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El soldado español medio tenía pocos motivos para estar satisfecho de su situación. Cobraba menos de una tercera parte de lo que cobraba un rifeño como peón caminero y se veía obligado a subsistir a base de café, judías, arroz y pan. No es, pues, extraño que aprendiera a dar tan poco como recibía. Era diestro en evitar las tareas en el frente, en comer tabaco para aparentar que tenía ictericia o en contraer enfermedades venéreas a propósito. Aplicaba ortigas a pequeñas heridas para que se ulcerasen o se provocaba llagas ulcerosas en las piernas con monedas al rojo vivo. Si se considera tal desmoralización resulta más fácil entender el fracaso de Annual.

Los jefes que les tocaron en suerte eran deplorables. En Melilla se descubrió que muchos oficiales se habían escondido en las bodegas durante el ataque para aparecer después afirmando que habían sido hechos prisioneros. Otros oficiales escaparon en lugar de hacer frente a los rifeños y no se preocuparon por volver a sus posiciones. Un oficial al oír la alarma en Monte Arruit se apoderó del único coche que había y se fue a Melilla. Cuando se abrieron los almacenes militares de Melilla ante la magnitud de la emergencia resultó que en su interior no quedaba nada: todo había sido vendido a los contrabandistas.

También resulta difícil defender la política de construir 130 o 150 puestos y blocaos alrededor de Melilla, y además de cualquier manera. Muy pocas bases tenían médicos o equipamiento médico, mientras que la mayoría de soldados tenían que vestir uniformes de verano durante los fríos inviernos marroquíes porque carecían de algo mejor que ponerse. De los 50 camiones que se habían enviado a Melilla para resolver el problema de los transportes, en el Rif sólo se vieron 5. Los soldados de Annual tan sólo disponían de 40 cartuchos cada uno y sólo había 600 proyectiles en total para los cañones. En una situación tal, ¿qué esperaban que hicieran los soldados rasos? Al oír las noticias procedentes de Annual el mariscal Lyautey, comandante francés y experto en campañas coloniales, comentó: «El soldado español, que es tan valiente como sufrido, podrá conocer mejores épocas bajo otros mandos».

El general Silvestre, que desobedeció órdenes y atrajo el desastre sobre sí, sus soldados y su país, era, desde luego, un hombre impulsivo, pero también es cierto que estaba sometido a presiones considerables, que en su caso procedían del rey Alfonso, para que consiguiese «una victoria decisiva». Al parecer la comisión Picasso descubrió una carta del rey a Silvestre en la que le instaba a avanzar hacia el interior del Rif: “Haz lo que te digo, y no hagas caso del ministro de la guerra, que es un imbécil”, le había escrito el rey. Los fallos de Silvestre como comandante están claros, pero la responsabilidad por el desastre de Annual no debe recaer únicamente en sus espaldas. Abd el Krim venció, pero lo hizo gracias a un gran aliado en el campo enemigo como eran décadas de corrupción y dejadez que habían sustituido a la política en Marruecos.

Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa -asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones- como lo fueron los hombres de Silvestre, con su general suicidado al frente. Otro hecho insólito, desconcertante, opresivo, como hemos comentado al principio de este trabajo, es que aunque habían habido destrucciones militares del colonialismo europeo, tan absolutas como las del ejército italiano de Baratieri en Adua (Eritrea, 1 marzo 1896), y tan extensas como reiteradas como las derrotas británicas en la guerra zulú de 1879 y contra los boers en Suráfrica, 1899-1902, la naturaleza de la tragedia española en el Rif hizo que la nuestra lo pareciese y lo fuera la más terrible de todas.

En la panorámica de los hechos coloniales, lo que ocurrió en Marruecos fue tan trascendente -por los cambios de régimen y de mentalidad en las instituciones militares- como lo vivido por la Francia de la IV República en Indochina (1949-54) y Argelia (1954-58), o la República salazarista en el Portugal africano (1968-74). En otro nivel de dislocación social y política, la conmoción estadounidense por Vietnam (1967-73).