monroe, al otro lado de las Hampton Roads, alcanzaba el Gosport Navy Yard por la tarde, solo para comprobar que nada quedaba ya que hacer allí. El Flag Officer McCauley, tras comprobar la víspera que el canal de salida del puerto había sido bloqueada con barcos hundidos, fue presa de una desesperación tan desmedida como su anterior optimismo, y dio orden de destruirlo todo, comenzando por los buques en mejor estado.

La faena estaba ya avanzada para cuando llegó Paulding, de forma que éste no tendría más opción que ayudar en las destrucciones. Lo que le sacaba de quicio, pues al menos los buques “parcheados” por Isherwood se podían haber salvado. Al fin, su “Pawnee” había podido entrar en el puerto, salvando todo obstáculo. Y otro tanto había ocurrido con el sloop “Cumberland”, que había logrado salir.

En efecto el capitán del “Cumberland”, Alvin Pendergrast, se había negado en redondo a sacrificar su barco y desobedeciendo las órdenes, había conseguido casi a punta de pistola los servicios de un remolcador civil, el “Yankee”, que arrastró su sloop, aún con las reparaciones sin terminar y la dotación en esqueleto, sacándolo de la trampa.

El Arsenal sería abandonado finalmente por McCauley y Paulding, con sus respectivas fuerzas, el 21, tras lo que lo ocuparía Taliaferro, con 1.000 hombres y 14 cañones rayados. Había hecho acudir a su lado al ingeniero civil William Mahone, para que evaluara los daños causados por el sabotaje. Y éstos resultaron relativamente modestos, pudiendo salvarse no poco material. El sabotaje de los buques había sido más a fondo, pero Mahone vio posibilidades de reparación en los cascos del “Merrimack” y los “Plymouth” y “Germantown”. Por otra parte, el sabotaje de la vieja fragata “United States” había sido muy primario. Pero era que no se había puesto interés en él pues la unidad, botada en 1798, se encontraba en muy mal estado aparente, empleándose tan solo para acomodación. Los sureños la rescataron fácilmente, la rebautizaron “Confederate States” y la usaron igualmente para acomodación.

Por otra parte, la noche del 20 al 21 de Abril, a muchas millas del continente americano, la U.S. Navy estaba adquiriendo un nuevo buque, de forma bien peculiar. En efecto esa noche, los botes del sloop de vela “Saratoga”, de 882 Tn y mandado por el Commander Alfred Taylor, penetraban silenciosamente en el puerto angoleño de Cabinda, asaltando y tomando un negrero de 1.066 Tn allí anclado. Se trataba del “Nightingale”, de Nueva Inglaterra, cuya captura relatamos por las especiales circunstancias que la rodearon.

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En efecto, cuando según el procedimiento habitual el “Nightingale” fue despachado a Freetown, bajo una tripulación de presa mandada por el Teniente James J. Gurthrie, y cargando con prisioneros y 961 esclavos, que habían de liberarse allí, una epidemia estalló a bordo, dando cuenta de 160 esclavos y un marinero, en una singladura de pesadilla. Pero, vaciado y fumigado el buque en Liberia, (aunque se decía que un negrero no perdía nunca su mal olor), Gurthrie pudo poner proa a los Estados Unidos, donde la Marina Federal apreciaría la considerable capacidad de carga, y el casco y aparejo de “clipper” del buque, (capacidad y rapidez eran las bazas de un velero de la trata en aquellos días), convirtiéndolo en un excelente buque de apoyo logístico.

El mismo día 21, la situación comenzó a cambiar con la llegada en buques de la brigada de Benjamín Butler a Annapolis donde, tras tirantes negociaciones con las autoridades locales, desembarcaría entre aquella tarde y la mañana siguiente. La elección de ese punto de desembarco fue una jugada maestra de Butler y Wool, que así lograron cubrir múltiples objetivos.

1. Salvar a la “Constitution”, la más famosa de las “cincuenta cañones”, apodada en la Flota “Old Ironsides”, que estaba sirviendo de navío de entrenamiento a los alumnos de la Academia Naval situada en aquella ciudad, y hubiese caído pronto en manos rebeldes.

2. Reventar la convocatoria a la reunión del Legislativo de Maryland que acababan de hacer los rebeldes, con intención de pasar en ella el Acta de Secesión. La convocatoria era precisamente para el 26 en Annapolis. Desde luego, los rebeldes tenían intención de aprovechar su posición de fuerza, con Baltimore amotinado y el Estado controlado por su milicia, para lograr a trancas o a barrancas la aprobación del Acta. Pero el mero hecho de que la convocatoria debiera trasladarse, por haber sido ocupado Annapolis, desmentía espectaculármente su presunta posición de fuerza, para descrédito. Además, Butler demostró que la elección de Wool había sido acertada afectando asombro ante el consiguiente cambio de convocatoria, y ofreciendo de nuevo Annapolis, con una suavidad impostada que resultaba más amenazadora que la furia.

Y la elección de aquel punto de desembarco aún ofrecía otras dos ventajas.

a. Tres. Estaba bastante al Sur de Baltimore como para permitir a Buter desplegar su fuerza lejos de la concentración de las milicias e interponiéndose entre ella y Virginia, con lo que la cercaba virtualmente.

b. Cuatro. La existencia de un ferrocarril directo Annapolis-Washington significó que los regimientos de Butler pudieron moverse a lo largo de él, reparándolo y abriendo así un camino a la capital y a la vez guarneciéndolo y cortante totalmente la retirada de los sediciosos.

Pronto se creó una extraña situación. La milicia secesionista, (de tamaño muy moderado, pues los rebeldes no se atrevían a comenzar a llamar masas de “minutemen”, de los que buena parte podían resultar ser antisecesionistas); continuaba realizando su bloqueo en torno a Baltimore. Y las fuerzas de Butler avanzaban a lo largo del Annapolis-Washington, reparándolo. Y unos y otros afectaban ignorarse.

Las selectas unidades de Ben Butler, compuestas por hombres educados, disciplinados y trabajadores, estaban causando mucha impresión en la población civil, y el propio Brigadier llevaba una campaña de relaciones públicas muy estudiada y perfectamente controlada. (No, los norteños no eran bárbaros, ni venían a causar mal a Maryland; venían a reparar y proteger propiedades que habían sido dañadas por actos vandálicos, y a ahorcar a los vándalos si intentaban dañarlas de nuevo. ¿Un motín de esclavos? ¡Por supuesto que no venían a instigar un motín de esclavos! La esclavitud era legal, y ellos venían a hacer respetar la Ley. Por el contrario, si se producía un motín de esclavos esperaban que les fuese enseguida notificado, para ser los primeros en acudir a sofocarlo; etc.)

Al Brigadier Butler nunca le faltaban palabras.

Y como el secesionista medio de Maryland había sido captado mediante una propaganda muy primaria, que hacía su esquema antinorteño muy rudimentario y mendaz, se quedaba enseguida sin argumentos ante él. Muchos, del tipo reaccionario elemental, comenzaban a descubrir que, para satisfacer sus demandas de “ley y orden”, quizá ni siquiera fuesen precisos aquellos vocingleros rebeldes. Mientras, los trabajos a lo largo del ferrocarril Annapolis-Washington avanzaban rápidamente.

Los confederados comenzaban entre tanto a tomar sus primeras disposiciones militares ideadas para una Confederación de al menos 11 Estados. Así, se reorganizó la fuerza que se había concentrado contra Fort Sumter, naciendo de ella unidades del Ejército Provisional. Una brigadilla de éstas, bajo el mando de Richard Herron Anderson, ahora Coronel de tal Ejército, fue enviado a unirse a la fuerza que Braxton Bragg intentaba formar en Pensacola. Otra brigada mayor, también plenamente surcarolina, partió para Virginia, donde podía dar “músculo” a las milicias virginianas, mientras éstas se iban transformando para crear unidades del dicho Ejército Provisional.

Para mandarla, el Gobierno confederado dio uno de sus despachos de Brigadier a Milledge Luke Bonham, que había sido Mayor General de la Milicia surcarolina y gozaba de bastante buena fama en ella. Mientras, en Louisiana, donde Mansfield Lovell ya comenzaba a formar unidades del Ejército Provisional, otro despacho de Brigadier fue concedido a su segundo el virginiano Gustavus Woodson Smith, ex-soldado y aventurero, que había sobrevivido a un par de expediciones “filibusteras”.

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Y otros tres despachos fueron a Virginia, donde el nuevo Ejército debía organizarse de inmediato. Uno recayó, por supuesto, sobre Robert E. Lee, y los otros dos sobre Samuel Cooper y Joseph Eggleston Johnston. Cooper, Brigadier de activo del U.S. Army antes de la Secesión, era un nativo de New Jersey afincado en el Sur. De 63 años y no muy buena salud, tenía en cambio un sólido prestigio como hombre de Estado Mayor, y fue nombrado al momento Ayudante e Inspector General de aquel nuevo Ejército Provisional de los Estados Confederados.

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Johnston, que con 53 años era unos meses más joven que Lee, era como éste intelectualmente un unionista, y visceralmente un virginiano, que sólo se había unido al carrusel para defender a “su” Virginia. Se trataba de exactamente el último Brigadier nombrado por el Ejército federal antes del conflicto, y era un hombre pequeño y fibroso, de escaso cabello que, como sus bigotes y su perilla a lo mosquetero, griseaba de canas; pero sus ojos alerta y su dinamismo contenido le habían valido el apodo de “The Gamecock”, (“El Gallo de Pelea”). Buen estratega, disfruta hoy de una fama inferior a sus merecimientos, porque descansaba totalmente en sus subordinados para la realización táctica, y en general éstos se llevaban el prestigio de las victorias mientras que, si las cosas iban mal, no desdeñaba aceptar la responsabilidad de la derrota.

El 24 de Abril, la U.S. Navy respondió al fin a las capturas enemigas del “Uncle Ben” y el “Star of the West”. Ese día el remolcador virginiano de 173 Tn “Young America” zarpó de Norfolk para auxiliar a una goleta en apuros en las Hampton Roads, sólo para verse interceptado y capturado por el sloop “Cumberland”, el único superviviente unionista del Gosport Navy Yard. El “Young América” sería puesto en servicio en la Navy, y permanecería en él hasta 1865.

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Y el 25 de Abril el 7º de la Milicia de New York, a tambor batiente y banderas desplegadas, desfilaba entrando en Washington. La capital estaba finalmente conectada con el resto de la Unión, y en menos de 48 horas le seguirían el 1º de Voluntarios de Rhode Island del Coronel Ambrose Everett Burnside y el 11º de Voluntarios de New York, “Zuavos de Fuego” o “Zuavos de Ellsworth”, bajo el Coronel Elmer Ephrahim Ellsworth. Otros seguirían, y Washington quedaba a salvo.

La presencia cada vez mayor de fuerzas unionistas entre ellos y Virginia pesó sin duda sobre los componentes del Legislativo de Maryland, reunidos finalmente en Frederick City el 27 de Abril. Y, aunque se pidió en esa sesión que la Confederación fuera reconocida, y se tachó de “inconstitucionales” tanto la guerra contra ésta, como la “ocupación militar de Maryland”, cuando el 29 se propuso votar el Acta de Secesión, tal proposición fue rechazada por 53 votos a 15.

En tanto, proseguía el trasiego de tropas, con buques contratados en charter entre los que estaban el “Alabama” y el “Keystone State”, que serían luego adquiridos como auxiliares armados por la Navy. Generalmente no iban escoltados lo que, dado el aún más caótico estado de la organización naval secesionista, no era grave riesgo. Con todo, en la singladura que acabó en Annapolis el 25 de Abril, el “Alabama” fue escoltado por el bergantín “Perry”, recién devuelto al servicio activo y de camino para ser desplegado mucho más al Sur.

Para fin de mes, la fuerza unionista en Washington y a lo largo del ferrocarril que enlazaba la capital con Annapolis, iba tomando dimensiones considerables. Además y tras muchos esfuerzos para encontrar los remolcadores apropiados, el cañonero “Allegheny”, antes en servicio de acomodación en Baltimore, y que tenía la maquinaria totalmente inservible, había sido llevado a remolque a Annapolis, para servir como batería flotante en un posible apuro.

Continuaban suponiendo un problema las fuerzas apenas hostiles de la milicia de Maryland en torno a Baltimore, cuya principal concentración, de 600 hombres con 4 piezas de artillería, desplegada en Relay House, una estación del Baltimore and Ohio Railway, hacia Pennsylvania, Winfield Scott estaba planeando una gran operación, con más de 10.000 hombres, para barrer el Estado, pero Butler, que opinaba que el aclarar la situación con rapidez valía más que el hacer una demostración de fuerza, había preparado un plan menos ambicioso.

Más al Oeste, la secesión virginiana comenzaba a dar sus frutos para el Gobierno de Montgomery. En Arkansas, fue un llamamiento a “comportarse con seriedad” para los demócratas de “La Familia”, y la secesión del Estado quedó al fin encaminada según los deseos de Gobernador Rector. En el Noroeste del Estado, y como quiera que ahora la brigada de Napoleón Bonaparte Burrow estuviese decidida, (y autorizada), a usar cuanta fuerza fuera necesaria contra Fort Smith, el Capitán Sturgis le entregó esta fortificación y se retiró con su pequeña fuerza a Missouri. Era la última instalación federal en el Estado, pues el Arsenal de Fayetteville había sido ocupado dos días antes.

En Tennessee, las noticias de Virginia decidieron también al Estado a seguir la senda de la secesión. Allí casi el problema más grave era que, como en Virginia, las tradiciones locales obligaban a que el Acta de Secesión fuera seguida de un referéndum y, por mucho que se esperara ganarlo, éste iba a mostrar que el rico Este del Estado era masivamente prounionista.

En realidad había una larga franja de la parte Sur del Valle del Ohio, que comprendía el Este de Tennessee y Kentucky y el Oeste de Virginia, y era muy unionista. El motivo era que el terreno, más alto y movido que lo que solía gustar a los grandes propietarios sureños, había impedido que se instalaran en ella típicas plantaciones. Y en cambio, la tierra era lo suficientemente rica para permitir granjas grandes y prósperas, a estilo norteño. Ahora bien, los propietarios de este tipo de granjas, que habían aplicado métodos de cultivo modernos, e incluso conseguían rendimientos por hectárea de algodón superiores a los de las plantaciones, eran quizá el grupo social dentro de la Unión que más cordialmente detestaba a los plantadores.

Desde su punto de vista, éstos no eran sino una caterva de malos cultivadores, y su influencia política y su capacidad para influir sobre la Unión les parecía una especie de insulto personal. De forma que, por inquina hacia los plantadores, estos granjeros estaban siempre dispuestos a alinearse contra ellos junto a la Unión, junto a Lincoln o junto a quien hiciera falta. Y eso era algo que iba a traer problemas a los confederados, tanto en Tennessee como en Kentucky y la Virginia situada más allá del Allegheny.

Respecto a los nuevos Estados en que la variación del equilibrio causada por el paso de Virginia a los rebeldes hacía plantearse la Secesión, ya hemos visto como se habían desarrollado los acontecimientos en Maryland. En Kentucky las cosas mantenían un ritmo más pausado. El Gobernador, Beriah Magoffin, era secesionista, pero la milicia Estatal, aunque igualmente secesionista, actuaba con mucha menos prepotencia que lo que había sido habitual en otros Estados esclavistas.

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Esto se debía en parte a que el ex-soldado Simón Bolívar Buckner, que dirigía esta milicia, era un caballero, pero sobre todo al deseo del Gobernador, (que por eso había nombrado al caballeroso Buckner), de que sus milicias actuasen con guante blanco para evitar un indeseable choque con los kentuckianos de las colinas, los famosos “hillbillies”, que poseen un apartado propio en el folklore estadounidense.

En realidad, los “hillbillies” eran campesinos de zonas montañosas, de suelo pobre y mal comunicadas, muy abundantes en Kentucky, que malvivían de campos reducidos de maíz, completando su dieta con la cría de algunos cerdos y la caza en los bosques, (amén de la fabricación casera de licores para autoconsumo). Según su leyenda, sus principales actividades eran balearse entre vecinos, emborracharse con el whisky salido de sus propios alambiques, y echar al mundo un interminable chorro de pequeños “hillbillies”.

En realidad, su nivel cultural era muy bajo, (y más en Estados Unidos, que por entonces y al contrario de hoy día, poseía uno de los mejores sistemas de enseñanza pública del mundo), pero poseían un complicado nudo de tradiciones locales, y un enrevesado sistema de clanes, basados en relaciones de parentesco, que les llevaba a menudo a interminables guerras locales que el forastero encontraba del todo incomprensibles. Tenían fama de hombres duros y excelentes tiradores, y no había habido episodio de colonización o guerra fronteriza en que no hubiesen aparecido contingentes de hillbillies. (A pesar de lo cual su número nunca parecía decrecer, pues eran efectivamente muy prolíficos).

En las luchas entre abolicionistas y esclavistas habían militado en general en el bando de éstos últimos que, siendo gente del campo, sabían hablarles en términos que les fuesen comprensibles. Más eran, a su nebulosa manera, muy patrióticos y nadie sabía como se tomarían el asunto de la Secesión. Por ello, en Kentucky, secesionistas y antisecesionistas andaban como de puntillas, temiendo incurrir en la furia de esta gente y regalar tontamente al enemigo 20.000 fusileros de primera.

En Missouri, el secesionista Gobernador Claiborne Jackson sabía que no podía pasar un Acta de Secesión en el Legislativo. Pero disponía de una sólida minoría y con ayuda de Sterling Price, Mayor General de la milicia, ex-Gobernador a su vez y ex-militar, (había saltado a la fama en 1847, aplastando a cañonazos la revuelta de los indios taoseños de Nuevo Mexico) había creado una milicia de activo tan secesionista como se pudiese esperar: la State Guard. Con ella y a bofetadas, confiaba en ir empujando al Estado a la Secesión, ayudado por sus contactos con personajes como Jeff Thompson, Alcalde de Saint Louis.

La State Guard ya había empezando a tomarse bastantes libertades, persiguiendo sin ambajes a los unionistas, sobre todo en los condados más meridionales del Estado, y ocupando con todo descaro el Arsenal Federal de Liberty. Sin embargo, sus poco delicados métodos no habían dejado de duda al rechazo, y en especial en la parte del Estado situada al Norte del cauce del río Missouri, los granjeros unionistas y los colonos alemanes habían formado una segunda milicia, con el declarado fin de pararle los pies a esta State Guard. La patrocinaban el bien relacionado abolicionista Francis Preston Blair, y el ex-Ministro de Guerra del Gobierno Revolucionario alemán de 1848, Franz Sigel, y se llamaba Home Guard.

El objetivo siguiente de la State Guard era obviamente el gran Arsenal de Saint Louis, el más importante del Oeste en aquellos días, sólo guarnecido por una compañía de Infantería U.S.A, mandada por un Capitán de 43 años, Nathaniel Lyon. Lyon no era “tocable”, pues tras servir en la Bleeding Kansas se había convertido en ferozmente antisureño, llegando a poner su firma en algunas circulares abolicionistas; (un tipo de pronunciamiento político muy mal visto en el Ejército). Pero el Gobernador Jackson y sus seguidores creían tener una forma fácil de poner sus manos en el Arsenal.

En primer lugar, se creó las Jackson Barracks, un campamento militar situado en los arrabales al Sur de Saint Louis, donde se concentró una brigadilla de la State Guard bajo el mando del Brigadier de Milicia Daniel Marsh Frost. A continuación, comenzó una paulatina concentración de elementos prosecesionistas sobre Saint Louis, seguida de agitación callejera en la ciudad. Todo lo cual presagiaba el empleo inmediato de la fórmula ya probada en Baltimore: un motín callejero, bajo cuya cobertura la State Guard, por orden del Gobernador y el Alcalde, entrara en el Arsenal, de cuyo contenido se incautaría después.

Sólo que el Capitán Lyon se resistía a perder así las armas, y adelantándose a los acontecimientos, se puso de acuerdo con el Capitán James H. Stokes, de guarnición en Cairo, en Illinois. Y, a fines de Abril, Stokes se presentó en el muelle del Arsenal, con un vaporcillo y una orden del Gobernador de Illinois para retirar 10.000 fusiles.

Como Lyon había supuesto, los secesionistas observaron cuidadosamente la operación y, en cuanto Stokes hubo transbordado las 10.000 armas al vapor, una muchedumbre “amotinada” lo tomó al asalto. Lo que no sabían era que se estaban llevando todos los fusiles más antiguos y en peor estado del Arsenal, parte de ellos incluso saboteados para aumentar su inutilidad. Y lo que, desde luego, sabían aún menos era que, mientras ellos se agrupaban en torno a su triste botín, sin ojos sino para él, otro vapor atracaba en el muelle trasero y recibía la verdadera carga, que consistió en 21.000 mosquetes en buen estado, 500 carabinas, otros tantos revólveres, algunos cañones y otro material.

Y lo que indica el ominoso camino que estaban tomando los pensamientos de Lyon es que, aparte del grueso de la Artillería, difícil de trasladar, pidió que se dejara en “su” arsenal sus mejores armas, 7.000 fusiles rayados modelo 1855. Y a poco de esa jornada, se puso al habla con la Home Guard, ofreciéndole esos fusiles si se ponía a sus órdenes.

Mientras, el 29 de Abril de 1861 en Montgomery, Jefferson Davis lanzó el más famoso de sus discursos, que era su cartel de desafío y su lista final de agravios ante la Unión, dedicado principalmente a la Prensa y las cancillerías extranjeras. Fue una hermosa pieza oratoria, que le ganó muchas simpatías a la Confederación en el extranjero y en el que, tras intentar demostrar que los Estados norteños habían perseguido, agredido y acorralado las libertades del Sur hasta obligarle a la Secesión, terminaba con unas palabras finales hermosísimas:

“We feel that our cause is just and holy; we protest solemnly in the face of mankind that we desire peace at any sacrifice save that of honor and independence; we seek no conquest, no aggrandizement, no concession of any kind from the States with which we were lately confederated; all we ask is to be let alone; that those who never held power over us shall not now attempt our subjugation by arms. This we will, this we must, resist to the direst extremity. The moment that this pretension is abandoned the sword will drop from our grasp, and we shall be ready to enter into treaties of amity and commerce that cannot but be mutually beneficial. So long as this pretension is maintained, with a firm reliance on that Divine Power which covers with its protection the just cause, we will continue to struggle for our inherent right to freedom, independence, and self-government”. Message to Congress April 29, 1861 (Ratification of the Constitution)

“Sentimos que nuestra causa es justa y santa; protestamos solemnemente ante la humanidad que deseamos la paz ante cualquier sacrificio salvo el del honor e independencia; no buscamos ninguna conquista, ningún engrandecimiento, ninguna concesión de cualquier clase de los Estados con los que nosotros estábamos últimamente confederados; todo el que preguntamos debe ser sin hablar de; que los que nunca sostuvieron el poder sobre nosotros ahora no intenten nuestra subyugación por las armas. Esto nosotros, esto debemos, de oponernos a la extremidad más horrible. El momento que esta pretensión es abandonad la espada y se caerá de nuestro asimiento, y estaremos listos para establecer los tratados de amistad y comercio que nos puede ser mutuamente beneficioso. Mientras que esta pretensión es mantenida, con una confianza firme sobre aquel Poder Divino que cubre de su protección la justa causa, seguiremos luchando para nuestro derecho inherente a la libertad, la independencia, y la autonomía”. Discurso al Congreso, 29 de Abril de 1861 (Ratificación de la Constitución)

Pero por desgracia, el discurso y las razones esgrimidas eran cuestionables, pues en él:

1. Aseguraba que las cláusulas del Proyecto de Confederación del que nació la Unión eran para una unión temporal.

2. Aseguraba que la Soberanía siempre había pertenecido a los Estados.

3. Afirmaba que la Unión sólo había existido “como forma de defensa frente a agresiones exteriores”. (España y Mexico fueron atacadas por USA)

4. Aseguraba que la Constitución daba derecho a la extradición de esclavos. (Según la “doctrina Taney” que él mismo apoyaba)

5. Incluso, aseguraba que sólo había movilizado el Ejército Provisional en respuesta a la llamada de voluntarios de Lincoln. (Lo hizo 40 días antes de ésta)

Y aquí, con Jefferson Davis exponiendo su discurso de desafío, damos por terminado este quinto capítulo.

 

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Capítulo VI: La Unión Comienza A Moverse

La Confederación había hecho ya su primer prisionero. Entendámonos, de hecho habían sido entregados ya en sus manos el Arsenal de Charleston, Fort Smith en Arkansas, y otras guarniciones, por no hablar de todo el mando del Brigadier Twiggs en Texas, o el grueso del Flag Officer Armstrong en Pensacola. Pero, en todos esos casos en el sobreentendido, que se cumplió, de que las tropas serían simplemente enviadas al Norte. El primer prisionero retenido por los confederados fue el Teniente Comandante John Lorimer Worden.

Este oficial de Marina había llegado a Pensacola a comienzos de Abril, presentándose ante el Brigadier Bragg y solicitándole permiso para pasar a Fort Pickens, para cuyo comandante, (Slemmer), traía instrucciones de Whasington. Bragg, quizá creyendo que iban a ser noticias desanimadoras, le dio un salvoconducto, y Worden pasó a Santa Rosa Island, regresó y dándole las gracias, emprendió el viaje de vuelta al Norte.

Sólo que sus instrucciones eran un código de señales para cuando se produjera el desembarco del Capitán Vodges y en los días siguientes, según se sucedió tal desembarco, la acción de Fort Sumter y el sucesivo desembarco del Coronel Brown, Bragg empezó a sentir que le habían tomado el pelo, y dictó una orden de detención contra Worden. Alcanzado antes de que dejara los Estados Confederados, (que ahora estaban moviendo sus fronteras hacia el Norte), Worden fue encarcelado y, aunque no se podía formular una acusación concreta contra él, permanecería detenido hasta un intercambio de prisioneros que se realizó en Noviembre.

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En tierras lejanas, el fin de Abril quedó marcado, el día 30, por la evacuación por el Ejército Federal de sus puestos en el Territorio de las Cinco Naciones Civilizadas. En tal territorio, que venía a coincidir con el actual Centro y Este de Oklahoma, se había dado nuevas tierras a las cinco mayores tribus indias del Sur: Chocktaw, Chickasaw, Cherokee, Seminole y Creek, llamadas “las naciones civilizadas” por haber adoptado bastantes usos del hombre blanco.

Había cuatro fuertes en el Territorio. En el Sur y ante loa ahora ocupados por los texanos, Fort Cobb y Fort Holmes, y en el Nordeste, zona de las Agencias Indias, Fort Gibson y Fort Wayne. A éstos últimos se accedía normalmente por Arkansas, por el río Arkansas y las ciudades de Van Buren y Bentonville, y a los del Sur por Texas, partiendo de Dallas a Presión y remontando el Falso Washita. Por ello, las tropas del Territorio estaban virtualmente atrapadas. Pero, no queriendo rendirse, el jefe local Teniente Coronel William Hermsley Emory, del 1º de Caballería, decidió correr un albur.

Se trataba de seguir a Jesse Chisholm, mestizo de piel-roja y escocés y guía del Ejército, que aseguraba poder conducirlos hacia el Norte, hasta alcanzar el río Missouri en la amistosa Kansas. Así se hizo, y con éxito, de forma que la fuerza evacuada, salida el 30 de Abril de sus bases, alcanzaría el 31 de Mayo Fort Leavenworth, en Kansas. La ruta que siguieron volvería a utilizarse varias veces más en la guerra, y tras ésta se convertiría en una senda ganadera clásica, conocida como “The Chisholm Trail”, con lo que inmortalizó el nombre del guía.

En Washington, el Presidente Lincoln había debido enfrentarse, mientras la ciudad estaba aislada, a la pequeña crisis producida por la forma inaceptable en que el Secretario Seward había dispuesto del buque de guerra “Powhatan”. Ambos hombres chocaron y Seward, encrespado, trató de dimitir, no por primera vez. Pero, tampoco por primera vez, Lincoln hubo de rechazar su dimisión. Seguía precisando del apoyo de las bases fieles a Seward, y además estaba seguro de que éste, si dejaba de meterse en camisa de once varas y se centraba en su verdadero trabajo, estaba capacitado para hacer un excelente Secretario de Estado.

En los primeros días de Mayo se produjo al fin una alarma internacional que iba a obligar a Seward a centrarse en su labor de Secretario de Estado, para alivio de todo el mundo. Sucedía que Jefferson Davis había enviado a Europa una especie de misión diplomática, presidida por el inevitable William Lowdes Yancey y dedicada a tantear las cancillerías del viejo continente. Y ya llegada a Londres el 3 de Mayo, se filtró la noticia de que tal misión había sido recibida privadamente por Lord Russell, Primer Ministro del Gobierno Británico.

Naturalmente, la diplomacia de la Unión se alarmó, y Seward en contacto con el embajador británico en Washington, Lord Lyons, y el nuevo Embajador estadounidense en Londres, que era Charles Francis Adams, en contacto con el Gobierno de Su Majestad, hubieron de hacer en los días siguientes esfuerzos titánicos para evitar que éste último reconociera el estatuto nacional a la Confederación.

La pugna acabaría el 13 de Mayo en un semiempate. En efecto, en una declaración firmada ese día por la Reina Victoria, los británicos se declararon neutrales y se negaron a reconocer a los Estados Confederados como nación, pero les dieron el estatus de beligerantes. Para ello se basaban en la orden de Lincoln de “bloquear” los puertos sureños, especificando que los puertos en rebelión del propio país se "cierran", mientras que los de un enemigo externo se “bloquean”.

Lincoln hubo de soportar, y aun soporta a veces, mucho criticismo por esa “gaffe”. Pero es dudoso que tuviera trascendencia real. Entre la clase dirigente británica había una alta proporción de personajes a los que no les desagradaba ver a la joven República norteamericana en apuros, y el Gobierno Británico tenía que buscar, (o inventar si no la hubiese encontrado), cualquier disculpa para imponer la situación que se había sin duda propuesto desde un principio.

En cuanto a los motivos de esa enemistad de la clase dirigente inglesa, eran varios. De un lado, muchos seguían reprochando a la Unión su deserción del Imperio Británico. De otro, iba perfilándose crecientemente como un rival, peligroso en el futuro, del Imperio. Finalmente y como, desde la proclamación en Francia del Segundo Imperio bajo Napoleón III, era el último país importante que mantenía la forma de gobierno republicana, muchos aristócratas lo consideraban un mal ejemplo.

No le faltaron tampoco a Lincoln trabajos cuando su capital quedó de nuevo comunicada con la Unión. Así, una de sus últimas instrucciones antes del corte de comunicaciones había sido disponer una acción policial a gran escala en la que, a las 3 de la tarde del 20 de Abril, se irrumpiera en un gran número de estaciones de telégrafo de toda la Unión, embargándose las copias de todos los telegramas expedidos durante los últimos 12 meses, para retener los que presentaran indicios de acciones hostiles a la unidad nacional, o detalles de operaciones de venta de armas a los Estados rebeldes, devolviendo el resto.

Era un precedente peligroso para el derecho a la intimidad de los ciudadanos, y de muy dudosa constitucionalidad. Y aunque parece que, por una vez, no se dieron abusos, (principalmente por su carácter improvisado y excepcional, y porque, al deberse realizar una labor ingente con muy poco personal y medios, hubo de ceñirse a lo estrictamente señalado), el Gobierno hizo frente a fuertes y bien fundadas críticas.

Ante tal hostilidad del público, sólo se hizo uso de un puñado de los telegramas embargados: algunos casos puntuales, que permitieron obligar a la dimisión a un par de congresistas meridianamente culpables de colusión con los rebeldes, y la localización de personas sospechosas de actividades anti-Unión, que serían sometidas a vigilancia. Pero el mejor botín para el Gobierno era el poder probar que muchos congresistas sureños ya estaban con la Secesión desde Noviembre y Diciembre, y habían permanecido en sus escaños hasta el fin de sus mandatos, en Marzo, con el propósito exclusivo de entorpecer las reacciones que pudiera tener el Gabite Buchanan, (lo que era Alta Traición pura y dura).

Es de notar que, sin embargo, el público ya no hubiese necesitado recibir este tipo de inyección de belicosidad. En efecto, el bombardeo de Fort Sumter, y el ataque al 6º de Massachusetts en Baltimore, habían enfurecido enormemente a los norteños, y el ambiente era extremadamente belicoso. Poesías en los periódicos instaban a dar fuego a Charleston y Baltimore, en New England muchos sombreros y solapas florecían de las escarapelas negras que, en tiempo de la rebelión contra los ingleses, significaban “guerra sin cuartel” y, en fin, por todas partes se celebraban actos de afirmación nacional llamados “Union Meetings”.

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Quizá el más importante y famoso de estos “Union Meetings” fue el que se celebró en New York City, tan pronto como el 20 de Abril. Tuvo oradores de la enjundia del famoso alcalde neoyorquino Fernando Wood que, repentinamente travestido en gran patriota, lanzó un discurso anti-Sur incendiario. También el ex-Senador por Mississippi Robert J. Walker habló, destripando las presuntas alegaciones legales de los sureños desde la autoridad que le daban muchos años de representar los intereses del Sur. Y las indudables estrellas fueron Edward Dickinson Baker y Ormsby MacKnight Mitchell, dos hombres que ya se habían presentado voluntarios para tomar las armas por la Unión.

Baker, residente habitual en California y nacido inglés, estaba considerado un político republicano de California honrado, (lo que a decir de muchos, era cosa poco común), y era un hombre rico y entusiasta, que ofrecía una perspectiva próxima a los puntos de vista europeos. Mitchell, astrónomo de cierto nombre y director de un observatorio, recordó a la multitud con voz emocionada que él era vástago de una familia pobre e inculta, y sólo a través de la enseñanza pública, y de las ayudas que el Ejército ofrecía a sus hombres, había llegado a ser primer oficial de Ingenieros y luego astrónomo. ¡Y sin embargo, esa enseñanza pública y el Ejército eran algunas de las instituciones que los secesionistas abominaban! Los dos fueron muy aplaudidos, y quizá sea justo que gozaran de tal éxito, pues antes de 18 meses iban a morir en la defensa de las ideas que aquella noche propugnaron.

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El 3 de Mayo se adoptaron en la Unión gran cantidad de decisiones de tipo militar. De un lado, el Capitán Alvin Pendergrast fue nombrado Flag Officer de la pequeña fuerza que había de ir visitando los puertos confederados para anunciar a sus habitantes y los neutrales su bloqueo. De otro se crearon nuevos Departamentos Militares en el Ejército de Tierra. El de Missouri se encomendó al Brigadier William Harney, y el de Washington a Joseph King Fenno Mansfield. (Ambos se encontraban entre los escasos oficiales generales del Ejército de preguerra que aún podían cabalgar). Y se dio dos despachos de Brigadier de Voluntarios a John Charles Fremont y George Brinton McClelland.

El de Fremont fue cosa obligada por la actitud de los fanáticos votantes de California y Oregón del nuevo Brigadier, que hubieran devorado vivo a Lincoln si no lo concedía. No tuvo sin embargo consecuencias de momento, porque Fremont partía para Europa a realizar una serie de consultas y contactos con políticos europeos. El de McClelland llevaba en cambio aparejado el mando del nuevo Departamento de Ohio.

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McClelland, que aún no había cumplido 35 años, había sido años atrás el ojito derecho del General Winfield Scott en el Estado Mayor. Así, como Capitán de dicha institución, había cumplido todas las misiones más delicadas y confidenciales en la primera mitad de la década de 1850, para ser enviado después como observador oficial estadounidense a la Guerra de Crimea. Y el informe que rindió sobre ésta aún era considerado un clásico de trabajos de Estado Mayor, y estudiado como una Biblia en el Ejército federal, como vaticinio de las futuras tendencias de la guerra. Pero, como ni todo esto le ganaba el ascenso a Mayor, McClelland acabó por cansarse y dejar el Ejército en 1857.

Y es que el muchacho tenía cosas que hacer fuera del Ejército. De hecho, su fortuna personal entraba decididamente en el dominio de lo obsceno y pasó los siguientes años cuidando de sus negocios y haciendo de ejecutivo de unos ferrocarriles de los que a menudo era también el principal accionista. Ahora, había hasta cuatro excelentes razones para darle el despacho de Brigadier y el mando del Distrito:

1. Que como conocido demócrata, su ascenso disipaba la aureola de nepotismo que podía haber causado el de Fremont.
2. Que era, aparentemente, un hombre no falto de calificación para él.
3. Que, siendo propietario de algunas de las pocas plantaciones explotadas con trabajo esclavo que había en el Oeste de Virginia, estaba especialmente bien relacionado en tal territorio, que iba a ser el campo de acción del Departamento de Ohio.
4. Que estaba dispuesto a gastar a manos llenas su propio dinero en poner rápidamente a punto las milicias de Ohio, a las que un Coronel Henry B. Carrington había mejorado notablemente pocos años atrás, con lo que podrían entrar en acción deprisa y con eficacia. Y este argumento sí que era totalmente definitivo.

El mismo 3 de Mayo, Winfield Scott expuso su plan para derrotar a la Confederación. Se trataba de aislarla con la flota, y con desembarcos en su costa, y a la vez partirla en dos con un importante ejército que avanzaría descendiendo el gran río Mississippi, para poder utilizar éste como arteria logística de su aprovisionamiento. Era probablemente la solución más lógica y económica desde un punto de vista militar, y estaba estratégicamente bien pergueñada. Pero Lincoln no se decidió a adoptar plenamente y desde el principio un plan que requería el uso de fuerzas muy voluminosas, y prometía una guerra de no menos de dos años.

Y, el mismo día aún, Lincoln anunció un gran paquete de medidas de guerra casi todas militares, que supusieron de tacto la declaración definitiva de las hostilidades a una Confederación a la que no se le podían declarar formalmente, por no darle una especie de reconocimiento oficial como nación.

La mayoría eran medidas puramente militares, anunciándose que, con cargo a presupuestos a ser votados en la próxima sesión del Congreso, adelantada al mes de Julio en convocatoria extraordinaria, el Gobierno iba a obtener crédito para reforzar el Ejército y la Marina hasta alcanzar las siguientes fuerzas:

EJERCITO

Reclutamiento por tres años de 42.000 hombres, con los que se completaría y reforzaría las unidades, creando nuevas hasta alinear:

19 Regimientos de Infantería (numerados del 1º al 19º) (1)
5 Regimientos de Artillería (numerados del 1º al 5º) (2)
6 Regimientos de Caballería (numerados del 1º al 6º) (3)

(1) El 11º, solicitado ya por Buchanan en Enero, y los 12º al 19º, iniciados ahora, eran nuevos.

(2) El 5º había sido solicitado por Buchanan en Enero.

(3) La Caballería era reorganizada y estandarizada, desapareciendo los colores de Arma Naranja (de los Dragones), y Verde (de los Fusileros). Ahora todos los Regimientos lucirían el Amarillo de la Caballería, y cambiaban las denominaciones, siendo:

1º de Dragones el nuevo 1º de Caballería.
2° de Dragones el nuevo 2° de Caballería.
1º de Fusileros el nuevo 3º de Caballería.
1° de Caballería el nuevo 4° de Caballería.
2° de Caballería el nuevo 5° de Caballería
3º de Caballería el nuevo 6º de Caballería. (Regimiento solicitado por Buchanan en Enero, pero que sólo ahora se creaba efectivamente)

MARINA

Reclutamiento por tres años de 18.000 hombres con los que se completarían fuerzas y tripulaciones. Y adquisición de nuevos buques por dos sistemas complementarios

1-. Inmediato encargo para la fabricación de 8 nuevos sloopps de hélice.

2-. Compra en el mercado civil de 20 vapores para ser armados y equipados como cañoneros y sloops auxiliares.

Finalmente, el paquete incluía una medida jurídica bastante polémica: la suspensión del derecho de “Habeas Corpus” al amparo del Artículo 1º, Sección IX-2 de la Constitución, que le permite si “en caso de rebelión o invasión, la seguridad pública lo pueda requerir”. (El problema era que tal permiso no había sido aún invocado nunca).

Dos días después, el 5 de Mayo, Benjamín Butler fue puesto al frente de un nuevo Departamento, el de Annapolis, con la misión de mantener despejadas las comunicaciones con el Distrito de Columbia. Considerando que esto incluía la pacificación de Maryland, preparó de inmediato una acción en tal sentido, sin esperar al gran barrido que Scott estaba preparando para realizarlo con la concentración que se iba creando en Washington bajo el Brigadier Mansfield.

Butler se hizo entregar el 6º de Massachusetts del Coronel Jones, que sabía estaba rabiando por volver a recorrer Baltimore en una forma más digna que el 19 de Abril, lo reforzó con una batería y alguna compañía del 8º, y se puso en marcha el 12 de Mayo desde Relay House, que había sido abandonado por las milicias ante sus hombres días antes.

Fintó primero un avance sobre el Harper’s Ferry, que confundió a la milicia y le permitió capturar un curioso ingenio que un grupo de secesionistas de Maryland, que intentaban alcanzar el Ferry con él para llevarlo a los secesionistas virginianos que lo abandonaron ante la aproximación de su vanguardia. Se trataba de un producto de un inventor de Maryland llamado “cañón de vapor Winans”, (¿una forma primitiva de autopropulsado?). Que el Ejército unionista consideraría sin interés e iría a acabar sus días en un museo.

Después giró inesperadamente al Este, regresó a marchas forzadas y el 15 de Mayo, entre una tupida lluvia, se presentó ante Baltimore y emplazó sus cañones contra ella, anunciando su ocupación. El Alcalde Brown, que aunque moderado era secesionista, trató de avergonzarle por ocupar una ciudad pacífica, pero olvidaba que trataba con un leguleyo. Sin inmutarse, pero riéndose de él en sus barbas, Butler le pudo responder que, por el contrario, se trataba de una ciudad presa de anárquicos amotinados, y que acudía a salvarla por haber oído informes de que el motín iba a recrudecerse al día siguiente.

Y Brown se tuvo que callar. Desde luego, hacía mucho que la atmósfera de motín había cesado, poco después de que, el 20 y 21 de Abril, los agentes así como los extremistas, enviados por los secesionistas desde todas partes del Estado, se habían dispersado, volviendo a su vida normal. Pero para justificar los movimientos de la milicia, se había mantenido la ficción de que el motín continuaba. En principio, esta farsa sólo iba a durar hasta que el Acta de Secesión fuera aprobada en Annapolis, pero la aparición de la brigada del propio Butler allá dio al traste con tal esperanza, y al fin el motín llevaba oficialmente durando 26 días, (pese a que las cosas estaban en realidad tan en calma, que el propio Alcalde lo había olvidado).

De hecho, no mucho antes de la llegada de Butler el 27º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania, no deseando prolongar su viaje por mar hasta Annapolis, había tenido la osadía de desembarcar en Baltimore y cruzarla para salir hacia Washington. No mucha gente se había amontonado a su paso, e incluso habían oído algunos vítores. ¡En realidad había bastantes unionistas en Baltimore!

En cuanto se corrió la noticia de la ocupación de Baltimore, la milicia de Maryland se desintegró, dividiéndose en pequeños grupos, que en su mayoría lograron infiltrarse a través de la tenue barrera del 8º de Massachusetts, disperso a lo largo de la línea de ferrocarril, e ir a embarcarse para Virginia en los pequeños puertos de la costa Sur de Maryland. Y con ellos huyó buena parte de las gentes más implicadas en la intentona secesionista, incluyendo buena cantidad de terratenientes y grandes burgueses del Estado.

Ahora, el “tímido” Gobernador Hicks pudo al fin hacerse con la situación, y a los pocos días anunciaría la creación de los primeros cuatro Regimientos de milicia unionista de Maryland. Sin embargo, y aunque casi todos los cañones utilizados por los secesionistas habían sido capturados, (no eran cosa que uno pudiera llevarse metida en el bolsillo mientras jugaba al escondite con el 8º de Massachusetts en el ferrocarril), muy pocos de sus hombres lo fueron. Y Scott, furioso con Butler por haberle “pisado” su campaña, quería aprovecharlo para tomar medidas disciplinarias contra él.

Butler nunca fue un genio de la guerra, y sus operaciones fueron a menudo excesivamente tímidas y algo torpes. Además tampoco el físico le beneficiaba, siendo un hombre de cuarenta años que aparentaba bastantes más, más bien gordo, con bigote y grandes bolsas bajo los ojos que daban un aspecto abotargado a su rostro, y dotado de una considerable calvicie que trataba de balancear sin mucho éxito, dejándose la melena bastante larga por detrás de las orejas.

Habiendo llegado a ser además quizá el más conocido de los generales-políticos de la guerra, mucha literatura histórico-militar yankee ha tendido a tratar de convertirle en la caricatura del militar-político inepto, para compararlo con una versión idealizada en exceso del militar-profesional. En realidad y aun admitiendo sus defectos, no carecía de virtudes. Así, solía saber llevarse muy bien con sus subordinados, tenía ocasionales y brillantes relámpagos de originalidad y, sobre todo, poseía un “olfato” para la situación estratégica y política muy superior al de la mayoría de los profesionales.

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En esta ocasión, ese olfato suyo había funcionado muy satisfactoriamente. En primer lugar, se había dado cuenta de que el secesionismo era mucho menos poderoso en Maryland de lo que pretendía hacer creer y, tras los reveses más bien morales sufridos, estaba “maduro” para caer ante el empleo de la más mínima fuerza, sin acudir a un gran ejército como el que con gran gasto de tiempo y despilfarro de dinero estaba acumulando el Teniente General Scott.

En segundo lugar había percibido, mejor incluso que Scott, que la situación de Washington, para la que el puerto y ferrocarril de Annapolis, ambos de escasa capacidad, constituían un “tubo de oxígeno” algo angosto, no era saludable y paradójicamente empeoraba cuantas más tropas se acumularan alli. Y que la campaña que preparaba Scott iba a distraer durante demasiado tiempo la mayor concentración de tropa de la Unión en una simple limpieza de flanco, que se podía hacer con mayor rapidez y sin utilizarla. Tenía razón, como se vio en los días siguientes, cuando la brigada surcarolina de Bonham, reforzada por milicias y nuevas unidades de virginianos, comenzó a tomar posiciones en la orilla Sur del Potomac, frente a la capital.

Lincoln lo comprendió así, y lo que hizo fue alejarlo del General Scott, enviándolo a tomar el mando de la nueva fuerza que se estaba concentrando en Fort Monroe con un ascenso a Mayor General de Voluntarios. (A la vez recibieron el mismo ascenso McClelland, cuya organización estaba creciendo rápidamente, y Fremont, para que los republicanos sectarios no protestaran que se hubiese dado aquel grado a dos demócratas y a ningún miembro de su Partido).

Entre tanto, los unionistas también se habían puesto en marcha en Missouri, donde los rebeldes del Brigadier Frost no parecían tener prisa por iniciar su acción sobre el Arsenal de Saint Louis. Probablemente esperaban la llegada del Brigadier Harney, que era un missouriano de buena familia, y al que sin duda esperaban poder instrumentalizar para facilitarse aún más las cosas. (A juzgar por el comportamiento posterior de Harney, es muy posible que lo hubiesen logrado, y su elección se demuestra como un error claro del Mando unionista).

Pero, precisamente por ello Nathaniel Lyon había decidido ponerse en acción antes de la llegada de su superior. A un llamamiento suyo, el grueso de las fuerzas de la Home Guard se puso en marcha concentrándose sobre Saint Louis. Y el que, pese a que el movimiento envolvió el desplazar miles de hombres, los secesionistas permanecieran totalmente ignorantes de él prueba algo. Prueba que, si bien podían contar con cierta proporción de la ciudadanía de Saint Louis y, como en Baltimore, había llevado a la ciudad partidarios suyos desde otras zonas del Estado, no tenían un solo seguidor entre los campesinos de los alrededores.

El 9 de Mayo, la concentración se había realizado, y los secesionistas seguían ignorándola. El Alcalde Thompson había en tanto prohibido que la guarnición del Arsenal saliera de éste, pero no podía impedir que Lyon se diese cada tarde un largo paseo a caballo, del que a menudo regresaba después de anochecido. Y cuando esa noche no se le vio regresar de su paseo cotidiano, se supuso que aparecería después de cerrada la noche. Pero en realidad había acudido al encuentro de la Home Guard.

Esta había reunido ya sus Regimientos 1º, 3°, 4° y 5º de Infantería de la “Home Guard” que a poco comenzarían a ser denominados “de la Reserva de Missouri”, y el primero eficiente de una nueva organización de cuño más ofensivo, el 3º de Voluntarios de Missouri. Entre los cinco sumaban cerca de 4.500 hombres, aunque el último y menos instruido, el 5º de la Reserva, estaba seguramente incompleto.

Parece que ésta última unidad no llegó a tiempo a la concentración, pero el hecho es que, en la mañana del 10 de Mayo, las Jackson Barracks se vieron al amanecer rodeadas por el resto del contingente que, con las armas preparadas para disparar, exigió de Frost la rendición del campamento. Sobre el papel, el secesionista quizá disponía de más de mil hombres, pero la mitad larga eran de Saint Louis, tenían conocidos allí o simplemente frecuentaban sus burdeles, pernoctando en la ciudad. Y, como estuviese totalmente rodeado, y en tal inferioridad que la resistencia hubiese sido vana, el Brigadier Frost hubo de capitular, con los menos de 640 hombres que tenía consigo.

Los hombres de Lyon registraron el campamento, encontrando variado botín que incluía más de 10.000 mosquetes. Lógicamente eso suponía que casi todo el cargamento robado en el vapor del Capitán Stokes estaba allí, y demostraba a posterior que la mitad de los “espontáneos ciudadanos amotinados” que lo habían asaltado eran hombres de Frost, y el grueso de la otra mitad, colaboradores suyos que se hacían pasar por ciudadanos y forasteros de paso. Finalmente, Lyon puso como condición para liberar a sus prisioneros el que prestaran el juramento de fidelidad a la Constitución que era obligatorio para las milicias legalmente constituidas, (y se suponía habrían debido pronunciar al ser reclutados).

Como se negaron a ello, decidió retenerlos, e inició su traslado a Saint Louis dejando al 5º de la Reserva, (que como recordaremos había llegado tarde a la acción), para vigilar las Jackson Barracks y a los últimos prisioneros que realizaban ciertas tareas para su clausura en ellas. Fue un error de cálculo, pues no pensó que, si había vencido militarmente, su acción era juridicamente muy dudosa, y los rebeldes podían llamar la atención sobre ello, y crearle grandes complicaciones políticas, desencadenando ahora el motín que obviamente habían planeado.

La ocasión era ideal, pues la ciudad hervía aún de agentes enviados para organizar y “dar cuerpo” al amotinamiento, ahora reforzados con los hombres de Frost a los que el pernoctar en la ciudad había salvado de la captura. Además, la entrada de tropa aún desconocida, rodeando a un grupo tan grande de prisioneros, debía naturalmente despertar los recelos hacia la primera, y la compasión hacia los segundos, en la ciudadanía inocente, colocándola en una situación propicia a ser instrumentalizada. Y apenas entrados los unionistas y sus prisioneros en la ciudad, las provocaciones se iniciaron según el esquema que tanto éxito había logrado en Baltimore: gritos, insultos, consignas, piedras, etc.

A los primeros tiros, se dio orden de responder al fuego. Por desgracia, había muchos curiosos en torno a los amotinados y además, al proceder la tropa a desplegarse ordenadamente, apuntar y disparar, se dio tiempo a que aquéllos se confundieran entre la multitud. El resultado fue que la primera descarga cogió de lleno las filas de los curiosos, derribando incluso cierta cantidad de mujeres y niños. Y aunque en las sucesivas se procedió con más cuidado, el daño estaba hecho. Al fin, cuatro soldados unionistas y no menos de 27 civiles resultaron muertos, y los heridos fueron numerosos por ambos bandos.

Al final, los prisioneros fueron encarcelados y los prometidos fusiles rayados repartidos entre los Home Guards, pero el ambiente de triunfo de la mañana se había disipado, y lo cierto es que Lyon estuvo cerca de perder los frutos de su logro por aquella sangrienta chapuza. Por fortuna para él, los secesionistas quisieron remachar su labor, repitiendo la acción al día siguiente, 11 de Mayo, cuando el 5º de la Reserva, dejando cerradas las Barracks, entró en Saint Louis con los últimos prisioneros, deseoso de recibir sus fusiles rayados.

De inmediato, los provocadores se cebaron en ellos, y a poco, al caer un muchacho alemán muerto de un tiro, (se trataba de una unidad alemana), se respondió con una descarga. Pero, paradójicamente, lo que salvó la situación fue que, como hemos dicho, eran una unidad casi sin instruir, y en su impericia dispararon al instante y en tal desorden que cuatro de los seis muertos que produjeron eran de sus propias filas. (Y, desde luego, las balas que no pararon ellos mismos fueron a los aún próximos provocadores).

Y su torpeza y las bajas en sus propias filas abrieron de golpe los ojos a los espectadores ciudadanos, que esta vez se mantenían a una distancia más prudente y, de lejos, habían visto cómo eran acosados con mayor claridad. Los ciudadanos de Saint Louis vieron ahora que no se trataba de sádicos extranjeros que vinieran a torturar a los chicos de Missouri, sino de pobres tipos muertos de miedo, que intentaban cumplir con lo que consideraban su deber. De pronto, hasta la matanza de la víspera se hizo más comprensible, y la forma en que los secesionistas habían usado a los ciudadanos como escudo pareció clara. Y pese a los sangrientos horrores de la víspera, Saint Louis se volvió en buena parte contra los secesionistas que la tuvieron que ir abandonando. Hasta el conflictivo Alcalde Thompson acabaría por desaparecer un buen día.

Sin embargo, todo ello corrió una vez más peligro con la llegada del Brigadier Harney. No parece en realidad que fuese un traidor, sino sólo lo que castizamente se denominaría un “pijo de buena familia”, al que le costaba concebir una situación en la que los pijos de buena familia eran los rebeldes, y los que probablemente veía como arribistas de clase media confabulados con extranjeros, representaban la Ley y el Orden. Llegó lleno de asunciones, seguro de que la Home Guard había actuado arbitrariamente, y asegurando que él no emplearía otra fuerza armada que el Ejército Federal. Al parecer olvidaba que, en Missouri, éste estaba reducido a 80 hombres, a los que por cierto una ordenanza municipal» dictada por uno de sus amigos, prohibía salir armados a la calle.

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Lyon se limitó a llevarle a ver la Jackson Barracks, y a interrogar a los prisioneros hechos en ellas. Así, Harney pudo enterarse de que las dos calles del campamento se denominaban Davis y Beauregard, que la bandera que se izaba en su mástil era la de Montgomery, que los himnos que tocaba su banda eran “Dixie” y “Bonnie Blue Flag”, (que iba a disputar al primero el corazón de las tropas confederadas), y que los prisioneros habían sido detenidos por ser una fuerza armada que se negaba a jurar acatamiento a la Constitución.

Aún no se había repuesto Harney de su sorpresa cuando en la capital estatal, Jefferson City, y no sin extorsión, (las calles estaban llenas de State Guards y se había impedido el acceso a muchos delegados unionistas), el Gobernador Claiborne Jackson hizo votar, si no un Acta de Secesión, sí una “Military Bill” que le daba poderes discrecionales sobre las milicias. En el acto revirtió a ellas todo el presupuesto estatal anual que quedaba, y reglamentó que el único juramento que prestarían iba a ser uno de fidelidad a su persona.

Esto era tan obviamente ilegal que hasta William Harney hubo de protestar por ello. Pero, al ser visitado en Saint Louis el 20 de Mayo por el Mayor General de la Milicia Sterling Price, se dejó convencer por él, al calor de la camaradería de clase y acabó declarando que no realizaría ningún movimiento militar en el Estado. Se trataba de una estupidez suicida. Lyon protestó airado y él y Blair telegrafiaron a Washington sus objeciones. Lincoln y el Secretario de Guerra, Simon Cameron, trataron de disuadir a Harney del camino que estaba tomando y, ante su tozudez, telegrafiarían el 30 de Mayo su destitución fulminante, acompañada de un despacho que ascendía a Brigadier de Voluntarios a Nathaniel Lyon, y le daba provisionalmente el mando de Harney. Este no tendría ningún mando más en toda la guerra, de manera que, llegado el 11 de Mayo, su participación en ésta duró exactamente 19 días.

La Unión también había comenzado a moverse en el mar, donde los primeros vapores de los que Lincoln habló el día 3 fueron adquiridos ya el 7. Se trataba de los “Reliance” y “Resolute”, dos pequeños pero sólidos remolcadores gemelos de hélice, de 90 Tn, que tras ser armados se emplearían en las aguas angostas de la Chesapeake Bay. Otro de los primeros vapores adquiridos sería el “Union” que, como mencionamos en un capítulo anterior, capturaría al aspirante a corsario enemigo “Hallie Jackson” aquel mismo mes. (Lo que se debió a que, en la intención de emplearlo principalmente como buque de apoyo logístico, la U.S. Navy sólo le había reformado mínimamente, dándole armamento muy ligero, por lo que alcanzó estado operativo en pocos días).

Otros vapores adquiridos aquel mes, como el “Thomas Freeborn”, vaporcito de ruedas laterales de 269 Tn, el “Albatross” de hélice de 378 Tn, “Monticello” de 655 Tn, “Mount Vernon” de 625 Tn, o “South Carolina” de 1.165 Tn, recibirían refuerzos en sus cubiertas para poder cargar cañones más pesados, y otras reformas más complicadas, tardando hasta semanas en alcanzar la operatividad.

Es de señalar que, simultáneamente, otros vapores pasaban bajo el control de la Marina al adquirir ésta los contratos de chart por lo qué estaban sirviendo al Ejército. En la mayoría de éstos casos, como en los de los ya citados anteriormente “Alabama” y “Keystone State”, los buques siguieron sirviendo como transportes, y bajo las tripulaciones proporcionadas por sus armadores, hasta su adquisición durante el Verano. Pero se dieron casos excepcionales como el del vapor de hélice de 765 Tn “Massachusetts”, cuya propiedad no parece que fuera definitivamente adquirida por la U.S. Navy hasta 1862, y que sin embargo fue inmediatamente reformado, armado con 4 piezas de 8 pulgadas y un 32 libras de caza, y enviado al Golfo de Mexico con tripulación militar.

El mismo 9 de Mayo hizo sus primeros disparos un buque unionista. Se trataba del remolcador “Yankee”, como se recordará prácticamente secuestrado por el Capitán Pendergrast en el Gosport Navy Yard, y al que en Fort Monroe se le había “reclutado”, armándole con dos piezas de 32 libras. Era un gran remolcador de ruedas, de 328 Tn, sólido, rápido y de poco calado, y se le usaba para examinar el estado de las baterías defensivas que los virginianos estaban instalando en las costas de Hampton Roads, Y en ello estaba aquel día, cuando la batería instalada en Gloucester Point abrió fuego contra él, llevándole a replicar con sus cañones. La acción fue sin embargo breve y sin consecuencias.

Una segunda acción naval, menos casual, se llevó a cabo los 18 y 19 de Mayo por el vapor unionista “Monticello”, de 655 Tn, y el rearmado y ya citado remolcador “Reliance”, que bombardearon las baterías enemigas de Sewell’s Point bajo el mando de los Tenientes D. L. Braine y Jared Mygatt respectivamente, siendo el primero el jefe de la formación. Los artilleros virginianos, pertenecientes al mando de milicia del Brigadier Walter Gwynn, y a la zona de costa asignada al Capitán de Marina confederado Peyton Colquitt, respondieron al fuego, y la acción de tanteo no causó mucho daño en buques y baterías, aunque sí resultó en diez heridos entre ambos bandos.

Por su parte, el “Anacostia”, como recordaremos bajo el mando del Teniente Comandante Thomas Scott Fillebrown, pasó prácticamente todo el mes subiendo y bajando el firth del Potomac, unas veces realizando escoltas, y otras simplemente registrando la orilla, y la topografía de la zona. Su misión era vigilar la posible creación por el enemigo de fortificaciones de batería dedicadas a entorpecer la navegación por el firth, de un lado, y de otro el levantamiento de nuevos y más exactos planos de éste, que si con sus numerosos bajíos nunca había sido fácil para la navegación, ahora lo era menos, al haber retirado los rebeldes "todas las boyas y señalizaciones de ayuda de la orilla virginiana.

Algunos oficiales del Estado Mayor Naval, como el Teniente Comandante Thomas H. Phelps, le ayudaron en esto último. Pero, aunque reforzada con 20 marines, su tripulación estaba incompleta, y muy escasa de especialistas y oficiales, de forma que, en uno de sus informes, Fillebrown se quejaba de tenerlo que hacer todo personalmente, y no haber podido acostarse en cinco días. Y pese a sus esfuerzos, fue el “Mount Vernon”, otro de los vapores adquiridos últimamente por la Marina, el que le señaló la posición de una fortificación de batería en el paraje de Aquia Creek desagradablemente cercano al Distrito de Columbia.

Comprobado dicho informe, Fillebrown lo pasó a Washington, donde sin embargo Lincoln y Welles no se atrevieron a emprender una acción tan radical como el bombardeo de las obras, (situadas en suelo aún civil virginiano), hasta que la Secesión de Virginia no fuera confirmada en referéndum. Hacia el 20 de Mayo, el “Anacostia” comenzó a verse menos solitario, al alcanzar estado operativo en el firth el remolcador “Resolute” y el vapor “Thomas Freeborn”. Se dibujaba así el esqueleto de una futura Flotilla del Potomac, que el Capitán Gustavus Vaasa Fox, ascendido entretanto a Subsecretario de Marina y Jefe del Estado Mayor Naval, creó a los pocos días, bajo el mando del Comandante James Harmon Ward y teniendo el citado “Freeborn” como buque insignia.

Otras dos decisiones tomadas aquel mes por el Secretario de Marina Welles, fueron el 9, trasladar la Academia naval de Annapolis, situada desagradablemente cerca del frente, al hermoso puerto de Newport, en Rhode Island, para el que la “Constitution” zarpó de inmediato, y el 16 enviar al Comandante John Rodgers a Saint Louis, donde debía dar apoyo, consejo y dirección al mando de tierra local, para la creación de una flotilla de cañoneras para el Mississippi y otros ríos.

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Por su parte, el Gobierno rebelde de Montgomery había dado en tanto nacimiento a la Marina Confederada, que durante los meses próximos iría incorporándose las marinas locales creadas por los Estados secesionistas. (Con una excepción: Texas, que siempre hace las cosas en una forma diferente, había creado su organización naval, el Texas Marine Department, no como una Marina del Estado, sino como una rama naval de sus Milicias. Y como las milicias estatales eran intocables en la Confederación, nunca podría ser absorbido).

Por otra parte, una larga conferencia celebrada el día 10 entre Jefferson Davis y su Secretario de Marina, Stephen Mallory, permitió a éste dejar bien establecido su criterio de que el Sur, navalmente débil, no podría contener a las fuerzas navales unionistas sin apostar fuerte por la novedad que suponían los buques blindados, (de los que sólo se habían puesto hasta la fecha en servicio el “Lion”, en Gran Bretaña, y el “Gloire” en Francia). A este respecto, tenía ambiciosos planes, que el Presidente Davis aprobó.

Asimismo, Mallory opinaba que la navegación unionista sólo podía ser molestada mediante el corso, y que a tal respecto sería extraordinariamente útil el empleo de grandes corsarios gubernamentales, que podían ser cómodamente construidos, equipados y en buena parte tripulados en Inglaterra. A tal efecto, se decidió enviar con esa misión a Inglaterra al Capitán James Dunwoody Bulloch, y pedir su asistencia a un viejo héroe naval que a menudo residía en Europa: Matthew Fontaine Maury, mutilado a causa de un accidente, pero poseedor de cierto prestigio en los círculos científicos americanos y europeos.

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Por otra parte, la Confederación había, según lo previsto, “crecido” aquel mes de Mayo. El 6, en que el Congreso Provisional Confederado había dictado una “War Bill” por la que se declaraba oficialmente en estado de guerra con la Unión, Arkansas aprobó su Acta de Secesión, uniéndose definitivamente al bloque rebelde. Y al día siguiente fue el turno de Tennesee aunque, como en el caso de Virginia, con la decisión supeditada al resultado de un referéndum que había de realizarse el 8 de Junio. Finalmente, el 20 de Mayo llegó la aprobación del Acta de North Carolina, el mismo día que el Legislativo de Kentucky, impulsado por un prudente Beriah Magoffin, declaraba su Estado oficialmente neutral en el conflicto que se estaba iniciando.

El Gobernador de Tennessee, Isham G. Harris, y sus consejeros militares, temían sin embargo las consecuencias que el Acta podía tener en el Este de su Estado, (en la región de Knoxville). Tales consejeros, que casi de inmediato iban a recibir sendos despachos de Brigadier del Ejército Provisional Confederado, eran Felix Kirk Zollicoffer, un fire-eater de origen virginiano y bastante joven, que ostentaba el grado de Mayor General de la Milicia, y Benjamin Franklin Cheatham, de más edad, que lo había poseído anteriormente y era mucho más popular entre la fuerza.

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Zollicoffer había estado tratando de “pacificar” la zona problemática con su milicia aun antes de que se aprobara el Acta, deteniendo a varios prounionistas conocidos de Knoxville, incluido el predicador y agente político William Gannaway Brownlow, pero esto no parecía haber producido más efecto que el de enfurecer aún más a los antisecesionistas. El mismo día 7, la noticia de la aprobación del Acta había dado lugar a un violento motín en Knoxville, produciéndose un choque entre milicia y manifestantes en que había resultado muerto uno de estos últimos.

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Y lo más inquietante era que algunos prounionistas destacados habían desaparecido de sus domicilios, y existían indicios de que grupos prounionistas estaban acumulando armas, obviamente con las más aviesas intenciones. Se decidió crear un centro antiguerrilla en la misma Knoxville, que el propio Zollicoffer dirigiría bajo el disfraz de un centro de instrucción dedicado a adaptar a las milicias a los estándares del Ejército Provisional. (Pues Tennessee deseaba ocultar en lo posible a ojos extraños sus divisiones internas). Al fin, cuando se celebró el referéndum en Junio, iban a cumplirse todos los pronósticos. De un lado, la Secesión sería aprobada mayoritariamente en el conjunto del Estado, pero la opción saldría derrotada, por doble número de votos, pese a las presiones que se habían ejercido, en los condados del Este. De otro, se advertiría de inmediato la presencia de milicias unionistas, mandadas por los Coroneles electos Joseph A. Cooper y Samuel P. Carter en las zonas rurales. Para Zollicoffer debió ser un alivio tener ya dispuestas para salir en su persecución dos columnas de represalia, mandadas por los Coroneles William Henry Carroll y Humphrey Marshall.

Los indicios eran igualmente ominosos en la región de Virginia al Oeste de los montes Alleghany, que compartía muchas cosas, geográfica y culturalmente, con el Este de Tennessee. Allí, para preocupación del Gobernador Letcher y del Alto Mando, los llamamientos de voluntarios para la milicia y el Ejército Provisional estaban encontrando un alarmante vacío. Y el Condado de Wheeling, situado en el extremo Norte, en un espolón de tierra que se adelanta entre Ohio y Pennsylvania y donde los prounionistas se sentían a salvo, era un hervidero de conspiración.

El propio Alcalde de la ciudad de Wheeling, Andrew Sweeny, se había declarado en rebelión contra Richmond desde el primer momento. Así, al telegrafiarle el 17 de Abril el Gobernador Letcher, dándole orden de apoderarse de los edificios de la administración federal en su municipio, ha respondido enviándole por telégrafo su adhesión a los Estados Unidos de América y al Presidente Lincoln. Antes de fin de mes, propietarios venidos de distintas zonas de la región se reunían en Wheeling a conspirar, evaluando sus posibilidades de crear un Estado secesionado de Virginia, que se adhiriese a la Unión. Y abiertamente, un Coronel Benjamin Franklin Kelley estaba reclutando un regimiento de Voluntarios unionistas, luego conocido como “1º de West Virginia”.

Era este tipo de problemas los que molestaban en Mayo a los confederados, cuyo Congreso Provisional había aprobado el día 16 un acuerdo que permitía ampliar el Ejército Provisional a 400.000 voluntarios, para cerrar su ronda de sesiones el 21, acordando el paso de la capitalidad de la Confederación de Montgomery (Alabama), a Richmond, como se le había prometido a Virginia antes de que se sublevara. Así, el Gobierno Provisional saldría hacia Virginia de inmediato y las Cámaras confederadas se reunirían en esta ciudad cuando se reanudaran sus sesiones.

En la propia Virginia, la organización militar avanzaba en forma un tanto despareja. Así, ya en 1 de Mayo se había hecho pasar al Harper’s Ferry uno de los primeros regimientos del Ejército Provisional, que sustituyó allí a las brigadas de milicia de Carson y Meem, las cuales retrocedieron sobre Winchester, con el fin de reorganizarse y licenciar allí parte de sus efectivos. En cambio, en la orilla Sur del Potomac ante Washington, la desorganización fue absoluta hasta la segunda mitad del mes, en que comenzó a llegar la brigada surcarolina de Milledge Bonham y las fuerzas virginianas designadas para apoyarla. Y aún continuó después ya que, si bien sumaban cerca de 8.000 hombres bajo el mando superior de Bonham, ni siquiera se habían emplazado aún cañones apuntando a la capital. (Y ello pese a que el Brigadier Robert E Lee, que las conocía bien, ¡eran suyas!, había proporcionado un mapa detallado de emplazamientos en las estratégicas colinas de Arlington).

La zona de Aquia Creek estaba a las órdenes del ya no joven Coronel norcarolino Theophilus Hunter Holmes, al frente de algunas tropas venidas de su Estado, y reforzadas con milicias huidas de Maryland, a las que mandaba nuestro viejo conocido Issac Ridgeway Trimble.

Sin embargo, casi todo era aún muy improvisado, y probablemente los virginianos no se dieron cuenta que seguramente estaban cometiendo un error cuando, para poder recibir dignamente la llegada del Gobierno Confederado, celebraron apresuradamente el referéndum que corroboraba su Secesión el 23 de Mayo.

Lo cierto es que, con ese gesto, borraron el último escrúpulo legal del Gobierno de Lincoln para poner sus tropas en movimiento, y durante los siguientes días iba a verse a las tropas unionistas iniciar, aún con las vacilaciones propias de unidades bisoñas, sus primeras acciones realmente ofensivas.

En Washington el mando del Brigadier Mansfield, que contaba ya con casi 13.000 hombres, perfectamente pertrechados y equipados ahora que la recuperación de Maryland había permitido poner en uso toda la red ferroviaria de tiempo de paz, había decidido tomar los arrabales de la orilla Sur del Potomac, frente al Distrito Federal, y ante todo hacerse con el control de las colinas de Arlington, privando al enemigo de los excelentes puestos de observación y emplazamientos de artillería contra la capital que ofrecían, y obligándole a alejarse una distancia prudencial de Washington. Para ello se iba a emplear una brigada formada “ad hoc” y mandada por el Coronel Samuel Peter Heintzelman, hombre barbudo, activo y un poco prematuramente canoso, que había mandado años atrás la guarnición de Fort Yuma, entre Arizona y California.

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Alineaba cinco regimientos, cuatro de ellos de New York, con un total de más de 4.000 hombres, y estaría apoyado en el río por la primera misión de la nueva Flotilla del Potomac, aunque incompleta. (El “Anacostia” estaba ausente, dando escolta a un carguero). Y la acción estaba programada para el amanecer del 24 de Mayo.

En Fort Monroe, en la orilla Norte de las Hampton Roads, (y la costa Sur de la Península de Yorktown), Ben Butler encontraba que la vieja fortificación, si bien amplia, (tenía capacidad holgada para 4.000 defensores), comenzaba a quedarse pequeña ante las fuerzas allí acumuladas, que ya habían comenzado a instalarse en tiendas de campaña en las angostas franjas de playa frente al islote en que se encontraba. Convenía por tanto formar una cabeza de playa de dimensiones aceptables. Y la ocasión resultaba favorable para ello pues, pese a que se habían acumulado en los últimos días más de 8.000 hombres en la fortaleza Monroe, el mando virginiano no había reaccionado aún, y seguía guarneciendo la península tan sólo una brigadilla de tropas de Virginia y North Carolina, mandada por el Coronel virginiano John Bankhead Magruder.

Butler, que no había alcanzado aquel escenario hasta el 22, y tampoco era un hombre rápido redactando órdenes, sólo podría avanzar el 25 con unos 4.000 hombres bajo el Brigadier de Milicia Ebenezer Pierce. El objetivo de la operación era ocupar la cercana pequeña ciudad de Hampton, que daba nombre a las Hampton’s Roads, y el más lejano puerto pesquero de Newport News, y la zona entre ambos. Tratándose de un territorio que vivía prácticamente hacia y para el mar, y cuyas comunicaciones con tierra adentro no eran muy satisfactorias, se esperaba así que resultara después fácil de defender.

Por otra parte, y como en el Oeste de Virginia el Gobierno de Richmond estaba al fin poco a poco levantando milicias e imponiendo su ley, era el momento de intervenir en aquel territorio. George B. McClelland, posiblemente impulsado por su jefe de Estado Mayor, otro capitán retirado y ahora Coronel de Voluntarios llamado William Starke Rosencrans, estaba preparando la creación de una amplia “zona libre” con centro en Wheeling, para lo que cruzarían el Ohio en pocos días seis regimientos, con unos 5.000 hombres, mandados por el Coronel Thomas A. Morris.

Y también se preparaban acciones en el mar, donde la U.S. Navy iba a ser reorganizada con vistas a emprender el bloqueo con seriedad, y por supuesto, en el firth del Potomac, el Comandante Ward se disponía a emprender una acción en fuerza contra Aquia Creek.

Dejamos así este capítulo con el Norte, que tras las acciones de Butler en Maryland y Lyon en Missouri comenzaba al fin a pisar con pié firme, preparando su primer movimiento general ofensivo, aunque éste fuese aún de objetivos limitados.

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Capítulo VII: Planteamiento De Una Guerra Civil

Antes de continuar la crónica de lo que en aquellos días sucedió, es quizás interesante dedicar un capítulo a estudiar los lugares, los medios e incluso el ambiente que rodearon el principio de aquella guerra. Y para eso no creo que pueda haber momento más oportuno que éste, en que, realizadas las declaraciones de guerra de facto, (en las instrucciones de Lincoln del 3 de Mayo y el Bill confederado del 6), y ya despejadas casi todas las incógnitas políticas, los ejércitos y las flotas de la Unión se disponían a moverse.

1° LOS FRENTES

Si partimos como zona neutral en la guerra de la frontera texano-mexicana, que los confederados de Texas dominaban entre Brownsville y la confluencia del Río Grande y el Conchos, daremos una vuelta en el sentido de las agujas del reloj para recorrer todos los frentes.

Sobre esta frontera, la posición confederada más occidental era Fort Leaton, un puesto avanzado de Fort Davis situado exactamente enfrente de la ciudad mexicana de Presidio del Norte, a través del Río Grande. Y al Oeste de la línea Fort Leaton-Fort Davis había una amplia zona deshabitada, o casi deshabitada, hasta aquélla en que se encontraban los puestos unionistas de Fort Quitman y Fort Bliss, al Noroeste.

A primera vista pudiera parecer que la posición de los texanos en el sector no era cómoda, pues entre esa zona de Texas y Nuevo Mexico, el Ejército Federal contaba con más de 1.500 hombres, y algunos cientos de soldados más habían llegado desde Texas. Pero en realidad, no había el menor peligro de que los federales de El Paso y Nuevo Mexico entraran en acción, y ello por varias razones.

En primer lugar, los refugiados que llegaban de Texas no tenían la menor intención de quedarse allá, y menos de volver al Estado de la Estrella Solitaria. Todo su esfuerzo se centraba en ir ascendiendo hasta el Norte del valle del Río Grande, para alcanzar Albuquerque, y de allá Las Vegas y el inicio del “Santa Fe Trail” (Ruta de Santa Fe), que recorrerían en sentido inverso para llegar a Saint Louis, (Missouri), o la ruta alternativa, más al Oeste, que les depositaría en Leavenworth, en el ahora Estado de Kansas. En una palabra, sin importarles enfrentarse a un viaje de varios meses, estaban empeñados en alcanzar el “verdadero” Norte, los soldados para unirse a sus regimientos reorganizados, los escasos civiles para volver a la civilización.

Y ni siquiera se podía realizar su evacuación con demasiada premura, ya que aquellas regiones no abundaban de medios, y además cruzaban entonces por una crisis a la que nos referiremos más tarde.

Por otra parte, las tropas federales en Nuevo Mexico pasaban por una profunda crisis moral. De hecho, Nuevo Mexico era uno de los destinos más desolados y sin horizontes que podían caerle en suerte a un militar, ya sin que intervinieran otros factores. Y en aquellos días, la numerosa deserción de oficiales, que se perdían rumbo a los puestos confederados de la zona de la desembocadura del Río Conchos, había introducido un elemento amargo en el ambiente. Los soldados se sentían abandonados; y parece que los oficiales, (aunque la historiografía militar estadounidense posterior ha intentado disimularlo), se preguntaban si habían elegido el bando perdedor.

Y para colmo, las circunstancias del entorno ni siquiera eran las normales. Por el contrario, eran especialmente anormales, pues estaba comenzando la que iba a ser sin duda la peor de las guerras apaches.

Todo se había iniciado en Enero, cuando un grupo de apaches asaltó un rancho, robando algún ganado y un niño mestizo, ahijado del propietario. El hecho es que el indignado ranchero había denunciado lo ocurrido al Ejército, añadiendo que había identificado a uno de los apaches de la banda como Cochise, el cacique de la tribu de los Chiricahua Choconen, de Sierra Chiricahua.

La identificación no era fiable, pues todo el Territorio sabía que tanto Cochise como su suegro “Mangas Coloradas”, cacique de los “Cihene” de Sierra Mimbres, eran hombres extraordinariamente altos, y cada vez que aparecía un apache alto en un grupo de ellos se le identificaba como Cochise si era joven, o como “Mangas” si era de más edad. Pero debía ser investigada, y a tal fin partió para Sierra Chiricahua el Teniente George N. Bascom, del 7º de Infantería, con 54 soldados montados a lomo de mula. Llegado a Apache Pass, invitó al cacique a un pow-pow junto a la estación de diligencias del Paso, (por cuya presencia el cacique cobraba un pequeño tributo de la línea, y cuyo factor era amigo suyo).

Cochise llegó sin sospechas, con tres apaches más y una mujer con un niño en brazos, todos parientes suyos. Pero enseguida quedó claro que el Tte. Bascom había venido decidido a detenerle, fuese culpable o inocente. (Sin duda, pensaba hacer carrera política en el Territorio, donde una acción así le convertiría en un héroe público). Desgraciadamente, el indio era inocente, con lo que el doblez de Bascom le enfureció muchísimo. Y peor aún, Bascom era como traidor un perfecto incapaz, y Cochise se escurrió entre sus manos, huyendo al monte mientras el Teniente detenía a sus parientes.

Rápidamente, el pielroja reunió un buen grupo de guerreros y se dedicó a tomar como rehenes a cuantos blancos rondaban por las cercanías, pensando en canjearlos por sus familiares. Y como el Teniente se negaba, puso sitio a la estación de diligencias, donde los soldados se defendieron varios días, mientras algunos grupos de blancos de la zona, supervivientes de los ataques apaches, se les iban uniendo. Uno de ellos llegó llevando consigo prisioneros a tres apaches de la tribu de los Coyoteros, que no tenían mucho que ver en aquel asunto. (Curiosamente, tan lejos de su territorio, podían a cambio ser miembros de la banda que cometió el rapto por el que se había iniciado todo, que al fin resultó ser un grupo vagabundo de coyoteros).

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Por fin, el 11 de Febrero Bascom y su gente fueron rescatados por la aparición de un escuadrón del 2º de Dragones, ante cuya presencia los apaches se esfumaron. Pero a poco serían encontrados los cadáveres de los 16 rehenes que Cochise había tomado, (10 mexicanos y 6 anglosajones, incluido su antiguo amigo), horriblemente torturados. Bascom hizo ahorcar sobre sus tumbas a los tres parientes varones del cacique y a los tres coyoteros, y la guerra se inició.

“Mangas Coloradas” no tuvo el menor inconveniente en unir las dos tribus de sus “Cihene” de Sierra Mimbres a la sublevación. (Eran las “Ojo Caliente” y “Mina de Cobre”). Lo que se debía haber supuesto pues, aparte de su parentesco con el jefe de Sierra Chiricahua, el viejo tenía de tiempo atrás motivos personales para odiar a los “Ojos Pálidos”, (como llamaban los apaches a los anglosajones). ¡En realidad, Cochise había sido el “pacifista” de la familia!

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Al unirse a la rebelión las dos tribus de Sierra Mimbres, (los llamados también apaches “Mimbrenos” o “Mimbrejos”), la última tribu de las que hablaban el dialecto chiricahua al Norte de la frontera también lo hicieron. Se trataba de los “Mogollon” de Sierra Mogollon, que también eran “Cihene” y, como los Mimbrenos, vivían en las zonas adyacentes al río Gila. (Por ello, a todos los “Cihene” se les llama a veces “Gileños”) Y más al Oeste, la guerra también atraía a muchos de los Apaches Occidentales, comenzando por los Coyoteros (cuyos hombres había ahorcado Bascom en el Paso Apache), y sus vecinos los “San Carlos”.

Antes de dos meses, las muertes se contaban por cientos, y para el Verano pasaban del millar y muy pocas eran de apaches. Estos, a su estilo característico, cruzaban en pequeñas partidas de un lugar a otro, matando, (a menudo de una forma espantosa), y desapareciendo con su botín para perderse en el monte reseco. Mucha gente comenzaba a abandonar los territorios situados al Oeste de Apache Pass, toda actividad de pastoreo o prospección minera se había colapsado, el grueso de las pequeñas granjas habían sido abandonadas y, en conjúntenla actividad económica se estaba interrumpiendo. Y con buena cantidad de gentes desplazadas, el viajar o conseguir provisiones para un largo viaje se estaba haciendo más caro y difícil.

De manera que los texanos no debían temer la posibilidad de una acción de los federales de Nuevo Mexico. No en largo tiempo. Por el contrario, un Teniente Coronel de la Milicia texana llamado John R Baylor estaba creando en San Antonio una unidad de Voluntarios, el 2 de Fusileros Montados de Texas, con la intención de ir a probar suerte hacia la región de El Paso y más allá si las cosas comenzaban bien.

Al Nordeste de Nuevo Mexico los contendientes estaban de nuevo separados, aquí por la región del Panhandie, por entonces más extenso, (la creación del Estado de Oklahoma lo reduciría años después), pero aún en manos de los Comanches, Kiowas y Kiowa-Apaches, y no del hombre blanco. Junto a él, las Cinco Naciones permanecían asimismo neutrales, aunque puesto que sus principales comunicaciones eran a través de la rebelde Arkansas, y las tropas federales las habían evacuado, sería lógico que se fuesen decantando por la Confederación. (Más aún puesto que algunos de sus jefes más prestigiosos cultivaban pequeñas plantaciones de algodón con trabajo esclavo).

Justo al Nordeste de las Cinco Naciones, la divisoria pasaba por Missouri, donde la situación era bastante caótica. En general, los condados al Norte del río Missouri, la región de Saint Louis y hasta la orilla Sur del río eran unionistas, y el interior al Sur y la orilla del Mississippi aguas abajo de Saint Louis secesionista. Pero no todo resultaba tan fácil. Al Norte del río había también importantes grupos secesionistas, que habían creado una fuerza militar bajo el Brigadier de Milicias Martin Greene. Y al Sur de aquél la State Guard del Gobernador Jackson tenía bien sujeta la ribera meridional del Missouri, a la vez que, muy en su retaguardia, aparecían zonas bastante unionistas. Así la región central de Rolla e Ironton, comunidades mineras unidas por ferrocarril a Saint Louis y llenas de obreros de la minería y de la industria, que procedían a menudo de estados unionistas, y eran en cualquier caso unionistas por oficio y convencimiento. Y aún más al Sudoeste, también abundaban los unionistas en la zona en torno a Springfield. En estos lugares en la retaguardia confederada, se estaban formando milicias unionistas bajo el mando del Capitán Sturgis, antiguo comandante de Fort Smith en Arkansas, y de un notable local llamado Thomas W. Sweeny.

Al Este de Missouri, la neutralidad de Kentucky separaba a los contendientes, (mientras fuese respetada). Así, y faltas de un “frente propio”, las fuerzas unionistas que se estaban levantando en Illinois tendían a gravitar hacia el de Missouri, y las que se formaban en Indiana y Ohio hacia el del Oeste de Virginia.
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Al Sur de tal Estado, Tennessee tenía ya formado un pequeño frente en su zona oriental, donde las guerrillas unionistas y las columnas antiguerrilla del General Zollicoffer pronto andarían a la greña. Y al Este de Kentuky, la parte occidental de Virginia, como recordaremos con su organización militar muy retrasada a causa de la reticencia de muchos de sus habitantes a defender la causa sureña, estaba a punto de ser invadida por las fuerzas del Coronel Morris, enviadas por el Mayor General McClelland desde Ohio. (En realidad, la única fuerza confederada coherente de un cierto tamaño que parecía existir en el territorio era un regimiento de la Milicia de preguerra, reclutado en Charleston, la ciudad más importante de la zona, situada en el valle del Kanawha, que se denominaba “Kanawha Riflemen”. Su jefe, hombre del V.W.I, era el Coronel George S. Patton, abuelo paterno del general de la Segunda Guerra Mundial).

Más al Este, e incrustado entre dos cordilleras de las que forman la serie de barreras montañosas que, en buena parte del Este estadounidense, separan la llanura costera de la cuenca del Ohio, que es parte de la del Mississippi, corría de Sur a Norte el río Shenandoah. Su valle forma un corredor desde el del Potomac, que alcanza en Harper’s Ferry, hasta el Sur de Virginia, de lo que resultaba un pasillo natural para invadir Virginia desde Pennsylvania y Maryland, o tales Estados desde Virginia. Ante su importancia estratégica, Robert E Lee, que mandaba todas las fuerzas virginianas, había escogido especialmente al Coronel del Ejército Provisional al mando del regimiento enviado desde principios de Mayo al Harper’s Ferry.

Se trataba del excéntrico ex-Capitán de Artillería Thomas Jonathan Jackson, que pronto ganaría el apodo de “Stonewall” Jackson. Hombre extremadamente religioso y fanático de la dietética, (sobre la que tenía ideas más bien excéntricas, incluso para la época), había sido últimamente profesor de Artillería y Filosofía Natural del Virginia Military Institute. Y sus alumnos, obviamente no compartiendo las opiniones de Lee, lo apodaban “Old Fool Tom”, (“Viejotonto Tom”).

Su regimiento pronto se vio apoyado junto al Potomac por tres compañías de Caballería, levantadas localmente por propietarios de la zona. Uno de ellos, el ahora Capitán Turner Ashby, iba a conocer una fama notable sí bien poco duradera. Y no muchos días después vendrían a unírseles nuevas compañías, traídas desde la costa por el Teniente Coronel James Ewell Brown Stuart, (uno de los subordinados de Lee contra John Brown, en 1859), que tenía el encargo de formar el primer regimiento de Caballería Voluntaria virginiana. Casi al tiempo se movería desde Whasington, para tomar posiciones frente a ellos en la zona, una brigada mandada por el Capitán unionista Charles Pomeroy Stone, ahora convertido en Coronel de Voluntarios.

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Ya conocemos la disposición del resto de las tropas en el frente costero virginiano, con el mando unionista del Brigadier Mansfield haciendo frente al del surcarolino Bonham en la zona del distrito federal, y más allá el distrito unionista de Annapolis y la flotilla del Commander Ward, ante el secesionista Theophilus Holmes en Aquia. Por cierto y al partir Ben Butler para Fort Monroe, el mando del Distrito de Annapolis había recaído sobre el nuevo Brigadier de Voluntarios Nathaniel Prentiss Banks, otro general-político, y como él de Massachusetts, aunque de ideología republicana y no demócrata. Finalmente, en la Península de Yorktown, el mando del propio Butler en Fort Monroe se oponía al del confederado Magruder, centrado precisamente en Yorktown.

En el amplio Frente Atlántico, donde se sucedían las costas de Virginia, ambas Carolinas, Georgia y Florida, la organización terrestre de los confederados aún estaba en disputa, pero su recién creada Marina había dispuesto dos mandos defensivos. El primero, que incluía las costas de Virginia y North Carolina, correspondía al Capitán Samuel Barron. El segundo, con las de South Carolina, Georgia y la Florida atlántica hasta Los Cayos, al Capitán Josiah Tattnall, que había ganado cierto prestigio años atrás, como Flag Officer del Escuadrón de Extremo Oriente durante un incidente en China.

Frente a ellos, la U.S. Navy se preparaba a poner en juego dos flotas: Escuadrón de Bloqueo del Atlántico Norte, cuyo mando estaba confiado al Flag Officer Silas H. Strindham; y el Escuadrón de Bloqueo del Atlántico Sur, bajo las órdenes del Flag Officer Samuel Francis Du Pont, que había en principio izado su enseña en la fragata de hélice “Wabash”, recién vuelta al servicio activo y que, desplazando más de 4.800 Tn, era el segundo buque más voluminoso de la Flota.

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En el Golfo de Mexico, era en cambio la organización naval confederada que estaba sin concretar, mientras que las zonas de defensa de costas del Ejército Provisional se habían delimitado con claridad. Al extremo oriental, la fuerza de Braxton Bragg, ya llamada Ejército de Pensacola. Y yendo hacia el Oeste, otra fuerza menor, que estaba concentrándose en torno a la Brigada de Arkansas y se denominaba Ejército de Mobile, mandado por William Joseph Hardee, ascendido a Brigadier.

Más allá, entre la boca del Mississippi y la frontera mexicana en Brownsville, las costas confederadas de Louisiana y Texas estaban bajo un mando conjunto, ejercido por el Brigadier Twiggs y dividido en dos sectores, el de Louisiana subordinado a Mansfield Lovell y el de Texas a Earl Van Dorn, ahora ascendido a Brigadier.

Por parte unionista se les enfrentaban las pequeñas guarniciones de los fuertes Jefferson, Taylor y Pickens, y el gran Escuadrón de Bloqueo del Golfo, recién creado bajo el mando del Flag Officer William Mervine. Por cierto que éste, aun teniendo a sus órdenes la gran fragata de hélice “Niágara”, había preferido instalar su mando en la más modesta “Colorado” que también formaba parte de su fuerza. (Las otras tres que aún le quedaban a la U.S. Navy, tras perder al “Merrimack”, estaban al servicio de Strindham). La base de este escuadrón era Key West.

Entre ambos escuadrones, otro mucho menor, mandado por el Capitán Pendergrast, había sido destinado a vigilar las islas de las que presumiblemente zarparían los buques que quisieran romper el bloqueo, se le llamó Escuadrón de las Indias Occidentales. Y aún un último Escuadrón se formó en el Pacífico, para proteger la navegación en aquel océano y las costas de California y los Territorios de Oregón y Washington, bajo el Flag Officer John B. Montgomery.

Por cierto que éste Escuadrón, que iba a tener una vida mucho más tranquila que los que frecuentaban aguas atlánticas, casi no varió de composición en toda la guerra. (Al contrario que aquéllos, que lo hacían de semana en semana, cuando no de día en día). Por ello es posible conocer los navíos de que disponía y compararlos con la estadística que suele aquí facilitarse para evaluar su exactitud.

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ESCUADRÓN DEL PACÍFICO

Crucero de vapor: “Lancaster”, de 2362 Tn y con 28 cañones (26 de ellos pesados)

Sloops de vapor: “Narragansett”, de hélice, de 1.235 Tn y 5 cañones, (1 de ellos pesado)
“Saranac”, de ruedas, de 1.446 Tn y 9 cañones pesados.

Sloops de vela: “Saint Mary’s”, de 958 Tn y con 22 cañones (incluyendo 6 pesados)
“Cyane” (2°), de 792 Tn y 18 cañones, (incluyendo 4 pesados)

Cañonero de palas: “Saginaw”, de 453 Tn y con 4 cañones (1 de ellos semipesado)

Velero de apoyo: “Fredonia” de 800 Tn, con dos cañones ligeros.

Además, en su base en el Arsenal de Mare Island, disponían para acomodación de la gran fragata “Independence”, de 3.270 Tn, y también estaba surto el cañonero “John Hancock”, de 387 Tn, y ya desarmado y preparado para su venta, pero que no fue dado de baja en las listas navales y vendido hasta después de la guerra, (quizá porque se pensó que podría ser rearmado en un apuro).

El total son 6 buques de combate y uno de apoyo, con 88 cañones, pero la estadística que suele citarse da al Escuadrón de Montgomery, 6 buques, 82 cañones y un millar de hombres. De donde observamos que sólo se ha tenido en cuenta los buques de combate, olvidando el de apoyo, y se ha infravalorado ligeramente la potencia artillera, (y más aún el componente de tripulaciones, aunque no entraremos en detalle sobre ello).

Hechas estas precisiones, citaremos además las fuerzas que la misma fuente da para las fuerzas de bloqueo de Strindham y Mervine.

Escuadrón de Bloqueo Atlántico: 22 buques, 296 cañones y 3.300 hombres.

Escuadrón de Bloqueo del Golfo: 21 buques, 282 cañones y 3.500 hombres.

(No hay que olvidar que, con toda seguridad, los buques de apoyo y otros cometidos no se incluyen, ni tampoco que probablemente cañones y hombres están subestimados, y que no sabemos si las cifras incluyen, seguramente no, a las fuerzas de la Flotilla del Potomac y las Indias Occidentales. Hasta el día de hoy me ha sido imposible encontrar una información fiable)

Y como con estos últimos datos hemos regresado a Brownsville, nuestro reloj ha dado ya la vuelta a la esfera, terminando el recorrido de frentes.


2° EL ARMAMENTO

Trataremos de incluir las armas más importantes o más usadas en la época en que se produjo la rebelión.

ARTILLERÍA

1. Los Más Potentes.

Correspondían a tres familias, de avancarga y ánima lisa, todas ellas:

Los COLUMBIAD. Creados por el Coronel George Bomford, habían estado entre los primeros en sobrepasar ciertas dimensiones. Presentaban una gruesa recámara cilíndrica, desde la que el tubo se iba estilizando. En 1861 se usaban los modelos de 8 y 10 pulgadas de 1844.

CALIBRE (1) ANIMA (l) PROYECTIL (2) PESO PIEZA (2) ALCANCE MÁXIMO (3)

8 124 63 9240 4812
10 126 128 13320 5654

(1) Calibre y longitud del ánima dadas en pulgadas
(2) Pesos del proyectil más pesado (bola sólida), y pieza en libras.
(3) Alcance máximo (en general logrado con bola sólida), en yardas.


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Los Columbiad eran pesados y engorrosos para los medios de la época. Se los empleaba en defensas fijas y sólo rara vez, (y con gran esfuerzo), eran trasladados para algún asedio.

Los RODMAN, Eran similares en características a los Columbiad, pero mucho más pesados, aunque también más baratos de fundir. Ambas cosas por emplearse otro sistema de fundición, inventado por Thomas J. Rodman, y presentaban una forma inconfundiblemente troncocónica. Existían Rodman de 8 y 10 pulgadas, (como los Columbiad), y un monstruoso modelo de 15 pulgadas que era el mayor cañón americano de 1861. Ya avanzada la guerra en 1864 aparecería un 20 pulgadas.

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Con su gran peso, los Rodman sólo eran usados en defensas estáticas, generalmente de puerto, y como los Columbiad usaban grandes cureñas fijadas al suelo. Y aunque en algunos puertos sureños había Rodman de 8 y 10 pulgadas, solo los enormes puertos del Norte tenían emplazados las monstruosas piezas de 15, cuyo proyectil sólido pesaba 428 libras. (En la Batería de New York City, hoy Battery Park, había emplazados 2).

Los DAHLGREN. Creados por el danés John A. Dahlgren, hijo de un diplomático, que se había nacionalizado ya adulto y era en 1861 Capitán y Comandante de Ordenanza de la U.S. Navy. Nacidos de un cuidadoso estudio de las presiones que había de soportar, tenían la característica forma de un ánfora de cuello muy alargado, y eran las piezas pesadas que usaba la marina. Había Dahlgrens de 8, 9 y 10 pulgadas de batería de a bordo y un 10 pulgadas más sofisticado y un 11, destinados a piezas principales sobre fustes giratorios, y llamados “Pivot Guns”.

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Aunque más ligeros que los Columbiad y los Rodman, los Dahlgren de batería eran demasiado pesados para las típicas cureñas navales de cuatro rodillos, (al menos los de 9 y 10 pulgadas). Por ello, se emplazaban sobre un nuevo tipo de cureñas, más altas y con rodillos sólo en la parte delantera, las “Marsilly” de madera y “Ward” de hierro.

2. Otras Piezas de Gran Tamaño

OBUSES
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Los obuses no podían disparar bola sólida, sino sólo “clase” incendiaria, granada y metralla. A cambio, podían ser más ligeros y móviles, aunque los más pesados sólo se empleaban en defensa de costas o en defensa y bombardeo de fuertes y campos fortificados. Su alcance era modesto, y en 1861 existían los siguientes modelos de ordenanza:


DEFENSA COSTERA PROYECTIL (l) ALCANCE (2) PESO PIEZA (l) CALIBRE (3)

10 pulgadas 1841 90 1850 9500 10
8 pulgadas 1841 45 1800 5900 8

ASEDIO Y GUARNICIÓN

8 pulgadas 1841 45 1800 5740 8
24 Libras 1841 48 1300 1476 5’82
32 Libras 1845 64 1504 1920 6’4

(1) Peso Proyectil y Pieza en libras

(2) Alcance máximo en yardas

(3) Calibre en pulgadas


JamesRifle de 32 pulgadas M. 1829


MORTEROS

Los morteros también ahorraban peso, siendo más manejables, a cambio de un ánima muy corta que reducía su alcance y los hacía muy trabajosos de apuntar. En 1861 estaban en servicio los siguientes.

DEFENSA PROYECTIL (l) ALCANCE (2) PESO PIEZA (1) CALIBRE (3)

10 pulgadas 1841 98 4250 5775 10

ASEDIO

13 pulgadas 1841(4) 200 4325 11500 13
10 pulgadas 1841(4) 90 2100 1852 10
8 pulgadas 1841 46 1200 930 8
"Coehorn" (5) 24 1200 164 5’82

(1) Peso Proyectil y pieza en libras.

(2) Alcance máximo en yardas.

(3) Calibre en pulgadas.

(4) Los morteros de asedio de 13 y 10 pulgadas iban a ser empleados a menudo en primera línea, desplegándolos mediante las embarcaciones llamadas “bombardas”. El de 10 pulgadas de 1841 no era sino una reedición de un modelo anterior, de 1819, del que se habían fabricado pocos ejemplares. Ambos se emplearon indistintamente.


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(5) El viejo “Coehorn” había sido diseñado por los suecos a fines del Siglo XVII, pero su diseño fue tan extraordinario que resistía incólume el paso del tiempo. El Ejército Británico llegaría a echar mano de sus viejos “Coehorn” en la guerra de 1914-18 Finalmente, se debe advertir que existían también algunos ejemplares de un “Stone Mortar” o “Mortero-Pedrero” de 16 pulgadas y sólo 1.600 libras de peso. Era un arma defensiva, que sólo podía disparar metralla y cuyo fin era descargar un cuarto de tonelada de chatarra sobre una brecha en unas hipotéticas defensas, ¡a sólo 250 yardas! En el momento en que la infantería enemiga tratase de cruzarla.

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Los Cañones Rayados.

Eran la tendencia del futuro, pero el Ejército U.S. aún no los apreciaba mucho. Había en oferta excelentes piezas inglesas de Armstrong y Whitworth, (aún dos casas separadas), y la nacional Parrot ofrecía un 100 Libras de 6,4 pulgadas, un 175 Libras de 8 pulgadas y un devastador 300 Libras de 10 pulgadas. Su ventaja era la mayor baratura, alcance, precisión y peso del proyectil para iguales dimensiones. Su desventaja que sufrían con facilidad averías y explosiones de recámara.

3. Los Cañones Intermedios.

Correspondían a pesos de proyectil de entre 18 y 42 libras, y todos ellos podían ser empleados como cañones navales intermedios. (De hecho, iban a serlo). Pero había que distinguir dos “familias” entre sus variantes terrestres. Una que usaba siempre altas cureñas Marsilly con ruedas delanteras de Artillería y se empleaba sólo en obras defensivas o, (tras un complicado traslado y emplazamiento), obras de asedio. Y otra que disponía de fustes de campaña y podía ser usada, (y a menudo lo era), como artillería pesada de campaña. Veremos sus principales piezas.

DE FORTIFICACIÓN PROYECTIL (l) ALCANCE (2) PESO PIEZA (l) CALIBRE'(3)

42 Libras 1841 42 1915 8465 7
32 Libras 1841 32 1517 7200 6’4
32 Libras 1845 “Long” 32 1756 4761 6’4

DE FORTIFICACIÓN PROYECTIL (l) ALCANCE (2) PESO PIEZA (1) CALIBRE (3)

32 Libras 1846 32 2731 6384 6’4
18 Libras 1839 18 1592 4913 5’3

DE CAMPAÑA

Parrot de 30 Libras (4) 30 4800 3550 4’2
24 Libras 1839 (5) 24 1834 5790 5’82
Parrot de 20 Libras (4) 20 4400 1750 3’67

Peso proyectil y pieza en libras.


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(2) Alcance máximo en yardas.

(3) Calibre en pulgadas.

(4) Ambos Parrot eran de retrocarga y ánima rayada, y no estaban en el inventario del Ejército a 1 de Enero de 1861, pero los unionistas comenzaron a adquirirlos desde el primer día.

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(5) Denominado “Cañón de Sitio”, se le había dado una cureña más operativa que la Marsilly, y podía ser desplegado, (aunque pocas veces lo iba a ser), en campaña. El porqué no se dotó del mismo tipo de cureña al 18 Libras de 1839, es un misterio total. En realidad, muchos de éstos “32 Libras” recibieron al fin cureñas Marsilly, y serían desplegados como lo que hemos llamado “Cañones de Fortificación”.

1. PIEZAS DE CAMPAÑA

Eran obuses, más ligeros y fáciles de desplegar, y cañones, cuya bola sólida era aterradora para las tropas formadas al descubierto, y muy empleada. A comienzo de la guerra servían los siguientes:

OBUSES PROYECTIL (l) ALCANCE (2) PESO PIEZA (l) CALIBRE (3)

12 Libras de Montaña (4) 12 1000 220 4’62
12 Libras 1841 (5) 12 1070 788 4’62
24 Libras 1841 (5) 24 1330 1318 5’82
32 Libras 1844 (5) 32 1500 1920 6’4



CAÑONES

6 Libras 1841(6) 6 1500 884 3’67
12 Libras 1841(6) 12 1663 1757 4’62
Parrot de 10 Libras (7) 10 3000 890 2’9

(1) Peso proyectil y pieza en libras.

(2) Alcance máximo en yardas.

(3) Calibre en pulgadas.

(4) Muy utilizado en las guerras indias pero, por alguna razón, nunca fabricado en abundancia, resultaba extremadamente útil.

(5) Al comienzo de la guerra, el obús del 32 se veía a veces en las baterías pesadas, y los otros eran comunes: el del 24 en las medias y el del 12 en éstas y las ligeras. Pero se fueron haciendo cada vez más raros, sobre todo en el Norte, y el de 12, (frecuente al principio), desapareció barrido por el nuevo “Cañón-Obús” Napoleón.


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(6) Ambos podían disparar sólo bola sólida y metralla. El “6 Libras”, estrella de la Guerra de Mexico y muy querido, formaba al principio las baterías ligeras, sólo o acompañado por el Obús de 12. Luego fue siendo sustituido, desapareciendo casi totalmente en la Unión, en el Este para mitad de 1862 y en el Oeste un año después. La Confederación lo iría también sustituyendo, aunque a ritmo más lento. El cañón de 12, engorroso y que no gozaba de tantas simpatías, se eclipsaría antes y en ambos bandos.

(7) Pieza rayada y capaz de tirar toda clase de proyectiles, que se comenzó a adquirir en cuanto se inició la guerra fue la primera de las nuevas piezas de campaña. Para el Verano la complementaría la “Ordenanza de 3 Pulgadas” rayado y con proyectil de 9 libras, y a poco el “Cañón-Obús” Napoleón de 12 libras 1857, de avancarga, (anteriormente no construido por falta de presupuesto), y entre los tres iban a sumar más de 3.300 de la cosa de 4.100 cañones que fabricaría la Unión. También aparecerían los Parrot de 20 y 30 libras.


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2-B FUSILERÍA

1. Mosquetes de Anima Lisa, de Pedernal

Hasta 1844, la Unión había fabricado un millón de ésta clase de armas, (llamadas allí a veces “Charleville”, por proceder de modelos franceses del Siglo XVIII), en los modelos 1795, 1808, 1812, 1816 y 1835. Pero los tres primeros modelos habían sido liquidados hacia 1830, (aunque los 100.000 enviados al Sur en 1859 eran probablemente los últimos de tal partida), y el 1835, cuya fabricación no se inició hasta 1840, había sido manufacturado en sólo 30.000 ejemplares, de los que todos los supervivientes, unos 27.000, se modificaron a llave de percusión.

Habría por tanto aún utilizables más de 500.000 ejemplares del modelo 1816, (en su mayoría en el Norte), y unos 100.000 anteriores, (por diversas causas, casi todos Modelo 1812), todos en el Sur.
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Durante los primeros meses de guerra, se utilizaría cierto número de éstos “Flintlock Muskets”, para complementar las armas más modernas. Y desde el siguiente Verano, al crecer enormemente los ejércitos, ambos bandos se afanaron a modificar todos los que poseían a llave de percusión. Para fines de 1862, parece que esta tarea se terminó y hoy, cuando un coleccionista encuentra uno de los muy buscados ejemplares con llave de pedernal, nueve sobre diez veces se trata de un engaño, y el arma acaba de ser reconvertida de nuevo por el codicioso vendedor.

2. Mosquetes de Anima Lisa, de percusión

Entre los mosquetes de percusión Springfield Modelo 1842, y los viejos 1835/40 reformados, se habían acumulado entre 1842 y 1856 unas 200.000 armas de esta clase, de las que casi todas estaban aún en uso.

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Estas fueron las armas más numerosas durante el primer año de guerra aunque, a partir del primer invierno, las armas más modernas, fabricadas en U.S.A o importadas, les fueron sustituyendo. (Primero en los frentes del Este). Como los “Flintlock”, los Percussion Muskets eran calibre 69.





3. Fusiles Mosquete con munición “Minié”

La primera arma de esa clase fabricada en estados Unidos fue el “Rifle-Musket Springfield M 1855”, del 58. Para fin de Abril de 1861 se habían fabricado sólo 47.000, de los que cerca de 20.000 pasaron a manos sureñas

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El cambio revolucionario que suponía el uso de munición “Minié” con un ánima rayada, (que permitía unir la velocidad de carga del mosquete a la potencia y precisión del rifle), hizo que estas armas fueran codiciadísimas en los primeros días de la guerra, y luego fabricadas, compradas o capturadas hasta convertirse en las más numerosas de ambos bandos. Así, el Gobierno Federal lograría fabricar casi 1.500.000 de ellos, (en los modelos 1861 y 1863), y adquiriría más de 400.000 de los muy semejantes “Enfield 1853” ingleses.

4. Fusiles Rayados de Pedernal y de Percusión

En Estados Unidos se habían fabricado tres fusiles militares de pedernal, los Harper’s Ferry 1803, Derringer 1814 y Starr “Common Rifle”1817, todos del 54. Y existían innumerables ejemplares del clásico rifle de pedernal de caza y defensa llamado “Kentucky Rifle”, en calibres que iban en general del 40 al 54. Además también se habían producido, ya con sistema de percusión, los rifles militares del 54, Harper’s Ferry 1842 y Remington 1841, (apodado “Mississippi Rifle” por la fama que le había dado en la Guerra de Mexico el Regimiento “Mississippi Mounted Rifles” de Jefferson Davis).

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El problema de todas estas armas era que, no estando fabricadas para utilizar munición deformable subcalibrada tipo “Minié”, y siendo de avancarga, eran lentos de cargar y su ánima se deterioraba con rapidez. El Norte las consideraba obsoletas desde la aparición del Springfield 1855, y no las usó. El Sur, que tardó más en proveerse de Rifle-Muskets y donde, por alguna razón, se encontraban el grueso de los Harper’s Ferry y Mississippi supervivientes, empleó cierto número de ellos. Y las milicias confederadas de Missouri, Kentucky, Tennessee y otras zonas del Sur donde abundaban los “Kentucky Rifles”, fueron muy felices de poder disponer de ellos hasta que fueron recibiendo equipo más moderno.

5. Las Carabinas de Retrocarga

El Ejército americano había sido uno de los primeros del mundo en emplear una carabina de retrocarga: la “North Hall”, de pedernal, calibre 53 Se la había fabricado de 1818 a 1848, siendo usada por ciertas unidades especiales y por los Dragones de Caballería, y en 1850 los ejemplares disponibles fueron dotados de llaves, de percusión. Pero, desde entonces, la política en cuanto a carabinas se hizo vacilante, fabricándose un pequeño número de ejemplares de distintas armas: aún en la década de 1840 las Remington “Jenks”, llamadas “Oreja de Mula”, navales, y el Springfield Percussion Musket 1856 de avancarga y del 59, que era una versión muy recortada del 1842. Y desde 1852, el Ejército había estado evaluando pequeñas cantidades de carabinas modernas, sin acabarse de decidir:

(La Greene del 54, 600 ejemplares de dos modelos distintos de la excelente “Sharps”, en calibre 52, 500 Joslyn del 54, apodada “Cola de Mono”, y últimamente se favorecía la Maynard del 50).


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El Sur se vio en principio bastante desfavorecido en cuanto a ésta clase de armas, con las posibles excepciones de la “Hall-North”, cuyos últimos ejemplares en uso parecían estar todos en Texas, y algún número de Springfield 1846 y “Jenks”. El Norte, que disponía de más número, encontró oposición en el Departamento de Ordenanza del Ejército, que no apreciaba estas armas. Y así la tropa habría de luchar una batalla administrativa para lograrlas. En tanto los oficiales de voluntarios, que adquirían en general sus armas por cuenta propia, comenzaron a introducir ejemplares de la “Sharps”, de la nueva Henry del 44 anular, de 15 tiros, y de la carabina-revólver Colt 1855 del 50 de percusión, de 5 tiros. Además, algunas unidades equipaban sus “compañías de flanco”, (Infantería Ligera de los regimientos de línea), con carabinas de producción local: las de Rhode Island con carabinas Burnside del 54, y las de Connecticut con Colt de 5 tiros. En fin, el propio Samuel Colt, que se había hecho llamar fraudulentamente “Coronel Colt” durante años, financió, y equipó totalmente con tales armas, el regimiento “Connecticut Revolving Rifles” para tener derecho a tal título.

2-C. ARMAS CORTAS

En los primeros días de la guerra civil, se emplearon tantas o más pistolas de percusión, de avancarga y un tiro, que revólveres, aunque después la proporción de éstos se fuera ampliando.

1. Las Pistolas de Percusión

Salvo caso de alguna arma conservada familiarmente con especial cariño, y llevada luego a la guerra individualmente, los modelos de pistola de percusión empleados en la Guerra Civil iban a ser sólo cuatro:

Pistola-Machete “Elgin” Naval del 54 (1)
Pistola de Percusión M 1842 “Army” 54 (2)
Pistola de Percusión M 1843 “Navy” 54 (3)
Pistola de Percusión M 1855 “Springfield” del 58 (4)

(1) Fabricada en cantidades relativamente modestas, con aterradora hoja de machete, y usada sólo por las marinas.

(2) La fabricada más masivamente, muy común en 1861 y muy usada por la Infantería y Artillería de la Unión, y por los confederados de todas las Armas al principio de la guerra.

(3) Parecida a una 1842, pero más corta, y fabricada en números bastante menores a aquélla. Usada sobre todo en el mar, al menos en la Unión.

(4) Fabricadas unas 4.000 (2.000 parejas, pues eran pistolas de arzón, que iban por pares), probablemente fueron utilizadas casi todas pues, aún un poco anticuadas, eran armas excelentes, muy bien acabadas y de fabricación reciente. Se les podía adaptar una culata de carabina.

2. Los Revólveres

Lista de los principales revólveres disponibles al inicio de la rebelión:

FABRICANTE MODELO TAMBOR CAL TIPO (2)

ADAMS (3) Adams and Deane 5 50 SA (P) (4)
ADAMS Adams and Deane 5 44 SA (P) (4)
ADAMS Adams and Deane 6 32 SA (P) (4)
ADAMS Beaumont – Adams 5 44 DA (P) (4)
ALLEND&WHEELOCK Bar Hammer 5 34 DA (P) (5)
ALLEND&WHEELOCK Sidehammer Navy 6 34 DA (P) (5)
ALLEND&WHEELOCK Sidehammer Rimfire 6 34 DA (P) (5)
COLT Whitneyville – Walker 6 44 SA (P) (6)
COLT Dragoon 6 44 SA (P) (6)
COLT Baby Dragoon 6 44 SA (P) (6)
COLT Pocket 1850 5-6 44 SA (P) (6)
COLT Navy 1851 6 44 SA (P) (6)
COLT Root Pocket 1855 6 44 SA (P) (6)
COLT Army 1860 6 44 SA (P) (6)
KERR (3) Army 5 44 SA (P) (13)
LEFAUCHEUX (14) Navy 1855 6 44 SA (C)
LE MAT 9+1 Var. SA (P) (15)
REMINGTON Beals Pocket 1857 5 31 SA (P) (16)
REMINGTON Rider Pocket 5 31 SA (P) (16)
REMINGTON Beals Army1858 6 31 SA (P) (17)
REMINGTON Beals Navy 1858 6 31 SA (P) (17)
STARR Army 1858 DA 6 44 DA (P) (18)
STARR Navy 1858 DA 6 44 DA (P) (18)
TRANTER (3) TT 5 44 SA/DA (P) (19)
WARNER 5 31 SA (P) (20)
WHITNEY Navy and Eagle 5 36 SA (P) (21)
WHITNEY Two Trigger 6 36 SA (P) (22)
WESSON & LEAVITT 6 40 SA (P) (23)



(1) Capacidad en disparos

(2) SA (acción simple), o DA (doble acción), P (Percusión), o C (Cartucho metálico)

(3) Revólveres ingleses de importación, o fabricados bajo licencia por Massachusetts Firearms. En ésta época comprados por oficiales a título privado, y pocos. Más tarde se harían algunos pedidos.


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(4) Eran más sólidos que la mayoría de los revólveres americanos, y los Beaumont Adams disponían de mecanismo de doble acción.

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(5) E1 Bar Hammer era complicado de recargar, y los otros, (y un Centerhammer Army del 44 que salió enseguida para aprovechar el “tirón” de ventas de la guerra), eran fáciles de reparar, pero muy feos, y de “boca” pesada, que dificultaba la puntería. Siempre serían raros, y ninguno de ellos fue producido en más de 1.500 ejemplarses.


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(6) Los Paterson del 36 y 34, y el Walker, fueron los primeros revólveres de Colt, con producciones pequeñas. En 1861 quedarían pocos ejemplares, la mayoría en Texas.

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(7) Se habían producido desde 1848 unos 20000 “Dragoon”, un millar de ellos con culatín de carabina. Y fueron muy populares, (sobre todo entre la Caballería), a principio de la guerra.

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(8) El Baby Dragoon fue el primero de los Pocket del 31, muy faltos de potencia. Pero se habían fabricado 15.000 en 1849-50, y algunos irían a la guerra, en manos de optimistas.

(9) De este segundo Pocket del 31 se habían fabricado ya para 1861 más de 150.000, y sobran testimonios gráficos de su empleo por ambos bandos, (por mucho que podamos dudar de su eficacia).
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(11) El Navy 51 fue el revolver militar superventas de los 50, con cifra de producción no muy inferior a la del Pocket 50 en USA, y quizá de 70.000 en el extranjero. En 1861 era el más popular en ambos campos, y siguió siéndolo en el Sur hasta el fin. También lo producía bajo licencia la Manhattan Firearms, y varios miles de ejemplares de una copia pirata llamada “Dimick”, con carcasa de latón, se habían vendido durante los últimos meses a las milicias secesionistas.
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(13) El Root era el mejor de los Pocket de pistón y aunque no fue fabricado en gran cantidad, se le apreciaba. (Era el revólver de Robert E. Lee).


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(14) El Army 60 ya comenzaba a difundirse en el Norte, sobre todo en la Infantería y Artillería. Al fin sería el revolver más fabricado en la guerra, con unos 240.000 ejemplares. Dos derivados más ligeros, el Navy 1861 del 36 y el Police 1862, semejante pero más corto y ligero y de 5 tiros, le seguirían aquel ano, con mucho menos éxito.

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(15) El Kerr era de mecanismo muy parecido a los Adams, poro incluso más robusto, y especialmente ideado para poder ser reparado sin uso de herramientas especializadas. Aún se veían pocos, pero iba a encantar a los sureños.

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(16) El Lefaucheux era un revólver de 11 milímetros europeo, y de cartucho de espiga. Era muy moderno y rápido de recargar, pero el sistema de espiga daba lugar a disparos accidentales. El Gobierno de Washington compró 10.000 Lefaucheux franceses justo al iniciarse las hostilidades, pero por algún motivo nunca fue muy popular, y las pequeñas cantidades recibidas después parecen haber sido copias belgas del armero Auguste Francotte (Lieja).


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(17) Alexandre Le Mat, de New Orleans, llevaba producidos unos cientos, y se encontraban entre las tropas de Louisiana y Mississippi. Poseía un enorme tambor de 9 tiros, del 36 o el 42, cuyo eje era un cañón de recortada del 60, que se disparaba con un segundo gatillo.


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(18) No muy numerosos aunque sólidos. El de doble acción lucía un muy característico tambor en forma de seta.

(19) Más sólidos y en conjunto mejor que los Colt, pero eclipsados por la fama de aquéllos, se fabricarían de 1860 a fin de1861, 12.500 “Army” y 15.000 “Navy”. Los modelos siguientes iban a ser de ocho tiros.


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(20) Más sólidos que los Colt y con gatillo de doble acción. De 1858 a fin de 1862 se fabricaría 23.000 del 44 y 3.000 del 36.
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(22) Dotado de un astuto sistema para poder hacer tiro de precisión en acción simple, o tiro rápido a bocajarro en doble acción. Por lo demás se parecía mucho a un Adams. Un arma excelente.

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(23) Se habían producido menos de 10.000 ejemplares y era débil, poco potente, y hasta feo. Pero hay testimonios de su uso en ambos bandos.


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(24) De características similares al Remington, gustó mucho a los sureños, que llegaron a obtener más de dos tercios de su producción, (de 33.000 ejemplares entre 1859 y 1863), y además harían copias piratas. La primera, en unos cientos de ejemplares y llamada “Shawn and McLanahan”, se había fabricado en Saint Louis hasta Mayo de 1861.
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(26) Un Pocket, sólido y algo engorroso, en que el tambor se movía accionando un segundo gatillo, y no alzando el percutor.

(27) Fabricado en muy pequeñas cantidades y años antes, (Colt demostró que contravenía su patente), parece que sin embargo fue usado.

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NOTA FINAL. Con el tirón de la demanda generado por la guerra, aquel 1861 muchas otras empresas se sumarían al carrusel, apareciendo revólveres como el raro pero bonito Butterfield “Army” del 41 y 5 disparos, el Joslyn “Army” del 44, el Moore “Seven Shooter” de 7 tiros, del 32 anular, el Pettingill “Army” del 435, el Prescott “Navy” del 38 anular, el extraño Revólver-Carabina Savage “Navy” del 36, el Smith and Wesson “Number 2” del 32 anular y el Uhlinger del mismo calibre.

3° EL MANDO

Los Ejércitos de la Guerra Civil, que como veremos en pocos meses iban a ascender a 500.000 hombres para la Unión y 400.000 para los confederados, y las correspondientes Marinas, y que aún crecerían más a partir del año siguiente, partían de una base de oficialidad muy angosta. En efecto, el Ejército Federal de preguerra se componía tan sólo de 900 oficiales, incluidos los servicios, de los que casi 300 se pasaron a las líneas confederadas. Y la Marina 600, de los que 260, (una proporción aún mayor), se unieron asimismo a los rebeldes. Y aún había que restar de estas cifras la oficialidad de servicios y aquéllos, no pocos a partir de las graduaciones de Mayor y Teniente Coronel, cuyo estado de salud les desaconsejaba los mandos de combate. (Como veremos, el mismo Mayor Robert Anderson, de Fort Sumter, hubo de ser pronto declarado no apto para el servicio de campaña).

El primer recurso eran obviamente los oficiales que habían pedido el retiro anticipado durante la época de parquedad de ascensos de los últimos 10 años: Y en efecto, veremos surgir de éste origen a soldados como “Stonewall” Jackson o, en el Norte, Grant, Sherman, Meade, McClelland, Halleck, Burnside o Hooker. Para mandar las unidades de Voluntarios, se vieron prácticamente rifados. Pero en total sumaban en torno a 200.

El segundo eran los oficiales de milicia con alguna experiencia de combate; en Mexico, donde había intervenido bastante milicia, la mayoría de ésta había sido sin embargo sureña, lo que daba cierta ventaja a los confederados respecto a tal recurso. Finalmente, los sureños creían tener una ventaja considerable por el hecho de que mientras en el Norte las familias pudientes enviaban normalmente a sus hijos a la universidad, en su tierra la costumbre era mandarlos a West Point, o a un instituto militar estatal, aunque luego no fueran a seguir la carrera de las armas. La idea era que la cultura general que se recibía en éstas instituciones era suficiente, y la costumbre del mando, y del manejo de caballos y armas, podía ser más útil para un terrateniente que una cultura especialmente sofisticada. (Y quizá no les faltara razón como se vio a lo largo de la contienda).

En una guerra como aquélla, era inevitable que la concesión de altos grados tuviera un alto componente de influencia política. En el mismo Sur, donde sin embargo el margen para el error era estrecho, se hizo así, sobre todo en los primeros tiempos. Pero desde el traslado del Gobierno a Richmond, las cosas empezaron a cambiar. Jefferson Davis dio entonces los cinco primeros despachos de Mayores Generales del Ejército Provisional, y como quiera que tres de ellos fuesen a Cooper, Johnston y Lee, (convertido en un remiendo de subsecretario de Defensa informal), estos hombres se unieron en una especie de grupo de presión en favor de la profesionalidad, que a la larga fue una bendición para el Ejército Provisional. Debe decirse que, salvo en lo referente a las críticas a su amigo Braxton Bragg, que era su punto ciego, el Presidente Davis les apoyó en todo momento en sus decisiones.

Los otros dos Mayores Generales fueron el inevitable David Emanuel Twiggs y el Obispo Leónidas Lafayette Polk. Este hombre, emparentado con el antiguo Presidente Polk y Obispo metodista muy querido en Tennessee y a todo lo largo del Mississippi, había sido cortejado sin rubor por el Ejército Provisional, que esperaba que su ingreso en él aumentase sustancialmente su popularidad y el volumen del voluntariado. Y cuando al fin el hombre, (un tipo rubicundo, de grandes patillas), consintió, no se pudo menos que ascenderle directamente a Mayor General.


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En el Norte, como en el Sur, el mando de un Regimiento financiado principalmente por un hombre iba a éste, que se convertía en su Coronel. Sólo que, con mucha más frecuencia que en el Sur, ese hombre no tenía la menor noción de asuntos militares. Entonces podía de todas formas ejercerlo, como había hecho Butler con el 8º de Massachusetts, o delegarlo en un hombre más o menos calificado, que solía empezarlo a mandar como Teniente Coronel, para respetar la coronelía del “amo”.

En Regimientos cuya financiación y organización había sido de varias fuentes, se traía un “especialista” de fuera, se daba el mando a aquél de los financiadores que más conocimientos militares tuvieran o más hubiera trabajado en su organización. Y en caso de duda, se decidía por votación entre la tropa. En realidad la votación se realizaba siempre, pero el Siglo XIX era una época realista y muy descarnada y, si existía un financiador, (o un grupo financiador), la mayoría de los soldados votaban obedientemente a quién por ellos se les indicara, dando por supuesto que de lo contrario se esfumaría la financiación.

De todas formas, a menudo la mayoría de los mandos salían de la votación, lo que tuvo efectos perjudiciales. Y no, como a menudo pretenden los militares, porque el jefe elegido no iba a atreverse a malquistarse con su “público”. Más bien era que, en ese momento, los voluntarios no tenían en general ni idea de lo que debían de exigir de un jefe, y demasiadas jefaturas fueron a manos de jumentos dotados del suficiente dinero para hacerse simpáticos pagando unos barriles de cerveza.

Y por encima del grado de comandante de regimiento, la popularidad del momento resultaba aún un factor importantísimo. Vemos así como, en pocos meses, todos los capitanes de Fort Sumter tuvieron sus coronelías, y antes de un año tendrían como mínimo mandos de brigada. O como William Tecumseh Sherman, Capitán retirado con experiencia de Estado Mayor, (pero no de combate), era recibido con el mando de uno de los nuevos regimientos de línea, seguido con una brigada, una división antes de fin de Verano y un Ejército para el Otoño principalmente porque tenía labia y estaba bien relacionado. George Gordon Meade, también capitán retirado, y habiendo sido el primero de su promoción, pero impopular, se encontraría en faenas de entrenamiento, y después habría de hacer méritos al frente de una brigada durante más de un año para ir más allá.

Este juego de la popularidad, que nunca fue tan importante en el Sur, resultaría sofocante en los más altos niveles del mando. Allí, como si también se celebrara una elección, los entusiasmos del público, conducido por una Prensa irresponsable, que “creaba” un héroe popular cada dos meses, eran muy difíciles de contrariar, y Lincoln se iba a ver año tras año obligado a nombrar, no los que él consideraba los mejores jefes, sino los menos malos de los que, por su "cotización" en el momento, resultaban elegibles.

En realidad, el Ejército Federal poseía una cúpula de altos mandos bastante bien preparados, comenzando por los mismos Winfield Scott y John Ellis Wool, e incluyendo personajes como el Mayor General George Gibson y los Brigadieres John Garland, George B. Cadwalader y Sylvester Churchill. Aunque ninguno de ellos tenía ya “cuerpo” para un mando de campaña, podían haber dado su orientación estratégica a las operaciones. (Al fin, aun muy deformada por la intervención de varios supuestos “genios” más jóvenes, y con retraso de más de un año, fue la estrategia ideada por Winfield Scott la que derrotaría al Sur). Y no faltaban hombres de su generación que podían mandar operaciones, como Joseph King Fenno Mansfield y Erwin Vose Sumner. Pero la Prensa y el público los encontraban “rancios”, y nunca les darían su favor.

Precisamente, en aquellos días Sumner salía a la palestra con motivo de otro de los errores de elección de Scott. Después de ser rechazada su oferta por Robert Lee, el Teniente General había ofrecido el mando del Ejército unionista del Este a Albert Sidney Johnston, (que curiosamente, era de Mississippi y no tenía ningún parentesco con el virginiano Joseph Eggleston Johnston). Este segundo Johnston era, casualmente, el último Brigadier habilitado por el Ejército antes de la Secesión, (como su tocayo era el último nombrado), y había sido ascendido por el éxito de sus campañas contra los mormones rebeldes y los indios Paiute, al frente del Departamento de Pacífico. Pero también este segundo Johnston, como Lee, declinó la oferta para ir a unirse a los confederados. Y el viejo Sumner le sucedió en la jefatura del Departamento del Pacífico, ofreciéndose a la vez para hacer campaña contra los confederados si hacía falta.

 

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Capítulo VIII: Primeros Choques Militares En Tierra

Hacia 1861, los 11 Estados en rebelión sumaban cosa de 9.000.000 de habitantes, incluyendo 3.500.000 de esclavos de color, mientras el resto de la Unión pasaba de 20.000.000 de población, incluyendo apenas 500.000 de raza negra, en su mayoría libres. Además el Norte poseía el 85% de la industria, con 110.000 empresas frente a 18.000 sureñas, dos tercios de la red ferroviaria, el 80% de los depósitos bancarios, las principales zonas mineras y la agricultura más avanzada.

Ante tal panorama, se plantea qué clase de esperanzas abrigaban los rebeldes respecto a su posible éxito. Y nos encontramos con una serie de esperanzas y cálculos, unos faltos de la menor base y otros mucho mejores fundados. Entre los fundamentos más estúpidos de las esperanzas rebeldes hay por ejemplo hasta tres verdaderos ejercicios de autoengaño, que sin embargo hicieron mucho para dar inicialmente alas a la Secesión.

El primero y más evidente era suponer que los sufridos campesinos sureños eran por naturaleza mejores soldados que los “blandos” norteños, y sus oficiales, miembros de una clase social nacida para liderar, aplastantemente superiores a los “tenderos de uniforme” que el Norte les podía enfrentar. Resumiendo, un soldado rebelde valía por tres yankees. (William Lowdes Yancey, temiendo quedarse corto, había asegurado repetidamente que por cinco).

En realidad, iba a resultar que la mayoría de los “blandos” yankees eran tan campesinos como los sureños, (y además de climas más duros), y hasta los soldados ciudadanos iban a dar sorpresas. (Como su inesperadamente alta resistencia a las epidemias. Y es que el que había sobrevivido a las callejuelas de New York City). Y los “tenderos de uniforme” iban a arreglárselas bastante bien, gracias. De hecho, sólo en los Ejércitos de Virginia, donde en general se enfrentaron a desventajas numéricas superiores a las de otros frentes, pero en los que concurrieron circunstancias especiales, iban los sureños a mostrar, a partir de mediados de 1862, cierta superioridad operativa.

Por lo demás, los sureños iban a ser en general superiores en caballería cosa normal en una gente que montaba mucho más que sus contrarios, y los unionistas lo serían en cambio en Artillería, pues en su tierra se fabricaban más y mejores cañones y proyectiles, y se estudiaba más Matemáticas. Y no habría muchas diferencias visibles más.

El segundo autoengaño era pensar que, con el Mississippi, tenían la llave de las exportaciones del Oeste, que les permitiría tratar a éste desde una posición de fuerza. Podía haber sido así veinte años atrás, diez quizá, pero no en 1861. Para aquella fecha la red ferroviaria podía reconducir esas exportaciones, desviando su flujo a otras líneas de salida. En ese aspecto nadie pareció apreciar suficiente, y aun hoy sigue minusvalorándose, la enorme importancia que tuvo la acción de Nathaniel Lyon al asegurar para la Unión el fundamental nudo ferroviario de Saint Louis. (Quizá fue la acción más decisiva de 1861, a pesar de lo sencilla y económica que resultó).

El tercero era la forma en que se mal interpretaba la posición del Sur como país exportador de materias primas. Hasta los secesionistas más moderados creían sus productos irremplazables, y parecían pensar que el Norte se vería atenazado por el hambre sin su azúcar y su arroz, y Gran Bretaña y Francia tendrían que apoyarles abiertamente para asegurar a su industria textil el suministro de algodón. Incluso el mismo Jefferson Davis parece que se alegró al tener noticia del bloqueo que anunciaba Lincoln, seguro de que iba a acarrear la intervención francobritánica.

En realidad, la Cuba española podía sustituir sus exportaciones de azúcar y arroz, (y a mejor precio). Y en cuanto al algodón, Gran Bretaña y Francia habían acumulado grandes stocks, (cosa lógica dada la continua tendencia alcista del precio del producto durante el último medio siglo). Y para cuando se les fueran acabando, tenían ya en cartera el proyecto de hacerse cultivar su propio algodón en la India y Egipto, (lo que había sido ideado en principio precisamente para poder controlar las subidas del precio internacional del algodón, y ahora se encontraba el momento ideal para ejecutarlo).

Curiosamente, de lo que Inglaterra y Francia realmente no podían prescindir era de los cereales baratos provenientes del Norte, que para su bastante sobreexplotado proletariado industrial creaban la diferencia entre la supervivencia y la desesperación. Porque, mientras los sureños presumían de país agrícola, (cuando no eran sino productores de materias primas industriales), era el Norte el que, a la vez que se industrializaba, se había convertido en una potencia agrícola a escala mundial. De hecho, había tomado el puesto del granero mundial de los cereales. (Puesto que, desde el comienzo de la Edad Moderna, ejercieron Sicilia en el Siglo XVI, Polonia en el XVII, Rusia en el XVIII y Prusia en la primera mitad del Siglo XIX). En cambio ellos, en su prepotencia, habían escogido la senda que lleva al Tercer Mundo. Y la economía internacional les dio el trato que suele reservar a los tercermundistas. De hecho el Norte, pese a sus masas urbanas, iba a ser mucho más capaz de alimentarse a sí mismo que los confederados.

Había en cambio una serie de esperanzas que finalmente no se realizaron, pero que estaban mucho mejor fundadas. El Norte era realmente una amalgama bastante caótica, y su experiencia política estaba desesperadamente retrasada respecto a su capacidad económica. Procurando aumentar el desorden y el desconcierto a través de la jugada bancaria que orquestara Howell Cobb en Noviembre-Diciembre del año anterior, habían esperado crear una ruptura, política o social, que le llevara a “quebrarse” y admitir finalmente la Secesión con una oposición más formularia que eficaz. Podía ser la Secesión de California y Oregón que ya en su momento se propuso, y que hubiese llevado probablemente a más secesiones en cadena, podía ser un plante general del Partido Demócrata y los No-Se-Nada que inmovilizara al Gobierno y la clase política en los momentos más “calientes” de la Secesión, obligándole al primero a intentar luego llevar al país a la guerra “en frío”; y después de que los sacrificios que ésta supondría hubiesen tenido tiempo para meditarse. Podía incluso haber sido cualquier tipo de desunión o ruptura entre los republicanos muy fácil pues aún eran un partido reciente y sin experiencia, lleno de tendencias centrífugas, que fácilmente podrían salir a flote en una crisis.

Sobre todo, el menor error político podía haber sido explotado por los sureños y sus amigos en el Norte que los tenían, y poderosos. Por eso James Buchanan se había mantenido tan pétreamente inmóvil en las últimas semanas de su mandato porque tenía pánico a darles esa palanca. Pero, por supuesto, el Presidente entrante no podía hacer lo mismo.

Y sin embargo, todas estas esperanzas sureñas fracasaron. En primer lugar y aunque creó bastante inquietud en los círculos correspondientes, la crisis bancaria no tuvo efectos tan desorientadores como habían esperado. (Infravaloraron la solidez de la Economía de la Unión). La clase política norteña, en general bastante turbulenta, se asustó lo suficiente para mantener un comportamiento ejemplar por unos meses. Nada de reconvenciones y amenazas feroces, tan solo moderadísimas propuestas para hacerles ver que la Secesión no era necesaria. Stephen Douglas y John Tyler estuvieron magníficos, apoyando al Presidente en el momento crucial. Y Lincoln estuvo inconmensurable.

Imagínese la misma situación manejada por cualquiera de los dos hombres que, en principio, tenían más esperanzas de alcanzar la Presidencia por los republicanos que él. Salmon Portland Chase, que era un tanto cazurro en lo que consideraba su honestidad básica, y claro abolicionista, hubiese gritado “¡Abolición!” en el mismo discurso de Investidura. Y así hubiese echado a Virginia y los Estados intermedios, incluyendo Missouri, Kentucky y Maryland, en los brazos de la Confederación aún en el mes de Marzo. Se hubiese comenzado perdiendo Saint Louis y Washington, y desde luego se habría “quebrado” la Unión. No hablemos de William Henry Seward y sus planes de guerra externa, que inevitablemente hubieran acabado enzarzándole con Inglaterra, Francia y España a la vez. Y era especialmente importante que el Presidente republicano no comenzara con una “pata de banco”, pues habiendo alegado los secesionistas que los republicanos eran una especie de anarquistas seccionarios, tendería a cargar de razón a sus seguidores en el Norte.

Pero Lincoln bailó su jiga en este campo de minas con una perfección que quita el aliento, Discurso de Investidura firme pero conciliador, Gobierno de concentración del Partido, para evitar que aflorase ninguna desunión, perfecto diagnóstico de cómo dar cuerda a los confederados para que ellos mismos se ahorcaran y explotación al máximo del episodio de Fort Sumter. ¡Las multitudes le exigieron que las llevase a la guerra! En verdad, fue providencial para la Unión.

Finalmente, había una última línea de defensa de las esperanzas sureñas que sí iba a funcionar. Sencillamente, tal como los secesionistas lograron montar el constructor de la Confederación, sus hombres iban a hacer una guerra de defensa de sus Estados, y de sus hogares, mientras la Unión se iba a ver abocada a invadir sus territorios, realizando en la práctica una guerra de agresión.

Y, en ésta tesitura, el soldado sureño iba a pelear con una capacidad de sacrificio y una tozuda determinación que lo colocan en la galería de los héroes de la Historia. A veces vencedor, pero muchas otras derrotado buscaría una y otra vez otra línea desde la que seguir resistiendo, sujetándose ferozmente al suelo que le iba siendo arrebatado y dando su sangre a chorro. Y no es que el soldado norteño fuera menos valiente, ni luchara con menos convencimiento ideológico, pero el Norte era con razón o sin ella el invasor, y se encontraría con una serie de obstáculos geográficos, logísticos y de organización que, a la larga, suponían un serio riesgo político.

Este riesgo consistía esencialmente en que el Norte, que al fin se jugaba mucho menos en ella, se aburriese de un negocio largo y sangriento como la guerra. Ya era obvio que, tal como se planteaban las cosas, iba a estar menos dispuesto a realizar sacrificios, e incluso a movilizar hombres que el Sur; (así, las fuerzas en presencia rara vez llegaron a presentar una superioridad norteña de dos a uno, y menos del casi cuatro a uno que la diferencia de población hubiese permitido suponer). Y en última instancia significaba que el Norte había de hacer una guerra contrarreloj pues, si para las elecciones de 1864 el conflicto no estaba resuelto, o en muy claras vías de resolverse, las elecciones darían la Presidencia a quien prometiera terminarlo, cediendo la independencia a los Estados Confederados.

Y ésta última línea de esperanza, al comienzo ideada solo como un último recurso, creyendo que no sería necesaria, fue la única que realmente resultó operativa para los sureños, llegando a estar muy cerca de proporcionarles la victoria.

Pero todo este drama y este sacrificio estaban aún lejos, y en los últimos días de Mayo de 1861 las tropas sólo iniciaban sus primeros, choques armados. Hasta entonces había habido choques sangrientos, pero solo entre tropas y civiles. Cuando a ambos lados había tropa, como en algunas antiguas guerras chinas, uno de los bandos había siempre cedido antes de que las cosas llegaran demasiado lejos. Ahora comenzaría a correr sangre también en éstas acciones, pero durante semanas lo haría como con timidez. Obviamente, los soldados no acababan aún de convencerse de la necesidad del mortal negocio en que estaban embarcados.

De hecho, el primer choque sangriento entre tropas se dio ya el 22 de Mayo, en la Virginia al Oeste del Alleghany. Ese día una patrulla del regimiento unionista del Coronel Kelley, que vigilaba el trazado del estratégico ferrocarril Baltimore and Ohio Railway a su paso por la zona, se topó, en el cruce entre vía férrea y el camino de portazgo llamado Northwest Turnpike, con otra secesionista que patrullaba éste último. Ambas patrullas descargaron apresuradamente las armas y se replegaron, pero un hombre quedó tendido en el cruce. Se trataba del soldado unionista Thornsberry Bailey Brown que, aparentemente por ir adelantado respecto a sus compañeros, había sido el blanco de casi todos los disparos enemigos, y yacía muerto con tres balas de mosquete en el pecho.

Private Thornsberry Bailey Brown was killed in Taylor County (WV) VA.
On the night of May 22, 1861 he and a Lt. Wilson were sent out to reconnoiter the force and position of the enemy.
Lt. Wilson ordered Brown to fire at a Confederate picket. He fired and nicked one of the Confederate pickets in the ear.
Needless to say, Brown fell to the ground dead, with 3 bullets in his chest.
Lt. Wilson escaped.

Antes de transcurrir otros dos días, en la madrugada del 24 de Mayo, la operación del Brigadier Mansfield y el Coronel Heintzelman se ponía en marcha en el Distrito Federal. En su sector Este y al abrigo de las sombras, piquetes del 7º de la Milicia de New York, en sus uniformes grises, cruzaban el Potomac en botes con los remos enfundados para hacer menos ruido, y sorprendían y capturaban en silencio a la guardia que el enemigo mantenía en el lado virginiano del larguísimo puente de madera, (llamado precisamente “Long Bridge”), que unía allí ambas riberas.

De inmediato y a una señal suya, los vapores “Thomas Freeborn” y “Resolute” se acercaron a aquella orilla para desembarcar el resto del regimiento de Marshall Lefferts, mientras los 11º de Voluntarios y 69º de la Milicia, ambos también de New York, se lanzaban a cruzar el puente a paso ligero. Cruzó primero el 69º, regimiento oficial de los irlandeses de la Milicia de New York City, mandado por su compatriota, el Coronel Michael Corcoran. Vestidos con sus uniformes azules, parecidos a los del Ejército de faena pero con quepis “chasseur” y vivos de color, y portando su bandera verde con una gran arpa irlandesa bordada, se lanzaron de inmediato sobre la estación de tren de Alexandría, que era la localidad al otro lado del puente, y la tomaron con muy pocos disparos. Los piquetes enemigos huyeron o se rindieron, y casi 600 pasajeros, sorprendidos por la acción, quedaron retenidos varias horas.

Tras él venía el 11º de Voluntarios, “Zuavos de Fuego”, con quepis rojos y uniformes tipo zuavo pero en un color gris-azul claro, y sin adornos, aunque con algún vivo rojo y azul marino, y una camisa roja asomando debajo. Estos, guiados por su Coronel Ellsworth, ocuparon rápidamente la propia ciudad de Alexandría. Los escasos piquetes de los rebeldes huyeron ante ellos, pero se capturó, a menudo huyendo por las calles a medio vestir, cierto número de soldados enemigos que pernoctaban allá.

Al Oeste del Distrito Federal, donde el Potomac no va ya mezclado de agua salada, el regimiento 1º de Michigan del Coronel Orlando Bolívar Willcox, (un ex-militar que ya “sonaba” en la vida política de Detroit), y el 12º de Voluntarios de New York, mandado por Daniel Butterfield, (un exitoso y aún joven “barrister” de Wall Street), cruzaron por el puente del ferrocarril de Georgetown y el llamado Chain Bridge y, capturando sin resistencia al piquete enemigo de guardia, ocuparon el villorrio de Arlington, frente a Georgetown.

Se habían hecho así varias docenas de prisioneros, sin más derramamiento de sangre que unos cuantos heridos, casi todos secesionistas y, según se iniciaba el día, daba comienzo la maniobra de barrido sobre las alturas de Arlington, cuando una nota trágica vino a romper la perfección del éxito alcanzado. En Alexandría, viendo con las primeras luces del alba como una gran “bandera de Montgomery” ondeaba sobre un pequeño hotel, el propio Coronel de los Zuavos, Elmer Ephrahim Ellsworth, entusiasta y un tanto jactancioso, subió solo al tejado a arrancarla.

Y, apenas lo había hecho, el propietario del hotel, un fanático un tanto enloquecido llamado James Jackson, lo reventó de un escopetazo, cayendo a su vez inmediatamente ante uno de los zuavos del regimiento, el soldado Francis E. Brownell. Jackson fue considerado un héroe y un mártir en el Sur, y la muerte de Ellsworth, primer jefe de regimiento caído en la guerra, causó una enorme impresión en el Norte.

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Se trataba de un joven de la mejor sociedad, suculentamente rico y que tenía encandiladas a las damas con su elegante bigotillo y su melena larga y ondulada. Cosa de un año antes había regresado de un viaje a Europa emocionados con los zuavos, (muy de moda allá tras sus éxitos en las recientes guerras en Crimea e Italia). Y de inmediato había creado la compañía de Cadetes Zuavos de los Estados Unidos, con los que había realizado varios viajes de exhibición, despertando en todo el país la “fiebre de los zuavos” que pronto iba a manifestarse. Al estallar la guerra, creó al punto como regimiento zuavo el 11º de Voluntarios de New York, cuyo apodo de “Fire Zouaves” o “Zuavos de Fuego” venía de que Ellsworth había reclutado sus primeras compañías entre los bomberos de New York City. Le sucedería en su mando su segundo y amigo Noah Farnham.

La acción del 24 de Mayo dio a los unionistas una posición mucho más desahogada en torno a Washington, mientras por unos días los sureños, desmoralizados, dejaban penetrar profundamente hacia el Sur sus grupos de reconocimiento. Claro que esto se acabó cuando, enviando al obviamente no muy capacitado M. H. Bonham de vuelta al mando de su brigada, Richmond puso el día 31 siguiente el frente bajo la dirección del Brigadier Pierre G. T. Beauregard.

Sólo un día después, 1 de Junio, se vio la diferencia cuando una patrulla de la Compañía B del 2º de Caballería de la Unión chocó con infantería enemiga en Fairfax Court House, produciéndose un muerto y varios heridos en cada bando. En este incidente murió en Capitán John Quincy Marr de la compañía K del 17º de Virginia, obteniendo el fatídico honor de ser el primer oficial del CSA muerto en la contienda.

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Mientras, ya el 25 de Mayo Benjamin Franklin Butler había puesto en marcha su fuerza del área de Fort Monroe. El confederado Magruder, muy superado en número, se retiró ante él, pero un quizá en exceso cauteloso Butler se detuvo tras ocupar Hampton, a construir un poderoso campo fortificado junto a ella como base para su avance. El mismo día, un “Coronel Carey” de la milicia virginiana se presentó con bandera de tregua ante él con una petición bastante peregrina.

El hombre pretendía que le fueran entregados, para devolverlos a su dueño, tres esclavos que se habían refugiado en el campamento unionista, tras haber huido cuando se les pretendía enviar a trabajar en obras de fortificación en North Carolina. Carey alegaba que los hombres no eran de propiedad de la Unión, y ésta cometería un robo si no los entregaba. Butler, divertido ante su desvergüenza, le preguntaba cómo podía ampararse en la Ley contra la que se había sublevado. Pero el argumento de Carey era que, si la Unión venía a imponer esa Ley por la fuerza de las armas, debía ser la primera que diese ejemplo en cumplirla.

Fracasó porque Butler era tanto o más leguleyo que él, y terminó pronunciando con ademán salomónico que, en efecto, el retener propiedad ajena sería un robo. Pero como los negros podían ser empleados en trabajos militares, (como la fortificación), eran bienes susceptibles de uso militar, y por tanto embargables bajo las leyes de “contrabando de guerra”. Y se quedó con los negros, declarándolos “contrabando”.

La anécdota no es inútil, pues el argumento de Butler era inatacable y, por meses, el comandante unionista que quisiera librar de toda persecución legal a los negros que habían corrido a refugiarse junto a sus tropas, procedería a embargarlos a sus dueños como “contrabando”. La misma palabra se empleó, al principio sarcásticamente, pero después a menudo con afecto, para designar a los numerosos negros que corrían al encuentro de las fuerzas unionistas.

Mientras, para el 29 de Mayo Butler se había puesto de nuevo en marcha, y ese día ocupó Newport News, dando por terminada aquella fase de su avance. En cuanto al confederado Magruder, se había replegado a posiciones en las iglesias de Big Bethel y Little Bethel, a medio camino entre las Hampton Roads y Yorktown. Y los esclavos fugados al campo de Butler, al haber corrido la noticia de que los acogían, pasaban ya de 500.

A su vez, el 26 de Mayo George Brinton McClelland se había dirigido a sus tropas en Ohio y a los habitantes del Oeste de Virginia en dos proclamas. A la población le aseguró que sólo iba a entrar en su territorio para protegerla y darle la oportunidad de evitar una Secesión que el referéndum virginiano había demostrado que era muy impopular en aquella zona. A los soldados les recordó que no permitiría la más mínima incorrección, pues iban a penetrar como protectores en un territorio amigo. Y al día siguiente, el Coronel Morris inició el paso del Ohio.

El propio Morris lo hizo no lejos de Wheeling, junto al 16º de Voluntarios de Ohio del Coronel Irvine, mientras el 14º de Ohio del Coronel J. B. Steedman lo hacía por Parkersburg. Al recibir estas noticias del Oeste de Virginia, Robert Lee telegrafió al coronel secesionista virginiano George A. Porterfield, que trataba sin mucho éxito de levantar unidades del Ejército Provisional en las cercanías, ordenándole acudir con cuanto pudiese reunir a Grafton, localidad más meridional desde la que aún se podía mantener una interdicción de uso para los unionistas sobre el Baltimore and Ohio Railway.

Sólo que Porterfield no pudo disponer de más de unos cientos de hombres y, para cuando llegó a Grafton, era obvio que también los unionistas habían hecho sus deberes, y se concentraban sobre esta localidad. De Wheeling venían el 16º de Ohio y el 1º de West Virginia del Coronel Kelley, y de Parkersburg el 14º de Ohio. Aún peor, las noticias que Porterfield recibía indicaban que varios otros regimientos estaban cruzando tras los primeros: Los 6º, 7º y 9º de Indiana, y 9º de Ohio, y también tomaban el camino de Grafton. Al fin Porterfield perdió los nervios y enviando a Lee un telegrama de tono desabrido, se replegó de Grafton sobre Philippi, ya al pie de las primeras estribaciones del Alleghany.

Una actividad frenética nacida en los últimos días en el lado confederado, había resultado en la elección de tres puntos de concentración de Voluntarios en el Oeste de Virginia y las montañas. Se trataba de Monterrey ya en el Valle del Potomac South Branch, Beverly, junto a un paso de montaña del Alleghany y bastante al Sur, y Philippi, cuya posición le hacía ideal como base de un posible contraataque contra Grafton, pero a la vez le convertía en particularmente expuesto a un avance repentino del enemigo. En todo caso, al replegarse sobre Philippi el 3 de Mayo, Porterfield pudo reforzarse con los milicianos que se habían congregado allá, elevando su fuerza a unos 1.500 hombres, en buena parte montados.

Sólo que el mando enemigo no pensaba darle reposo y, llegado a Grafton el 30 de Mayo, para el 1 de Junio ya había preparado una operación para desalojarle de Philippi. A tal fin, el día siguiente se pusieron en marcha contra él cinco regimientos, algunos incompletos, con más de 3.000 hombres. Se trataba de los 7º y 9º de Indiana de los coroneles Dumont y Milroy, los 14º y 16º de Ohio y el regimiento virginiano del Coronel Kelley. (Una prueba de que no todos estaban completos era que el 14º de Ohio enviaba un batallón mandado por su segundo, el Teniente Coronel George Peabody Estey).

Formaron en dos columnas, la primera formada al parecer por el 16º de Ohio y los dos regimientos de Indiana, y supervisada por el Coronel Thomas Turpin Crittenden, del 6º de Indiana, que sin embargo no participaba en la operación, y la segunda con los dos restantes, supervisada a su vez por el Coronel Frederick West Lander, del mando de McClelland, enviado al frente para ejercer el mando local táctico.

La columna que supervisaba Lander, guiada, por el regimiento local de Kelley, debía adelantarse dando un rodeo, para tomar posiciones cerca de la retaguardia del campamento fortificado de Porterfield en Philippi. Y la de Crittenden, midiendo cuidadosamente su avance, había de realizar la última aproximación en plena noche, lanzándose al ataque con gran estrépito. Dado el amateurismo con que hasta el momento se estaba llevando la guerra, se esperaba que la fuerza de Porterfield se desintegrase y sus hombres salieran corriendo en dirección contraria a la que venía Crittenden para caer en los brazos de la tropa de Lander, que les estaría esperando desde el primer rumor de combate.

El plan era un poco complicado para fuerzas novatas, y se complicó más por una lluvia torrencial que comenzó a caer desde la tarde del día 2.

Bajo aquel manto de agua la columna de Lander, que era la que debía recorrer más distancia y moverse más aprisa, se agotó y retrasó, llegando a su zona de concentración tan a última hora que no hubo tiempo de reconocer el terreno, y se acabó tomando posiciones media milla más allá del lugar ideal para cortar la retirada a los fugitivos.

Poco después, las tropas de Crittenden llegaban por el lado opuesto, cargando entre descargas de fusilería y salvajes alaridos. El resultado fue aún más espectacular de lo que se había anticipado, pues el enemigo huyó tan aprisa que incluso la mayoría de los soldados montados abandonaron sus caballos, por no perder tiempo en destrabarlos y ensillarlos.

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En realidad huyeron incluso demasiado aprisa. Tanto que Kelley, que en cuanto oyó los primeros disparos se dio cuenta del error de despliegue que se había cometido, y corrió como un loco al frente de sus hombres para corregirlo, no llegó a tiempo de evitar que casi todos escaparan. Es cierto que en eso les ayudó de nuevo muchísimo la lluvia, que hizo la visibilidad nocturna casi nula y mojó pólvoras y fulminantes, de forma que apenas uno de cada cinco disparos partía al apretar el gatillo.

Al fin, sólo se capturó unas docenas de prisioneros, 16 de ellos heridos y de los que al parecer uno moriría, y la Unión sufrió cuatro heridos. El único que revestía gravedad era el propio Benjamin Kelley que, corriendo en la oscuridad para guiar a sus hombres a las nuevas posiciones, había venido a chocar de bruces con un rebelde, armado con una pistola, que se la disparó a quemarropa en el pecho.

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Esta fue la “Batalla de Philippi” (3 de Junio de 1861), que puede considerarse la primera de la Guerra Civil por más que la Prensa la tomara a broma, apodándola “Philippi Races” (“Las Carreras de Philippi”), por la rápida huida sureña. Y pese a su decepcionante final, tuvo una gran importancia estratégica, pues prácticamente borró la resistencia rebelde del Noroeste de Virginia. En efecto, en su pánico, los inexpertos soldados secesionistas habían abandonado armas, bagajes y caballos, y la mayoría consideró que ya había visto más guerra de la que deseaba, volviendo a sus casas. Poco más de la tercera parte de los fugitivos de Philippi se presentaron por tanto en el siguiente punto de concentración, Beverly, y como éste era muy excéntrico respecto a la zona, un buen pedazo de la Virginia Occidental quedó “de facto” en manos unionistas.

Los descontentos de toda la región no podían encontrar una situación más favorable. Lo cierto es que tenían de antiguo motivos de queja contra el Gobierno de Virginia, que había establecido un sistema electoral que primaba las grandes fincas y hacía que su territorio, con un tercio de la población del estado, no contara ni con un décimo de los delegados del Legislativo de Richmond. (La consecuencia era que, si bien los virginianos del Oeste debían pagar puntualmente sus impuestos, nunca había presupuesto disponible para nada que les interesara. Así sí en el Este de Virginia, ¡y aún en el cercano Valle del Shenandoah! Incluso las carreteras más importantes habían sido asfaltadas, como entonces se decía, macadamizadas, hasta la calle principal de Charleston, la mayor ciudad de su región, seguía siendo de tierra pisada).

La Secesión, que no les interesaba en absoluto, había sido la gota que colmara el vaso, poniéndoles en el disparadero. Y ya antes de la entrada de las tropas unionistas se habían celebrado febriles reuniones clandestinas de notables de la región, planeando la posibilidad de secesionarse a su vez de Virginia, para constituir un Estado separado y reintegrarse en la Unión. Ahora, con más de un tercio de su territorio en manos de las tropas unionistas, ésta idea parecía al alcance de la mano. Y se convocó una Convención en Wheeling, (la “Segunda Convención de Wheeling”, porque ya había habido una primera, clandestina, el mes anterior), con el fin de darle una forma legal.

La autoridad rebelde virginiana estaba alarmadísima, y con motivo. El Gobernador Letcher trató, un tanto tarde, de rectificar viejos errores enviando a Virginia Occidental un mensaje que apelaba a su honor y a su condición virginiana y, reconociendo algo que nunca se había admitido, prometió corregir viejos agravios. Eso no iba a impedir que la “Segunda Convención” se reuniera en Wheeling el 16 de Junio bajo influencia del movimiento llamado “Nuevo Estado”. Ni que, en apenas cuatro días de sesiones, y utilizando documentos y razonamientos claramente calcados de los que los secesionistas sureños habían usado para su apoyo en la Secesión, (era una fuente de inspiración demasiado próxima para no emplearla), declarara la ahora llamada “West Virginia” separada de la antigua Virginia y solicitase a Washington su ingreso como Estado en los Estados Unidos de América. El autor de esta declaración fue John S. Carlile, un abogado de Winchester, Virginia.


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En tanto, Lee y Cooper se ocupaban de los problemas militares que Philippi había causado a la Confederación. Tratando de paliarlos enviaron al ex-Gobernador Henry Alexander Wise, con algunas tropas del Este, a ocuparse como Brigadier del Ejército Provisional de la movilización militar del Valle del Kanawha. Y con nuevas tropas orientales, otros dos nuevos Brigadieres fueron enviados a Beverly. El que tenía el mando superior, que incluía no sólo aquel sector, sino toda West Virginia, era Robert Seldon Garnett, soldado profesional y ex comandante de cadetes de West Point. Y su segundo era Henry Rootes Jackson, un militar-político de Georgia, salido del Cuerpo Diplomático.

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En conjunto, la invasión de West Virginia y las acciones sobre Grafton y Philippi habían sido un excelente negocio para la Unión, que se celebró por cierto abriendo oficialmente el Baltimore and Ohio Railway, de gran capacidad y más corto que las otras rutas ferroviarias, como camino de aprovisionamiento y refuerzo de Washington desde el Valle del Ohio. A tal fin, se inició el traslado hacia la capital de los regimientos 1º y 2º de Ohio. Pero no todo iba a ser alegrías, y el siguiente paso emprendido por la Unión iba a terminar en traspiés.

Fue su iniciador Benjamín Butler que, con ya 12.000 hombres a su disposición en el triángulo Fort Monroe-Hampton-Newport News, decidió emplear casi la mitad de ellos en una marcha nocturna a la que seguiría un asalto por sorpresa a las posiciones confederadas de John Bankhead Magruder en las capillas de Bethel, el 10 de Junio.

A tal fin se creó una especie de división, bajo el Brigadier Ebenezer Pierce, que comprendería dos columnas de brigada. Una, procedente de Hampton y que sería trasladada parcialmente en botes, para incluir un batallón de Marines de Fort Monroe y los Regimientos de Voluntarios de New York 3º y 5º, de los coroneles Townsend y Duryee. (La mandaría Abram Duryee, comandante del 5º, “Zuavos de Duryée”). La segunda, procedente de Newport News con los Regimientos de Voluntarios 2º y 7º de New York, 4º de Massachusetts y 1º de Vermont, de los coroneles J. B. Carr, Bendix, Lawrence y Phelps. (Bajo el Coronel de Vermont, John Wolcott Phelps).

Si se lograba la concentración al amparo de la noche, lo que parecía la parte más difícil de la operación, con la primera luz del alba se lanzaría un ataque, masivo y ruidoso, sobre el puesto avanzado de Little Bethel. Y se esperaba que los menos de quinientos defensores de éste, al verse atacados por cerca de 6.000 hombres, pusieran pies en polvorosa, tratando de refugiarse en la posición principal de Big Bethel Church. Los atacantes les seguirían, y los marines habían sido especialmente mentalizados para hacerlo prácticamente pegados a sus talones.

Haciéndolo así se esperaba que, a la luz engañosa del alba y usando como escudo a los fugitivos, los marines pudieran introducirse en cuña en Big Bethel. Y, a cubierto de su asalto, el resto de la fuerza llegaría tras ellos, reduciendo a la tropa rebelde de Magruder, que apenas pasaba de 1.500 hombres, por su puro peso numérico.

Era un plan original y atrevido, aunque quizá un poco demasiado complicado, que tiene aspecto haber sido pensado por el propio Butler. Que como ya comentamos anteriormente no era un militar de carrera y por tanto desconocía las claras dificultades, especialmente de coordinación, que afectaban al plan a seguir. Su problema era que, para aligerar la marcha y evitar ruidos excesivos, el apoyo artillero se había reducido a una semibatería de dos cañones de 6 libras, lo que dejaba a la fuerza atacante muy escasa de “argumentos” si fallaba el efecto sorpresa.

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La fuerza enemiga que iban a atacar estaba mandada, como hemos dicho repetidamente, por John Bankhead Magruder, ex-oficial de Artillería profesional de 53 años, (la misma edad de Joseph Johnston), pero muy bien conservado. Alto, de buena planta y dotado de un bigotillo y unos ojitos traidores que habían hecho, (y se decía que a veces aún hacían), estragos en los corazones de sus contemporáneas, a Magruder sólo se le podía definir como un tipo teatral. (Y, en efecto, de más joven había actuado a menudo como galán en grupos de teatro aficionados). Adoraba los sombreros emplumados y las capas con forro de terciopelo rojo, y fue casi el único de los generales confederados nativos que se hizo fabricar el bicornio galoneado que las ordenanzas prescribían para el uniforme de gala. Sus compañeros del Ejército le miraban con cierta ironía, motejándole a sus espaldas “Prince John” (Príncipe Juan).

Su fuerza confederada consistía en grupos de milicias y el sólido y nutrido regimiento 1º de North Carolina, mandado por el Coronel Daniel Harvey Hill, que había sido el director del North Carolina Military Instituto. Uno de sus segundos, el Mayor virginiano de 28 años James Henry Lane, (maestro civil que había dado clases de materias no militares en los Institutos Militares de Virginia y North Carolina), hacía las veces de jefe de exploración y, deduciendo hábilmente a partir de la actividad en los campos enemigos, había advertido a Magruder y Hill de que los unionistas preparaban un ataque, probablemente por sorpresa y casi con seguridad precedido de una marcha nocturna.

Pese a todo, y gracias a un cuidadoso trabajo de Estado Mayor, (otra cualidad poco reconocida de Butler es que lograba siempre crear unos enfados mayores de primera), la marcha nocturna de las fuerzas de Ebenezer Pierce se realizó con prontitud y limpieza (lo que no era poca hazaña, en aquella época de la guerra), y su concentración junto a Little Bethel aun seguía inadvertida y estaba a punto de completarse poco antes del amanecer.

Justo entonces se torcieron las cosas porque, al llegar a la concentración el último regimiento que faltaba, (el 3º de New York del Coronel Townsend), las primeras luces del alba, (y sus propios nervios), confundieron al Coronel Bendix, del 7º de New York, que lo tomó por tropas confederadas e hizo disparar una descarga contra él. En un momento se armó el gran zipizape, con la mitad de las tropas de la Unión creyéndose atacadas y disparando contra la otra mitad.

Para cuando el Brigadier Pierce y el Coronel Phelps, que al parecer fueron las cabezas más frías en la ocasión, lograron restablecer el orden y tranquilizar a la tropa, el Sol había salido hacía rato y la guarnición de Little Bethel, advertida por la marimorena de disparos, se había refugiado en Big Bethel, abandonando su posición. Por otro lado, y aunque por fortuna la oscuridad y la inexperiencia de la tropa habían hecho que casi todas las descargas efectuadas fueran a parar al cielo, la primera del 7º de New York había sido dirigida con una precisión asesina, y el desgraciado regimiento de Townsend se encontraba con 10 muertos y una treintena larga de heridos entre manos.

A la sorpresa se la habían llevado los demonios, pero Ebenezer Pierce, no deseando regresar a Hampton Roads con bajas y sin nada entre las manos, decidió realizar una aproximación de tanteo a Big Bethel, por si se observaba algún hueco en las defensas. Y casi al punto, él y el Coronel Duryee advirtieron un sector aparentemente solo protegido por una valla, escasamente guarnecida. De inmediato, Duryee envió a su propio Regimiento, mandado por su segundo el Teniente Coronel Thomas Wynthrop, a cargar contra aquella tentadora valla.

Los del 5º de New York de Duryee sí que parecían zuavos de verdad, uniformados exactamente al estilo del Ejército francés, con feces y grandes pantalones “a la turca” rojos, vistosas fajas y chaquetillas azules de tipo kabileño, adornadas con los tradicionales “tombeaux” rojos. Incluso, y para parecer más “africanos”, muchos de ellos portaban turbantes con el fez, a veces usando las sudaderas llamadas “haversack” que se había entregado a los Voluntarios, para ponerlas al estilo que les parecía más “oriental”. Un detalle menos anecdótico era que disponían de dos compañías ligeras armadas con Sharps. Pero al parecer, muy distraídos como todos los zuavos americanos aprendiendo a hacer filigranas con la bayoneta, no habían averiguado cómo usarlos correctamente.

Aullando como posesos, los zuavos alcanzaron la valla, cuyos defensores huyeron aparentemente despavoridos tras hacer unos pocos disparos. Pero apenas hubieron comenzado a saltarla, descubrieron con horror que habían caído en una trampa. La verdadera línea defensiva, disimulada por matorrales y murillos, estaba cincuenta metros más allá, y en ella el grueso del 1º de North Carolina había estado esperando a que comenzaran a saltar la valla, y ésta los dividiera en dos, para mostrarse.

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Los norcarolinos hicieron una descarga cerrada, que derribó una treintena de zuavos, y saltaron adelante con la bayoneta calada. Y el regimiento de zuavos se desintegró, mientras sus hombres corrían hacia retaguardia. Wynthrop, que trataba de contenerlos a horcajadas sobre la valla, fue derribado, muerto de un disparo por un tambor norcarolinos de 14 años. El Teniente a cargo de la semibatería adelantó uno de sus "6 libras", tratando de contener al enemigo con metralla a quemarropa, pero solo pudo hacer un disparo, para caer de inmediato bajo el fuego de una batería confederada, camuflada a apenas 200 yardas. En una sola descarga, 6 de los 11 hombres que le seguían cayeron muertos o heridos, y al mismo teniente una bola sólida le arrancó la cabeza de sobre los hombros.

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Y así se acabó la que se llamaría “Batalla de Big Bethel”, porque después de este episodio Pierce no tuvo más opción que replegarse. Había sufrido en el intento 16 muertos y 34 heridos que, sumados a las bajas por fuego amigo en Little Bethel hacían un total de 18 muertos, 60 heridos y 1 desaparecido. Y los sureños sólo tuvieron 1 muerto y 7 heridos. Entre los zuavos heridos se contaba por cierto el Capitán Hugh Judson Kilpatrick, de 25 años y alumno ingresado el año anterior en West Point, que llegaría a convertirse en uno de los más famosos jefes de la Caballería unionista.

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Por supuesto “Prince John” Magruder y Daniel Hill recibieron sendos despachos de brigadier por la acción, y Lane fue ascendido a Teniente Coronel. Y de los unionistas también fue ascendido John Phelps, cuya actuación debió ser juzgada la más discreta del lote. Aunque, naturalmente, estos ascensos quedaban sumergidos en una fiebre de ascensos con que ambos ejércitos, que estaban creciendo y organizándose a paso de carga, intentaban cubrir sus necesidades de mandos.

Por cierto, debe advertirse que los ascensos de la Unión, que se solían conceder provisionalmente sobre el campo, y luego habían de confirmarse por el Congreso, fueron confirmados masivamente con fecha retroactiva de 27 de Mayo. (Lo que produce fenómenos como que Phelps, que había asistido a Big Bethel el 10 de Junio como Coronel del 1º de Vermont, aparezca en otras ocasiones como Brigadier desde fecha anterior). Esto, naturalmente, puede causar confusiones en el lector no advertido.

A fines de Mayo, y aun antes de enviar los nuevos jefes al Oeste de Virginia, los confederados habían creado un nuevo mando para la defensa del Valle de Shenandoah, por donde, por su mayor facilidad, (allí los ríos corren paralela, y no perpendicularmente a la ruta), esperaban que la Unión realizase el esfuerzo principal si intentaba atacar Virginia. Y para organizarlo enviaron a Winchester al flamante Mayor General Joseph Eggleston Johnston.

Sólo que Johnston y Lee empezaban a encontrar algo inadecuado en las instrucciones que el Ejército Provisional recibía del Secretario de Defensa Confederado Leroy Pope Walker. Y eso era su insistencia en realizar una defensa extensiva, tratando de cubrir todo el territorio confederado posible, y no el que meramente era militarmente económico cubrir.

Ambos estaban en desacuerdo con el empeño del Ministerio de mantener la base de Beverly, en West Virginia. Era, en efecto, una zona defendible, y ya la única base posible para operaciones contra Grafton, que se había convertido en el centro de operaciones de Thomas A. Morris, (por cierto, ascendido a Brigadier tras Philippi). Pero esta posición en el monte, totalmente aislada del mando de Henry Wise en el Kanawha, ¡y unida al resto de la Confederación sólo a través de un estrecho paso de montaña, que la comunicaba con el valle del Potomac South Fork! Si era atacada por fuerzas verdaderamente importantes, correría el riesgo de ser copada con cierta facilidad.

Johnston estaba aún más escocido por la insistencia de la Secretaría en que él mantuviese una guarnición en el mismo Harper’s Ferry. De acuerdo que el lugar tenía cierto valor simbólico, ¡pero era un villorrio situado a nivel del río, y trepando parcialmente una ladera, en un escenario de montes arbolados de buenas dimensiones, que prácticamente invitaba a cercarlo desde posiciones dominantes! Al menos estos problemas iban a encontrar solución cuando el 9 de Junio, en Ohio, el Coronel del 11º de Indiana unionista, Lewis Wallace, desesperado por su inacción como jefe de una fuerza de reserva, obtuvo permiso de McClelland para cruzar el Ohio con su regimiento.

El futuro autor de “Ben Hur” había creado una unidad de zuavos uniformados con quepis rojo, (por entonces oculto por una funda blanca, y llevando colgada la sudadera “haversack” blanca, a estilo “Legión Estrangére”), calzón “chasseur” blanco y chaquetilla kabileña gris con un ancho borde rojo y camisa azul. Con ella y ansioso de acción, cruzó el Ohio, se presentó en Grafton a recibir órdenes, subió hacia el Nordeste para cruzar al Potomac South Fork y desalojó casi en su desembocadura a las milicias confederadas de la localidad de Romney, causando dos muertos por sólo un herido propio, el 11 de Junio.

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Su hazaña fue muy celebrada, sobre todo por que su unidad entró en combate casi sobre la marcha, después de hacer bastante más de 100 kilómetros en dos días. Y le vino de maravilla a Johnston, que pudo alegar la presencia de “importantes fuerzas enemigas sobre su flanco izquierdo”, (en lo que exageraba bastante), para obtener al fin el deseado permiso para evacuar "aquella condenada trampa de Harper’s Ferry".

Los norteños también habían introducido novedades en su organización, haciendo marchar hacia el valle del Potomac, a través de las carreteras del interior de Pennsylvania, una fuerza que había sido creada en Chambersburg, en éste mismo Estado, por el Mayor General de Milicias Robert Patterson. Era éste un singular personaje, que tenía hecha toda su carrera en las milicias, pero presentándose con tanta asiduidad como voluntario a las guerras que había visto ya cinco de ellas, y había obtenido la mayoría de sus ascensos por méritos. Scott, del que Patterson y el ahora rebelde Twiggs fueron los segundos en la Campaña Veracruz-Mexico de 1847-48, se alegró mucho de poder contar con él.

Siendo él mismo de Pennsylvania, su fuerza estaba originalmente basada en regimientos de tal estado, con el Mayor General de su Milicia William Hugh Keim como su segundo. Pero también fue añadiendo regimientos de Massachusetts, Connecticut, Minnesota y Wisconsin a su tropa. Y había tomado como Jefe de Estado Mayor al profesional Fitzjohn Porter, ahora Coronel de Voluntarios, y logrado la colaboración de gente valiosa.

Más al Este, se había decidido separar las fuerzas acumuladas en el mismo Distrito Federal, que constituirían su defensa y seguían bajo el mando del Brigader Mansfield, de las que iban cruzando al Sur del Potomac, que iban a convertirse en una fuerza ofensiva llamada Ejército del Nordeste de Virginia, y para cuyo mando se nombró al Brigadier recién ascendido, (aunque de la escala activa), Irvin McDowell.

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McDowell, que recibió su nombramiento el 28 de Mayo, era un hombre de Estado Mayor, que no había tenido mando de tropa desde sus días de Teniente. Era de 42 años, y había sustituido últimamente a McClelland como discípulo favorito de Winfield Scott en el Estado Mayor, de forma que el mismo Scott aprovechando el fin de la “veda del ascenso” causado por la inminente Guerra Civil, le había hecho pasar desde Diciembre de Mayor a Brigadier. No tenía sin embargo intención, ante su inexperiencia en el mando de tropas, de cederle la jefatura del ejército principal, y se enfadó muchísimo cuando tal cesión le fue impuesta. (El había pensado para dicho mando más bien en el viejo Mansfield).

Pero era casi inevitable porque, en un momento que todos los políticos de la Unión estaban interesados en temas militares, era el oficial de Estado Mayor que sabía darles explicaciones claras, sin esoterismos profesionales. Y cosa importante en aquellos momentos, en que la guerra estaba elevando la cotización política de los abolicionistas que en su mayoría eran también antialcohólicos, era abstemio. (Aunque, a decir de sus contemporáneos, lo compensaba con una glotonería asombrosa). Así, el nombramiento de McDowell acabó siendo impuesto por los Secretarios de Guerra y del Tesoro, Cameron y Chase, encontrándose tras el si poderoso Gobernador de Ohio, William Dennison, que ya anteriormente había intervenido en nombramientos militares, impulsando a McClelland.

Mientras y desde la suspensión por Abraham Lincoln del “habeas corpus” a principio de Mayo, los oficiales de la Unión habían estado haciendo amplio uso de esta facilidad para detener sin juicio a los más destacados propagandistas del Sur en la retaguardia norteña. Estos detenidos solían ser encerrados en Fort Warren junto a Boston, Fort Lafayette junto a New York City, o Fort McHenry junto a Baltimore.

Naturalmente, al haberse “retratado” muchos notables de Maryland como secesionistas con motivo de los famosos motines de Baltimore, era Fort McHenry el más concurrido de tales “hoteles”, llegando a conocer su interior incluso personajes como el Alcalde Brown o el Comisario Federal Kane. Y a fines de Mayo, la detención de otro de estos promotores del motín, John Merryman, desató la tormenta cuando primero el tribunal de Maryland, y más tarde el juez Taney del Supremo al que todos recordaremos, proclamaron su detención, y todo el asunto de la suspensión del “habeas corpus”, como ilegal e inconstitucional.

¿Que cómo podía el Tribunal Supremo mantener tal tesis, a la vista del texto constitucional? Muy fácil: como habían hecho en todo momento los confederados de los que era cómplice, donde no existía una ley que favoreciera sus tesis se la inventaban. Y aquí Taney se inventó, (pues no estaba escrito en ningún sitio), que el “habeas corpus” sólo podía ser suspendido por el Legislativo y no por el Ejecutivo. Lo que hasta cierto punto puede hoy considerarse una medida políticamente sana, pero era ridículo aplicar al permiso de suspensión tal como aparece en el texto de la Constitución. (En efecto, ésta lo crea para situaciones de emergencia nacional y el Legislativo permanece a menudo varios meses seguidos cerrados. ¿Dónde se ha visto un sistema contra situaciones de emergencia que no pueda aplicarse hasta meses después de surgida la emergencia? Simplemente, el viejo se entretenía poniendo trabas a la Unión, en éste caso tratando de desacreditar a Lincoln).

El sistema se siguió empleando y el prestigio de Lincoln no salió muy menoscabado, porque el Ejército se puso decididamente de su parte. Cuando el Sheriff de Baltimore acudió a Fort McHenry a liberar a Merryman, el comandante del puesto, Mayor William W. Morris, lo mandó muy educadamente al diablo. Y cuando el Ejército envió a mediar al viejo Brigadier George Cadwalader, éste acabó apreciando las razones de Morris y haciendo lo propio. Y es que pocos días antes y en las cercanías del fuerte, hombres que comulgaban con las ideas de Merryman habían apaleado a uno de sus soldados hasta dejarlo por muerto y desnudo, como fue encontrado al amanecer. Así, el juicio del Ejército condenó al juez.

Entre tanto, en el mar, ya se habían producido en Mayo las primeras capturas de mercantes confederados, por mucho que el sistema de bloqueo no quedase establecido hasta fin de mes, y aun entonces en forma muy tenue. Curiosamente, también un mercante unionista fue capturado; se trataba del navío de indias de vela “A. B. Thompson”, de 980 Tn y con matrícula de Brunswick, (Maine), que fue capturado por el cañonero de vapor “Lady Davis”, recién cedido por la marina surcarolina a la confederada, cuando por orden de ésta se dirigía bajo el mando del Teniente T. P. Pelot, a integrarse en Savannah en una flotilla de combate que estaba formando allí el Capitán Josiah Tattnall.

También actuó por primera vez conjuntamente, antes de fin de Mayo, la Flotilla del Potomac del Commander Ward, bombardeando, ¡al fin!, las famosas baterías de Aquia Creek. La flotilla comenzó el bombardeo el 31 de Mayo con los “Freeborn”, “Resolute” y “Anacostia”, (que al fin tenía la dotación semicompleta, pero en el que el agotado Teniente Fillebrown había sido sustituido por el Teniente Comandante Napoleón Collins). Pero las baterías mandadas por el veterano Coronel confederado Daniel Ruggles se defendían bien, y el pequeño “Resolute” quedó algo mal parado.

Al día siguiente el bombardeo fue reanudado, con el “Resolute” reducido a cometido auxiliar y sustituido por el poderoso “Pawnee”, pero aun así no se lograban resultados claros, y el tercer y último día de la acción, 2 de Junio, también el “Anacostia”, ya bastante tocado, hubo de ser dejado atrás. Finalmente, la acción resultó fatigosa e inconclusa, aunque no muy sangrienta. (Causó unas 10 bajas entre ambos bandos).

Pero el mes de Junio iba a ver mucha más actividad naval que el anterior y ese mismo 2 de Junio, se hacía a la mar el primero de los corsarios anunciados por Jefferson Davis casi mes y medio atrás. El resto del mes vería un revoltijo de convoyes y corsarios en el mar, mientras en tierra iban menudeando las escaramuzas, heraldos del recrudecimiento de las acciones que iba a señalar el mes de Julio.

 


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